—?Que esperan ellos?
— Ni ellos mismos lo saben. Algo. Cualquier cosa. No es la « Operacion Pensamiento », es la « Operacion Desesperacion ». A decir verdad, seria necesaria que uno de nosotros tuviese el coraje de anular el experimento y de asumir la responsabilidad de la decision. Pero la mayoria piensa que ese coraje seria una senal de cobardia, el primer paso atras, una retirada indigna del hombre. Como si fuese digno del hombre meterse de cabeza en algo que no entiende ni entendera jamas. — Hice una pausa, pero tuve de pronto otro acceso de colera. — Naturalmente, no les faltan argumentos. Pretenden que aunque no establezcamos algun contacto no habremos perdido el tiempo estudiando ese plasma, esas ciudades vivientes que aparecen y desaparecen a lo largo del dia, y que al fin descubriremos el secreto de la materia. Saben bien que se enganan a si mismos, es como si se pasearan por una biblioteca donde todos los libros estan escritos en una lengua incomprensible. ?Lo unico familiar es el color de las encuadernaciones!
—?No hay otros planetas como este?
— Tal vez. No hemos tropezado con ningun otro. En todo caso, es de una clase extremadamente rara. No como la Tierra. La Tierra es de un tipo comun: ?la hierba del universo! Y nos vanagloriamos de esa universalidad. No imaginamos que pueda haber algo muy distinto, y con esta idea partimos hacia otros mundos. ?Y que haremos con esos otros mundos? Dominarlos o que ellos nos dominen: ?no hay otra idea en nuestros pateticos cerebros! Ah, cuanto esfuerzo inutil.
Me levante. Revolvi a tientas el botiquin. Mis dedos reconocieron el frasco ancho y chato de las pastillas para dormir.
Me volvi en la oscuridad.
— Voy a dormir, querida. — Bajo el cielo raso zumbaba el ventilador. — Tengo que dormir.
Me sente en la cama. Harey me toco la mano. Me deje caer hacia adelante, arrastrando a Harey, y asi nos quedamos, inmoviles, abrazados. Me dormi.
A la manana desperte descansado y fresco. El experimento me parecia un asunto insignificante; no entendia como habia podido dar tanta importancia a mi encefalograma. Tampoco me preocupaba ya tener que llevar a Harey al laboratorio. Ella trataba de dominarse, pero no podia pasar mas de cinco minutos sin verme y oirme, aunque fuera de lejos, y yo habia renunciado a insistir con las pruebas. Ella hasta estaba dispuesta a dejarse encerrar en alguna parte. Le pedi que me acompanara, y le aconseje que llevara un libro.
Me interesaba sobre todo saber que encontrariamos en aquel laboratorio. El aspecto de la sala grande, pintada de azul y blanco, no tenia nada de particular, pero los estantes y los armarios destinados a los instrumentos de vidrio parecian vacios. El vidrio de un armario estaba rajado, y algunas puertas no tenian paneles. Parecia como si poco antes hubiese habido alli una lucha, y alguien hubiera intentado borrar todos los rastros.
Snaut, atareado junto a un aparato, se comporto bastante correctamente; no se mostro asombrado cuando vio entrar a Harey y la saludo con una leve inclinacion de cabeza.
Yo ya me habia acostado y Snaut me humedecia las sienes y la frente con suero fisiologico, cuando se abrio una puerta estrecha y Sartorius salio de una habitacion a oscuras. Llevaba una tunica blanca y un delantal negro que le llegaba a los tobillos. Me saludo con autoridad, con un aire muy profesional, como si estuviesemos en un gran instituto de la Tierra — dos investigadores entre centenares de otros sabios— y como si prosiguieramos con el trabajo de la vispera. No tenia puestos los anteojos negros, pero note que llevaba lentes de contacto; pense que eso explicaba aquella mirada inexpresiva.
Cruzado de brazos, Sartorius observaba a Snaut, que habia conectado los electrodos y ahora me ponia una venda blanca alrededor de la cabeza. De cuando en cuando miraba alrededor, ignorando a Harey. Encaramada en un taburete, de espaldas contra la pared, Harey fingia leer un libro.
Snaut dio un paso atras, y movi la cabeza cargada de discos metalicos y cables. Espere a que Snaut encendiera el aparato pero Sartorius alzo una mano, e inicio un florido discurso.
— Doctor Kelvin, un instante de atencion y de concentracion, por favor. No es mi intencion dictarle a usted una cierta secuencia de pensamientos, pues eso falsearia la experiencia. Pero le aconsejo que deje de pensar en si mismo, en mi, en nuestro colega Snaut. Trate de eliminar cualquier referencia a algun individuo, y concentrese en el asunto que nos ha traido aqui. La Tierra y Solaris; el cuerpo de los sabios considerado como un todo unico, aun cuando las generaciones se hayan sucedido, y el hombre, en tanto que individuo, tenga una existencia limitada; nuestras aspiraciones y nuestros repetidos intentos de establecer algun contacto intelectual; el largo devenir historico de los hombres; la certidumbre de que somos los continuadores de ese progreso; nuestra determinacion de renunciar a todo sentimiento personal y llevar adelante la mision que nos fue encomendada; los sacrificios que no eludiremos; las dificultades que intentaremos superar… Estos son los temas que le convendria tener en mente. La asociacion de ideas no depende enteramente de la voluntad de usted.
« Sin embargo, el hecho mismo de que se encuentre aqui, garantiza la autenticidad de la serie que acabo de presentarle. Si no esta seguro de haber llevado a cabo la tarea en las mejores condiciones posibles, digalo, se lo ruego, y nuestro colega Snaut recomenzara el registro. Nos sobra tiempo…
Junto con estas ultimas palabras, Sartorius habia esbozado una sonrisita seca, pero conservando aquella mirada inexpresiva. Yo trataba de desembrollar la fraseologia pomposa que el habia emitido con la mayor seriedad.
Snaut rompio al fin el silencio.
—?Listo, Kris?
Snaut apoyaba el codo en el tablero de comando del electroencefalografo como en el respaldo de una silla, y parecia muy tranquilo. Me senti mejor, y le agradeci que me hubiese llamado por mi nombre de pila.
Cerre los ojos.
— Listo.
Cuando luego de fijar los electrodos, Snaut se habia acercado al tablero de comando, me habia acometido una angustia subita; ahora esa angustia se disipaba tambien con rapidez. Entornando los parpados alcance a ver las luces rojas que titilaban en el tablero negro. Ya no sentia el contacto humedo y desagradable de los electrodos metalicos, esa corona de frias medallas que me circundaba la cabeza. Mi mente era una arena gris y vacia, bordeada por una muchedumbre de espectadores invisibles, amontonados en graderias, atentos, silenciosos; y de ese silencio emanaba un desprecio ironico por Sartorius y la Mision. ?Que improvisaria yo para aquellos espectadores interiores? Harey… pronuncie el nombre con inquietud, listo para retirarlo en seguida. Pero no hubo protestas. Insisti, embriagado en ternura y dolor, dispuesto a soportar largos sacrificios… Harey me colmaba totalmente; ella no tenia cuerpo, no tenia rostro; respiraba en mi, real e imperceptible. De pronto, a la luz gris, inscrita en esa presencia desesperada, vi la cara docta y profesoral de Giese, el padre de la solaristica y de los solaristas. No veia yo la erupcion de fango, la voragine nauseabunda que habia engullido unos lentes de oro y un bigote pulcramente cepillado; yo veia el grabado en la portada de la monografia, los concisos trazos de lapiz con que el dibujante le habia aureolado la cabeza, una cabeza que se parecia tanto a la de mi padre (no en las facciones sino en la expresion de prudencia y honestidad anticuadas), que al fin yo no sabia cual de los dos me estaba mirando: mi padre o Giese. Los dos habian muerto, y ninguno habia recibido sepultura; pero en nuestra epoca los muertos sin sepultura no son raros.
La imagen de Giese desaparecio y durante un rato me olvide de la Estacion, de la experiencia, de Harey, del oceano negro; los recuerdos inmediatos se desvanecieron ante la certeza abrumadora de que esos dos hombres, mi padre y Giese, vueltos ahora al polvo, habian enfrentado en otro tiempo todos los azares de la existencia, y esa certidumbre me procuro una paz profunda que desplazo a la muchedumbre apinada alrededor de la arena gris a la espera de mi derrota.
Oi el chasquido de los interruptores; la luz de las lamparas me atraveso los parpados. Pestanee. Sartorius no se habia movido; me observaba. Snaut, vuelto de espaldas, operaba el aparato; me parecio que se complacia en hacer restallar las sandalias, que se le salian de los pies.
—?Piensa usted que la primera etapa ha tenido exito, doctor Kelvin? — pregunto Sartorius con esa voz nasal que yo detestaba.
— Si.
—?Esta seguro? — insistio bastante sorprendido, y tal vez con cierta desconfianza.
— Si.
Mi seguridad y el tono cortante de mi respuesta triunfaron brevemente sobre el empaque de Sartorius.
— Ah… bueno — farfullo.
Snaut se me acerco y comenzo a desenrollar el vendaje que me cenia la cabeza. Sartorius retrocedio, titubeo,