Beriozkin miro de reojo hacia el gramofono chirriante y esbozo una sonrisa:

– Sientense camaradas, continuen.

Estas palabras, tal vez, tenian un sentido opuesto al directo, pues en la cara de Podchufarov se dibujo una expresion de tristeza y arrepentimiento, mientras que en la de Movshovich -que detentaba el mando de una seccion separada del batallon de zapadores y, por ello, no estaba supeditado al comandante del regimiento- aparecio solo la tristeza, sin atisbo de arrepentimiento. Los subalternos compartian exactamente la misma expresion.

Beriozkin continuo con un tono particularmente desagradable:

– Pero ?donde esta vuestra perca de cinco kilos, camarada Movshovich? Toda la division lo sabe.

Movshovich, con la misma expresion de tristeza, dijo: -Cocinero, por favor, muestrele el pescado.

El cocinero, el unico que se encontraba cumpliendo con sus obligaciones, hablo con franqueza.

– El camarada capitan me ha ordenado que lo rellene a la judia. Tenemos pimienta y hojas de laurel, pero nos falta pan blanco y tampoco disponemos de rabano picante.

– Entiendo -dijo Beriozkin-. Una vez comi pescado relleno en Bobruisk, en casa de una tal Fira Aronovna, pero para serles franco, no me gusto demasiado.

Y, de repente, los hombres del sotano se dieron cuenta de que al jefe del regimiento no se le habia pasado siquiera por la cabeza enfadarse.

Tal vez Beriozkin supiera que Podchufarov habia repelido los ataques nocturnos de los alemanes, que habia quedado cubierto de tierra, y que su ordenanza, el mismo que ponia la Serenata china, mientras lo desenterraba gritaba: «No se preocupe, camarada capitan, le sacare de ahi».

Tal vez supiera que Movshovich se habia arrastrado con los zapadores por una callejuela plagada de carros de combate y habia cubierto con tierra y ladrillos rotos un tablero de minas antitanque.

Todos ellos eran jovenes y se sentian felices de seguir con vida una manana mas, de poder levantar una vez mas una taza de hojalata y decir «a vuestra salud», de poder masticar col, aspirar el humo de un cigarrillo…

En cualquier caso, no paso nada; los huespedes del sotano permanecieron todavia un minuto mas de pie ante el comandante, despues lo invitaron a comer con ellos y vieron con satisfaccion como el comandante del regimiento degustaba la col.

Beriozkin comparaba a menudo la batalla de Stalingrado con el ano de guerra transcurrido, en el que habia visto no poca cosa. Comprendia que si lograba soportar aquella tension era solo gracias al silencio y a la tranquilidad que habitaban en el. Asi, los soldados del Ejercito Rojo podian comer su sopa, reparar el calzado, hablar de mujeres, de buenos y malos superiores, fabricarse cucharas y a veces incluso relojes, cuando parecia que solo deberian ser capaces de sentir rabia, horror o agotamiento. Se habia dado cuenta de que aquellos que no tenian profundidad y tranquilidad de espiritu no resistian mucho, por mucho que en la batalla demostraran ser temerarios y despiadados. La vacilacion, la cobardia le parecian a Beriozkin estados pasajeros, algo que podia ser curado tan facilmente como un resfriado.

Pero que eran en realidad el valor y el miedo no lo sabia con certeza. Una vez, al inicio de la guerra, un superior le habia reganado por su vacilacion: habia retirado el regimiento sin previa autorizacion para ponerlo a resguardo del fuego enemigo. Y poco antes de Stalingrado, Beriozkin ordeno al comandante del batallon que condujera a sus hombres a la vertiente opuesta de una colina a fin de que los canallas de los alemanes no diezmaran en balde a sus hombres con el fuego de sus morteros.

El comandante de la division le habia reprochado:

«?Que es esto, camarada Beriozkin? Me habian dicho que era usted un hombre valiente, que no se amilanaba a las primeras de cambio.»

Beriozkin se callo y suspiro; evidentemente, quienquiera que hubiera hablado de el en esos terminos no le conocia bien.

Podchufarov, pelirrojo y de brillantes ojos azules, a duras penas podia refrenar su costumbre de ponerse a reir de improviso y con brusquedad, asi como sus enfados repentinos. Movshovich, delgado, con una cara pecosa y alargada, con mechas grises entre sus cabellos negros, respondia con voz ronca a las preguntas de Beriozkin. Saco un cuaderno de notas y empezo a trazar un nuevo esquema para colocar las minas en los sectores mas susceptibles de ser atacados por los tanques.

– Arranqueme del cuaderno ese croquis como recordatorio -dijo Beriozkin; e, inclinandose sobre la mesa, anadio a media voz-: El comandante de la division me ha mandado llamar. Segun los datos del servicio de informacion del ejercito, los alemanes estan trasladando las fuerzas de los distritos urbanos para concentrarlas contra nosotros. Tienen muchos tanques, ?comprenden?

Escucho una explosion cercana que sacudio los muros del sotano y sonrio.

– Aqui ustedes estan tranquilos. En mi barranco a esta hora ya habria recibido la visita de al menos tres enviados del Estado Mayor. Hay varias comisiones que se pasan el tiempo yendo y viniendo.

Entretanto un nuevo impacto sacudio el edificio y del techo cayeron trozos de estucado.

– Esta usted en lo cierto, es tranquilo; en realidad nadie nos molesta -reconocio Podchufarov.

– Pues ahi esta la cosa, en que nadie os molesta -corroboro Beriozkin.

Hablaba en tono confidencial, a media voz, olvidando sinceramente que ahora el era el superior, habituado como estaba a su posicion de subordinado, desacostumbrado al nuevo puesto.

– Ya saben ustedes como son los jefes. ?Por que no toma la ofensiva? ?Por que hay tantas perdidas? ?Por que no hay perdidas? ?Por que no has hecho un informe? ?Por que duermes? ?Por que…?

Al final Beriozkin se levanto.

– Vamos, camarada Podchufarov, quiero ver su linea de defensa.

En aquella callecita de la colonia obrera, en las paredes internas destripadas que dejaban al descubierto un empapelado abigarrado, en los jardincitos y en los huertos arados por los carros, entre las solitarias dalias otonales que milagrosamente florecian aqui y alla, aleteaba una angustia penetrante.

De pronto Beriozkin dijo a Podchufarov:

– Sabe, camarada Podchufarov, no he recibido carta de mi mujer. La volvi a ver durante un viaje, y ahora de nuevo nada de correo. Solo se que se fue a los Urales con nuestra hija.

– Le escribiran, camarada mayor -respondio Podchufarov.

En el sotano de una casa de dos pisos, bajo las ventanas tapiadas con ladrillos, yacian los heridos en espera de ser evacuados al amparo de la noche. En el suelo habia un cubo con agua y una taza; enfrente de la puerta, fijada entre las ventanas, habia una tarjeta postal ilustrada, Los esponsales del mayor.

– Esto es la retaguardia -dijo Podchufarov-, la primera linea esta mas adelante.

– Iremos hasta la primera linea -respondio Beriozkin.

Cruzaron la entrada, pasaron a una habitacion con el techo hundido, y al instante se apodero de ellos la sensacion que experimentan las personas cuando salen de los despachos de una fabrica y entran en los talleres. En el aire flotaba un olor atroz y punzante a polvora; bajo los pies tintineaban los casquillos vacios. En un cochecito de bebe color crema estaban colocadas las minas antitanque.

– Mire, los alemanes han tomado el edificio esta noche -se lamento Podchufarov acercandose a la ventana-. Es una verdadera lastima, la casa es magnifica, las ventanas dan al suroeste. Ahora todo el flanco izquierdo esta expuesto al fuego enemigo.

Cerca de una ventana, tapiada con ladrillos pero provista de arpillera, habia una ametralladora pesada, y un ametrallador sin gorro con una venda sucia, negra de humo, enrollada alrededor de la cabeza, se estaba preparando otra nueva, mientras el primer sargento, dejando al descubierto una dentadura inmaculada, masticaba una rodaja de salchichon, dispuesto a abrir fuego en cualquier momento.

El comandante de la compania, se acerco. Era un teniente que llevaba prendida en el bolsillo de su chaqueta una margarita.

– Bravo -dijo Beriozkin, sonriendo.

– ?Que alegria verle, camarada capitan! -dijo el teniente-. Le confirmo lo mismo que le dije por la noche, han ido de nuevo a la casa 6/1. Han empezado a las nueve en punto -y miro el reloj.

– Tiene ante usted al comandante del regimiento, dele el informe a el.

– Disculpe, no le habia reconocido -se excuso el teniente, apresurandose a hacer el saludo militar.

Seis dias antes el enemigo habia logrado cercar algunas casas en la zona del regimiento y las estaba fagocitando a conciencia, a la alemana. La defensa sovietica se apagaba bajo las ruinas, se extinguia junto a las vidas de los soldados defensores del Ejercito Rojo. Pero en una fabrica con profundos sotanos, la defensa sovietica continuaba resistiendo. Los muros solidos resistian los golpes, si bien en muchos puntos estaban perforados por los

Вы читаете Vida y destino
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату