triste y enfurecida de la tienda especial; contaba que las esposas de sus amigos ya no la saludaban.

Yevguenia Nikolayevna notaba como Shtrum se ponia nervioso. Cada vez que sonaba el telefono daba un brinco y cogia el auricular con impetu. A menudo, durante la comida o la cena, interrumpia la conversacion y decia: «Silencio, me parece que alguien ha llamado a la puerta». Iba a la entrada y volvia con una sonrisita avergonzada. Las hermanas comprendian aquella espera continua y cargada de tension: temia ser arrestado.

– Asi es como se desarrolla la mania persecutoria -dijo Liudmila-. En 1937 las clinicas psiquiatricas estaban llenas de personas asi.

Yevguenia Nikolayevna, que habia notado la inquietud constante de Shtrum, se sentia particularmente conmovida por la actitud que adoptaba hacia ella. Quien sabe por que le habia dicho: «Recuerda, Zhenevieva, que no me importa lo que piensen los demas del hecho de que vivasen mi casa y hagas gestiones a favor de un detenido. ?Lo has entendido? ?Esta es tu casa!».

Por la noche a Zhenia le gustaba conversar con Nadia.

– Eres demasiado inteligente-le decia a su sobrina-. No eres una nina, podrias ser miembro de una sociedad secreta de antiguos prisioneros politicos.

– De futuros prisioneros, no de antiguos -preciso Shtrum-. Me imagino que tambien hablas de politica con tu teniente.

– ?Y que? -pregunto Nadia.

– Seria mejor que os besarais -intervino Yevguenia Nikolayevna.

– Eso es lo que quiero que comprenda -dijo Shtrum. -En cualquier caso, es menos peligroso.

En efecto, Nadia abordaba conversaciones sobre temas espinosos; ahora preguntaba sobre Bujarin, o si era verdad que Lenin apreciaba a Trotski y que no habia querido ver a Stalin en los ultimos meses de su vida, y si en realidad habia escrito un testamento que Stalin habia ocultado al pueblo.

Yevguenia Nikolayevna, cuando se quedaba a solas con su sobrina, no le preguntaba por su teniente Lomov. Pero a traves de las palabras de Nadia acerca de politica, la guerra, los poemas de Mandelshtam y Ajmatova, sus encuentros y conversaciones con los companeros, Zhenia pronto supo mas cosas sobre la relacion de Nadia y el teniente que la propia Liudmila.

Por lo visto, Lomov era un joven mordaz, con un caracter dificil, que ironizaba sobre todas las verdades oficiales. Parecia ser que tambien escribia poesia y que de el derivaba la actitud burlona y desdenosa hacia Demian Bedni y Tvardovski, la indiferencia que su sobrina mostraba hacia Sholojov y Nikolai Ostrovski. Estaba claro que Nadia le citaba literalmente cuando, encogiendose de hombros, decia: «Los revolucionarios o son estupidos o deshonestos; no se puede sacrificar la vida de toda una generacion por una imaginaria felicidad futura…».

Una vez Nadia le dijo a Yevguenia Nikolayevna:

– Sabes, tia, la vieja generacion siempre tiene la necesidad de creer en algo: Krimov en el comunismo y Lenin; papa en la libertad; la abuela en el pueblo y los trabajadores. Pero a nosotros, a la nueva generacion, todo eso nos parece estupido. En general, es estupido creer. Hay que vivir sin creer.

Yevguenia Nikolayevna le pregunto de repente:

– ?Es esa la filosofia del teniente? La respuesta de Nadia la sorprendio:

– Dentro de tres semanas ira al frente. Ahi esta la filosofia: hoy esta vivo, manana ya no.

Cuando conversaba con Nadia, Yevguenia recordaba Stalingrado. Vera hablaba con ella de la misma manera, y tambien Vera se habia enamorado. Pero que diferente era el sentimiento sencillo, claro, de Vera frente a la confusion de Nadia. ?Que diferente era entonces la vida de Zhenia comparada con la de hoy! Que diferentes eran en aquel tiempo las ideas sobre la guerra de las que se defendian hoy, en los dias de la victoria.

No obstante la guerra continuaba y lo que habia dicho Nadia era irrefutable: «Hoy esta vivo, manana ya no». A la guerra le era indiferente si antes el teniente cantaba acompanandose de la guitarra, si partia como voluntario para trabajar en los grandes talleres, creyendo en el futuro reino del comunismo, si leia los poemas de Innokenti Annenski y no creia en la felicidad imaginaria de las futuras generaciones.

Un dia Nadia le habia mostrado a su tia una cancion manuscrita que procedia de un campo. En la cancion se hablaba de las frias bodegas de los barcos, del bramido del oceano, de como «sufrian los prisioneros a causa del balanceo, y se abrazaban como hermanos de sangre»; y como emergia de la niebla Magadan, «la capital de Kolyma».

Durante los primeros dias de su llegada a Moscu, cuando Nadia abordaba esos temas, Shtrum se enfadaba y la hacia callarse.

Pero desde esos dias muchas cosas habian cambiado dentro de el. Ahora ya no se contenia y en presencia de Nadia decia que era insoportable leer los melifluos panegiricos dirigidos «al gran maestro, al mejor amigo de los deportistas, al padre sabio, al poderoso corifeo, al radiante genio», que ademas era modesto, sensible, bueno, compasivo. Se creaba la impresion de que Stalin tambien labraba los campos, trabajaba el metal, daba de comer a los ninos de las guarderias con una cuchara en la mano, disparaba con la ametralladora, y que los obreros, los soldados del Ejercito Rojo, los estudiantes, los cientificos rogaban solo por el hasta el punto de que, si no estuviera Stalin, el gran pueblo moriria como un burro de carga, debil e impotente.

Un dia Shtrum conto que el nombre de Stalin se mencionaba ochenta y seis veces en Pravda, y el dia despues, solo en el editorial, su nombre aparecia dieciocho veces.

Se quejaba de los arrestos ilegales, de la falta de libertad, del hecho de que un superior cualquiera, no demasiado competente pero con el carne del Partido, considerara que tenia derecho a mandar sobre los cientificos y los.escritores, emitiendo valoraciones y criticas.

Habia nacido en el un sentimiento nuevo. Su miedo creciente ante la fuerza destructiva de la colera del Estado, la sensacion siempre mas fuerte de soledad, de impotencia de su vil debilidad y de estar condenado daba origen, a veces, a una especie de desesperacion, a una indiferencia temeraria hacia el peligro, al desden por la prudencia.

Una manana Shtrum entro corriendo en la habitacion de Liudmila, que, al ver su cara emocionada y feliz, se sintio desconcertada, tan insolita era en el aquella expresion.

– Liuda, Zhenia! Estamos entrando de nuevo en tierra ucraniana. ?Lo acaban de anunciar por la radio!

Por la tarde Yevguenia Nikolayevna regreso de Kuznetski Most y Shtrum, al ver su rostro, le planteo la misma pregunta que le habia hecho Liudmila a el aquella misma manana:

– ?Que ha pasado?

– ?Han aceptado mi paquete, han aceptado mi paquete! -repetia Zhenia.

Incluso Liudmila comprendio que podia significar para Krimov un paquete con una nota de Zhenia.

– ?La resurreccion de los muertos! -dijo, y anadio-: Por lo visto, le sigues amando, no recuerdo haberte visto nunca esa mirada.

– Sabes, debo de estar loca -dijo en un susurro Yevguenia Nikolayevna-. Estoy tan contenta de que Nikolai reciba ese paquete… Hoy tambien he comprendido que Novikov nunca habria cometido semejante bajeza. No habria podido, ?entiendes?

Liudmila Nikolayevna se enfado.

– No estas loca, estas peor -le dijo.

– Vitenka, querido, te lo ruego, tocanos algo -le pidio Yevguenia.

Durante todo ese tiempo Shtrum no se habia sentado ni una vez al piano. Pero ahora no se hizo de rogar-, tomo una partitura, se la enseno a Zhenia y le pregunto: «?Te parece bien esta?».

Liudmila y Nadia, a las que no les gustaba la musica, se fueron a la cocina; Shtrum se puso a tocar. Zhenia escuchaba. Toco durante un largo rato; y luego, una vez terminado el fragmento, permanecio en silencio, sin mirar a Zhenia. Despues toco una pieza nueva. Zhenia tenia la impresion de que Viktor sollozaba, pero no podia ver su cara.

La puerta se abrio impetuosamente y Nadia grito:

– ?Encended la radio, es una orden!

La musica cedio el puesto a la voz metalica y rugiente del locutor Levitan, que en aquel momento anunciaba: «Se ha tomado al asalto la ciudad asi como un importante nudo ferroviario…». Despues enumero a los generales y los ejercitos que habian destacado de manera especial durante el combate, empezando por el general Tolbujin, que comandaba el ejercito. Luego, de repente, Levitan pronuncio con voz exultante: «Citemos tambien el cuerpo de tanques comandado por el coronel Novikov».

Zhenia lanzo un leve suspiro, y mientras la voz fuerte y mesurada del locutor decia: «Gloria eterna a los heroes caidos por la libertad y la independencia de nuestra patria», se echo a llorar.

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