suciedad, ?sabe?, la suciedad en la habitacion o en nuestros cuerpos, los productos de desperdicio de nuestros sistemas. No debemos darle al diablo la menor oportunidad.

Se levanto y la siguio por el pasillo. No pudo ver por ninguna parte a la visita que esperaba. ?Quien seria?, se pregunto Alex. ?Cual seria su aspecto? ?Por que estaba alli?

– ?Margaret! -dijo Ford en voz alta-. ?Puede darme el registro?

La secretaria acudio obedientemente, llevo el libro y se lo entrego.

– Un martes o un jueves seria lo mas conveniente -dijo-, y debe contar con tener libre ese mismo dia de la semana durante otras varias. Los resultados pueden ser inmediatos o tardar un poco; la continuidad es esencial. Bien, hoy es martes y no tenemos suficiente tiempo para prepararlo todo. ?Que le parece este jueves? ?Puede arreglarlo?

– Lo intentare -respondio ella.

– Tiene que convencer a su marido -insistio-, es realmente muy importante.

– Si.

Alex trato una vez mas de leer en su rostro. Tuvo la impresion de que algo se ocultaba detras de aquella amable sonrisa; algo que el conocia y que no queria revelar.

CAPITULO XIX

– Yo creo que todos somos maravillosos y cada uno tiene algo especial que ofrecer al mundo. -La mujer pronuncio estas palabras con un horrible acento californiano como si su personal descubrimiento fuera un secreto que debia ser guardado ante los tres millones de radioyentes. Alex se pregunto si mantenia cogidas las manos de la periodista que la entrevistaba y la miraba a los ojos-. Los tibetanos les suelen decir a sus gentes, cuando estan preocupados, que se vayan a caminar bajo los pinos, como lo vienen haciendo desde hace mil quinientos anos.

– ?Caray! -exclamo el entrevistador.

– ?Tonterias! -comento Alex, que se echo adelante para cerrar la radio.

El mundo esta lleno de gentes que han descubierto el secreto de la vida, que lo descubren en los granos de maiz a medio digerir de sus excrementos. Jesus! ?Hay que pasarse el tiempo revisando los retretes o caminando bajo los pinos para enfrentarse a la vida? Felices quienes disponen de tiempo para ello. Felices los que no tienen nada mejor que hacer.

Alex desvio el Mercedes de la carretera y entro en el desigual camino de carros, para cruzar el porton sobre el que campeaba un pequeno cartel pintado a mano en el que se leia: «Chateau Hightower», y sonrio. Al menos David no habia perdido su sentido del humor ni tampoco, penso con orgullo, su paciencia. Ya debia haberse divorciado de ella y buscado otra mujer, alguien que lo quisiera y lo hiciese feliz. Se lo tenia bien ganado; pero en aquellos momentos Alex se alegraba de que no lo hubiera hecho.

Despues de unos cientos de metros, el camino se convertia en un barrizal y el automovil patino y reboto al entrar en la granja de cerdos, con su desagradable olor; las aguas sucias y fangosas salpicaron el parabrisas y Alex puso en marcha los limpiadores. Un perro sucio salio de uno de los edificios ladrando a la visitante. Paso las porquerizas y el edificio de la granja, atraveso otro cartel con la leyenda «Chateau Hightower» sobre una flecha que senalaba la direccion a seguir. Pudo ver el pequeno grupo de edificios a eso de dos kilometros a su derecha, y algo mas abajo, en el valle de South Downs, los campos de vinedos y las ovejas que ponian una nota incongruente pastando en las laderas de los alrededores, como blancos arbustos.

Mientras el coche descendia la empinada ladera, el lago surgio ante sus ojos a la izquierda, una rara superficie de agua sin vida, con una extrana isla artificial en su centro. El agente inmobiliario lo habia descrito como un autentico estanque medieval, que contenia una rarisima carpa. Entonces esa afirmacion lo habia excitado y cautivado a David mucho mas que todos los edificios de la finca. Una carpa, penso Alex. Habia gentes que creian que el secreto de la eterna juventud radicaba en alimentarse de carpas.

Dejo atras un gran pajar descubierto, en el que habia un tractor oxidado y una piramide de estiercol, y llego al patio embarrado frente a la casa de piedra de un solo piso y un tanto extravagante que era el hogar de David y que tambien fuera el suyo durante un corto tiempo, hasta que el aislamiento y el frio fueron excesivos para ella.

Habia pasado mucho tiempo desde la ultima vez que estuvo alli y pocas cosas habian cambiado. El bloque de establos, en la parte mas alejada del patio, aun seguia amenazado de ruina, pese al presuntuoso aviso pintado en la fachada que anunciaba «Chateau Hightower. Recepcion». Volvio a sonreir: la absurda presuncion de aquel nombre siempre la hizo sonreir. Un perro pastor lleno de barro salio de la casa y se la quedo mirando con docilidad.

– ?Hola, Vendange!

El perro se digno hacer un unico movimiento con el rabo y se puso a olfatear algo interesante que debia de haber en el suelo. Alex bajo de su coche, dejo atras el Land Rover de David y se dirigio a los establos. Abrio la puerta de la «recepcion» y miro dentro. Era una sala fria y humeda, con el suelo de piedra y una vieja mesa de cocina sobre la que habia una caja registradora no menos antigua. Dos medias botellas vacias, con la etiqueta «Chateau Hightower», y los tapones de corcho saliendo a medias de sus cuellos, como sombreros de copa excesivamente pequenos. El resto de la estancia estaba ocupada por cajas de carton blancas, todas ellas con el nombre «Chateau Hightower» escrito con un rotulador verde. Salio y la puerta sono con fuerza al cerrarse tras ella.

Recorrio el patio en toda su extension para dirigirse a un alto granero de piedra situado al otro extremo y que tenia el aspecto de haber sido una capilla en tiempos pasados. Entro en el. En su interior reinaba el frio y la oscuridad y un olor agrio, como el de una taberna vacia.

Su marido estaba agachado, en el otro extremo, entre dos grandes tinajas de plastico, sumido profundamente en sus pensamientos. Alex dejo atras una pequena prensa de uvas, de color rojo, una hilera de otros recipientes de plastico mas pequenos y una gran jarra de vidrio llena de un liquido opaco. David levanto un vaso de vino que se llevo a la nariz, lo olio profundamente y despues tiro su contenido en un cubo de residuos que habia en el centro de la habitacion.

– ?Hola, David! -lo saludo.

El levanto los ojos, sobresaltado.

– ?Dios mio! -Sonrio y se acaricio la barba-. Me has asustado.

– Lo siento.

David se dirigio hacia ella con los brazos abiertos; vestia una sobria chaqueta de dril y unos viejos pantalones de algodon. Alex sintio que la barba de su marido le hacia cosquillas en la cara y noto la fria humedad de sus labios.

– ?No te hielas aqui?

– ?Hace frio? No me he dado cuenta.

Alex le miro los pies.

– Yo creia que los granjeros llevaban botas de goma… no zapatillas de casa.

– Yo no soy un granjero -replico con expresion herida-, sino un castellano.

Se sonrio.

– Lo siento, lo habia olvidado.

– De todos modos las zapatillas conservan mis pies calientes. Ven, quiero que pruebes esto. -Se dirigio a una de las tinajas grandes y lleno a medias el vaso en el grifo que habia en uno de sus lados-. Olvidate del color, es muy joven, se aclarara con el tiempo.

Alex miro con desconfianza el sucio liquido grisaceo y lo olfateo. Tenia un olor suave, afrutado.

– Buen aroma, ?no?

Ella afirmo con la cabeza.

– Ganara en fuerza, pero no esta mal, ?eh?

Probo el vino y el frio la obligo a hacer una mueca. Como quien cumple con un deber, conservo el vino en la boca y miro a su marido, como pidiendole instrucciones sobre si debia tragarse el vino o escupirlo en el cubo. Vio la desesperada urgencia en sus ojos, como los de un nino que espera una alabanza. En contraste con su agradable aroma el vino tenia un sabor metalico, espeso, casi mantecoso. Se trago el vino preguntandose si era eso lo que debia hacer.

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