— Eso es ropa que uno puede quitarse.
— El caparazon de la tortuga no se distingue en principio de la escafandra. La unica diferencia es que lleva mas tiempo despojarse de el. Hoy lo indigna a usted la bioformacion, manana lo indignaran los transplantes de corazon o de higado, pasado manana exigira que se prohiba hacer abortos y empastar las muelas. Todo eso es injerencia en los asuntos de la altisima Providencia.
Ierijonski se dejo ver bajo el dintel de la puerta, muy a proposito, ya que Dimov no habia logrado convencer a Pavlysh, pero este no lograba encontrar argumentos y no queria parecer un retrogrado.
— ?Mira en donde se han metido! — exclamo Ierijonski —. Iba buscando a Pavlysh. Nos disponemos a ir en canoa al Monte Torcido. Sandra y Stas nos mostraran la gruta azul. Han salido para alla nadando, llegaran manana por la manana. ?Dejara usted que Pavlysh venga con nosotros?
— No soy quien para mandarle. Que conozca a Stas Fere. Precisamente estabamos hablando de las bioformas. Casi pacificamente.
— Me imagino que le habra usted puesto la cabeza como un tambor — dijo Ierijonski —. Pavlysh conoce ya a Stas.
— ?Como es eso? — exclamo, asombrado, Pavlysh.
— Lo vio usted abajo, cuando fuimos son Sandra al acuario.
— No — dijo Pavlysh —, yo no vi alli a Fere.
— Sandra se fue con el — dijo Ierijonski —. Con el y con Poznanski.
— ?Los tiburones? — pregunto Pavlysh.
— Si, se parecen a los tiburones.
— ?Son, entonces, bioformas?
— Fere actuo ya varios meses en los pantanos de Siena. Lo hicieron para trabajar alli. Es aquello un mundo de espanto — dijo Dimov.
— Stas me ha dicho — observo Ierijonski — que aqui se siente como en un balneario. Ni peligros, ni rivales… Es en este oceano mas fuerte y mas veloz que todos.
— ?Pero eso supone la reconstruccion de todo el organismo!
— Ahora hay en el mundo dos Fere. Uno, aqui, en el oceano, y el otro en la Tierra, codificado, celula por celula y molecula por molecula, en la memoria del Centro.
— Bien — dijo Dimov, y se levanto de la butaca —, basta ya de charlar, si no se reunira aqui, poco a poco, toda la Estacion. Siempre nos alegra no trabajar. Confio en que ahora tendra ya usted una idea, a grandes rasgos, de lo que nos ocupa. Quizas cuando la primera impresion se sedimente, comprenda todavia mas…
La canoa desatraco del muro de la gruta, y los rayos de luz de las lamparas se deslizaron, reflejandose en las convexas portillas. Inmediatamente, la canoa se sumergio, y tras las portillas se hizo la oscuridad. Van gobernaba los timones, y las luces de los aparatos ponian siniestros reflejos en su cara. La canoa se metio por debajo de la roca que cerraba la entrada a la gruta, navego cierto tiempo a gran profundidad, fue luego subiendo, y, tras las portillas, el agua adquirio una luz azul marino y, despues, verde botella.
La canoa emergio, se sacudio el agua y navego rauda, cortando las crestas de las olas, que golpeaban ruidosa y duramente en el fondo, como si un habil herrero la batiera con un mazo.
El joven, fuerte y grueso Pflug contaba las latas que habia en la maleta.
— No podria usted imaginarse la de seres vivos que hay alli — dijo dirigiendose a Pavlysh —. Si Dimov lo permitiera, me instalaria cerca del Monte Torcido.
— Y te alimentarias de moluscos — dijo Ierijonski.
— Vivir en esa isla es peligroso — tercio Van —. Es una zona sismica. Un paraiso para los geologos: ahi nace un continente.
— Para mi tambien es un paraiso — dijo Pflug —. Nos hallamos aqui en un tiempo fabuloso: se forman grandes areas de tierra firme, y el mundo animal empieza a poblarlas.
A la derecha aparecio sobre el horizonte una negra columna.
— Es un volcan submarino — explico Van —. Alli habra tambien una isla.
— ?Por que eligieron este planeta? — pregunto Pavlysh.
— Es mejor que muchos otros — dijo Ierijonski —. Aqui las condiciones no son, digamos, extremas, pero al hombre no le es facil explorarlo. La atmosfera es enrarecida, las temperaturas son bajas, y gran parte de la superficie esta cubierta de oceano primitivo. Aqui todo es aun joven, no ha terminado de formarse. En general, resulta un poligono comodo. Aqui probamos nuevos metodos y buscamos nuevas formas, de ser posible universales. Aqui se entrenan bioformas que han de trabajar en puntos dificiles. Cuando pase algun tiempo con nosotros, comprendera por que nos place que pusieran a nuestra disposicion este charco…
Mientras tanto, el charco hacia rodar a su encuentro dulces olas verdes, y su inmensidad pasmaba. La conciencia de que por mas que se navegara no se encontraria nada, de no ser islotes y rocas emergentes del agua, la conciencia de que no habia alli ni continentes ni, siquiera, grandes islas, hacia que aquel oceano pareciera la perfeccion misma. En la Tierra habia oceanos. Alli, Oceano con mayuscula.
El sol tocaba a su ocaso, calmo, difuminado por las capas de esponjosas nubes que cubrian el astro con su cendal. Solo lejos, a un lado, se amontonaban negros nubarrones que apenas si se alzaban sobre el horizonte. Lo mas seguro era que aquello fuese el infierno, que alli se afanaran los Volcanes.
La isla Monte Torcido aparecio al cabo de unas tres horas. De la Estacion a ella habia cerca de quinientos kilometros. Era un torcido monte que, al parecer, tratara larga y trabajosamente de salir del oceano y hubiera logrado sacar ya del agua un solo hombro. El segundo quedaba sumergido. Por ello la cabeza del monte se inclinaba a un lado, y alli, sobre una profunda fosa, comenzaba un tajo de unos quinientos metros. En cambio, la otra parte de la isla era de dulce pendiente y la enmarcaba un playon salpicado de piedras y de penascos.
Van imprimio mayor velocidad a la canoa y la hizo despegar de la superficie del agua, pasar por encima de una ancha franja de espumosas olas, que se arremolinaban alrededor de los arrecifes, y amerizar en lugar poco profundo.
Alli donde terminaba la franja del playon y comenzaba la ladera de la montana habia una pequena cupula argentada.
— Es nuestra casita — explico Ierijonski.
Vistieron las caretas. Soplaba un ventarron que arrastraba punzantes cristales de nieve. Una fina capa de hielo cubria el agua junto a la orilla.
— A la manana, el hielo tendra el grosor de un brazo — dijo Van —. Cierto que la salinidad no es aqui muy elevada.
— Ahora, a cenar y a dormir — dijo Pflug.
Salto el primero a la arena desde la proa de la motora, que salia bastante lejos a la orilla, tendio luego las manos, y Van le paso un cajon con latas. Un frio viento heria las mejillas. Todos, a excepcion de Pavlysh, se bajaron las transparentes viseras. Tenia el viento la fuerza y la lozania de un mundo nuevo.
— Se va a helar por falta de costumbre — dijo Ierijonski, y su voz sono en el casco laringofonico sordamente, como si llegara de lejos.
Van abrio la puerta del refugio. Por dentro soportaba la cupula un solido costillar metalico. La casita habia sido construida de modo que pudiera resistir lo que fuese.
— En el peor de los casos — comento Van —, se vera arrojada de la orilla, al mar, y nosotros luego la recogeremos.
Ierijonski conecto la calefaccion y dio salida al aire. La casita se calento muy rapidamente.
Un tabique dividia en dos partes el refugio, en la delantera, la comun, habia mesas de trabajo, maquinas y aparatos de control. Tras el tabique se hallaban el almacen y el dormitorio.
— Ahora mismo preparamos la cena — dijo Pflug —. Confieso, pecador de mi, que me gustan las conservas. Toda la vida comeria rancho en frio, pero mi mujer no me lo permite.
— ?Quien uso mi cuchara y durmio en mi cama? — pregunto rigurosamente Ierijonski, acercandose a la mesa —. ?Quien estuvo aqui de visita?
— Lo sabes — dijo Van — ?Para que preguntas?
— Pedi que nadie tocara mi maquina.
Ierijonski mostro un diagnosticador portatil que se veia en un rincon. De el salia una cinta que se amontonaba en el piso.