valor, similares a los que estaban sentados a la mesa. A Novikov se le paso por la cabeza que tal vez la desgracia que aguardaba a aquel hombre en el frente no era menor de la que esperaba en primera linea a Morozov, a el misino, a Novikov, a Maguid, a Lopatin y a aquellos chicos procedentes del campo que habia visto descansando en la calle.
Neudobnov dijo en tono edificante:
– Eso no es lo que dice el camarada Stalin. El camarada Stalin dice que no hay nada mas valioso que los hombres, nuestras tropas. Nuestro capital mas valioso son los hombres y hay que cuidarlos como los ojos de la cara.
Novikov se dio cuenta de que el resto de los invitados acogia con simpatia las palabras de Neudobnov y penso: «?Que extrano! Ahora todos me consideraran un bruto y a Neudobnov un hombre que cuida a sus hombres. Es una lastima que Guetmanov no este aqui: el es todavia mas santo».
Interrumpio a Neudobnov en un tono extremadamente colerico y violento:
– No nos faltan hombres, tenemos mas que suficientes. Lo que no tenemos es material. Cualquier idiota puede traer al mundo a un hombre. Otra cosa es fabricar un tanque o un avion. Si te apiadas de los hombres, no asumas la responsabilidad de mando.
36
El general Yeremenko, comandante en jefe del frente de Stalingrado, habia emplazado a Novikov, Guetmanov y Neudobnov.
El dia antes Yeremenko habia inspeccionado las brigadas, pero no habia pasado por el Estado Mayor.
Los tres comandantes convocados estaban sentados y miraban con el rabillo del ojo a Yeremenko mientras se hacian cabalas sobre cual era el motivo de aquella reunion. -Yeremenko capto la mirada de Guetmanov hacia el catre con la almohada arrugada.
– Me duele mucho la pierna -dijo, y solto una imprecacion, contra el objeto de su dolor.
Todos le miraron fijamente sin decir nada.
– En general, vuestro cuerpo parece bien preparado. Por lo visto habeis aprovechado bien el tiempo.
Mientras pronunciaba estas palabras miro de reojo a Novikov, que contrariamente a sus expectativas no irradiaba alegria al oir la aprobacion del general.
Yeremenko manifesto cierta sorpresa de que el comandante del cuerpo blindado mostrara una actitud indiferente ante los elogios de un comandante que tenia fama de ser parco en alabanzas.
– Camarada general -dijo Novikov-, le he hecho ya un informe sobre las unidades de nuestra aviacion de asalto que han bombardeado durante dos dias la 137? Brigada de Tanques concentrada en el sector de los profundos cauces fluviales secos de la estepa, y que formaba parte de la reserva del cuerpo.
Yeremenko, entrecerrando los ojos, se pregunto si Novikov queria cubrirse las espaldas, o desacreditar al jefe de la aviacion.
Novikov fruncio el ceno y anadio:
– Por suerte no han alcanzado sus objetivos. Todavia no han aprendido a bombardear.
– No importa -dijo Yeremenko-. Los necesitara mas adelante; sabran reparar su falta.
Guetmanov intervino en el dialogo:
– Por supuesto, camarada general. No tenemos intencion, de disputar con la aviacion de Stalin.
– Claro, claro, camarada Guetmanov -asintio Yeremenko, y le pregunto-: Bueno, ?ha visto a Jruschov?
– Nikita Sergueyevich me ha ordenado que le visite manana.
– ?Lo conocio en Kiev?
– Si. Trabaje con el casi dos anos.
– Dime, camarada general -pregunto de repente Yeremenko volviendose a Neudobnov-, ?no te vi una vez en casa de Titsian Petrovich?
– Asi es -dijo Neudobnov-. Titsian Petrovich le habia invitado a usted junto al mariscal Voronov.
– Si, lo recuerdo.
– Yo, camarada general, estuve destinado por un tiempo en el Comisariado del Pueblo a peticion de Titsian Petrovich. Por eso estaba en su casa.
– Ya decia que tu cara me resultaba familiar -dijo Yeremenko, y deseando dar muestras de su simpatia a Neudobnov, anadio-: ?No te aburres en la estepa, camarada general? Espero que estes bien instalado.
Sin esperar respuesta. Yeremenko inclino la cabeza en senal de satisfaccion.
Cuando los tres hombres abandonaban la habitacion Yeremenko llamo a Novikov.
– Coronel, venga aqui un momento.
Novikov que estaba ya en la puerta, volvio al interior y Yeremenko, poniendose en pie, levanto de detras de la mesa su cuerpo robusto de campesino y dijo con voz aspera:
– Ahi los tienes. Uno ha trabajado con Jruschov, el otro con Titsian Pctrovich, y tu, hijo de perra, no olvides que seras tu el que guiara el cuerpo de tanques hacia la brecha abierta.
37
Una fria y oscura manana Krimov fue dado de alta del hospital. Sin pasar por su alojamiento, se dirigio a ver al jefe del servicio politico del frente, el general Toscheyev, para informarle de su viaje a Stalingrado.
Krimov tuvo suerte. Toscheyev se encontraba desde la manana en su despacho, una casa revestida de tablas grises, y recibio a Nikolai Grigorievich sin dilacion.
El jefe del servicio politico, cuyo aspecto exterior se correspondia con su apellido [93], no dejaba de mirar de reojo su uniforme nuevo, que se habia enfundado tras su reciente promocion a general, y de estirar hacia arriba la nariz, incomodo por el olor a fenol que desprendia su visitante.
– En cuanto a la casa 6/1, no pude concluir la mision a causa de la herida -dijo Krimov-. Ahora puedo volver alli.
Toscheyev miro a Krimov con aire irritado y descontento.
– No hace falta, hagame un informe detallado.
No formulo ni una pregunta y no critico ni aprobo el informe de Krimov.
Como siempre el uniforme de general y las condecoraciones desentonaban con el telon de fondo de aquella humilde isba campesina. Pero aquello no era lo unico que desentonaba. Nikolai Grigorievich no lograba comprender por que su superior parecia tan abatido e insatisfecho.
Se acerco a la seccion administrativa del servicio politico para recoger los talones de comida, registrar su cartilla de raciones y despachar diversas formalidades relacionadas con su regreso a la mision y los dias pasados en el hospital.
Mientras esperaba a que prepararan los documentos, sentado sobre un taburete, observaba las caras de los empleados y las empleadas de la oficina. Nadie parecia interesarse por el. Su visita a Stalingrado, su herida, todo lo que habia visto y soportado no tenia sentido, no significaba nada. El personal de la seccion estaba atareado con sus asuntos. Las maquinas de escribir crepitaban, los papeles susurraban, los ojos de los colaboradores se deslizaban hacia Krimov para sumergirse de nuevo en los expedientes abiertos y las hojas esparcidas por las mesas.
Cuantas frentes arrugadas, que esfuerzo de concentracion en aquellas miradas, en aquellos cejos fruncidos, que absortos parecian todos en su trabajo, con que rapidez y diligencia ordenaban sus manos los papeles. Solo un bostezo irrefrenable, una ojeada furtiva al reloj para comprobar si pronto seria la hora de comer, la neblina gris y sonolienta que afloraba en estos o aquellos ojos revelaban el aburrimiento mortal que soportaba aquella gente confinada en una oficina mal ventilada.
Un conocido de Krimov, instructor en la septima seccion de la direccion politica del frente, asomo por la puerta. Krimov salto al pasillo para fumar un cigarrillo con el.
– Asi que ya has vuelto -dijo el instructor.