al borde del camino. La segui hasta alla, pero no pude distinguir por donde se habia ido. Era un camino rural, sin muros, habia cientos de arboles y arbustos. Se necesitaria un ejercito para encontrarla.

Perplejo y desanimado, regrese al camion. La puerta del conductor estaba abierta de par en par, como la habia dejado el hombre. Trepe con torpeza, me situe detras del asiento, busque en el compartimiento y encendi la luz de la cabina para ver mejor.

Habia una bolsa de plastico que, al revisarla, tenia restos de comida de la que Gardner compraba: envolturas de barras de chocolates, la caja vacia de un sandwich con la etiqueta: CARNE DE VACUNO Y TOMATE y dos latas vacias de Coca-Cola.

Devolvi la bolsa a su lugar. Era responsabilidad de cada conductor mantener limpio su propio camion y no me sentia con animos para reprender a Brett. Lo que fuera que Dave y el hubieran hecho ese dia, al haber traido a un hombre de negocios moribundo, parecia ser solo el comienzo.

Cerre con cuidado las puertas nuevamente y volvi a la casa una vez mas. Ya adentro, me quite las botas y el impermeable y corri escaleras arriba para buscarles sustitutos: dos sueteres, pantalones vaqueros, calcetines y zapatos que me permitieran correr. Saque mi vieja bolsa de dormir de una alacena y luego baje para buscar tambien una chaqueta acolchada y unos guantes.

Con todos esos aditamentos para tratar de darme calor, cruce una vez mas hacia el camion y me instale en el asiento delantero; me sentia moderadamente comodo de cuerpo, no asi de mente.

El tiempo transcurrio con rapidez. Dormite.

Nadie vino.

Capitulo 2

COMO ERA PREDECIBLE, me desperte completamente rigido y aterido tan pronto como el sistema de alumbrado de la naturaleza empezo a sustituir al artificial.

Aun bostezando, arrastre los pies hasta la cocina en busca de calor y cafe. Los diarios y el correo ya habian llegado. Clasifique las facturas, lei las paginas dedicadas a las carreras de caballos y luego conteste las primeras llamadas telefonicas del nuevo dia.

Mi rutina diaria de trabajo empezaba a las seis o siete de la manana y terminaba por lo general cerca de la media noche, aun los domingos, pero era una forma de vida, no una penuria. Para los entrenadores era lo mismo, ya que todos parecian creer que si se levantaban y atendian a sus caballos al amanecer, los que trabajaban para ellos tenian que estar disponibles por igual.

Los planes tendian a cambiar de la noche a la manana. La primera llamada de ese dia, un viernes, fue la del entrenador de un caballo que se habia lastimado y no podria correr en Southwell. Sin perdida de tiempo, llame a mi jefe de conductores y le avise de la cancelacion.

Colgue el auricular de la cocina y me dirigi a la sala, donde el extenso cuadro semanal que mostraba las rutas de los camiones, los caballos que transportaban y a quien pertenecian ocupaba casi toda la superficie del escritorio. Siempre hacia mis anotaciones con lapiz, debido a los constantes cambios.

En una mesa contigua, que quedaba a la mano con solo girar el sillon verde de cuero, tenia una computadora. En teoria, era mas sencillo traer a la pantalla la informacion sobre cada camion para asentar o modificar sus itinerarios. En realidad, conservaba ahi un registro detallado y permanente de los viajes, una vez que se completaban, aunque para contar con un panorama general anticipado todavia me aferraba al lapiz y al borrador.

Alla en la granja, en la oficina central, Isobel y Rose, mis dos brillantes secretarias, se encargaban eficazmente de que los registros de la computadora resultaran fidedignos, y se desesperaban con mis metodos pasados de moda. La terminal que se encontraba en mi sala era como una subestacion en la que aparecian todos los cambios que ellas realizaban en la computadora principal, y ese era el proposito mas importante para el que yo la utilizaba: inspeccionar lo que habian organizado en mi ausencia.

Lei una lista de lo que parecia ser un viernes tipico de la primera semana de marzo. Dos camiones viajarian al norte rumbo a Southwell, donde se celebraban carreras de salto y de pista plana durante el invierno, en un hipodromo adecuado para todo tipo de climas. Cuatro camiones recogerian a los corredores del programa vespertino de salto de vallas en Sandown, al sur de Londres. Un camion de los mas grandes llevaria yeguas de crianza a Irlanda. Otro remolque, con capacidad para seis caballos, iba a transportar el mismo tipo de yeguas a Newmarket; otro iria a Gloucestershire; uno mas le llevaria unas yeguas a un semental en Surrey.

Uno de los camiones habia sido programado para recibir mantenimiento. Otro viajaria a Francia. Uno mas llevaria las potrancas de Jericho Rich a Newmarket. A Brett y a su camion para nueve caballos, estacionado por ahora fuera de mi ventana bajo la paulatina claridad del amanecer, les correspondia pasar el dia yendo y viniendo para transportar toda una cuadra perteneciente a una entrenadora que iba a mudarse de Salisbury Plain a Pixhill.

Mi jefe de conductores me telefoneo. Le deciamos Harve, diminutivo de Harvey.

– Pat esta enferma -me informo-. Cayo en cama. Esa gripe es un fastidio.

– ?Como sigue Gerry?

– Todavia mal. Podriamos posponer el traslado de esas yeguas de crianza hasta el lunes.

– No se puede, estan muy proximas a parir. Dave puede llevarlas a Gloucestershire en lugar de Pat -senale-. Aunque quiero que venga aqui primero. Cuando se presente en la granja, mandalo de inmediato para aca. A Brett tambien.

– Asi lo hare -respondio-. ?Es acerca del difunto?

– Si. Y dile al 'Trotador' que lo necesito de inmediato.

– ?Algo mas?

– De seguro algo se presentara en cinco minutos.

Rio y colgo. Pense, como a menudo lo hacia, que era muy afortunado al contar con el. En mis epocas de jockey, Harvey fue mi asistente en el cuarto de la bascula, todos los dias me traia mis sillas y pantalones de montar limpios para las carreras. Ese era un servicio personal intimo: eran muy pocos los secretos fisicos que podian ocultarse a un asistente.

Cuando adquiri la empresa de transporte, un dia se presento Harvey en mi puerta y me pregunto si estaria dispuesto a darle un empleo si tomaba un curso y conseguia un permiso para conducir vehiculos pesados para el transporte de bienes y mercancias. Respondi que si, porque siempre nos llevamos bien, y de ese modo tan informal adquiri el mejor lugarteniente que hubiera podido imaginar. Tenia el cabello rubio rojizo y mano dura, mas o menos de mi misma edad y media unos cuatro o cinco centimetros mas que yo. Decepcionado de la vida, tenia la agilidad para denigrar a los demas, pero con un estilo que lo hacia a uno sonreir.

Fui al piso de arriba, tome una ducha, me afeite y regrese poco despues a mi escritorio ante la vista ininterrumpida del camion.

El 'Trotador', que era el mecanico de la compania, subio en su camioneta por el sendero de la entrada y sus neumaticos rechinaron hasta detenerse a unos cuantos centimetros del camion. Era un hombre vivaz, patizambo, calvo y hablaba con acento cockney, caracteristico de los barrios bajos de Londres. Se escurrio como una anguila de la camioneta y despues se aproximo a la casa con su peculiar modo de andar que le habia ganado su apodo, un bamboleo como el de los trotadores de velocidad. Me dirigi a la puerta para recibirlo y caminamos juntos de regreso hacia el camion.

– ?Por que el 'fuego', pues? -dijo.

Hablaba en su propia jerga cockney rimada; yo, en realidad, siempre habia pensado que el mismo Trotador urdia la mayor parte de esas expresiones aunque ya me habia acostumbrado a su forma de hablar. Cuando decia 'fuego', teniamos que entender 'fuego' y 'quema': problema.

– Revisa muy bien, por favor -le respondi-. Mira debajo del camion y asegurate de que no haya fugas o alguna carga adicional.

Lo observe mientras revisaba a conciencia el motor, su mirada era agil, los dedos, delicados.

– Todo esta bien -comento.

Se dirigio a su camioneta y saco de alli una tarima. Se coloco boca arriba encima de ella y se deslizo por debajo del camion.

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