impactos de las granadas y las bombas de mortero. Los alemanes intentaban demoler el edificio desde el aire y en tres ocasiones los bombarderos habian lanzado contra el torpedos demoledores. Toda una esquina de la casa se habia derrumbado pero el sotano, bajo las ruinas, habia quedado intacto, y los defensores, despues de retirar los escombros, instalaron las ametralladoras, un canon y morteros, bloqueando asi el paso a los alemanes.

El comandante de la compania, en su informe a Beriozkin, dijo:

– Hemos intentado llegar hasta ellos esta noche, pero sin exito. Hemos sufrido una baja y tenemos dos heridos.

– ?Al suelo! -grito en aquel momento el vigia con una voz siniestra.

Algunos hombres cayeron de bruces contra el suelo, y el comandante de la compania no pudo acabar su discurso: gesticulo con los brazos como si fuera a zambullirse y se desplomo contra el suelo.

Crecio la intensidad del aullido y de repente la tierra y el alma fueron sacudidas por el estruendo de unas explosiones fetidas y sofocantes. Un objeto negro y grande impacto contra el suelo, boto y rodo hasta los pies de Beriozkin. En un primer momento penso que se trataba de un leno derribado por la fuerza de la explosion y que por poco no le habia dado en la pierna.

Un instante despues se dio cuenta de que era un obus sin explotar. La tension, entonces, se volvio insoportable.

Pero el obus no exploto, y su sombra negra que habia engullido cielo y tierra, que ofuscaba el pasado y truncaba el futuro, desaparecio.

El comandante de la compania se puso en pie.

– Que bello caramelito -dijo alguien con voz destemplada.

Otro se echo a reir.

– Vaya, pense que esta vez no lo contaba…

Beriozkin se seco el sudor que le habia brotado de pronto en la frente, recogio del suelo la margarita, le sacudio el polvo de ladrillo y, sujetandola en el bolsillo de la guerrera del teniente, dijo:

– Me imagino que alguien se la habra regalado… -y comenzo a explicar a Podchufarov-: ?Por que entre vosotros, pese a todo, se respira tranquilidad? Porque los superiores no vienen. Los superiores siempre quieren algo de ti: si tienes un buen cocinero se te llevan el cocinero. Que tienes un sastre o un barbero de categoria, damelo. ?Buscavidas!, te has excavado un buen refugio; pues vete. Que tienes una col fermentada buena, enviamela. -Luego de repente le pregunto al teniente-: ?Y por que han vuelto dos, si no habian alcanzado a los asaltantes?

– Estaban heridos, camarada comandante.

– Entiendo.

– Tiene usted suerte -dijo Podchufarov mientras abandonaban el edificio y se ponian en camino atravesando los huertos donde, entre los cultivos amarillentos de patatas, se habian excavado los refugios y defensas de la segunda compania.

– Quien sabe si tengo suerte -respondio Beriozkin, y salto al fondo de la trinchera-. Estamos en guerra -dijo, como quien dice «Estamos de vacaciones en un balneario».

– La tierra se adapta mejor a la guerra que nosotros -corroboro Podchufarov-. Esta acostumbrada.

Regresando a la conversacion iniciada por el comandante del regimiento, Podchufarov anadio:

– Lo de los cocineros no es nada, he oido que a veces los superiores requisan a las mujeres.

Toda la trinchera, excitada por el intercambio de mensajes, estaba sumida en el tableteo de los disparos y las breves rafagas de las armas automaticas y las ametralladoras.

– El comandante de la compania ha sido asesinado, el instructor politico Soshkin ha tomado el mando -dijo Podchufarov-. Este es su refugio.

– Claro, claro -dijo Beriozkin echando una ojeada a traves de la puerta entreabierta.

Estaban junto a las ametralladoras cuando los alcanzo el instructor politico Soshkin, un hombre con la cara roja y cejas negras, y que hablaba a voz en grito. Les informo de que la compania estaba disparando contra los alemanes con el objetivo de impedir que se concentraran en el ataque de la casa 6/1.

Beriozkin le cogio los prismaticos y examino los breves resplandores de los disparos y las lenguas de fuego que vomitaban las bocas de los morteros.

– Creo que hay un francotirador ahi, en el tercer piso, segunda ventana.

Apenas habia terminado de decir la frase cuando en la ventana que acababa de senalar brillo un fogonazo y silbo una bala que dio en la pared de la trinchera, justo a medio camino entre la cabeza de Beriozkin y de Soshkin.

– Es usted un tipo afortunado -dijo Podchufarov.

– Quien sabe si soy afortunado -respondio Beriozkin.

Continuaron el paseo por la trinchera hasta que vieron un invento local de la compania: un fusil antitanque fijado a una rueda de carretilla.

– Es el canon antiaereo de la compania -dijo un sargento con la barba cubierta de polvo y la mirada inquieta.

– ?Un carro a cien metros, cerca de la casa de tejado verde! -grito Beriozkin imitando la voz de un instructor de tiro.

El sargento se apresuro a girar la rueda e inclino el largo canon del fusil anticarro hacia el suelo.

– Dirkin tiene un soldado -dijo Beriozkin- que ha adaptado un visor telescopico a un fusil anticarro; en un dia destruyo tres ametralladoras enemigas.

El sargento se encogio de hombros.

– Dirkin lo tiene bien, esta a resguardo en la fabrica.

Prosiguieron por la trinchera y Beriozkin reanudo la conversacion que habian mantenido al inicio de la expedicion.

– Les he enviado un paquete repleto de cosas; pero mi mujer no escribe. Sigo sin tener respuesta. Ni siquiera se si han recibido el envio. Tal vez esten enfermas. No es nada raro que durante una evacuacion se produzca una desgracia.

Podchufarov recordo de improviso cuando, mucho tiempo atras, los carpinteros que trabajaban en Moscu volvian al pueblo y traian regalos a sus mujeres, ancianos y ninos. Para ellos el ritmo de la vida del campo y el calor domestico significaban mas que el estruendo frenetico de la vida moscovita y sus luces nocturnas.

Media hora mas tarde regresaron al puesto de mando del batallon, pero Beriozkin no bajo al sotano; se despidio de Podchufarov en el patio.

– Preste a la casa 6/1 toda la ayuda posible -dijo-. No intenten llegar hasta ellos, lo haremos nosotros por la noche con las fuerzas del regimiento. -Despues anadio-: Y ahora… Primero, no me gusta el modo como tratan a los heridos, en el puesto de mando tienen sofas, mientras los heridos estan tirados en el suelo. Segundo, no han enviado a buscar pan fresco y sus hombres se estan alimentando de mendrugos secos. Tercero, el instructor politico Soshkin esta borracho como una cuba. Van tres. Y ademas…

Podchufarov escuchaba estupefacto al comandante del regimiento que, durante su paseo, habia encontrado el medio de fijarse en todo. El vicecomisario de la fabrica llevaba unos pantalones alemanes… El teniente de la primera compania llevaba dos relojes en la muneca…

Beriozkin sentencio:

– Los alemanes atacaran. ?Esta claro?

Se dispuso a encaminarse hacia la fabrica y Glushkov, que habia tenido ya tiempo de reparar su tacon y remendar el agujero de su chaqueton, le pregunto:

– ?Vamos a casa?

Beriozkin, sin responderle, se volvio hacia Podchufarov:

– Telefonee al comisario del regimiento; digale que estoy con Dirkin, en la fabrica, en el taller n° 3 -y, guinandole un ojo, anadio-: Mandeme un poco de su col, es buena. A fin de cuentas, yo tambien soy un superior.

15

No habia cartas de Tolia [14]. Por la manana, Liudmila

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