carta?
Grekov le lanzo una mirada rapida, pero respondio con voz calma:
– Ya lo habiamos acordado. Puede irse.
«Muy bien», penso Poliakov. A las cinco de la madrugada salieron a traves del estrecho pasadizo. A cada paso Poliakov se golpeaba con la cabeza contra los soportes y maldecia a Seriozha Shaposhnikov. Se sentia irritado y desconcertado por la intensidad del afecto que profesaba al muchacho.
El pasadizo se ensancho y se sentaron a descansar un rato. Klimov le dijo, tomandole el pelo:
– ?Que llevas en la bolsa, un regalito?
– Que se vaya al infierno ese mocoso -dijo Poliakov-. Deberia haber cogido un ladrillo para estamparselo en la cabeza.
– Si, claro -dijo Klimov-. Por eso has querido venir conmigo y estas dispuesto a cruzar el Volga a nado. ?O es a Katia a la que quieres ver? ?Te estas muriendo de celos?
– Vamos -dijo Poliakov.
Pronto salieron a la superficie y tuvieron que caminar por tierra de nadie. Todo estaba completamente silencioso «?Es posible que haya terminado la guerra?», penso Poliakov, y le vino a la cabeza con una vivacidad extraordinaria su habitacion: un plato de borsch sobre la mesa mientras su mujer limpiaba el pez que el habia pescado. Le embistio una ola de calor.
Aquella noche el general Paulus dio la orden de atacar el sector de la fabrica de tractores de Stalingrado. Dos divisiones de infanteria debian avanzar a traves de la brecha abierta por los bombarderos, la artilleria y los tanques. Desde medianoche los cigarrillos habian resplandecido en las manos ahuecadas de los soldados.
Noventa minutos antes del amanecer los motores de los Junkers empezaron a zumbar sobre los talleres de las fabricas. Una vez hubo comenzado el bombardeo no se produjeron suspensiones ni treguas, y si habia una brevisima pausa en medio de aquel fragor incesante enseguida se llenaba con los silbidos de las bombas que impactaban contra el suelo con su carga de hierro. Daba la impresion de que el estruendo continuo y denso, como el hierro fundido, podia partir el cerebro a un hombre, partirle la columna vertebral.
Comenzaba a clarear, pero en el sector fabril la noche persistia. Parecia que fuera la tierra misma la que lanzara relampagos, estruendo, humo y polvo negro.
El golpe mas violento cayo sobre el regimiento de Beriozkin y la casa 6/1. En todos los lugares donde el regimiento estaba desplegado, los hombres ensordecidos se levantaban sobresaltados, comprendiendo que esta vez los alemanes habian desatado su vandalismo con una potencia inusitada, sembradora de muerte.
Klimov y el viejo, sorprendidos en el bombardeo, se precipitaron hacia tierra de nadie, donde habia crateres producidos por bombas de una tonelada que habian explotado a finales de septiembre. Algunos soldados del batallon de Podchufarov habian tenido tiempo de escapar de las trincheras cubiertas de tierra y corrian en la misma direccion.
La distancia entre las trincheras rusas y alemanas era tan infima que el bombardeo cayo en parte sobre la primera linea alemana, donde tropas de asalto aguardaban el ataque.
Poliakov tuvo la impresion de que a lo largo del Volga encrespado se habia desencadenado, con toda su fuerza, el viento bajo de Astrajan. Poliakov cayo de bruces varias veces y, al caer, olvidaba en que mundo se encontraba, si era joven o viejo, que habia arriba y que abajo. Pero Klimov continuaba arrastrandolo y dandole animos. Al final se refugiaron en un crater enorme y se deslizaron hasta el fondo, humedo y pegajoso. Alli la oscuridad era triple: se mezclaban la negrura de la noche, del humo y del polvo. Era la oscuridad de una cueva.
Yacian el uno al lado del otro; en la cabeza del viejo y del joven vivia una dulce luz, la sed de vivir. Y aquella luz, aquella conmovedora esperanza, era la que ardia en todas las cabezas, en todos los corazones, pero no solo en los de los hombres: tambien en los corazones sencillos de las fieras y los pajaros.
Poliakov renegaba en voz baja, echando toda la culpa a Seriozha Shaposhnikov, y musito: «Aqui es donde me ha traido ese Seriozha». Pero en su corazon era como si rezara.
Aquella explosion de violencia parecia demasiado extrema para poder prolongarse. Pero el tiempo pasaba y el rugido de las explosiones no cesaba; la niebla de humo negro en lugar de despejarse se espesaba, uniendo cada vez mas estrechamente cielo y tierra.
Klimov encontro a tientas la aspera mano de trabajador del viejo soldado y la apreto, y el movimiento afectuoso que obtuvo como respuesta le consolo por un instante en aquella tumba descubierta. Una explosion cercana hizo que cayera sobre sus cabezas una lluvia de terrones y piedras. Varios fragmentos de ladrillo golpearon al viejo en la espalda. Cuando grandes capas de tierra se desprendieron de las paredes del agujero, les entraron nauseas. Alli estaban, en el agujero donde habian ido a esconderse para no volver a ver la luz; pronto los alemanes vendrian del cielo a cubrirlo de tierra, nivelando los bordes.
Por lo general, cuando iba en mision de reconocimiento, a Klimov no le gustaba llevarse compania y se alejaba hacia la oscuridad lo mas rapido posible, como un experimentado nadador parte de la orilla arenosa y se lanza a la lugubre profundidad del mar abierto. Pero alli, en la fosa, estaba contento de tener a Poliakov a su lado.
El tiempo habia perdido su flujo uniforme, se habia vuelto loco, se lanzaba hacia delante, como una onda expansiva; de repente se congelaba, daba vueltas sobre si mismo como los cuernos de un carnero.
Sin embargo, al final los hombres levantaron la cabeza: el viento habia arrastrado el humo y el polvo y flotaba una penumbra confusa. La tierra se apaciguo y aquel rugido continuo y compacto fue espaciandose en explosiones separadas. Un desagradable cansancio se apodero de sus almas; parecia que hubieran exprimido de su interior todas sus fuerzas vivas para no dejar mas que la angustia.
Cuando Klimov se puso en pie, vio a un soldado aleman que yacia a su lado. Alli estaba, cubierto de polvo y maltratado por la guerra, un aleman de pies a cabeza. Klimov no temia a los alemanes, estaba seguro de su propia fuerza, de su asombrosa capacidad para apretar el gatillo, lanzar granadas, asestar un golpe de culata o acuchillar un segundo antes que su adversario.
Pero ahora estaba desconcertado, asombrado ante el pensamiento de que, ensordecido y cegado, se habia sentido consolado por la presencia de aquel aleman, cuya mano habia confundido con la de Poliakov. Se miraron. Ambos habian sido abatidos por la misma fuerza, y ninguno de los dos se sentia capaz de luchar contra ella; parecia que esa fuerza no protegia a ninguno de los dos, sino que constituia una terrible amenaza para ambos.
Se examinaban en silencio, los dos habitantes de la guerra. El automatismo perfecto e infalible, el instinto de matar que tanto el uno como el otro poseian, no habia funcionado.
Poliakov, sentado algo mas lejos, miraba tambien la cara barbuda del aleman. Y aunque no le gustara quedarse callado durante mucho rato, esta vez guardaba silencio.
La vida era terrible. Era como si pudieran comprender, como si cada uno pudiera leer en los ojos del otro que la fuerza que los habia empujado a aquel foso y les habia hundido la cara en el barro continuaria oprimiendoles despues de la guerra, tanto a los vencedores como a los vencidos.
Como obedeciendo un acuerdo tacito se apresuraron a trepar al exterior del crater exponiendo la espalda y la nuca a un tiro facil, pero absolutamente seguros de que aquello no iba a ocurrir.
Poliakov resbalo, pero el aleman que se arrastraba a su lado no le ayudo y el viejo rodo hasta el fondo, renegando y maldiciendo la luz clara, hacia la cual se encaramo con renovada obstinacion. Cuando Klimov y el aleman alcanzaron la superficie, los dos se pusieron a mirar uno hacia el este, el otro hacia el oeste-, no fuera a ser que sus jefes hubieran visto que los dos habian salido del mismo agujero sin haberse disparado. Luego, sin volverse, sin ni siquiera un adios, ambos se dirigieron a sus respectivas trincheras a traves de las colinas y los valles recien labrados, todavia humeantes.
Nuestra casa ya no esta, la han arrasado -dijo asustado Klimov a Poliakov, que se afanaba en llegar a su lado-. ?Es posible que os hayan matado a todos, hermanos mios?
En aquel instante los canones y las metralletas abrieron fuego y la infanteria alemana comenzo a avanzar. Las tropas alemanas habian dado inicio a la gran ofensiva. Aquel fue el dia mas duro de Stalingrado.
– Toda la culpa es de ese maldito de Seriozha -farfullo Poliakov.
Aun no comprendia lo que habia pasado, que todos habian muerto en la casa 6/1, los sollozos y las exclamaciones de Klimov le irritaban.
24