aqui para los postres», pensaba.

Ya no era el mismo hombre que en 1941. Ahora bebia mas, soltaba tacos, se irritaba. Una vez le habia levantado la mano al oficial encargado del suministro de carburante. Habia notado que le tenian miedo.

– Solo el demonio sabe si estoy hecho para la guerra -repitio Novikov-. Lo mejor seria vivir con la mujer que uno ama en alguna isba perdida en lo mas profundo del bosque. Saldria a cazar y regresaria por la noche. Ella haria la sopa y nos iriamos a la cama. No es la guerra lo que alimenta a un hombre.

Guetmanov, con la cabeza baja, lo miro atentamente. El comandante de la primera brigada, el coronel Karpov, era un hombre de carrillos abultados, cabellos rojos y ojos de aquel azul penetrante y claro tipico de los pelirrojos. Recibio a Novikov y Guetmanov al lado del radiotransmisor.

Habia combatido durante algun tiempo en el frente noroeste, donde mas de una vez tuvo que enterrar sus tanques para transformarlos en posiciones de tiro estatico.

Acompano a Novikov y a Guetmanov durante su inspeccion de la primera brigada y, viendo sus gestos distendidos, se habria podido pensar que el era el superior.

A juzgar por su constitucion, parecia un hombre bonachon aficionado a la cerveza y a las comidas copiosas. Pero su naturaleza era totalmente diferente: taciturna, fria, suspicaz, mezquina.

No era hospitalario y tenia fama de avaro. Guetmanov elogio el esmero con el que habian sido cavados los bunkeres y los refugios para los tanques y las armas.

Al comandante de la brigada no se le habia escapado ningun detalle: la eventual direccion de un ataque enemigo, la posibilidad de un asalto por los flancos; lo unico que no habia tenido en cuenta era que la inminente batalla le obligaria a pasar a la ofensiva, romper el frente enemigo e iniciar la persecucion.

A Novikov le irritaban sobremanera las inclinaciones de cabeza y las palabritas de aprobacion de Guetmanov. Y Karpov, como si quisiera anadir mas lena al fuego, dijo:

– Permitame, camarada coronel, que le cuente lo que paso una vez en Odessa. Bueno, nosotros estabamos perfectamente atrincherados. Al anochecer pasamos al contraataque y les dimos un buen golpe a los rumanos. Por la noche, siguiendo ordenes del comandante, toda nuestra defensa, como si de un solo hombre se tratara, se dirigio al lugar convenido para embarcar. Los rumanos comenzaron a atacar las trincheras abandonadas a las diez de la manana, pero nosotros ya estabamos en el mar Negro.

– Bien, solo espero que no le suceda eso aqui, que no tenga que quedarse plantado delante de las trincheras rumanas vacias -dijo Novikov.

?Seria capaz Karpov, llegado el momento del ataque, de forzar el avance, dia y noche, y dejar a sus espaldas las bolsas de resistencia del enemigo? ?Seria capaz de arremeter dejando al descubierto la cabeza, la nuca, los flancos? ?Se apoderaria de el la furia de la persecucion? No, no era su caracter.

A su alrededor todo dejaba ver los rastros del reciente incendio y era extrano que el aire fuera tan gelido. Los tanquistas estaban absortos en las preocupaciones cotidianas de todo soldado: uno se afeitaba sentado sobre el carro despues de haber acomodado un espejito sobre la torreta, otro limpiaba el fusil, otro escribia una carta y al lado, sobre una tela extendida en el suelo, otros jugaban a las cartas, mientras un nutrido grupo, suspirando de vez en cuando, formaba un circulo alrededor de la enfermera.

Y aquella escena trivial, bajo el cielo infinito, sobre la tierra infinita, se llenaba de una melancolia crepuscular.

De repente, un comandante de batallon se puso en pie, se ajusto la chaqueta y grito:

– ?Batallon, firmes!

Novikov, como para contradecirle, replico:

– Descansen, descansen.

Por alli donde pasaba el comisario soltando sus frasecitas, se oian estallidos de risas y los tanquistas intercambiaban miradas, mientras sus caras se volvian mas alegres.

El comisario les preguntaba que tal habia ido la separacion de las muchachas de los Urales, si habian gastado mucho papel escribiendoles cartas, si recibian puntualmente en la estepa la Estrella Roja.

Luego, la tomo con el intendente:

– ?Que han comido hoy los soldados? ?Y ayer? ?Y anteayer? ?Tu tambien has comido sopa de cebada y tomates verdes tres dias seguidos? ?Mandad llamar al cocinero! -ordeno entre las risas de los tanquistas-. Que venga y diga que ha preparado hoy de desayuno para el intendente.

Sus preguntas sobre las condiciones de vida de los tanquistas sonaban como un reproche a los comandantes de las unidades. Era como si les estuviera diciendo: «?Por que pensais siempre en el material y nunca en los hombres?».

El intendente, un hombre delgado con unas viejas botas de lona polvorientas y las manos rojas como una lavandera que enjuaga la ropa en agua fria, estaba erguido frente a Guetmanov y tosia.

A Novikov le dio pena y dijo:

– Camarada comisario, ?vamos a ver a Belov?

Desde antes de la guerra Guetmanov siempre habia sido considerado, y con razon, un hombre de masas, un lider nato. Solo tenia que abrir la boca para que la gente comenzara a reir: su manera de hablar, directa y viva, su lenguaje a veces vulgar, borraban de un plumazo la distancia que hay entre el secretario de un obkom y un hombre sucio en traje de faena.

Su interes siempre se dirigia a las cuestiones de la vida cotidiana: si se habia pagado el salario con retraso, si la tienda del pueblo o de la fabrica estaba bien surtida, si la residencia de los trabajadores estaba bien caldeada, si la cocina del campamento estaba organizada como era debido.

Tenia un don particular para hablar con las ancianas obreras de las fabricas y las koljosianas.

A todos les gustaba que el secretario fuera un servidor del pueblo, que supiera defenderlos a capa y espada de los proveedores, los gerentes de las residencias y, si era preciso, de los directores de las fabricas o los MTS [91], cuando estos desatendian los intereses del obrero. Era hijo de campesinos, el mismo habia trabajado de mecanico en una fabrica y los obreros lo notaban. Pero, en su despacho de secretario de obkom solo se preocupaba de su responsabilidad frente al Estado; las preocupaciones de Moscu eran su principal inquietud; los directores de las grandes fabricas y los secretarios de raikom rurales lo sabian muy bien.

– ?Te das cuenta de que estas incumpliendo el plan del Estado? ?Quieres renunciar a tu carne del Partido? ?Sabes por que el Partido ha depositado su confianza en ti? ?Hace falta que te lo explique?

En su despacho no se reia ni se bromeaba, no se hablaba del agua caliente de las residencias o de las zonas verdes de los talleres. En su despacho se determinaban severos planes de produccion, se discutia sobre el aumento del ritmo de produccion. Se decia que para la construccion de viviendas era preciso esperar todavia un poco, apretarse el cinturon, bajar el coste de produccion, aumentar el precio de los articulos al por menor.

Durante las reuniones que se celebraban en su oficina era cuando la fuerza de Guetmanov se podia apreciar en su justa medida. Los demas asistentes parecian acudir a esas reuniones no para exponer sus ideas o sus quejas, sino para ayudar a Guetmanov, como si el curso de las reuniones estuviera ya decidido de antemano por su voluntad e inteligencia.

Hablaba en voz baja, sin apresurarse, convencido de la obediencia de aquellos a los que se dirigia.

– Hablanos un poco de tu distrito. En primer lugar, camaradas, cederemos la palabra al agronomo. Y nos gustaria escuchar tu punto de vista, Piotr Mijailovich. Creo que Lazko tiene algo que decirnos; el se esta encontrando con varios problemas en esa area. Si, Rodionov, se que tienes algo en la punta de la lengua. Para mi, camaradas, la cuestion esta clara. Es hora de ir concluyendo, creo que no habra objeciones a este respecto. Aqui, camaradas, esta preparado el proyecto de resolucion. Tal vez el camarada Rodionov pueda leerlo en voz alta.

Y Rodionov, que queria expresar algunas de sus dudas e incluso discutir, se ponia a leer con diligencia la resolucion, mirando de vez en cuando al presidente para comprobar si estaba leyendo con suficiente claridad. «Bien, camaradas, parece que nadie tiene objeciones.»

Pero lo mas sorprendente era que Guetmanov siempre parecia absolutamente sincero; seguia siendo el mismo cuando exigia la ejecucion del plan a los secretarios de raikom, cuando retiraba a los trabajadores de un koljos los ultimos granos de trigo, bajaba el salario a los obreros exigia un abaratamiento del precio de coste, cuando subia los precios al por menor, pero tambien cuando hablaba, conmovido, con las mujeres del soviet de la ciudad y las compadecia por su dificil vida y se afligia por las estrecheces con que vivian los obreros en las residencias.

Era algo dificil de comprender, pero ?acaso en la vida todo es facil de comprender?

Cuando Novikov y Guetmanov se acercaron al coche, este ultimo dijo en tono de broma a Karpov, que les habia

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