se sabe senor, y Nozdrin se le habia acercado dos veces para consultarle acerca del montaje de los aparatos.
Luego, de improviso, Markov adopto una expresion lastimera y suplicante, y le susurro:
– Viktor Pavlovich, por favor, no mencione mi nombre en caso de que hable sobre esa reunion del comite del Partido. De lo contrario, tendre problemas por haber revelado un secreto del Partido.
– Faltaria mas -respondio Shtrum.
– Todo se arreglara -le consolo.
– No lo creo -dijo Shtrum-; se las arreglaran igual de bien sin mi. ?Los equivocos alrededor del operador psi son puro delirio!
– Creo que comete un error -dijo Markov-. Ayer hablaba con Kochkurov, ya le conoce, es un tipo con los pies en el suelo, y me decia: «En la obra de Shtrum las matematicas prevalecen sobre la fisica pero, curiosamente, me ilumina, ni yo mismo entiendo por que».
Shtrum entendia a que se referia: el joven Kochkurov era un entusiasta de las investigaciones sobre la interaccion de los neutrones lentos con los nucleos de los atomos pesados y afirmaba que esos estudios abrian perspectivas de tipo practico.
– La gente como Kochkurov no decide nada -replico Shtrum-. Los que tienen poder de decision son los Badin, y Badin considera que yo debo arrepentirme de arrastrar a los fisicos a una abstraccion talmudica.
Era evidente que todo el laboratorio estaba al corriente del conflicto entre Shtrum y la direccion, y de la sesion que se habia celebrado el dia anterior en el comite del Partido. Anna Stepanovna miraba a Shtrum con expresion de sufrimiento. Viktor Pavlovich tenia ganas de hablar con Sokolov, pero este se habia marchado a la Academia por la manana, y despues telefoneo para decir que se quedaria alli hasta tarde y que probablemente ya no pasaria por el instituto.
Savostianov estaba de un humor excelente y no dejaba de bromear ni un instante.
– Viktor Pavlovich -dijo-. Tiene ante usted al respetable Gurevich, un cientifico brillante y notable. -Y mientras decia esto se pasaba la mano por la cabeza y el vientre para indicar su calvicie y su barriga.
Por la noche, cuando volvia a casa por la calle Kaluga, Shtrum se encontro de improviso con Maria lvanovna.
Fue ella quien le vio primero y lo llamo. Llevaba un abrigo que Viktor Pavlovich nunca antes le habia visto y no la reconocio de inmediato.
– Increible -dijo Viktor-. ?Que esta haciendo en la calle Kaluga?
Maria se quedo callada unos instantes, mirandole. Despues movio la cabeza y le dijo:
– No es casualidad; queria verle, por eso he venido a la calle Kaluga.
Viktor se quedo desconcertado. Por un momento penso que su corazon habia dejado de latir. Pensaba que ella queria decirle algo terrible, prevenirle de algun peligro.
– Viktor Pavlovich -dijo-. Queria hablar con usted. Piotr Lavrentievich me lo ha contado todo.
– Ah, se refiere a mis clamorosos exitos -dijo Shtrum. Caminaban el uno al lado del otro como dos extranos. Shtrum se sintio cohibido por el silencio de Maria lvanovna. Mirandola de reojo, dijo:
– Liudmila esta muy enfadada conmigo. Supongo que usted tambien,
– No, no estoy enfadada -respondio-. Se que le ha impulsado a actuar asi.
La miro fugazmente.
– Usted estaba pensando en su madre -le dijo.
El asintio.
– Piotr Lavrentievich no queria decirselo… Le han explicado que la direccion y la organizacion del Partido estan disgustados con usted y ha oido decir a Badin: «No es solo un caso de histeria. Es histeria politica, histeria antisovietica».
– Ah, asi que ese es mi problema -dijo Shtrum-. Ya me parecia a mi que Piotr Lavrentievich no queria contarme lo que sabia.
– Es cierto, no queria. Y me duele.
– ?Tiene miedo?
– Si. Ademas considera que en general usted esta equivocado. -Luego anadio en voz baja-: Piotr Lavrentievich es un buen hombre, ha sufrido mucho.
– Si, si -dijo Shtrum-. Tambien a mi me duele eso: un hombre brillante, un investigador valiente; pero que alma tan cobarde.
– Ha sufrido mucho -repitio Maria lvanovna.
– En cualquier caso -replico Shtrum-, esperaba que fuera su marido y no usted quien me hablara de esto.
La cogio del brazo.
– Escuche, Maria lvanovna, digame: ?como esta Madiarov? No logro comprender que ha pasado.
Ahora el recuerdo de las conversaciones de Kazan le mantenia en tension permanente; a menudo le venian a la cabeza frases sueltas, palabras, el aviso siniestro de Karimov, las sospechas de Madiarov. Tenia la impresion de que las nubes que se cernian sobre su cabeza en Moscu acabarian relacionandose con sus conversaciones en Kazan.
– Yo tampoco me lo explico -dijo Maria lvanovna-. La carta certificada que enviamos a Leonid Sergueyevich fue devuelta a Moscu. ?Ha cambiado de direccion? ?Se ha marchado? ?Ha ocurrido lo peor?
– Si, si, si -musito Shtrum, desamparado.
Era obvio que Maria lvanovna estaba segura de que Sokolov le habia explicado a Viktor lo de la carta devuelta. Pero el no sabia nada. Sokolov no habia hecho ningun comentario acerca del asunto. Su pregunta se referia a la discusion entre Madiarov y Piotr Lavrentievich.
– Venga, vemos a Neskuchni «-dijo.
– Pero ?no vamos en la direccion equivocada?
– Hay una entrada por la calle Kaluga -le explico.
Deseaba preguntarle con detalle acerca de Madiarov sobre sus sospechas con respecto a Karimov, y sobre las sospechas de Karimov respecto a Madiarov. Nadie los molestaria en el jardin desierto.
Maria Ivanovna comprenderia enseguida la importancia de esta conversacion. Viktor sentia que podia hablarle con libertad y confianza de todo lo que le inquietaba, y que ella seria sincera.
El dia antes habia comenzado el deshielo. En las pendientes de las pequenas colinas del jardin Neskuchni, bajo la nieve derretida, asomaban las hojas podridas y humedas, mientras que en los pequenos barrancos la nieve resistia. Un cielo desapacible y nebuloso se extendia sobre sus cabezas.
– Que tarde tan maravillosa -dijo Shtrum, aspirando una bocanada de aire frio y humedo.
– Si, se esta bien; no hay ni un alma, como si no estuvieramos en la ciudad.
Caminaban por caminos llenos de barro. Cuando se encontraban con un charco, Shtrum le ofrecia su mano a Maria Ivanovna y la ayudaba a saltar.
Permanecieron en silencio durante un largo rato. Viktor no tenia ganas de hablar de la guerra, ni tampoco de los asuntos del instituto, de Madiarov, de sus recelos, de sus presentimientos y sospechas. Le bastaba con caminar en silencio al lado de aquella mujer pequena de paso a un tiempo ligero y torpe, continuar sintiendo aquella sensacion de irreflexiva ligereza que le habia invadido sin motivo. Ella tampoco decia nada. Andaba con la cabeza baja. Salieron al muelle. El rio estaba cubierto por una capa de hielo oscuro.
– Se esta bien aqui -repitio Shtrum.
– Si, muy bien -respondio ella.
El camino asfaltado que bordeaba el rio estaba seco y lo recorrieron a pasos rapidos, como dos viajeros que han emprendido un largo viaje.
Salieron a su encuentro un herido de guerra, un teniente, y una joven de baja estatura, ancha de hombros, enfundada en un traje de esqui. Ambos caminaban abrazados y de vez en cuando se besaban. Al llegar a la altura de Shtrum y Maria Ivanovna se besaron de nuevo, miraron alrededor y se pusieron a reir.
«Tal vez Nadia haya paseado por aqui con su teniente», penso Shtrum.
Maria Ivanovna miro a la pareja y dijo:
– ?Que triste! -y anadio, sonriendo-: Liudmila Nikolayevna me ha contado lo de Nadia.
– Si, si -asintio Shtrum-. Es increiblemente extrano.
Luego anadio:
– He decidido llamar al director del Instituto de Electromecanica para ofrecerle mis servicios. Si no me acepta, me ire a cualquier parte, a Novosibirsk o Krasnoyarsk.