echaron a reir. Andrei conocia aquel versito y sintio deseos de volverse, irritado, pero se limito a acelerar el paso.

En la calle Mayor habia bastante gente. Estaban recostados en las paredes, formaban grupos en los portales, y todos llevaban brazaletes blancos. Habia algunos de pie en medio de la calzada, se aproximaban a los granjeros que iban llegando, les decian algo, y los granjeros proseguian su camino. Todas las tiendas estaban cerradas, pero no tenian colas delante de sus puertas. Cerca de la panaderia, un miliciano viejo con un nudoso baston trataba de explicarle algo a una anciana solitaria.

— Se lo digo con toda seguridad, madame. Hoy las tiendas no van a abrir. Yo mismo soy dueno de una tienda, madame, se bien que le estoy diciendo…

La anciana respondia, chillando, que preferia morir alli, ante aquella puerta, pero no abandonaria la cola.

Haciendo un gran esfuerzo para acallar dentro de si la preocupacion que lo embargaba y la sensacion de que todo lo que lo rodeaba era irreal, como en el cine. Andrei llego a la plaza. La salida de la calle Mayor que daba a la plaza estaba llena de carros, carretas, carretones, diligencias, coches de caballos… Olia a sudor equino y a boniga fresca; caballos de razas variadas sacudian la cabeza y los habitantes de la cienaga se llamaban entre si, haciendo brillar la lumbre de sus cigarrillos. Olia a humo; no lejos habian encendido una hoguera. Un gordo bigotudo que se abotonaba la ropa sobre la marcha salio de una arcada y a punto estuvo de tropezar con Andrei, solto un taco y siguio adelante entre los carretones, llamando a un tal Sidor con tono de urgencia.

— ?Ven, Sidor! ?Entra al patio, hay lugar! Pero mira donde pisas, no te vayas a embarrar…

Andrei se mordio el labio y siguio adelante. Al borde mismo de la plaza, los carretones ocupaban las aceras. Muchos estaban sin los caballos; las bestias de tiro, con maneas puestas, vagaban por los alrededores dando saltitos y oliendo el asfalto sin mucho interes. En los carretones dormian, fumaban, comian, se oia como deglutian y masticaban con placer. Andrei se metio en un portal y trato de mirar por encima de la multitud. Lo separaban unos quinientos pasos de la alcaldia, pero era un verdadero laberinto. Las hogueras chasqueaban y echaban humo que, iluminado por las farolas de mercurio, ascendia por encima de los carretones y las diligencias, y como si una campana gigante tirara de el se iba a la calle Mayor. Un bicho se poso con un zumbido sobre la mejilla de Andrei y le clavo el aguijon, como un alfiler. Andrei, asqueado, aplasto de una bofetada algo grande y erizado, que crujio bajo su mano.

«Lo que han traido desde las cienagas», penso con enojo. Del portal entreabierto salia un claro olor a amoniaco. Andrei bajo a la acera y echo a andar con decision por el laberinto, entre los caballos y los vehiculos, pero a los pocos pasos piso algo blando y poco profundo.

El pesado edificio circular de la alcaldia se levantaba sobre la plaza como un bastion de cinco pisos. Casi todas las ventanas estaban a oscuras, solo en unas pocas habia luz, y de los pozos de los ascensores, erigidos por la pared exterior del edificio, salia una luz amarilla mate. El campamento de los granjeros rodeaba la alcaldia formando un anillo. Entre los carretones y el edificio habia un espacio vacio, iluminado por brillantes farolas que se erguian sobre columnas ornamentales de hierro. Los granjeros, casi todos armados, se agrupaban bajo las farolas y delante de ellos, a la entrada de la alcaldia, habia una fila de policias que, a juzgar por los galones, eran casi todos sargentos y oficiales.

Andrei se abria paso a traves de la multitud armada. Alguien lo llamo y se volvio.

— ?Estoy aqui! — le grito una voz conocida, y Andrei vio finalmente al tio Yura que se le acercaba, balanceandose y con la mano tendida, lista para el saludo, con la guerrera de siempre, la gorra ladeada y la ametralladora que Andrei conocia tan bien colgando de un ancho cinturon que llevaba pasado por encima del hombro.

— ?Hola, Andriuja, alma de ciudad! — grito, haciendo chocar estruendosamente la palma de su mano contra la de Andrei —. ?Llevo buscandote todo el tiempo; no puede ser, me digo, que con todo este lio no este aqui nuestro Andrei! Es un chaval que siempre esta en todas, me digo, seguro que esta aqui por alguna parte. — El tio Yura se veia bastante nervioso. Se quito la ametralladora del hombro, apoyo la axila sobre el canon como si se tratara de una muleta y siguio hablando, con el mismo ardor —. Busco aqui, busco alla, y no encuentro a Andrei. A la mierda, pienso, ?que pasa? Fritz, el rubio amigo tuyo, esta aqui. Anda dando vueltas entre los campesinos, soltando discursitos. ?Pero tu no aparecias!

— Aguarda, tio Yura — intervino Andrei —. ?Para que has venido aqui?

— ?Para exigir mis derechos! — dijo el tio Yura burlon, mientras su barba se movia como una escoba —. He venido unicamente para eso, pero al parecer no vamos a sacar nada en limpio. — Escupio al suelo y extendio el salivazo con su enorme bota —. El pueblo es como un piojo. No sabe por que ha venido. O bien a rogar, o bien a exigir, o quien sabe si a ninguna de las dos cosas, puede que anoren la vida en ciudad, nos quedamos un rato aqui, le llenamos de mierda la ciudad y nos regresamos a casa. El pueblo es una mierda. Mira. — Se volvio y saludo a alguien con la mano —. Por ejemplo, ahi tienes a Stas Kowalski, mi amigo, Stas, cabron… ?Ven aca!

Stas se acerco: era un hombre encorvado, flaco, con bigotes que le colgaban con desanimo y cabellos ralos. Apestaba a aguardiente casero. Se mantenia de pie solo por instinto, pero de vez en cuando erguia la cabeza con aire guerrero, levantaba una escopeta recortada que llevaba colgando al cuello y alzaba los parpados con enorme esfuerzo para echar una mirada amenazadora en torno suyo.

— Aqui tienes a Stas — proseguia el tio Yura —. Estuvo en la guerra, eh, Stas. ?estuviste en la guerra? Cuentalo — le exigia el tio Yura, abrazando a Stas por los hombros y balanceandose junto con el.

— ?Ja! ?Jo! — respondio Stas, intentando mostrar con todo su aspecto que habia combatido, y que no tenia palabras para expresar como habia combatido.

— Ahora esta borracho — explico el tio Yura —. Cuando no hay sol, no puede permanecer sobrio… ?Que te estaba contando? ?Si! Preguntale por que esta perdiendo el tiempo aqui. Tiene un arma. Tiene colegas dispuestos a pelear. ?Que mas le hace falta?

— Aguarda — dijo Andrei —. ?Que quereis?

— ?Te lo estoy explicando! — dijo el tio Yura con sentimiento, soltando en ese momento a Stas, que describio un arco hacia un lado —. ?Estoy tratando de metertelo en la cabeza! Hay que aplastar a los canallas, basta con hacerlo una vez. ?Ellos no tienen ametralladoras! Los pisotearemos, los liquidaremos a sombrerazos. — De repente callo y volvio a colgarse la ametralladora a la espalda —. Vamos.

— ?Adonde?

— A beber. Hay que acabarse todo el aguardiente y regresar a casa de una punetera vez. ?Para que estamos perdiendo el tiempo? Alla se me pudre la patata. Vamos.

— No, tio Yura — dijo Andrei, como pidiendole perdon —. Ahora no puedo. Tengo que ir a la alcaldia.

— ?A la alcaldia? ?Vamos! ?Stas! Stas, ven…

— ?Aguarda, tio Yura! Es que… no te dejaran entrar.

— ?A quien? ?A mi? — rugio el tio Yura, con una mirada de ferocidad —. ?Vamos ahora mismo! ?A ver quien se atreve a no dejarme pasar! ?Stas! — Abrazo a Andrei por los hombros y lo arrastro a traves del espacio vacio iluminado hasta llegar a la fila de policias —. Entiendeme — susurraba con vehemencia al oido de Andrei, que se resistia —. Me da miedo, ?entiendes? No se lo he dicho a nadie, pero a ti si te lo digo. ?Me da pavor! ?Y si no vuelve a encenderse nunca mas? Nos trajeron a este sitio y nos abandonan. Lo mejor es que lo expliquen, que digan la verdad, hijos de puta, asi no se puede vivir. Ya no puedo dormir, ?lo entiendes? Eso no me habia ocurrido nunca, ni siquiera en el frente. ?Crees que estoy borracho? Borracho, una mierda, es el terror, el terror que se ha aduenado de mi.

Aquel susurro febril hizo que una ola gelida recorriera la columna vertebral de Andrei. Se detuvo a unos cinco pasos de los policias. Le parecia que todo el mundo en la plaza lo miraba fijamente, tanto los granjeros como los policias.

— Escuchame, tio Yura — dijo, poniendo en su voz toda la conviccion de que era capaz —. Ahora voy a entrar ahi, arreglare cierto asunto relativo a mi periodico, y tu vas a esperarme aqui. Despues, iremos a mi casa y hablaremos en detalle de todo.

— No — dijo el tio Yura, negando violentamente con la cabeza —, voy contigo. Yo tambien tengo que arreglar un asunto…

— ?No te van a dejar pasar! Y a mi tampoco, por tu culpa.

— Vamos, vamos — balbuceaba el tio Yura —. ?Como que no me dejaran pasar? ?Por que no me van a dejar pasar? Vamos calladitos, serios.

Estaban ya junto a la fila cuando un capitan de elegante uniforme, con la cartuchera desabrochada al lado

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