– Mimsa -grito-. ?Donde puso la rosa que estaba sobre la mesa junto a la pared?

– En el cubo de la basura.

– ?Puede sacarla?

– ?Como?

– Informacion, ?que ciudad, por favor?

– Guildford -contesto mientras ojeaba la correspondencia. Habia un sobre abultado con el matasellos de Cambridge.

En esos momentos oyo la voz de la operadora y su corazon le latio con mayor fuerza. Saffier figuraba en el listin y Alex escribio el numero de telefono y la direccion en la parte posterior del sobre. La mano le temblaba tanto que apenas si pudo leer lo que habia escrito.

– Muchas gracias -dijo debilmente y miro su reloj. Eran las once.

Abrio el grueso sobre: en su interior habia una nota de saludo del Bursar's Office, una agencia dedicada a la recogida y reenvio de correspondencia y varias cartas dirigidas a Fabian en Cambridge. Las miro una por una: una liquidacion de American Express, un saldo bancario, un sobre grande marcado con la observacion «TARIFA DE PRIORIDAD» y una carta con franqueo aereo procedente de Estados Unidos, con matasellos de Boston, Massachusetts; el nombre y la direccion de Fabian figuraban en el sobre, escrito con impresora. Dentro del sobre habia una carta igualmente mecanografiada y dos paginas impresas con ordenador.

Los impresos llevaban un membrete en letras mayuscula: «NEW ENGLAND BUREAU.» En letra minuscula: «Alquiler de oficinas, por semanas, dias y horas. Servicio de secretarias. Direcciones de conveniencia. Reserva asegurada.»

La carta decia simplemente:

Distinguido cliente: Por la presente le recordamos que siguiendo sus instrucciones hemos enviado ya la ultima de las tarjetas postales y esperamos sus nuevas instrucciones. Adjunto encontrara la liquidacion correspondiente al trimestre que termina en marzo y su solicitud para el proximo trimestre en el caso de que desee continuar utilizando nuestros servicios. Atentamente suya,

MELANIE HART

Administradora ejecutiva

Alex se dio cuenta de que palidecia intensamente. Volvio a leer la carta y comenzo a temblar; la habitacion se estaba enfriando y algo parecio revolverse en su interior. Tomo su encendedor, lo acerco a la carta, a los impresos y al sobre, les prendio fuego y los echo sobre la parrilla de la chimenea.

– ?Quiere que encienda el fuego? ?Ahora? Yo se lo encendere en seguida.

Se dio la vuelta y vio a Mimsa de pie junto a la puerta.

– No, esta bien, gracias, Mimsa.

– Hace frio aqui, ?Caramba, que frio!

Mimsa se froto las manos y se estremecio. Despues le mostro las manos a Alex.

– Mire basura, dos cubos. No esta alli.

– ?Que es lo que no esta alli?

– La rosa.

– ?La rosa? -De pronto recordo y se puso a temblar-. ?No esta alli? ?Que quiere decir? ?No me dijo que la habia puesto en la basura? -Observo como la ultima esquina del papel se oscurecia, y se ennegrecia por completo antes de brotar la llama.

Mimsa se encogio de hombros.

Alex sintio que sus musculos se tensaban. Solo podia ver a Mimsa debilmente, difuminada, como si la contemplara desde una gran distancia.

– ?Cuando la puso alli?

Mimsa volvio a encogerse de hombros.

– No lo se. Hara una hora…

– ?No han recogido hoy la basura?

– No, no pasan hoy.

– Ire a ver.

Mimsa la siguio, protestando.

– ?Por que se quiere ensuciar? La rosa no alli. Y basta.

Alex dio la vuelta a los cubos y vacio su contenido en la acera. Una botella de vino rodo junto a ella y fue a parar al bordillo. Se agacho sobre aquella fuente de mal olor y los desperdicios y miro las latas vacias, les dio la vuelta. Reviso las cajas, metio los dedos entre la masa de la fruta medio descompuesta, las bolsas de plastico y el polvo.

Mimsa la miro un momento, como quien contempla a una loca y despues, con un notable sentido del deber, se unio a ella en su busqueda.

– Es mejor comprar rosas frescas.

Alex miro la basura en la acera y dentro de los cubos vacios.

– Quiza la cogio alguien.

– Quiza -respondio Alex y comenzo a ponerlo todo dentro de los cubos. Nerviosa, miro a su alrededor, por la calle tranquila- ?Quiza!

CAPITULO XXIV

Alex piso a fondo el acelerador, sintio el tiron del coche y oyo el agresivo zumbido del motor cuando el Mercedes adelanto la fila de coches que circulaban en caravana. Volvio a introducirse en ella delante de un Sierra, al que casi cerro el paso, lo que hizo que el conductor le tocara el claxon, furioso. La oficina de New England. La rosa carbonizada. Se pregunto si el mundo se habia vuelto completamente loco: «Es posible que nos hayamos movido para acercarnos mas a la Luna o a Jupiter, o ?no podria ser que ellos se hubieran aproximado a nosotros? ?Que estaba ocurriendo? ?Que demonios era lo que estaba ocurriendo?»

Condujo el Mercedes por la salida de Guildford en la estrecha desviacion rural. La carretera se hizo mas oscura, bordeada de arboles de ramas demasiado espesas que impedian el paso del sol de primeras horas de la tarde. Ascendio serpenteando por una colina y paso bajo un puente de piedra para descender bruscamente hasta encontrarse casi de repente en un pueblo pequeno que parecia estar formado, simplemente, por unas cuantas casas, una taberna y un garaje.

Un joven que encontro en el camino le senalo la direccion y pronto, a poco menos de un kilometro de distancia del pueblo, encontro la entrada senalada por un gran indicador blanco, casi oculto entre el ramaje de los arbustos, que decia: «Witley Grove.» Paso con el coche entre dos altos pilares de piedra, cada uno de ellos coronado por un halcon negro en hierro fundido, siguio por un camino de ganado para entrar en una estrecha carretera asfaltada, llena de baches que transcurria entre dos campos cercados.

Al salir de una curva se encontro frente a una amplia mansion de estilo gotico-victoriano, notablemente asimetrica, con gruesos muros de ladrillo rojo y tejados muy inclinados, cubiertos a medias con grandes vigas de madera. «Como capirotes de bruja», penso Alex.

Habia varios coches aparcados frente a la casa y se sintio aliviada ante aquella senal de vida. Se bajo del Mercedes sintiendo que se le removia el estomago, y miro la casa con una inexplicable sensacion de incomodidad. Era un edificio solido, desnudo, una institucion, nunca un hogar. Tuvo la clara impresion de que alguien la estaba vigilando desde la casa, pero miro las ventanas con oscuros cristales emplomados sin apreciar la menor senal de movimiento.

Delante de la puerta principal habia una lujosa limusina, un gran Daimler negro, con el chofer sentado tras el volante, sin gorra y leyendo el periodico. Cuando paso junto al coche y subio los escalones que la llevaron al impresionante porche, se pregunto de quien podria ser. ?Algun rico paciente arabe? Nerviosa, miro la pequena placa de metal dorado al lado de la gran puerta de roble: «Witley Grove Clinic.» ?Continuaba aun ejerciendo pese a haber

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