Durante el ataque aereo una bomba golpeo el local subterraneo donde estaba instalado el puesto de mando del batallon y enterro al comandante de regimiento Beriozkin, al comandante de batallon Dirkin y al telefonista, que se encontraban alli en ese momento. Sumidos en una oscuridad espesa, ensordecidos, ahogados por el polvo de ladrillo, Beriozkin en un primer momento penso que estaba muerto, pero Dirkin, tras un breve momento de silencio, estornudo y pregunto:

– ?Esta vivo, camarada mayor?

– Si -respondio Beriozkin.

Al oir la voz de su comandante, Dirkin recupero su buen humor de siempre.

– Entonces, todo esta en orden -dijo ahogandose por el humo, tosiendo y escupiendo, aunque a su alrededor no hubiera ningun orden.

Dirkin y el telefonista estaban cubiertos de cascajos y todavia no sabian si tenian algun hueso roto; no podian palparse. Una viga de hierro se combaba sobre sus cabezas y les impedia erguirse, pero era evidente que esa viga les habia salvado la vida. Dirkin encendio una linterna. Envueltos en polvo, vieron algo espantoso. Sobre sus cabezas se agolpaban piedras, hierros retorcidos, cemento dilatado cubierto de aceite lubricante, cables rotos. Una sacudida de bomba mas y de aquel estrecho refugio no quedaria nada en pie: el hierro y las piedras cederian sobre ellos.

Durante un rato permanecieron en silencio, acurrucados, mientras una fuerza frenetica aporreaba contra los talleres.

«Estos talleres -penso Beriozkin-, incluso muertos trabajan para la defensa: no resulta facil quebrar cemento y hierro, destrozar un armazon.»

Despues auscultaron las paredes, las palparon y comprendieron que no podrian salir por sus propias fuerzas.

El telefono estaba intacto, pero mudo: el cable habia sido cortado.

Apenas podian hablar porque el estruendo de las explosiones cubria sus voces y, a causa del polvo, les asaltaban continuos accesos de tos.

Beriozkin, que el dia antes yacia en cama con fiebre alta, ahora no sentia debilidad. En la batalla su fuerza doblegaba a comandantes y oficiales. Pero no se trataba de una fuerza militar y guerrera: era la fuerza sencilla y razonable de un hombre. Pocos eran los que la conservaban y manifestaban en el infierno del combate, y precisamente los hombres que poseian esa fuerza humana, civil, familiar y razonable eran los verdaderos maestros de la guerra.

El bombardeo ceso y los tres hombres atrapados bajo las ruinas oyeron un zumbido metalico. Beriozkin se sono la nariz, tosio y dijo:

– Aulla una manada de lobos, los tanques se dirigen a la fabrica de tractores -y anadio-: Nosotros estamos en su camino.

Tal vez porque las cosas no podian ir peor, el comandante de batallon Dirkin entono entre accesos de tos, con voz alta y alergica, la cancion de una pelicula:

Que alegria, hermanitos, que bella es la vida.

Con nuestro jefe no se puede sufrir…

El telefonista penso que el comandante de batallon habia perdido la cabeza; pero, de todos modos, tosiendo y escupiendo, se unio a su canto:

Mi mujer me llorara, pero se volvera a casar.

Se volvera a casar; pronto me olvidara…

Mientras tanto, en la superficie, entre el estruendo del taller, rodeado de humo, polvo y el rugido de los tanques, Glushkov se despellejaba las manos y con los dedos ensangrentados retiraba piedras, trozos de hormigon, doblaba las barras del armazon. Glushkov trabajaba febrilmente, como un loco; solo la locura podia ayudarle a mover pesadisimas vigas de hierro, a realizar un trabajo para el cual se necesitaria la fuerza de diez hombres,

Beriozkin volvio a ver la luz polvorienta y sucia, mezclada con el fragor de las explosiones, con el rugido de los tanques alemanes, los disparos de los canones y las ametralladoras. Y sin embargo era la luz del dia, suave y clara; y al verla, el primer pensamiento de Beriozkin fue: «Ves, Tamara, no tienes de que preocuparte, ya te dije que no es nada terrible».

Los brazos firmes y vigorosos de Glushkov le rodearon. Con la voz entrecortada por los sollozos, Dirkin grito: - Camarada comandante del regimiento, soy el comandante de un batallon muerto.

Hizo un circulo con la mano alrededor. -Vania esta muerto. Nuestro Vania esta muerto. Senalo el cadaver del comisario del batallon que yacia de costado en un aterciopelado charco de sangre negra y aceite.

En comparacion, el puesto de mando del regimiento habia sufrido pocos danos; solo la mesa y la cama habian quedado sepultadas bajo la tierra.

Al ver a Beriozkin, Pivovarov maldijo alegremente y se precipito hacia el.

– ?Estamos en contacto con los batallones? -le pregunto Beriozkin-. ?Que hay de la casa 6/1? ?Como esta Podchufarov? Dirkin y yo quedamos atrapados en una ratonera, sin comunicacion, sin luz. No se quien esta vivo y quien muerto, donde estamos, donde estan los alemanes… No se nada. ?Deme un informe! Mientras vosotros combatiais, nosotros cantabamos.

Pivovarov le comunico las perdidas. Todos los ocupantes de la casa 6/1 habian muerto, incluido aquel escandaloso Grekov; solo se habian salvado dos: un explorador y un viejo miliciano. Pero el regimiento habia resistido el asalto aleman, y los hombres que todavia estaban vivos, vivian.

El telefono sono, y los oficiales, que se habian girado a mirar al soldado de transmisiones, comprendieron por su cara que al otro lado de la linea estaba el comandante supremo de Stalingrado.

El soldado paso el auricular a Beriozkin; la recepcion era nitida y los soldados, que entretanto permanecian callados, oyeron con claridad la voz grave y fuerte de Chuikov.

– ?Beriozkin? El comandante de la division esta herido, el segundo jefe y el jefe del Estado Mayor han muerto. Le ordeno que asuma el mando de la division.

Despues de una pausa, anadio con voz autoritaria y comedida:

– Has comandado el regimiento en condiciones imposibles, infernales, pero has aguantado el golpe. Te doy las gracias. Te abrazo, querido. Buena suerte.

Habia comenzado la guerra en los talleres de la fabrica de tractores. Los vivos seguian vivos.

En la casa 6/1 se habia hecho el silencio. De las ruinas no salia ni un disparo. Era evidente que la fuerza principal del ataque aereo habia recaido sobre la casa. Las paredes que aun quedaban en pie se habian derrumbado y el monticulo de piedras se habia nivelado. Los tanques alemanes abrian fuego contra el batallon de Podchufarov, mimetizandose con los restos de la casa muerta.

Las ruinas de la casa, que hasta hace poco constituian un terrible peligro para los alemanes, se habian transformado en un refugio seguro.

A lo lejos, los montones de ladrillos parecian enormes trozos de carne mojada y humeante, y los soldados alemanes de uniforme gris verdoso pululaban, como insectos zumbantes y excitados, entre los bloques de ladrillos de aquella casa desolada.

– Ahora mismo asumiras el mando del regimiento -dijo Beriozkin a Pivovarov, y anadio-: Durante toda la guerra mis superiores jamas se han sentido satisfechos conmigo. Y ahora que me he quedado sentado sin hacer nada, bajo tierra, cantando canciones, voy y recibo el agradecimiento de Chuikov, que me confia el mando de una division entera. Pero cuidado, no te dejare pasar una.

25

Shtrum, liudmila y Nadia llegaron a Moscu en unos dias frios en que la ciudad estaba cuajada de nieve. Aleksandra Vladimirovna no habia querido interrumpir su trabajo en la fabrica y se habia quedado en Kazan, a pesar de que Shtrum le habia prometido que le conseguiria un trabajo en el Instituto Karpov.

Eran dias extranos, dias en que la felicidad y la inquietud coexistian en los corazones. Parecia que los alemanes continuaban siendo fuertes y amenazadores, como si estuvieran preparando una nueva ofensiva.

No habia ningun signo evidente de que la guerra hubiera experimentado un giro decisivo. No obstante, todo el mundo queria regresar a Moscu. Era logico y natural, asi como legitima era la decision del gobierno de trasladar a la

Вы читаете Vida y destino
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату