los que se pegaba cuando estudiaba el ultimo curso preparatorio. Conocia su caracter burlon, su costumbre de fastidiar a Tolia, a Nadia, a sus colegas. Incluso ahora, que casi siempre estaba de mal humor, Shtrum la pinchaba porque la mejor amiga de ella, Maria Ivanovna Sokolova, leia poco y una vez, conversando, confundio a Balzac con Flaubert.
Sabia hacer rabiar a Liudmila de manera magistral, siempre la sacaba de quicio. Y entonces ella, enfadada y seria, lo contradecia, defendiendo a su amiga:
– Siempre haces befa de las personas que quiero. Mashenka tiene un gusto infalible y no necesita leer demasiado, sabe lo que es sentir un libro.
– Por supuesto, por supuesto -decia el-. Esta convencida de que Max y Moritz es una novela de Anatole France.
Liudmila conocia su amor a la musica, sus opiniones politicas. Una vez lo habia visto llorando, lo vio desgarrarse la camisa y, enredandose en los calzoncillos, saltar hacia ella a la pata coja, con un puno levantado, dispuesto a golpearla. Conocia su rectitud inflexible y valerosa, su inspiracion; lo habia visto declamar versos; lo habia visto tomar laxantes.
Sentia que su marido ahora estaba enfadado con ella, a pesar de que nada, por lo visto, habia cambiado en su relacion. Pero si que se habia producido un cambio, y se reflejaba en el hecho de que ya no le hablaba de su trabajo: le hablaba de las cartas que recibia de cientificos conocidos, de los racionamientos y las tiendas de articulos manufacturados. A veces le hablaba de las tareas en el instituto, del laboratorio, de la discusion sobre el plan de trabajo; le contaba historias sobre sus colegas: Savostianov habia ido al trabajo despues de una noche de borrachera y se habia quedado dormido, los ayudantes habian cocido patatas en la estufa del laboratorio, Markov estaba preparando una nueva bateria de experimentos.
Pero de su trabajo personal, de aquel que antes ella era su unica confidente, ya no le hablaba.
Una vez se habia lamentado a Liudmila Nikolayevna de que, cuando leia a sus amigos intimos sus apuntes, reflexiones todavia inacabadas, al dia siguiente experimentaba la desagradable sensacion de que su trabajo se marchitaba y se le hacia dificil retornarlo.
La unica persona con la que compartia sus dudas, a quien leia sus apuntes fragmentarios, sus hipotesis fantasticas y presuntuosas sin que le quedara sensacion de malestar era Liudmila Nikolayevna.
Pero ahora habia dejado de hablar con ella.
Ahora, en su estado melancolico, encontraba alivio en lo que la ofendia. Pensaba sin tregua y de forma obsesiva en su madre. Pensaba en lo que nunca antes habia pensado, en lo que el fascismo le obligaba a plantearse: el hecho de que su madre era judia y en su propia judeidad.
En su corazon reprochaba a Liudmila la frialdad con la que trataba a su madre. Un dia le dijo:
– Si hubieras sabido tener una buena relacion con mi madre, viviria con nosotros en Moscu.
Pero ella le daba vueltas en la cabeza a todas las insolencias e injusticias que Viktor Pavlovich habia cometido en relacion con Tolia y lo cierto es que tenia de lo que acordarse.
En su fuero interno le exasperaba lo injusto que era con su hijastro, la cantidad de cosas malas que veia en el, lo dificil que le resultaba perdonarle sus defectos. En cambio a Nadia le perdonaba la groseria, la pereza, el desorden y la nula voluntad para ayudar a la madre en los quehaceres domesticos.
Liudmila pensaba en la madre de Viktor Pavlovich: su destino era terrible. Pero ?como podia Viktor exigirle un vinculo de amistad con Anna Semionovna, cuando esta estaba predispuesta en contra de Tolia? Cada carta suya, cada viaje suyo a Moscu se volvian, por este motivo, insoportables para Liudmila. Nadia, Nadia, Nadia… Nadia tenia los mismos ojos que Viktor… Nadia cogia el tenedor como Viktor… Nadia era avispada, Nadia era ingeniosa, Nadia era pensativa. La ternura, el amor de Anna Semionovna hacia su hijo confluian en el amor y la ternura hacia la nieta. Y es que Tolia no cogia el tenedor como Viktor Pavlovich.
Era extrano, en los ultimos tiempos recordaba con mayor frecuencia que antes al padre de Tolia, a su primer marido. Deseaba hallar a los parientes de su primer marido, a su hermana mayor; la hermana de Abarchuk habria reconocido en los ojos de Tolia, en su pulgar torcido, en su nariz ancha, los ojos, las manos y la nariz de su hermano.
Y, de la misma manera que no queria acordarse de todo lo bueno que Viktor Pavlovich habia hecho por Tolia, le perdonaba a Abarchuk todo lo malo, incluso que la hubiera abandonado con un nino de pecho y le hubiera prohibido darle su apellido.
Por las mananas Liudmila Nikolayevna se quedaba sola en casa. Esperaba aquel momento; los suyos la molestaban. Todos los acontecimientos del mundo, la guerra, el destino de sus hermanas, el trabajo de su marido, el temperamento de Nadia, la salud de su madre, su compasion hacia los heridos, el dolor por los muertos en cautiverio aleman, todo acrecentaba su pesar hacia el hijo, su inquietud por el.
Adivinaba que los sentimientos de su madre, de su marido, de su hija estaban hechos de otra pasta. El carino y amor de estos hacia Tolia le parecian superficiales. Para ella el mundo era Tolia; para ellos Tolia solo era una parte del mundo.
Transcurrian los dias, las semanas, y las cartas de Tolia no llegaban.
Cada dia la radio transmitia los boletines de la Oficina de Informacion Sovietica, cada dia los periodicos estaban llenos de guerra. Las tropas retrocedian. En los boletines y en los periodicos se hablaba de artilleria. Tolia prestaba servicio en la artilleria. Pero de Tolia no habia ninguna carta.
Le parecia que solo una persona comprendia como es debido su congoja: Maria Ivanovna, la mujer de Sokolov.
A Liudmila Nikolayevna no le gustaba tener amistad con las mujeres de los colegas de su marido; la irritaban las conversaciones sobre los exitos cientificos de sus esposos, los vestidos o las asistentas domesticas. Pero probablemente debido a que el suave caracter de la timida Maria Ivanovna era opuesto al suyo y porque manifestaba un interes conmovedor hacia Tolia, le habia tomado mucho carino.
Con ella Liudmila hablaba con mas libertad que con su marido o su madre, y cada vez se sentia mas tranquila, se quitaba un peso de encima. Y a pesar de que Maria Ivanovna acudia casi a diario a casa de los Shtrum, Liudmila Nikolayevna a menudo se preguntaba por que su amiga se demoraba, y se asomaba por la ventana para ver si veia su menuda silueta.
Y de Tolia, entretanto, ni una carta.
16
Aleksandra Vladimirovna, Liudmila y Nadia estaban sentadas en la cocina. De vez en cuando Nadia echaba a la estufa hojas arrugadas de un cuaderno escolar y la luz roja que estaba apagandose se reavivaba, la estufa se llenaba de infinidad de llamas efimeras. Aleksandra Vladimirovna, mirando de reojo a su hija, decia:
– Ayer estuve en casa de una ayudante de laboratorio. Dios mio, que estrechez, que miseria, que hambre… Nosotros, en comparacion, vivimos como reyes; se habian reunido varias vecinas y la conversacion giro en torno a lo que mas nos gustaba antes de la guerra: una dijo que la carne de ternera; otra, la sopa de pepino. Y la hija de esta ayudante de laboratorio dijo: «A mi lo que mas me gustaba era el final de la alarma».
Liudmila Nikolayevna se quedo callada, pero Nadia intervino:
– Abuela, ya te has hecho un millon de amigos aqui. -Y tu no tienes ni uno.
– ?Y que hay de malo? -dijo Liudmila Nikolayevna-. Viktor ha comenzado a frecuentar la casa de los Sokolov. Alli se reune toda clase de chusma, y yo no comprendo como Vitia y Sokolov pueden pasarse horas enteras hablando con esa gente. ?Como no se cansan de estar de palique? Podrian compadecerse de Maria Ivanovna, que necesita tranquilidad y no puede acostarse cuando estan ellos, ni sentarse un poco, fuman como carreteros.
– Karimov, el tartaro, me gusta -dijo Aleksandra Vladimirovna.
– Un tipo repugnante.
– Mama se parece a mi, no le gusta nadie -dijo Nadia-, solo Maria Ivanovna.
– Sois gente extrana -dijo Aleksandra Vladimirovna-. Teneis cierto circulo moscovita que os habeis traido con vosotros. La gente con la que os encontrais en el tren, en el club, en el teatro, no forman parte de vuestro circulo, y vuestros amigos son los que se han construido la dacha en el mismo lugar que vosotros; una caracteristica que tambien he observado en tu hermana Zhenia. Hay pequenos indicios que os permiten distinguir a la gente de vuestro circulo: «Ah, aquella es una nulidad, no le gusta Blok; aquel otro es un primitivo, no comprende a Picasso…