no las has cogido… Dime por que, por que, por que…»

Andrei cerro los ojos y de repente, con un agudo ataque de nostalgia, se acordo del tio Yura. Tampoco estaba alli Van… «?Que falta me hace ese idiota de Dollfuss?» Estaba rodeado de fantasmas.

En el sofa estaba Donald, con su sombrero tejano tan trajinado. Cruzaba una pierna sobre la otra y se agarraba la rodilla puntiaguda con los dedos de las manos, fuertemente entrelazadas. «Al marcharte, no te entristezcas, al venir no te alegres…» Y tras el escritorio se encontraba Kensi, en su viejo uniforme de policia, acodado alli, con la quijada reposando sobre el puno. Miraba a Andrei sin condenarlo, pero en aquella mirada tampoco habia calidez. Y el tio Yura le palmeaba la espalda a Van, mientras le decia: «No importa, Vania, no te pongas triste, te haremos ministro, te moveras en limusina…». Y sintio un olor conocido, que le causaba una nostalgia insoportable, a tabaco negro, sudor saludable y aguardiente casero. Tomo aliento con dificultad, se froto las mejillas entumecidas y volvio a contemplar el jardin.

En el jardin se erguia el Edificio.

Estaba entre los arboles, de manera solida y natural, como si siempre hubiera estado alli y tuviera la intencion de seguir estando hasta el final de los tiempos, rojo, de ladrillos, con sus cuatro pisos, y como aquella vez las ventanas del piso de abajo tenian bajadas las persianas y la azotea estaba cubierta por planchas de metal galvanizado, una escalera de cuatro escalones de piedra llevaba a la puerta principal, y junto a la unica chimenea se elevaba una extrana antena en forma de cruz. Pero entonces todas las ventanas estaban a oscuras, y en alguna del piso inferior no habia persiana, los cristales estaban muy sucios, rajados, sustituidos a veces por torcidas chapas de madera, otros con franjas de papel pegadas en cruz. Y no se oia la musica solemne y funebre; del Edificio, como una niebla invisible, brotaba un silencio pesado y algodonoso.

Sin meditar ni un segundo. Andrei paso una pierna al otro lado de la ventana y salto al jardin, a la hierba blanda y tupida. Se acerco al Edificio espantando las luciernagas, metiendose cada vez mas profundo en aquel silencio muerto, sin apartar los ojos del conocido picaporte de laton en la puerta de roble, solo que ahora el picaporte no brillaba y estaba cubierto de manchas verdosas.

Subio al descansillo y miro a su alrededor. Por las ventanas bien iluminadas del comedor se veian sombras humanas que daban saltos extranos y se contorsionaban, se oia debilmente musica bailable, acompanada aun por el tintineo de cuchillos y tenedores. Rechazo todo aquello con un ademan, se volvio y agarro el picaporte humedo. El recibidor estaba en semipenumbra, el aire era humedo y estancado, el colgador sobresalia en un rincon, desnudo como un arbol seco y muerto. En las escaleras de marmol no habia alfombra ni varillas metalicas, solo quedaban alli los aros verdosos, antiguas colillas amarillentas y un poco de basura indefinida sobre los peldanos. Pisando con fuerza, sin oir nada que no fuera sus pasos y su respiracion, subio lentamente al piso superior.

El hogar, donde no habian encendido fuego desde hacia tiempo, olia a chamusquina rancia y amoniaco; algo se revolvia alli de manera casi inaudible. El enorme salon estaba igual de frio y junto al suelo soplaba una corriente de aire, desde el techo invisible colgaban unos trapos negros y polvorientos, las huellas de humedad brillaban en las paredes de marmol, al lado de unas manchas oscuras, sospechosas y desagradables. El oro y la purpura habian desaparecido y los bustos de yeso, marmol, bronce y oro lo miraban con sus ojos ciegos y luctuosos a traves de jirones de telaranas. El parque chirriaba bajo los pies y cedia a cada paso, en el suelo sucio se veian cuadrados de luz lunar y un pasillo, en el que Andrei nunca habia estado antes, se perdia a lo lejos. Y de repente, una manada de ratas paso corriendo entre sus pies y desaparecio entre chillidos y empujones por el pasillo hasta desaparecer en la oscuridad.

«?Donde estan todos ellos? — penso Andrei mientras avanzaba por el pasillo —. ?Que les ha ocurrido? — penso, mientras descendia a las entranas silenciosas del Edificio por una escalera metalica que retumbaba —. ?Cuando habra ocurrido?», penso mientras pasaba de una habitacion a otra, aplastando bajo los pies trozos de revoque, pedazos de vidrio y fango cubierto por pequenas colinas de moho. Se percibia el olor dulzon de la descomposicion, en algun lugar se oian caer gotas de agua, una tras otra, y en las paredes sin tapizar habia enormes cuadros oscuros en los que no se podia distinguir nada.

«Aqui ahora, eso se quedara asi para siempre — penso Andrei —. Que habre hecho yo, que habremos hecho para que ahora este lugar se quede asi por siempre. No volvera a cambiar de ubicacion, permanecera eternamente en este sitio, se pudrira y se destruira como cualquier casa vetusta y, finalmente, lo arrasaran con bolas de hierro, quemaran la basura y los ladrillos calcinados seran llevados al basurero. ?No queda ni una voz! En general, ni un sonido, solo las ratas desesperadas chillan por los rincones.»

Vio un enorme armario sueco con una puerta de persianas, y recordo que tenia un armario igual en su pequena habitacion, seis metros cuadrados con una ventana que daba a un patio interior, junto a la cocina. El armario estaba lleno de periodicos viejos, de carteles enrollados que su padre coleccionaba antes de la guerra, y de otros papeles inutiles… Y cuando la ratonera le destrozo el hocico a una enorme rata, el animal habia logrado esconderse en aquel armario y durante mucho tiempo estuvo alli revolviendose, y por las noches Andrei temia que le cayera en la cabeza. Una vez cogio unos binoculares, y desde lejos, desde el antepecho de la ventana, vigilo que ocurria alli entre los papeles. Lo que vio (o lo que le parecio ver) eran unas orejas que asomaban, una cabecita gris y, en lugar del hocico, una burbuja enorme, brillante, como lacada. Fue tan horrible que huyo de un salto de su habitacion y estuvo largo rato sentado sobre un cofre en el pasillo, sintiendose debil y con ganas de vomitar. Estaba solo en el piso, no tenia que avergonzarse ante nadie, pero su terror lo avergonzaba y finalmente se levanto, fue al salon y puso «Rio Rita» en el fonografo. Y a los pocos dias, en su habitacion pequena aparecio un olor nauseabundo y dulzon, exactamente igual que aqui.

En un salon abovedado, profundo como un pozo, encontro de modo inesperado un enorme organo con su fila de tubos metalicos, muerto desde hacia tiempo, frio y mudo como un cementerio abandonado de musica. Y junto al organo, al lado del sillon del organista, yacia hecho un guinapo un hombrecito, envuelto en una manta harapienta, y junto a su cabeza brillaba una botella vacia de vodka. Andrei se dio cuenta de que todo habia terminado definitivamente y se apresuro en busca de la salida.

Al bajar a su jardin vio a Izya, que estaba muy borracho, y particularmente alborotado y desalinado. Estaba de pie, balanceandose, con una mano apoyada en el tronco de un manzano, mirando el Edificio. Sus dientes, que asomaban en su sonrisa inmovil, brillaban en la semipenumbra.

— Es todo — dijo Andrei —. El final.

— ?El delirio de la conciencia perturbada! — mascullo Izya, confuso.

— Solo hay ratas — dijo Andrei —. Podredumbre.

— El delirio de la conciencia perturbada — repitio Izya y solto una risita.

QUINTA PARTE

Solucion de continuidad

UNO

Tras sobreponerse al espasmo, Andrei trago la ultima cucharada de aquella pasta, aparto asqueado el plato de campana y extendio el brazo en busca de la taza. El te estaba caliente aun. Andrei cogio la taza y se puso a beber a sorbitos, con la vista fija en la llamita de la lampara de petroleo. El te estaba muy cargado, quiza demasiado, olia a hierbas y tenia otro sabor, quiza a causa de aquella agua asquerosa que habian recogido en el kilometro ochocientos veinte, o porque Quejada hubiese decidido medicar a los jefes con aquella porqueria contra la diarrea. O sencillamente, habrian lavado mal la taza, ese dia la habia sentido particularmente grasienta y pegajosa.

Abajo, tras la ventana, los soldados hacian sonar sus platos de campana. El chistoso de Tevosian dijo algo sobre la Lagarta y los soldados soltaron la carcajada.

— ?Vais a ocupar vuestro puesto o a meteros con una tia bajo la manta, gusanos? — les grito de repente con su voz prusiana el sargento Fogel —. ?Por que andas descalzo? ?Donde estan tus botas, troglodita? — Una voz

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