manos sobre el secante, miro furtivamente a Alex y le dedico una amplia sonrisa que casi parecio una mueca estupida.
Ella observo su llamativo traje de cuadros y su aburrida corbata de lana de color barro.
– Philip Main me dio su nombre.
– ?Ah, si! -Su rostro se retorcio como una esponja, lanzo una mirada furiosa y alzo un brazo como si quisiera detener un taxi-. Los pergaminos del mar Muerto. Muy interesante. Durante algun tiempo pense que habia encontrado algo, pero, como era de esperar, todo acabo en un callejon sin salida. Como ocurre siempre que se trata de los pergaminos del mar Muerto, ?no lo cree asi?
Alex sonrio amablemente.
– Siento decirle que no tengo la menor idea sobre ese asunto.
– No, bien, Philip Main es un tipo muy decidido. Aunque… -Se echo hacia atras y la miro expectante.
Alex abrio su bolso y saco la carta y su tarjeta postal que dejo sobre el amplio desierto de la mesa. El hombre las observo por un momento, abrio un cajon y saco de el unas pinzas. Uno tras otro cogio los dos escritos y los puso delante de el.
– Estos no son los pergaminos del mar Muerto -comento-, en absoluto. -Sonrio entre dientes y sus hombros se movieron de arriba abajo como una marioneta movida por hilos invisibles. Tomo la tarjeta con las pinzas y le dio la vuelta-. Ah, Boston, Cambridge, MIT. Conozco bien esta vista. Tuve un pinchazo en ese puente. No es el mejor lugar para pinchar… Estados Unidos no es un buen pais para pinchar, sobre todo si se va en un Peugeot.
Alex lo miro con curiosidad.
Dendret levanto el dedo indice.
– Tienen unos ganchos para sacar las camaras del neumatico que no se pueden utilizar en los Peugeot. -Le dio la vuelta a la postal y le pregunto-: ?Que puedo hacer por usted?
– Quisiera saber si la persona que escribio la carta es la misma que escribio la postal.
Dendret tomo la lupa y estudio atentamente varias lineas de la carta; despues se inclino hacia adelante e hizo lo mismo con la tarjeta. A medida que iba leyendo fruncia los labios con un gesto que parecia alargar su nariz. Su rostro le hizo pensar a Alex en un agresivo roedor.
Con decision dejo la lupa sobre la mesa y se echo atras en su asiento; miro el techo y cerro los ojos durante un segundo, los abrio de nuevo para fijarlos directamente en Alex.
– No, absolutamente no. La tarjeta postal es una pobre falsificacion de la escritura de la carta; hay ocho puntos de diferencia claramente visibles sin mas ayuda que la lupa. Los trazos superiores de las «t», por ejemplo. -Movio la cabeza-. Si, son totalmente distintos. Y los espaciados; la presion, la inclinacion, las curvas. No hay comparacion posible entre las dos escrituras.
Miro irritado a Alex, como quien espera una copa de un buen rioja de reserva y se le sirve un vaso de vino peleon. Cogio las pinzas y con ellas dejo la tarjeta y la carta delante de ella, sin hacer nada por ocultar su desden.
– Yo… bien, lo siento, soy lega en la materia, yo…
– No, claro, usted no podia saberlo. -El tono de su voz se hizo casi beligerante. Respiro profundamente y durante unos instantes contemplo el retrato de la mujer seria, lo cual parecio calmarlo, aunque no lo suficiente. Ya no miraba a Alex, sino a traves de ella-. Francamente, creo que hasta un nino de seis anos podria darse cuenta de que las dos letras son distintas.
– Desgraciadamente -comento Alex con la misma acritud- yo no tengo ningun hijo de seis anos.
Dendret utilizo un cuaderno que saco de un cajon de su mesa y una estilografica Parker de oro para escribir la factura, que seco cuidadosamente con su impoluto secante.
– Son treinta libras -dijo.
Alex miro la impresion que la factura dejo en el secante y despues la hoja de papel blanco que el grafologo puso delante de ella, ahora sin utilizar las pinzas. Le pago en billetes que el guardo ansiosamente en su cartera. «Como una rata que almacena su comida», penso Alex.
– Recuerdos al senor Main.
Sentada en su coche contemplo la tarjeta con el corazon acongojado. La leyo por enesima vez:
Miro el matasellos. La palabra Boston apenas podia verse. Alex trato de concentrarse. ?A quien conocia Carrie en Boston? ?Habia estado en aquella ciudad? ?En cualquier parte de los Estados Unidos? ?Quien echo la tarjeta al correo? ?Y las otras? ?Fabian? El nunca estuvo en los Estados Unidos, al menos que ella supiera.
Condujo directamente hacia Cornwall Gardens y llamo al timbre del piso de Morgan Ford. Una voz de mujer sono automaticamente a traves del interfono y la cerradura automatica se abrio con un ruidoso zumbido.
Alex subio la escalera, nerviosa. La puerta del piso de Ford le fue abierta por una jovencita de aspecto confuso y gafas de gruesos cristales, con una melena lacia que le cubria casi todo el resto del rostro, que le recordo a Alex un viejo perro pastor ingles.
– Ah, ah -dijo la chica- ?La senora Willingham? El senor Ford la atendera en seguida.
Alex deshizo el equivoco.
– No, no estoy citada con el senor Ford. Desearia saber si el senor Ford podria atenderme unos minutos.
La muchacha sonrio nerviosa.
– Creo que seria mas conveniente que… pidiera hora. -Hizo pasar el peso de su cuerpo de un pie a otro, mientras movia la cabeza de arriba abajo repetidas veces.
– Lo vi ayer, sabe. Es que me gustaria preguntarle algo… Es muy importante.
La oscilacion del cuerpo de la chica aumento su ritmo.
– Se lo preguntare de su parte -dijo con seriedad pero sin ocultar sus dudas-. Ah… ?cual me dijo que era su nombre?
– Senora Hightower.
La chica movio la cabeza de nuevo y se alejo con pasos largos y desgarbados, con el cuerpo inclinado hacia adelante. Alex miro el corredor: era estrecho y gris, el suelo cubierto por una llamativa alfombra roja y reproducciones enmarcadas de blanco en las paredes. Nada en el anunciaba la barroca magnificencia del estudio al que conducia.
La chica regreso apretando contra su cuerpo un libro registro.
– Lo siento, pero el senor Ford no la recuerda en absoluto.
– Pero si estuve aqui ayer mismo.
La chica movio la cabeza.
– Eso es lo que el me ha dicho.
– Tiene que constar en su registro, ?no es asi?
La muchacha abrio el libro.
– ?A que hora fue? -pregunto.
– A las diez y media.
– No -nego con la cabeza-. A esa hora nos visito la senora Johnson.
Alex sintio que se ruborizaba. Miro los gruesos cristales de las gafas de la chica y fue como si viera sus ojos en el extremo opuesto de un catalejo.
– Ah, claro, es que di mi nombre de soltera.
– ?La senora Shoona Johnson? -pregunto la chica incredula.
– Si.
– Un momento. -Se alejo a buen paso.
Cuando volvio, venia seguida del propio Morgan Ford, que miro a Alex y sonrio cortesmente.
– Si… ya recuerdo, usted vino… ?no fue ayer?
Alex afirmo con la cabeza y miro las pequenas manos rosadas y el enorme anillo con su piedra semipreciosa. Vestia un traje gris, pero distinto al del dia anterior, mas elegante, con una corbata mas chillona y zapatos con hebillas doradas: si el dia anterior su aspecto era el de un agente de seguros, hoy parecia el presentador de un espectaculo de variedades.
– Siento mucho molestarle asi, de improviso -se excuso la senora Hightower-, pero necesito hablar con usted urgentemente.