– ?Que otra opcion hay, si no? -dijo ella-. Parece que es lo mejor que puede hacer. No pudo actuar de otra manera.

– Que triste es todo -exclamo el.

Deseaba contarle que sentia con una fuerza particular el amor por su trabajo, por el laboratorio, que experimentaba felicidad y tristeza cuando miraba la instalacion donde pronto se efectuarian los primeros analisis; tenia la impresion de que iria por la noche al instituto para mirar por la ventana. Luego penso que Maria Ivanovna podria interpretar sus palabras como una pose y decidio no decir nada.

Se acercaron a la exposicion de trofeos de guerra. Aminoraron el paso y contemplaron los tanques alemanes pintados de gris, los canones, los morteros, el avion con la esvastica en las alas.

– Incluso asi, mudos e inmoviles, da miedo mirarlos -dijo Maria Ivanovna.

– No es nada -dijo Shtrum-, Hay que consolarse pensando que en la proxima guerra todo esto parecera tan inocente como mosquetes o alabardas.

Cuando se acercaban a las verjas del parque, Viktor Pavlovich dijo:

– Nuestro paseo ha terminado. Que lastima que el jardin sea tan pequeno. ?Esta cansada?

– No, no -respondio-. Estoy acostumbrada, camino mucho.

Tal vez no habia comprendido las palabras de Shtrum, o simulaba que no las habia comprendido.

– ?Sabe? -dijo Viktor-, por alguna extrana razon nuestros encuentros siempre dependen de sus citas con Liudmila y de las mias con Piotr Lavrentievich.

– Es cierto -reconocio Maria-, ?como iba a ser de otra manera?

Salieron del parque y fueron engullidos por el ruido de la ciudad, que destruyo el encanto del paseo silencioso.

Llegaron a una plaza situada a escasa distancia del lugar donde se habian encontrado.

Mirandole de abajo arriba, como una nina a un adulto, Maria dijo:

– Probablemente ahora sienta de manera particular el amor por su trabajo, el laboratorio, sus aparatos. Pero no hubiera podido actuar de otro modo. Otro habria podido pero usted no. Le he contado cosas desagradables, pero creo que siempre es mejor conocer la verdad.

– Gracias, Maria Ivanovna -dijo Shtrum, apretandole la mano-. Gracias, y no solo por eso.

Shtrum tuvo la sensacion de que los dedos de la mujer temblaban en su mano.

– Es extrano -exclamo ella-, nos despedimos casi en el mismo lugar donde nos hemos encontrado.

– No sin motivo los antiguos decian que en el fin se encuentra el inicio.

Maria Ivanovna arrugo la frente mientras pensaba en aquellas palabras. Luego rio y dijo:

– No lo entiendo.

Shtrum la siguio con la mirada: era una mujer pequena, delgada, de esas que los hombres, al encontrarselas por la calle, nunca se giran a mirarlas.

58

Muy pocas veces habia estado Darenski tan aburrido y deprimido como durante esas semanas en la estepa calmuca. Habia enviado un telegrama al cuartel general del frente para informar de que habia concluido su mision y que su presencia en el extremo del flanco izquierdo, donde reinaba la calma total, ya no era necesaria. Pero los superiores, con una obstinacion que le resultaba incomprensible, no le llamaban.

Las horas pasaban mas rapido cuando trabajaba, pero el tiempo de descanso se hacia durisimo.

Alrededor solo habia arena arida, seca, rugosa. Naturalmente la vida tambien estaba alli: los lagartos y las tortugas hacian susurrar la arena, dejando con su cola huellas sobre las dunas; por doquier crecian desparramadas plantas espinosas del color de la arena; los halcones giraban en el cielo en busca de carrona y desechos, y las aranas corrian sobre sus largas patas.

La miseria de aquella naturaleza severa, la monotonia fria del desierto en un noviembre sin nieve parecian haber vaciado a las personas, tanto su vida como sus pensamientos, que eran planos, uniformes, angustiosos.

Poco a poco Darenski habia sucumbido a aquella monotonia melancolica del desierto. Siempre se habia mostrado indiferente a la comida, pero alli no hacia mas que pensar en ella. Las eternas comidas compuestas por un primer plato de sopa acida a base de cebada perlada y de tomate, y un segundo plato de gachas de cebada perlada se habian convertido en la pesadilla de su vida. Sentado en la penumbra del cobertizo, detras de una mesa de tablas salpicadas de charcos de sopa, sentia una congoja inconmensurable mientras observaba a los hombres que hacian tintinear la cuchara en las escudillas de hojalata; se apoderaba de el un violento deseo de salir del comedor para no escuchar el golpe de las cucharas, para no respirar aquel olor nauseabundo. Pero, en cuanto salia al aire libre, volvia a pensar obsesivamente en el comedor y contaba las horas que faltaban para la proxima comida.

Por la noche hacia frio en las casuchas, y Darenski dormia mal. La espalda, las orejas, los pies, los dedos de la mano se le entumecian, las mejillas se le congelaban. Dormia sin quitarse la ropa, se enrollaba los pies con dos trozos de tela y una toalla alrededor de la cabeza.

Al principio le sorprendio que los hombres con los que trabajaba alli parecieran indiferentes a la guerra y, en cambio, tuvieran la cabeza llena de historias de comida tabaco y coladas. Pero muy pronto, tambien el, cuando hablaba con los comandantes de las divisiones y las baterias sobre la preparacion de las armas para el invierno, sobre el aceite almacenado y el abastecimiento de municiones, descubria que su cabeza estaba llena de esperanzas y amarguras relacionadas con las cuestiones mas prosaicas. El Estado Mayor del frente parecia inalcanzable, lejano y sus suenos eran mas modestos: pasar un solo dia en el Estado Mayor del ejercito, cerca de Elista. Pero cuando sonaba con aquel viaje no se imaginaba un encuentro con la hermosa Alla Sergueyevna, de ojos azules, sino que pensaba en un bano, ropa interior limpia, sopa de fideos blancos. Incluso la noche que habia pasado junto a Bova le parecia agradable. No se estaba tan mal en el cuchitril de Bova. Y su conversacion no se habia reducido a la colada y la comida.

Lo que mas le atormentaba eran los piojos. Durante mucho tiempo no logro comprender por que habia comenzado a rascarse con tanta frecuencia y no advertia las sonrisas de complicidad de sus interlocutores cuando, durante una reunion de trabajo, se rascaba con furia la axila o un muslo. Cada dia se rascaba con mas ardor. La quemazon y el prurito por debajo de las claviculas y en las axilas se habia vuelto ya familiar. Creia que le habia salido un eccema y lo justificaba pensando que la piel seca se le irritaba por el polvo y la arena. A veces el prurito se volvia tan atroz que le obligaba a pararse mientras caminaba por la calle para rascarse una pierna, el vientre, el coccix.

El picor era particularmente intenso por la noche. Se despertaba y se rascaba durante largo rato la piel del pecho, con sana. Una vez, acostado boca arriba, levanto las piernas en el aire y entre lamentos se puso a rascarse las pantorrillas con las unas. Habia notado que el eccema se acentuaba con el calor. Bajo la manta el cuerpo le picaba con un ardor insoportable. Cuando salia al aire frio de la noche, el picor se calmaba. Habia pensado en acercarse al batallon sanitario y pedir una pomada para el eccema.

Una manana, al arreglarse el cuello de la camisa, descubrio a lo largo de la costura una nutrida fila de robustos piojos con aire sonoliento. Habia muchos. Darenski, aterrorizado y avergonzado a un tiempo, miro al capitan que dormia a su lado. Este ya se habia despertado y, sentado en el catre, con expresion rapaz, se entregaba a la caza de los piojos que habia descubierto en sus calzoncillos. Los labios del capitan se movian en silencio: evidentemente llevaba la cuenta de las bajas producidas en la batalla.

Darenski se quito la camisa y se puso manos a la obra.

Era una manana tranquila, nebulosa. No se oian tiroteos ni ruido de aviones y por eso el chasquido de los piojos que morian bajo la una del capitan era completamente nitido.

El capitan miro fugazmente a Darenski y farfullo:

– ?Caramba, que robusta la bestia! Es una hembra reproductora, seguro.

Darenski, sin despegar los ojos del cuello de su camisa, dijo:

– ?Es que no nos dan polvos?

– Si -dijo el capitan-. Pero para lo que sirven… Habria que banarse, pero aqui no alcanza el agua ni para beber. En el comedor apenas lavan los platos para ahorrar agua. No hay posibilidad de darse un buen bano.

– ?Y los insecticidas?

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