capital algunas instituciones que habian sido evacuadas.
La gente presagiaba ya el signo secreto de aquella primavera de guerra. Y con todo, la capital parecia triste y lugubre en aquel segundo invierno de guerra.
Montones de nieve sucia cubrian las aceras. A las afueras de la ciudad habia, como en el campo, pequenos senderos que comunicaban cada una de las casas con las paradas del tranvia y las tiendas de comestibles. A menudo se veian los tubos de hierro de estufas improvisadas echando humo a traves de las ventanas, y las paredes de los edificios estaban cubiertas por una capa de hollin amarillo y congelado.
Los moscovitas, ataviados con pellizas cortas y panuelos, tenian un aire provinciano, casi campesino.
En el trayecto desde la estacion, Viktor Pavlovich miraba el rostro sombrio de Nadia. Estaban sentados sobre el equipaje en la parte trasera de un camion.
– ?Y bien, mademoiselle? -pregunto Shtrum-. ?Te imaginabas asi Moscu en tus suenos de Kazan?
Nadia, molesta porque su padre habia adivinado su estado de animo, no contesto.
Viktor Pavlovich se puso a disertar:
– El hombre no entiende que las ciudades construidas por el no son parte integrante de la naturaleza. Si quiere defender su cultura de los lobos, de las tormentas de nieve o de las malas hierbas no puede permitirse soltar el fusil, la pala o la escoba. Basta con que se quede mirando las musaranas, que se distraiga uno o dos anos, para que todo se vaya a pique: los lobos salen del bosque, los cardos florecen y todo queda sepultado bajo la nieve y el polvo. ?Cuantas grandes capitales han sucumbido bajo el polvo, la nieve y la maleza!
Shtrum deseaba que tambien Liudmila, sentada en la cabina al lado del conductor, escuchase sus divagaciones. Se inclino sobre un lado del camion y pregunto a traves de la ventana medio bajada:
– ?Estas comoda, Liuda?
– Es bien sencillo -replico Nadia-, los barrenderos no han quitado la nieve. ?A que viene esa historia de la muerte de las culturas?
– No seas tonta -respondio Shtrum-.Mira esos bancos de hielo.
El camion dio una sacudida repentina y todos los bultos y las maletas saltaron en el aire, junto con Nadia y Shtrum. Se miraron y se echaron a reir.
?Que extrano era todo! ?Como podria haber imaginado que lograria realizar su obra mas importante en Kazan, durante un ano de guerra, con todos los sufrimientos y vagabundeos que eso comportaba?
Esperaba sentir solo una emocion solemne mientras se acercaba a Moscu. Esperaba que su pesar por su madre Anna Semionovna, Tolia, Marusia, el pensamiento de las victimas que habia en el seno de casi todas las familias, se mezclaria con la felicidad del regreso y llenaria su alma. Pero nada habia sucedido segun las expectativas.
Durante el viaje Shtrum se habia enfadado por toda clase de tonterias. Le habia irritado que Liudmila Nikolayevna se pasara todo el trayecto durmiendo y no mirara por la ventana aquella tierra que su hijo habia defendido. Mientras dormia, Liudmila roncaba con fuerza, y un herido de guerra que paso por delante del vagon exclamo al oirla:
– ?Vaya, aqui si que tenemos a un autentico soldado de la guardia!
Nadia tambien le sacaba de sus casillas: con un egoismo atroz elegia de la bolsa los bizcochos mas dorados mientras que su madre recogia con escrupulo los restos de la comida que dejaba. Y ademas, en el tren, Nadia habia adoptado un tono estupido y burlon en relacion con su padre. Shtrum habia oido por casualidad como decia en el compartimiento vecino: «Mi papa es un gran entendido en musica e incluso sabe tocar el piano».
Las personas con las que viajaban en el compartimiento hablaban del alcantarillado de Moscu y la calefaccion central, de la gente descuidada que no pagaba el alquiler y acababa perdiendo su alojamiento, y tambien acerca de los productos alimenticios que mas convenia llevar a Moscu. A Shtrum le irritaban las conversaciones sobre temas domesticos, pero tambien el hablaba del administrador de la casa, de las canerias del agua, y por la noche, cuando no podia conciliar el sueno, se preguntaba si no habrian cortado el telefono y pensaba que tenia que conseguir cartillas de racionamiento.
Una vieja hurana encargada de hacer la limpieza en los vagones habia encontrado, cuando barria el compartimiento, un hueso de gallina lanzado por Shtrum debajo de un asiento.
– Hay que ver -dijo-, menudos cerdos; y luego se hacen pasar por gente culta.
En Murom, mientras caminaban por el anden, Shtrum y Nadia pasaron por delante de unos muchachos vestidos con chaquetas de cuello de astracan. Uno de los mas jovenes dijo:
– Mira, ahi tenemos un Abraham que vuelve de la evacuacion.
– Si -especifico otro-, Abraham se da prisa por recibir la medalla de la defensa de Moscu.
En la estacion de Kanash, el tren se detuvo frente a un convoy de prisioneros. Los centinelas patrullaban a lo largo de los vagones de ganado, y contra las minusculas ventanas enrejadas se apretaban las caras palidas de los prisioneros, que gritaban: «Tabaco», «dadnos de fumar».
Los centinelas los insultaban y les obligaban a apartarse de las ventanillas.
Por la noche Shtrum se acerco al vagon vecino, donde viajaban los Sokolov. Maria Ivanovna, con la cabeza cubierta por un panuelo de colores, estaba preparando las camas; Piotr Lavrenrievich dormiria en la litera inferior, ella, en la superior. Absorbida por la preocupacion de si su marido estaria comodo, respondia a las preguntas de Shtrum con aire distraido, olvidandose incluso de preguntar por Liudmila Nikolayevna.
Sokolov bostezaba, se quejaba de que el calor del vagon le tenia agotado. Por alguna razon a Viktor le ofendio que Sokolov se mostrara ausente, por no hablar de la tibia bienvenida que le habia dispensado.
– Es la primera vez en mi vida -dijo Shtrum- que veo a un marido obligar a su mujer a dormir en la litera de arriba, mientras que el se queda la de abajo.
Pronuncio aquellas palabras en un tono irritado, y se asombro de que esa circunstancia le crispara hasta tal punto.
– Es lo que hacemos siempre -dijo Maria Ivanovna-.
Piotr Lavrenrievich se ahoga si duerme arriba, pero a mi me da igual.
Y le dio un beso en la sien a Sokolov.
– Bueno, me voy -dijo Shtrum. Y volvio a sentirse ofendido de que los Sokolov no intentaran retenerle.
Por la noche, hacia un calor sofocante en el vagon. Le venian a la mente toda clase de recuerdos: Kazan, Karimov, Aleksandra Vladimirovna, las conversaciones con Madiarov, su estrecho despacho en la universidad… Que ojos tan encantadores y angustiados tenia Maria Ivanovna cuando Shtrum visitaba la casa de los Sokolov y pasaban la velada discutiendo de politica. No habia en ellos ese aire distraido y extrano que tenian hoy en el vagon.
«?No hay derecho! -penso-. El duerme abajo, donde se esta mas comodo y hace menos calor. Eso si que es aplicar el Domostroi [86].»
Y enfadado con Maria Ivanovna, a la que consideraba la mejor de las mujeres, buena y dulce, penso: «Es una coneja con la nariz roja. Piotr Lavrentievich es un hombre dificil donde los haya. Parece amable y comedido, pero en realidad es arrogante, reservado y vengativo. Si, menuda cruz aguanta la pobre».
Sin lograr conciliar el sueno, se esforzaba en pensar en los amigos que pronto veria de nuevo, en Chepizhin y muchos otros que ya conocian su trabajo. ?Como le acogerian? ?Que dirian Gurevich y Chepizhin? A fin de cuentas, volvia como vencedor.
Recordo que Markov, que se habia ocupado de todos los pormenores de la nueva planta experimental, no llegaria a Moscu hasta dentro de una semana y que sin el no podria comenzar el trabajo. «Es una lastima que Sokolov y yo solo seamos unos desmanados, unos teoricos con las manos torpes, inutiles…»
Si, vencedor, vencedor.
Pero estos pensamientos discurrian perezosos, se interrumpian.
Todavia veia en su cabeza las imagenes de aquellos hombres que gritaban «tabaco», «cigarrillos», y los jovenes que le habian llamado Abraham. Un dia, Postoyev habia formulado en su presencia un extrano comentario a Sokolov; le estaba hablando del trabajo de un joven fisico, Landesman, y Postoyev dijo: «?Y que mas nos aporta Landesman ahora que Viktor Pavlovich ha sorprendido al mundo con un descubrimiento de primer orden?». Luego abrazo a Sokolov y anadio: «En cualquier caso, lo mas importante es que usted y yo somos rusos».
?Habrian cortado el telefono? ?Funcionaria el gas? ?Acaso la gente, mas de cien anos antes, cuando regresaba a Moscu tras la derrota de Napoleon, pensaria en estas tonterias?
El camion paro muy cerca de su casa, y los Shtrum volvieron a ver las cuatro ventanas de su apartamento con las cruces de papel azul que habian pegado en los cristales durante el pasado verano, la puerta principal, los tilos en los margenes de las aceras, el letrero con la inscripcion «leche» y la placa del administrador de la casa en la puerta.