A la luz de las explosiones las crestas de piedra, las cuevas, las olas petrificadas de ladrillos, los cientos de senderos de liebres trazados de nuevo alli donde los hombres tenian que comer, ir a la letrina, buscar minas y cartuchos, arrastrar hasta la retaguardia a los heridos, enterrar a los cadaveres, parecian asombrosos, singulares, y al mismo tiempo absolutamente corrientes, habituales.
Bach se acerco a un lugar que se encontraba bajo el fuego de los rusos, atrincherados en las ruinas de una casa de tres pisos de donde procedia el sonido de una armonica y el canto monotono del enemigo.
A traves de una brecha en el muro se veia la primera linea sovietica, los talleres de la fabrica y el Volga helado.
Bach llamo al centinela, pero su respuesta quedo ahogada por una explosion repentina y el tamborileo de terrones helados contra el muro de la casa. Era un U-2 que planeaba a baja altura, con el motor apagado, despues de lanzar una bomba.
– Otro cuervo ruso cojo -dijo el centinela, y senalo al oscuro cielo invernal.
Bach se sento, apoyo el codo en el saliente de una piedra y miro alrededor. Una ligera sombra rosada temblaba sobre lo alto del muro: los rusos habian encendido la estufa, el tubo se habia calentado al rojo vivo y emanaba una luz tenue. Parecia que en el refugio ruso no hicieran mas que comer, comer, comer, y sorber ruidosamente cafe caliente.
Mas a la derecha, donde las trincheras rusas y alemanas estaban mas cerca entre si, se oian golpes ligeros, lentos, metalicos, contra la tierra helada.
Sin salir a la superficie, despacio pero sin pausa, los rusos hacian avanzar sus trincheras en direccion a los alemanes. Aquel movimiento a traves de la tierra helada, dura como una roca, encerraba una pasion ciega y potente. Era como si la misma tierra avanzara.
Por la tarde un suboficial comunico a Bach que desde la trinchera rusa habian lanzado una granada que habia hecho pedazos el tubo de la estufa de la compania y habia esparcido por su trinchera toda clase de porqueria.
Mas tarde un soldado ruso, con una pelliza blanca y un gorro nuevo de piel, salto fuera de la trinchera, gritando palabras obscenas y amenazando con el puno.
Al darse cuenta de que se trataba de un acto espontaneo, los alemanes no abrieron fuego.
– ?Eh!, gallina, huevos, ?un gluglu ruso? -grito el soldado.
Luego salio de la trinchera un aleman vestido de azul que, con voz contenida para que no le oyeran los oficiales en el refugio, habia dicho:
– Eh, ruso, no me dispares a la cabeza, tengo que volver a ver a mama. Coge el subfusil, dame el gorro.
Desde la trinchera rusa habian respondido con una sola palabra, breve y contundente. Aunque la palabra era rusa, los alemanes la comprendieron y se enfurecieron.
Volo una granada que sobrepaso la trinchera y exploto en el ramal de comunicacion.
Pero aquello ya no le interesaba a nadie.
El suboficial Eisenaug informo de ese incidente a Bach, que concluyo:
– Deje que griten si eso es lo que quieren. Siempre y cuando no haya deserciones…
El suboficial Eisenaug, cuyo aliento apestaba a remolacha cruda, informo ademas de que el soldado Petenkoffer se las habia ingeniado para organizar un intercambio de mercancias con el enemigo: en su macuto habian aparecido terrones de azucar y pan ruso. Le habia prometido a un amigo que cambiaria su navaja de afeitar por un trozo de tocino y dos paquetes de alforfon, y que se quedaria como comision ciento cincuenta gramos de tocino.
– Muy sencillo -replico Bach-. Traigamelo.
Pero resulto que Petenkoffer habia muerto como un heroe esa misma manana, mientras llevaba a cabo una mision.
– Entonces, ?que quiere que haga? -pregunto Bach-. De todas maneras, los alemanes y los rusos hace tiempo que comercian.
Eisenaug, sin embargo, no estaba para bromas. Habia llegado dos meses antes a Stalingrado en avion con una herida que no acababa de cicatrizarle, sufrida en mayo de 1940 en Francia. Al parecer, prestaba servicio en un batallon de policia en el sur de Alemania. Hambriento, entumecido de frio, devorado por los piojos y el miedo, habia perdido el sentido del humor.
Y precisamente alli, donde apenas podian discernir los muros de piedra de los edificios de la ciudad, Bach habia iniciado su vida en Stalingrado. Bajo el cielo negro de septiembre cuajado de estrellas enormes, las aguas turbias del Volga, los muros de las casas ardiendo despues del incendio y, mas lejos, las estepas del sureste de Rusia, la frontera del desierto asiatico.
Las casas del oeste de la ciudad estaban sumidas en la oscuridad; solo sobresalian minas cubiertas de nieve: alli estaba su vida…
?Por que habia escrito desde el hospital aquella carta a su madre? ?Lo mas probable es que se la hubiera ensenado a Hubert! ?Por que habia mantenido esa conversacion con Lenard?
?Por que la gente tiene memoria? A veces uno quisiera morir, dejar de recordar. ?Como habia podido tomar un momento de ebria locura por la verdad profunda de su vida y hacer lo que nunca habia hecho durante largos y dificiles anos?
No habia matado a ninos, nunca en su vida habia arrestado a nadie. Pero ahora se habia roto el fragil dique que separaba la pureza de su alma de las tinieblas que borbotaban a su alrededor.
Y la sangre de los campos y los guetos habia manado a raudales hacia el; le habia arrastrado, habia eliminado el limite que marcaba las tinieblas: ahora el formaba parte de las tinieblas.
?Que le habia pasado? ?Era locura, casualidad o las leyes mas profundas de su alma?
36
Hacia calor en el refugio de la compania. Algunos soldados estaban sentados, otros tumbados con las piernas estiradas hacia el techo bajo; otros dormian tapandose la cabeza con abrigos y dejando al descubierto las plantas amarillentas de los pies.
– ?Os acordais? -pregunto un soldado demacrado, al tiempo que se estiraba la camisa sobre el pecho y examinaba las costuras con esa mirada atenta y hostil que tienen todos los soldados del mundo cuando examinan las costuras de sus camisas y su ropa interior-, ?Os acordais del sotano donde estabamos acuartelados en septiembre?
Otro, que yacia boca arriba, dijo:
– Yo ya os encontre aqui.
– Era un sotano esplendido -confirmaron varias voces-. Puedes creernos… Habia camas, como en las mejores casas…
– Algunos tipos habian comenzado a desesperarse cuando estabamos cerca de Moscu. Y de repente nos encontramos en el Volga.
Un soldado partio una tabla con la bayoneta y abrio la puerta de la estufa para alimentar el fuego con unos trozos de madera. La llama ilumino su gran cara sin afeitar, que de gris piedra se volvio cobre rojizo.
– Podemos estar contentos -dijo-. Salimos de un agujero en Moscu para ir a parar a otro todavia mas maloliente. De un oscuro rincon donde se hacinaban los macutos salio una voz vivaracha:
– Ahora esta claro. ?El mejor plato de Navidad es la carne de caballo!
La conversacion giro en torno a la comida y todos se animaron. Discutieron largo y tendido sobre la mejor manera de eliminar el olor de sudor de la carne de caballo hervida. Unos sostenian que habia que quitar la espuma negra del caldo. Otros recomendaban no llevar el caldo a rapida ebullicion; otros sugerian que habia que cortar la carne de los cuartos traseros y no poner los trozos de carne helada en agua fria sino directamente en agua hirviendo.
– Los que viven bien son los exploradores -comento un joven soldado-: se hacen con las provisiones de los rusos y con ellas abastecen a sus mujeres en los sotanos. Y luego algun idiota todavia se sorprende de que los exploradores encuentren siempre las mujeres mas jovenes y bellas.
– Mira, eso es algo en lo que no pienso -dijo el que alimentaba la estufa-, no se si se trata del estado de animo o de la comida. Pero lo que me gustaria es ver a mis hijos antes de morir. ?Aunque solo fuera una hora…!
– ?Los que si piensan en eso son los oficiales! En un sotano habitado por civiles encontre al comandante de la