— Van — continuo Dimov en el mismo tono impasible —, comunique inmediatamente con la Cima, que vuelen aqui.

— ?Para que? — pregunto Van, que no lo habia entendido.

— Para buscar. Vamos a buscar. Aqui las profundidades no son grandes.

— No puedo soportar la inactividad — dijo Ierijonski —. Saldre a su encuentro en la canoa.

— La canoa la conducira Van — dispuso Dimov —. Lo acompanara Ierijonski. Usted, Pavlysh, atendera la radio y, si hace falta, volara en el flayer.

Pavlysh se acerco a la radio y se detuvo detras de Van, que se levanto y dijo:

— Ahi tiene todos los indicativos. La radio es standard. ?La conoce?

— La estudiamos.

Van bajo la voz y dijo a Pavlysh, al oido:

— No discuta con Dimov. Ahora es un manojo de nervios. El cataclismo va a ocurrir de un momento a otro. Ierijonski sufre un ataque de histeria, y los submarinistas buscan perlas en la Gruta Azul, sin saber lo que les espera cuando lleguen aqui.

— ?Esta seguro de que la alarma no es falsa?

— Las demas variantes son demasiado peligrosas — respondio laconicamente Van, y tomo su mono y su careta.

Tras la ventana aparecio fugaz algo blanco, como si sacudieran alli una sabana.

— ?Vaya! — exclamo Van, asomandose al exterior —. En mentando al ruin de Roma, al punta asoma. ?Ahi esta Alan!

— ?Donde? — pregunto Dimov.

— Ha venido sin que yo lo llamara. Ande y demuestre ahora que no existe la telepatia.

La ventana se hallaba delante mismo de Pavlysh. Por la orilla, mojada y negra porque la nieve se habia derretido, se acercaba lentamente un enorme pajaro blanco. Como el que Pavlysh viera el dia de su llegada.

Ierijonski ya se habia equipado y estaba abriendo la escotilla. Dimov se calo tambien la careta.

— Pavlysh, quedese aqui. No se aparte de la radio. Si hay algo urgente, me llama. Voy a hablar con Alan.

— De la Estacion comunicaron que un flayer habia salido en busca de los submarinistas. Preguntaban que habia de nuevo en el refugio. Pavlysh respondio que, por el momento, nada.

En el exterior, Dimov conversaba con el pajaro. Este apenas si le llegaba a la cintura, pero sus alas, aun plegadas, tenian unos tres metros, y sus puntas se apoyaban en la ancha cola. La cabeza era pequena, de pico corto e inmoviles ojos azules.

Otra sacudida hizo retemblar la vajilla, que no habian retirado. Llamo Niels y dijo con su queda voz mecanica:

— Oye, Van, ?en donde se encuentra la Gruta Azul?

— Van ha salido en la canoa. Seguramente habra ido alli. Yo no se exactamente en donde esta la gruta esa.

— ?Ah! ?es Pavlysh? Entonces, anota los parametros exactos del epicentro.

Tras la ventana, Dimov se arrebujaba en su cazadora. Tenia mucho frio. El pajaro, bamboleandose, corrio torpemente a una larga mole petrea que se adentraba en la laguna, extendio las alas y se convirtio al instante en una vela de seis metros. Antes de que hubiera llegado a la punta de la mole, el viento contrario lo elevo al aire, y, para no perder el equilibrio, batio con fuerza las alas y fue cobrando altura.

Dimov se entretuvo en el adaptador y luego abrio la escotilla, dejando entrar una nube de vapor. Trataba de dominar el temblor que lo sacudia.

— Creia que me moria — dijo —. ?Bravo por Alan!

— ?Por que? — pregunto Pavlysh.

— No le gustaron las olas en aquel sector. El tiene su teoria, que podriamos llamar grafica. Adivina el caracter y el lugar del terremoto que se avecina por el dibujo de las olas. Para el, eso no es dificil, desde arriba se ve todo. Tiene unas discusiones de espanto con los sismologos. Alan cree que su teoria es la panacea universal, pero ellos la consideran algo asi como adivinar por los posos de cafe. Seguramente tienen razon, por algo son especialistas… ?No me ha llamado nadie?

— Niels pidio que le transmitiera los datos del pronostico.

— ?Venga!… ?Si, bravo por Alan! ?Venir precisamente aqui! ?Sabe, Pavlysh? yo tengo mas fe en los pajaros que en nuestra canoa. Si Alan no hubiese venido, habria tenido que enviarlo a usted en el flayer.

— Habla la Cima. La Cima llama al refugio — dijo el receptor.

— ?Quien escucha?

— El refugio escucha — respondio Pavlysh.

Dimov se acerco.

— Aqui Saint-Venan. Salimos.

— Bien — dijo Dimov —. No se olviden de tomar consigo la radio.

— ?Comprende? — agrego Dimov, volviendose hacia Pavlysh —, nuestras emisoras son buenas para los geologos y otros habitantes de tierra firme. Se la cuelgan de pecho y andando. Pero son incomodas para las bioformas. A la mas minima, procuran deshacerse de ellas. En efecto, ?para que quiere una bioforma volante trescientos gramos de peso? Para ella, cada gramo es superfluo.

Pflug regreso al refugio. Estuvo un buen rato afanado en el adaptador, suspiraba, hacia ruido con sus botas y, por fin, se metio con dificultad por la escotilla.

— Ha sido un dia pasmoso — dijo cuando disponia sobre la mesa sus trebejos —. Tres normas, tres normas, por lo menos. Ejemplares rarisimos, y ellos mismos salen a la orilla.

Vio que Pavlysh estaba atendiendo la radio y dijo:

— Vi como partia la canoa. Pero no me dio tiempo de preguntar nada. ?Aun no han llegado los submarinistas?

— Prepara, por si las moscas, el botiquin — dijo Dimov.

— Seguramente, yo hare eso mejor — observo Pavlysh, usted quede por ahora al cuidado de la radio.

— En primer lugar — objeto Dimov —, Pflug, como radista, es una calamidad. En segundo, sospecho, Pavlysh, que usted no es mejor veterinario. Se olvida de que, biologicamente, nuestros amigos y colegas no figuran entre los antropoides.

— Si — dijo Pflug —, cierto, por mas lamentable que sea. Pero estoy seguro de que no ocurrira nada malo.

Abrio un cajon que habia en un angulo, junto al tabique, y se puso a tomar de alli brillantes instrumentos y preparados, mirando al mismo tiempo los botes con sus trofeos.

Llego un despacho del flayer que volaba desde la Estacion, habia recorrido ya cincuenta kilometros. Por el momento no habia descubierto nada en el oceano.

Pavlysh veia por la ventana que Goguia corria ladera abajo. Lo seguia Niels, cargado de aparatos de control.

— ?Que hay de la canoa? — pregunto Dimov.

Pavlysh se puso en comunicacion con ella.

— Todo el tiempo emitimos senales — dijo Van —. Por ahora no responden. ?Que hay de nuevo ahi?

— Nada.

— ?Refugio! — interfirio la monotona y alta voz de un pajaro.

Pavlysh todavia no habia aprendido a distinguir las voces de las bioformas. Por lo visto, todas usaban dispositivos de fonacion de un mismo tipo.

— ?Refugio! ?Veo a Sandra!

— ?En donde? — pregunto Pavlysh.

— Al suroeste de Monte Torcido. A treinta millas. ?Me oye?

— ?Que hace? — grito Ierijonski —. ?Que le pasa?

— Se mantiene a flote, pero no me ve.

— Canoa — dijo Dimov —, diganos cual es su cuadricula.

— 13-778 — dijo Van —. Al noroeste de la isla.

Dimov conecto la pantalla del mapa.

Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату