John Tigwood estaba en la taberna la noche que todos habian escuchado al Trotador decir que habia descubierto los recipientes secretos. Por despecho, debia de haber hurtado las herramientas del Trotador. Despues, si el Trotador habia visto a Tigwood manipulando mi computadora el domingo… Pude imaginar a Tigwood cuando se dirigia a su automovil por la maquina para desmontar neumaticos del propio Trotador, caminar al granero detras de el y lanzar un solo golpe letal.
Libere el freno y me puse en marcha por el camino.
– Supongo -aventure- que fue el mismo Tigwood, al leer todos esas revistas medicas, el que descubrio lo de las garrapatas. Y el que sabia tambien lo que se necesitaba para traer el virus de Yorkshire por encargo de Tessa Watermead.
Lewis se quedo otra vez sin habla. Lo mire.
Le adverti:
– No tienes muchas probabilidades si no estas dispuesto a testificar. Tessa nos conto a mi y a su padre lo que hiciste.
Entonces llame por telefono a Sandy Smith y lo invite a ir en su patrulla a Centaur Care.
– Trae tus esposas -sugeri.
Lewis se tardo un kilometro y medio, lento y doloroso, para poder decidirse, pero cuando cruzamos las rejas de las oficinas centrales de una desafortunada obra de caridad a punto de derrumbarse, repuso, mascullando:
– De acuerdo. Atestiguare.
Ese viejo lugar estaba atestado de gente.
El Range Rover de Lorna Lipton estaba estacionado en la entrada. Lorna hablaba con John Tigwood y habia unos ninos corriendo cerca de ahi. Los dos hijos mas pequenos de Maudie y Cinders.
Aziz se encontraba afuera del Fourtrak, tambien Nina y Guggenheim. Detuve el camion y salte al suelo. Sandy Smith se unio a la multitud, las luces de su patrulla destellaban, llevaba su uniforme abotonado y no habia hecho sonar la sirena.
– ?Que es lo que esta sucediendo? -pregunto John Tigwood, que parecia perplejo.
No estaba seguro de como iba a reaccionar. Mantener a salvo a los ninos era la prioridad en ese momento. Le indique a los pequenos de Maudie:
– Llevense a Cinders y metanse debajo del camion.
Se rieron.
– ?Vayan! -ordene-. Jueguen a que son unos piratas ocultandose en una cueva, o algo asi.
Los tres ninos lo hicieron. Lorna comento:
– Pero van a ensuciarse.
– Ya los limpiaremos.
Tigwood pregunto:
– ?Por que has venido?
– Lewis y yo te trajimos tu conejo con garrapatas.
Tigwood, enojado, camino a zancadas hasta el lado del pasajero del camion y abrio la puerta de golpe.
– ?Lewis! -grito. Se escucho como un chillido.
Lewis se retrajo para alejarse de el.
– Lo sabe todo -respondio con desesperacion-. Freddie esta enterado absolutamente de todo.
Tigwood extendio un brazo dentro de la cabina y saco a Lewis por la fuerza. Aterrizo estruendosamente en el suelo y se golpeo el hombro. Tigwood le dio un puntapie en el rostro y volvio su atencion hacia mi.
– Te matare -advirtio con seguridad; tenia el rostro palido.
Lo decia en serio. Lo intento. Corrio velozmente hacia mi y me estrello contra el costado del camion. Su aspecto larguirucho era enganoso. No contaba con un hacha o una maquina para desmontar neumaticos, solo la fuerza de las manos; y estas, si hubieramos estado solos, habrian sido suficientes.
Aziz se acerco desde atras y lo arrastro para alejarlo de mi. Le torcio un brazo por detras de la espalda hasta que llego casi al punto de fracturarselo. Tigwood grito. Sandy saco sus esposas y auxiliado por Aziz las coloco en las munecas de Tigwood por detras de la espalda.
– ?Que sucede? -pregunto Sandy.
– Creo que descubriras que John Tigwood deshizo mi casa con un hacha -replique-. Supongo que no tienes a la mano una orden de arresto.
Sandy nego con la cabeza, pensativo.
– No, pero no la necesitara -repuso Aziz-. ?Que es lo que tengo que buscar?
– Un hacha. Una maquina para desmontar neumaticos oxidada. Una tarima para deslizarse debajo de los camiones. Una caja registradora gris de metal que tiene un parche limpio en medio de la suciedad. Tal vez todos estos objetos esten en su automovil. Si los encuentras, no los toques.
Su sonrisa resplandecio, franca y feliz.
– Ya entendi -respondio. Dejo que Sandy se hiciera cargo de Tigwood y corrio, alejandose de nuestra vista.
Lorna gimio desolada.
– John, ?que has hecho?
Nadie le respondio.
John Tigwood me miro con odio descarnado y en un arranque de rabia encendida me llamo desgraciado, entre otros muchos epitetos. Nunca sospeche la fuerza avasalladora de su odio, a pesar de las muestras que habia dejado con el hacha en mi casa. Sandy, que habia visto en su vida muchas cosas terribles, estaba profundamente impresionado.
Aziz reaparecio camino de los desvencijados establos.
– Todo esta aqui, en uno de los corrales, debajo de una manta para caballos.
Sandy Smith me dirigio una sonrisa breve, al tiempo que llevaba a Tigwood a empellones hacia el camion.
– Creo que es hora de llamar a mis colegas.
– Supongo que asi es -admiti-. De aqui en adelante pueden hacerse cargo.
– Y el Jockey Club se encargara de Benyi Usher -repuso Aziz. Otro automovil se nos unio. No se trataba todavia de los colegas de Sandy, sino de Susan y Hugo Palmerstone, acompanados de Maudie. Michael les habia dicho que los ninos se encontraban ahi con Lorna. Los padres habian venido para llevarselos a casa. Descubrir a John Tigwood con las manos esposadas, los horrorizo.
– ?Donde estan los ninos? -pregunto Susan preocupada-. ?Donde esta Cinders?
– Estan a salvo -me agache y mire debajo del camion-. Ya pueden salir -dije.
Guggenheim toco mi brazo al incorporarme.
– ?Trajo usted… quiero decir… -balbuceo-, el conejo se encuentra aqui?
– Creo que si.
El cientifico se veia inmensamente feliz. Llevaba consigo una jaula pequena de plastico blanco y tambien traia puestos unos guantes protectores.
Los dos hijos de Maudie Watermead salieron de debajo del camion y se pusieron de pie, sacudiendose la tierra y la paja. Uno de ellos me dijo en voz muy queda:
– A Cinders no le gusta estar ahi. Esta llorando.
– ?En verdad? -me puse de rodillas y mire debajo del camion. Estaba acostada boca abajo, el rostro contra el suelo, todo el cuerpo le temblaba.
– Por favor, sal de ahi -le suplique.
No se movio.
Me acoste de espaldas al suelo y meti la cabeza debajo del costado del camion. Me arrastre hacia atras sobre los talones, cadera y hombros hasta que llegue a la pequena. Descubri que habia circunstancias por las que podia meterme debajo de toneladas de acero sin pensarlo siquiera.
– Ven -le dije-. Saldremos juntos.
Replico, estremeciendose.
– Tengo mucho miedo.
– Escucha, Cinders, no hay nada que temer -levante la mirada al chasis de acero que no se encontraba muy alejado del rostro. Trague saliva-. Ahora, ponte de espaldas -sugeri-. Tomame de la mano y saldremos juntos.
Acerque mi mano a la de ella y Cinders la sujeto con fuerza.