electrica de Stalingrado durante la guerra. El caso de Stepan Fiodorovich no se habia solucionado en Kuibishev; le habian ordenado que volviera a trabajar en la reconstruccion de la central electrica, pero le habian advertido que no sabian si le mantendrian el empleo en el Comisariado.
Vera habia decidido trasladarse con su padre de Leninsk a Stalingrado; ahora los alemanes ya no disparaban, pero el centro de la ciudad todavia no habia sido liberado. Las personas que habian visitado la ciudad decian que de la casa donde habia vivido Aleksandra Vladimirovna solo quedaba en pie un esqueleto de hormigon con el techo hundido. En cambio, el apartamento que Spiridonov ocupaba en la central electrica por su condicion de director permanecia intacto; solo se habia desprendido el estucado y habian salido volando los cristales de las ventanas. En el se alojaban Stepan Fiodorovich, y Vera con su hijo.
Vera escribia acerca de su hijo, y a Aleksandra Vladimirovna le causaba un efecto extrano ver que su nieta Vera, casi una adolescente todavia, le contaba como una adulta, como toda una mujer, los colicos de su nino, asi como sus erupciones, su sueno inquieto, las alteraciones de su metabolismo. Todo lo que Vera deberia haber escrito a su marido, a su madre, se lo escribia a su abuela. No tenia marido, no tema madre.
Vera escribia acerca de Andreyev, de su nuera Natasha, de la tia Zhenia, con la que Stepan Fiodorovich se habia encontrado en Kuibishev. No hablaba de ella misma, como si su vida no le interesara a Aleksandra Vladimirovna.
En el margen de la ultima hoja decia: «Abuela, nuestro apartamento en la central electrica es grande, hay sitio para todo el mundo. Te lo ruego, ven». Y en aquel inesperado lamento se expresaba todo lo que Vera no habia escrito abiertamente en su carta.
La carta de Liudmila Nikolayevna era breve. Escribia: «No le encuentro sentido a la vida. Tolia no esta, y Vitia y Nadia no me necesitan, podrian vivir perfectamente sin mi».
Liudmila Nikolayevna nunca antes le habia escrito una carta asi a su madre. Aleksandra Vladimirovna comprendio que las cosas no iban bien entre Liudmila y su marido. Despues de invitar a la madre a Moscu, anadia: «Vitia siempre tiene problemas, y el te cuenta a ti sus sufrimientos de mejor gana que a mi».
Mas adelante habia una frase parecida: «Nadia se ha encerrado en si misma, no me confia nada de su vida. Asi es ahora el estilo de vida en nuestra familia…».
La carta de Zhenia era incomprensible. Estaba plagada de alusiones a ciertas dificultades y desgracias. Pedia a su madre que fuera a verla a Kuibishev, pero al mismo tiempo la informaba de que debia ir urgentemente a Moscu. Le hablaba de Limonov, que proferia panegiricos en honor suyo. Le escribia que le hubiera gustado que fuera a hacerle una visita; era un hombre inteligente, interesante; pero en la misma carta le comunicaba que Limonov habia partido para Samarcanda. Era del todo incomprensible como se las iba a arreglar entonces Aleksandra Vladimirovna para verle en Kuibishev.
Solo una cosa estaba clara, y mientras la madre leia la carta, pensaba: «Mi pobre hija».
Las cartas turbaron mucho su animo. En las tres se interesaban por su salud, y preguntaban si su habitacion estaba bien caldeada.
Esa preocupacion enternecio a Aleksandra Vladimirovna, aunque comprendia que las jovenes no pensaban en si Aleksandra Vladimirovna tenia necesidad de ellas.
Eran ellas quienes la necesitaban.
Aunque tambien podria haber sucedido de modo diferente. ?Por que no habia pedido ayuda a las hijas y por que las hijas se la pedian ahora a ella? ?Acaso no era ella la que vivia completamente sola, la que era vieja, no tenia hogar, habia perdido a un hijo, a una hija, y no sabia nada de Seriozha?
Cada vez le costaba mas trabajar, sufria del corazon continuamente, le daba vueltas la cabeza. Incluso habia pedido al director tecnico de la fabrica que la trasladara de los talleres al laboratorio; era muy penoso pasar de maquina en maquina, efectuar muestras de control.
Despues del trabajo hacia cola en las tiendas; una vez llegaba a casa debia encender la estufa y preparar la comida.
?La vida era tan dura, tan pobre! Hacer cola no era tan horrible, lo peor era cuando no habia colas ante las estanterias vacias. Lo peor era cuando, de vuelta en casa, no podia preparar la comida, no encendia la estufa y yacia hambrienta en una cama humeda y fria.
Todos, a su alrededor, llevaban una vida misera. Una doctora evacuada de Leningrado le conto como habia pasado el invierno anterior con sus dos hijos en un pueblo a cien kilometros de Ufa. Vivia en una isba deshabitada confiscada a un kulak, con los cristales rotos y el techo reventado. Para ir a trabajar tenia que atravesar, seis kilometros de bosque, y a veces, al amanecer, refulgian entre los arboles los ojos verdes de los lobos. En el pueblo reinaba la miseria; los koljosianos trabajaban a desgana pues decian que, por mucho que trabajaran, de todos modos les negarian el pan: el koljos iba retrasado con las cuotas de entrega de cereales y les arrebataban todo el grano. El marido de su vecina habia partido a la guerra y ella vivia con seis ninos hambrientos; solo tenia un par de botas de fieltro rotas para los seis pequenos. La doctora le habia contado que habia comprado una cabra; y por la noche, a traves de nieves altas, iba a robar alforfon a un campo lejano y desenterraba de debajo de la nieve los almiares no recogidos que comenzaban a pudrirse. Explicaba que sus hijos, escuchando las conversaciones groseras y maliciosas de los campesinos habian aprendido a soltar tacos y que la maestra de la espuela, en Kazan, le habia dicho: «Es la primera vez que oigo a alumnos de primer grado, y ademas de Leningrado, blasfemar como borrachos».
Ahora Aleksandra Vladimirovna vivia en la pequena habitacion que antes ocupaba Viktor Pavlovich. Los inquilinos oficiales, que se habian trasladado a un anexo mientras los Shtrum estaban alli, ocupaban ahora la habitacion principal. Eran gente irritable, nerviosa, que a menudo discutia sobre tonterias domesticas.
Aleksandra Vladimirovna no se enfadaba con ellos por el ruido o las discusiones, sino porque le pedian, a ella que habia perdido su casa en un incendio, una suma muy elevada por una habitacion minuscula: doscientos rublos al mes, mas de la tercera parte de su salario. Le daba la impresion de que los corazones de esas personas estaban hechos de madera contrachapada y de hojalata. No hacian otra cosa que pensar en alimentos y objetos. Desde la manana a la tarde sus conversaciones giraban en torno al aceite vegetal, la carne salada, las patatas, los trastos viejos que compraban y revendian en los mercados de objetos usados. Por la noche cuchicheaban. Nina Matveyevna, la propietaria, contaba al marido que un vecino de la casa, un obrero especializado en una fabrica, habia traido del pueblo un saco de semillas blancas y medio saco de maiz desgranado; que en el mercado ese dia habia miel barata.
Nina Matveyevna era una mujer hermosa: alta, de buena planta, los ojos grises. Antes de casarse trabajaba en una fabrica, participaba en actividades artisticas para aficionados, cantaba en un coro, actuaba en un circulo de arte dramatico. Semion Ivanovich, el marido, trabajaba de herrero en una fabrica militar. Una vez, en su juventud, habia prestado servicio en un cazatorpedero y habia sido campeon de boxeo de peso medio de la flota del oceano Pacifico. El pasado lejano de esa pareja parecia ahora inverosimil.
Antes de irse a trabajar por la manana, Semion Ivanovich alimentaba a los patos, preparaba la comida para el cochinillo; despues del trabajo trajinaba en la cocina, limpiaba el grano, remendaba las botas, afilaba los cuchillos, lavaba las botellas, hablaba de los choferes de la fabrica que traian de lejanos koljoses harina, huevos, carne de cabra… Y Nina Matveyevna, interrumpiendole, le hablaba de sus innumerables enfermedades, de sus visitas a lumbreras de la medicina; le contaba que habia cambiado una toalla por judias, que la vecina habia comprado a una evacuada una chaqueta de piel de potro y cinco platitos de servicio; le hablaba de margarina y de grasa.
No eran malas personas, pero ni siquiera una vez habian hablado con Aleksandra Vladimirovna de la guerra, de Stalingrado, de los comunicados de la Oficina de Informacion Sovietica.
Compadecian y despreciaban a Aleksandra Vladimirovna porque, despues de la partida de la hija, que recibia cupones de racionamiento para academicos, vivia medio muerta de hambre. No tenia ni azucar ni mantequilla, bebia agua caliente en lugar de te y tomaba sopa en la cantina, un caldo que una vez el cochinillo se habia negado a comer. No tenia con que comprar lena. No tenia cosas para vender. Su miseria molestaba a los propietarios de la casa.
Una vez, por la noche, Aleksandra Vladimirovna oyo como Nina Matveyevna decia a su marido: «He tenido que dar a la vieja un trozo de bizcocho; es desagradable comer delante de ella, se sienta y te mira con aspecto hambriento».
Por las noches Aleksandra Vladimirovna dormia mal. ?Por que no recibia noticias de Seriozha? Se acostaba sobre la cama de hierro donde antes dormia Liudmila y era como si su hija le hubiera transmitido sus aprensiones y sus pensamientos nocturnos.
?Con que facilidad destruia la muerte a los hombres! ?Y que duro era para los que permanecian entre los vivos!