Por un instante Jrenov se quedo asombrado, luego sintio panico: ?quien podia saber su apellido en el cielo? Despues se dio cuenta de que era el piloto de un kukuruznik, que habia encendido el motor y volaba por encima de el; por lo visto, queria lanzar viveres sobre la casa 6/1 y estaba enfadado porque no habia ninguna indicacion.
Todos los presentes en el refugio se giraron hacia Beriozkin: ?Habia sonreido, tal vez? Pero solo a Glushkov le parecio que en los brillantes ojos vitreos del enfermo habia aparecido una chispa de vitalidad. A la hora de comer el refugio se vacio. Beriozkin continuaba acostado en silencio y Glushkov suspiraba: Beriozkin yacia y la tan esperada carta estaba a su lado, sin ser leida. Pivovarov y el mayor, el sustituto de Koshenkov, recientemente muerto, habian ido a atiborrarse de un borsch fabuloso y a pimplarse su racion de vodka. Glushkov sabe que ese borsch es excelente porque el cocinero ya se lo ha hecho probar. Y entretanto el comandante del regimiento, el jefe, no prueba bocado; apenas ha bebido un sorbo de agua de la jarra…
Glushkov abrio el sobre y, arrimandose al catre, leyo en voz baja, lenta y clara: «Hola, mi querido Vania, hola, amor mio, mi adorado…». Fruncio el ceno y continuo descifrando en voz alta lo escrito. Leia al comandante, que yacia inconsciente, la carta de su mujer. Una carta que ya habia sido leida por la censura militar, una carta tierna, triste y buena, una carta que solo deberia haber sido leida por un hombre en el mundo: Beriozkin.
Glushkov no se sorprendio demasiado cuando Beriozkin volvio la cabeza, alargo la mano y dijo:
– Deme eso.
Las lineas y las hojas de la carta temblaron en sus grandes y temblorosos dedos:
…Vania, aqui todo es muy bello. Vania, cuanto te echo de menos. Liuba no deja de preguntarme por que papa no esta con nosotras. Vivimos a orillas de un lago, la casa es calida, la duena tiene una vaca, leche, tenemos el dinero que nos enviaste, y yo por las mananas salgo, y sobre el agua fria flotan las hojas amarillas y rojas de los arces, y todo alrededor esta cubierto de nieve, por eso el agua es de un azul intenso, y las hojas son increiblemente amarillas increiblemente rojas. Y Liuba me pregunta: ?por que lloras? Vania, Vania, querido mio, gracias por todo, por todo, por tu bondad. ?Por que lloro? Es dificil explicarlo. Lloro porque vivo, lloro de pena porque Slava no esta, y yo vivo; lloro de felicidad porque tu estas vivo, lloro cuando pienso en mama, en mis hermanas, lloro por la luz de la manana, porque todo alrededor es tan bello y hay tanta tristeza en todas partes, en mi, en todos. Vania, Vania, querido mio, mi bien amado…
Y ahora la cabeza le daba vueltas, todo alrededor se confundia, le temblaban los dedos y la carta temblaba en el aire candente.
– Glushkov -dijo Beriozkin-, hoy debo ponerme en condiciones. (A Tamara le disgustaba esa expresion.) Dime, ?funciona la caldera?
– La caldera esta intacta. Pero ?como piensa que va a ponerse mejor en un solo dia? Tiene cuarenta grados, como el vodka; ?cree que desapareceran de golpe?
Con gran estruendo los soldados metieron rodando en el refugio un tonel de gasolina vacio.
Llenaron el tonel metalico hasta la mitad con el agua turbia del rio que, tras ser calentada, despedia un vapor caliente.
Glushkov ayudo a Beriozkin a desvestirse y lo acompano hasta el tonel.
– Esta ardiendo, camarada teniente coronel -dijo, tocando con la mano la pared del recipiente y retirando la mano-. Se va a asar ahi dentro. He llamado al camarada comisario, pero estaba en una reunion con el comandante de la division. Seria mejor esperarlo.
– ?Para que?
– Si le pasara cualquier cosa, me pegaria un tiro. Y si no tuviera agallas, el camarada Pivovarov lo haria por mi.
– Venga, ayudeme.
– Permitame al menos que llame al jefe del Estado Mayor.
– Ahora -dijo Beriozkin y, a pesar de que ese ronco y breve «ahora» habia sido pronunciado por un hombre desnudo que apenas se tenia en pie, Glushkov dejo al instante de discutir.
Mientras se metia en el agua, Beriozkin gimio, lanzo un quejido, y Glushkov, sin perderle de vista, comenzo a gemir tambien y dio un paso hacia el recipiente.
«Como en una maternidad», se le ocurrio, quien sabe por que.
Beriozkin perdio el conocimiento por un instante; su preocupacion por la guerra, el calor de la fiebre, todo se confundio en una espesa niebla. De improviso se le paro el corazon y el agua insoportablemente caliente dejo de dolerle. Despues volvio en si y dijo a Glushkov:
– Hay que secar el suelo.
Pero Glushkov no perdio el tiempo con el agua que se desbordaba del recipiente. La cara amoratada del comandante del regimiento de pronto se volvio palida, abrio la boca y sobre su craneo afeitado asomaron gruesas gotas de sudor que a Glushkov le parecieron azuladas. Beriozkin estaba a punto de perder el conocimiento, pero cuando Glushkov intento sacarlo del agua, dijo con voz firme:
– No, todavia no estoy listo.
Tuvo un acceso de tos, tras el cual Beriozkin ordeno sin tomar aliento:
– Anada un poco mas de agua caliente.
Finalmente salio y Glushkov, al mirarlo, se sintio aun mas desanimado.
Lo ayudo a secarse y a tumbarse en el catre, lo tapo con la colcha y varios capotes, y despues lo arropo con todo lo que encontro en el refugio: lonas impermeables, chaquetones y pantalones guateados.
Cuando Pivovarov regreso al refugio, todo estaba en orden. Solo flotaba el aire humedo del vapor como en una casa de banos. Beriozkin yacia en silencio, adormecido. Pivovarov se inclino sobre el.
«Tiene cara de hombre bueno -penso Pivovarov-, Estoy seguro de que nunca ha firmado una delacion.»
Durante todo el dia a Pivovarov le habia atormentado el recuerdo de su camarada de promocion, Shmelev al que cinco anos antes habia ayudado a desenmascarar como enemigo del pueblo. Durante esa siniestra y abrumadora calma le venia a la cabeza toda clase de tonterias entre ellas Shmelev, que durante la reunion publica le miraba de reojo con lastima y tristeza mientras escuchaba la lectura de la denuncia de su buen amigo Pivovarov.
A las doce en punto, Chuikov, pasando por encima del comandante de la division, telefoneo personalmente al regimiento acuartelado en la fabrica de tractores. Ese regimiento le daba muchas preocupaciones: el servicio de informacion le habia comunicado que en ese distrito se estaban concentrando tanques y tropas de infanteria alemanas.
– Y bien, ?como estan las cosas? -pregunto irritado-. ?Quien dirige el regimiento? Batiuk me ha dicho que el comandante del regimiento tiene neumonia o algo asi, y que quiere evacuarlo a la orilla izquierda. Una voz afonica le respondio:
– Soy yo, el teniente coronel Beriozkin, el que esta al mando del regimiento. He tenido un resfriado, pero ahora estoy bien.
– Perfecto -dijo Chuikov como si se alegrara de la desgracia ajena-. Estas muy ronco, ya se encargaran los alemanes de darte leche caliente. Lo tienen todo preparado, no tardaran en atacar.
– Comprendido, camarada -dijo Beriozkin. -Ah, ?has comprendido? -pregunto amenazante Chuikov-. Conviene que sepas que si se te pasa por la cabeza retroceder mi ponche de huevo no tendra nada que envidiar a la leche de los alemanes.
13
Poliakov habia acordado con Klimov dirigirse al regimiento durante la noche: el viejo deseaba tener noticias de Shaposhnikov.
Poliakov expreso sus intenciones a Grekov, que dijo en tono alegre:
– Vete, vete, padre, asi descansaras un poco en la retaguardia y despues nos explicaras como van las cosas por alli.
– ?Con Katia? -pregunto Poliakov, imaginando por que Grekov habia dado tan rapido su consentimiento.
– Ya no estan en el regimiento -dijo Klimov-. He oido que el comandante los envio al otro lado del Volga. Probablemente ya hayan visitado el registro civil en Ajtuba.
– ?Es preciso que aplacemos el viaje? -pregunto Poliakov a Grekov con mordacidad-. ?O quiere mandar una