Con aire pensativo acariciaba el cabello de Bach, y en su cabecita astuta surgia el temor de que aquella fuerza indeterminada se apoderara de ella, le hiciera perder la cabeza, la llevara a la ruina…

Y el corazon le palpitaba; le palpitaba desbocado y no queria escuchar la voz astuta que la advertia, que la ponia en guardia.

40

Yevguenia Nikolayevna habia hecho nuevos conocidos: la gente que hacia cola en la Lubianka. Le preguntaban.-. «?Que tal? ?Tiene noticias?». Ahora ya tenia experiencia y no se limitaba a escuchar consejos, sino que ella misma decia: «No se preocupe. Tal vez este en el hospital. Alli se esta bien, todos suenan con dejar sus celdas para ir al hospital».

Se habia enterado de que Krimov se encontraba en la prision interna de la Lubianka. No habia logrado que le aceptaran ningun paquete, pero no perdia la esperanza; en Kuznetski a veces pasaba que, despues de rechazar una o dos veces un paquete, de pronto ellos mismos proponian: «Venga, entregue el paquete».

Habia estado en el apartamento de Krimov, y la vecina le habia contado que unos dos meses antes dos militares, en compania del administrador de la casa, abrieron la habitacion de Krimov y se llevaron un monton de libros y papeles; antes de irse, precintaron la puerta. Zhenia miraba el sello de lacre con algunos hilos de cuerda; la vecina, que estaba a su lado, le decia:

– Solo una cosa, por el amor de Dios: yo no le he contado nada.

Mientras acompanaba a Zhenia a la puerta, la vecina, haciendo acopio de valor, le susurro:

– Era un hombre tan bueno, habia partido como voluntario a la guerra.

Zhenia no habia escrito a Novikov desde Moscu. ?Que confusion reinaba en su alma! Compasion, amor, arrepentimiento, felicidad por la victoria en el frente, preocupacion por Novikov, verguenza respecto a el y miedo de perderle para siempre, un sentimiento triste de injusticia…

No hacia mucho ella vivia en Kuibishev y se disponia a encontrarse con Novikov en el frente: el vinculo con el le parecia inevitable, ineludible, como el destino. Le asustaba la idea de estar ligada a el para siempre y de haber roto definitivamente con Krimov. A veces Novikov le parecia un extrano. Sus inquietudes, sus esperanzas, su circulo de amistades le resultaban del todo extranos. Le parecia absurdo tener que servir el te en su mesa, recibir a sus amigos, conversar con las mujeres de los generales y los coroneles.

Se acordo de la indiferencia de Novikov hacia El obispo o Una historia anonima, de Chejov. Le gustaban aun menos las novelas tendenciosas de Dreiser o Feuchtwanger. Pero ahora comprendia que su ruptura con Novikov era un hecho, que nunca volveria con el; y sentia por el ternura, recordaba a menudo la docil precipitacion con la que el aprobaba todo lo que ella decia. Y la amargura, entonces, se apoderaba de Zhenia: ?era posible que aquellas manos nunca mas volvieran a tocar sus hombros, que no volviera a ver su rostro?

Nunca antes se habia encontrado con semejante union de fuerza, simplicidad grosera, humanidad, timidez. Se sentia atraida por el, un hombre tan ajeno al cruel fanatismo, rebosante de una bondad particular, sencilla e inteligente, una bondad de campesino.

De repente, con insistencia, le inquieto la idea de que algo oscuro y sucio se hubiera introducido en sus relaciones con sus mas allegados. ?Como era posible que el NKVD conociera las palabras que Krimov le habia confiado? ?Que irremediablemente serio era todo lo que la unia a Krimov! Nada lograba borrar la vida transcurrida junto a el.

Seguiria a Krimov. Poco importaba que el no la perdonara: se merecia sus eternos reproches. Pero el la necesitaba y en la carcel, seguramente, no dejaba de pensar en ella.

Novikov encontraria la fuerza para superar la ruptura. Sin embargo ella no podia comprender que necesitaba para tranquilizar su alma: ?saber que habia dejado de amarla, que se habia serenado y la habia perdonado? ?O, por el contrario, saber que la amaba, que no hallaba consuelo y que no la habia perdonado? Y para ella, ?era mejor saber que su ruptura era definitiva o bien creer, en el fondo de su corazon, que volverian a estar juntos?

Cuantos sufrimientos habia causado a las personas amadas. ?Acaso habia hecho todo aquello por un capricho, por si misma, y no por el bien de los demas? ?Era solo una intelectual neurotica?

Por la tarde, cuando Shtrum, Liudmila y Nadia estaban sentados a la mesa, Zhenia pregunto de repente, mirando a su hermana:

– ?Sabes quien soy?

– ?Tu? -se sorprendio Liudmila.

– Si, si, yo -dijo Zhenia y explico-: Soy un pequeno perrito de sexo femenino.

– Una perrita, entonces, ?no? -pregunto alegremente Nadia.

– Asi es -respondio Zhenia.

Y de repente se echaron a reir, aunque comprendieron que Zhenia no estaba para bromas.

– Sabeis -dijo Zhenia-, un admirador mio de Kuibishev, Limonov, me explico que es el amor, cuando no es el primero. Decia que es avitaminosis espiritual. Por ejemplo, un hombre vive mucho tiempo con su mujer y desarrolla una especie de hambre espiritual: es como una vaca privada de sal o como un explorador polar que durante anos no ve las verduras. Si su esposa es una mujer voluntariosa, autoritaria, fuerte, el marido comienza a anorar a un alma dulce, suave, apacible, timida.

– Un imbecil, tu Limonov -dijo Liudmila Nikolayevna.

– ?Y si el hombre necesita varias vitaminas: la A, la B, la C, la D? -pregunto Nadia.

Mas tarde, cuando todos se iban a dormir, Viktor Pavlovich observo:

– Zhenevieva, tenemos la costumbre de burlarnos de los intelectuales por su duplicidad hamletiana, por sus dudas e indecisiones. Yo, en mi juventud, despreciaba en mi todos estos rasgos. Ahora pienso diferente: la humanidad esta en deuda con los indecisos y los dubitativos por sus grandes descubrimientos, por sus grandes libros. Su obra no es menor que la de esos estupidos que no saben hacer la o con un canuto. Cuando es preciso van hacia el fuego y soportan las balas; en eso no son peores que los decididos y los voluntariosos.

– Gracias, Vitenka -repuso Yevguenia Nikolayevna-. ?Pensabas tambien en los perritos de sexo femenino?

– Eso mismo -confirmo Viktor Pavlovich. Tenia ganas de decir a Zhenia cosas agradables.

– He mirado de nuevo tu cuadro, Zhenechka -dijo-. Me gusta porque en el hay sentimiento. En general en los artistas de vanguardia solo hay audacia y espiritu innovador, pero Dios esta ausente.

– Ya, sentimiento… -ironizo Liudmila Nikolayevna-. Hombres verdes, isbas azules. Una desviacion total de la realidad.

– Sabes, Mila -respondio Yevguenia Nikolayevna-, Matisse dijo: «Cuando uso el color verde no significa que quiera dibujar hierba; si tomo el azul no quiere decir que pintare el cielo». El color expresa el estado interior del pintor. Y aunque Shtrum solo queria decir cosas agradables a Zhenia, no pudo contenerse y dijo con aire burlon:

– Y Eckermann escribio: «Si Goethe hubiera creado el mundo habria hecho, al igual que Dios, la hierba verde y el cielo azul». Estas palabras me dicen mucho; a fin de cuentas tengo alguna relacion con el material con que Dios creo el mundo… De hecho, por eso se que los colores, las tonalidades no existen: solo hay atomos y el espacio entre ellos.

Conversaciones como esas solo se daban de tarde en tarde. La mayoria de las veces hablaban de la guerra y de la fiscalia…

Eran dias dificiles. Zhenia estaba a punto de partir a Kuibishev: estaba proximo a vencer el plazo de su permiso.

Temia la inminente sesion de explicaciones con su jefe. Se habia ido a Moscu sin dar ninguna justificacion; dia tras dia habia rondado las puertas de las prisiones, habia escrito peticiones a la fiscalia y al Comisariado Popular del Interior.

Yevguenia Nikolayevna siempre habia temido las instituciones oficiales; si era posible evitaba hacer cualquier solicitud, e incluso cuando tenia que renovar el pasaporte dormia mal y se inquietaba. Pero en los ultimos tiempos el destino parecia obligarla a enfrentarse con historias de empadronamientos, pasaportes, milicia, fiscalia, suplicas y citaciones.

En casa de su hermana reinaba una calma apatica,

Viktor Pavlovich no iba al trabajo, se pasaba horas enteras metido en su habitacion. Liudmila Nikolayevna volvia

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