– Liuda, Liuda -dijo-, piensalo, no me he arrepentido, no he bajado la cabeza, no le he escrito cartas. ?Ha sido el quien me ha telefoneado!

?Lo increible se habia hecho realidad! La grandeza de aquel acontecimiento era incalculable. ?Era el mismo Viktor Pavlovich el que daba vueltas en la cama, el que no pegaba ojo por las noches, el que se entumecia mientras rellenaba formularios, el que se llevaba las manos a la cabeza pensando en lo que se habia dicho de el en el Consejo Cientifico, el que recordaba sus pecados, el que se arrepentia mentalmente y pedia perdon, el que esperaba el arresto y pensaba en la miseria, el que se quedaba petrificado solo con pensar en una conversacion con la empleada del Departamento de Pasaportes o la chica de la oficina de racionamiento?

– Dios mio, Dios mio… -balbuceo Liudmila Nikolayevna-.

Tolia nunca lo sabra.

Se aproximo a la puerta del cuarto de Tolia y la abrio.

Shtrum descolgo el telefono y lo volvio a colgar al instante.

– ?Y si ha sido una broma? -pregunto, aproximandose a la ventana.

Desde la ventana se veia la calle desierta y una mujer que pasaba con un chaqueton guateado.

Volvio hasta el telefono y tamborileo encima su dedo curvado.

– ?Como sonaba mi voz? -pregunto Shtrum.

– Hablabas muy despacio. Sabes, yo misma, no se por que, me he puesto de pie.

– ?Stalin en persona!

– Puede que fuera una broma.

– Nadie se atreveria. Por una broma como esa te caen diez anos.

Solo una hora antes deambulaba por la habitacion y recordaba el romance de Golenischev-Kutuzov:

… Y el, olvidado, yace solo…

?Las llamadas telefonicas de Stalin!

Una o dos veces al ano, corrian, rumores por Moscu: Stalin ha llamado al director de cine Dovzhenko, Stalin ha telefoneado al escritor Ehrenburg.

A el no le hacia falta dar ordenes: otorgadle un premio a ese, dadle un apartamento, ?construidle un instituto cientifico! Stalin estaba por encima de esos asuntos; se ocupaban de ello sus subordinados, que adivinaban la voluntad de Stalin por la expresion de sus ojos, por la entonacion de su voz. Si Stalin sonreia con benevolencia a un hombre, su destino se transformaba: abandonaba las tinieblas y el anonimato por una lluvia de gloria, honores, fuerza. Decenas de poderosos inclinaban la cabeza, ante el afortunado; Stalin le habia sonreido, habia bromeado con el hablando por telefono.

La gente repetia los detalles de sus conversaciones, cada palabra dicha por Stalin les colmaba de estupor. Cuanto mas comunes eran las palabras, mas se asombraban. Parecia que Stalin no pudiera decir cosas corrientes.

Se decia que habia llamado a un famoso escultor y le habia dicho en broma: «Hola, viejo borrachin».

A otra celebridad, un hombre honesto, le habia preguntado por un amigo suyo arrestado, y cuando este, desconcertado, balbuceo una respuesta, Stalin le dijo: «Defiende mal a sus amigos».

Se contaba tambien que habia llamado a la redaccion de un periodico juvenil y el redactor adjunto habia respondido:

– Bubekin al habla.

Stalin respondio:

– ?Y quien es Bubekin?

– Deberia saberlo -respondio su interlocutor, y le colgo el telefono.

Stalin volvio a marcar el numero y dijo:

– Camarada Bubekin, aqui Stalin.

Expliqueme, por favor, quien es usted.

Se decia que Bubekin, despues de lo ocurrido, habia pasado dos semanas en el hospital para recuperarse de la conmocion.

Bastaba una palabra suya para aniquilar a miles, decenas de miles de personas. Un mariscal, un comisario del pueblo, un miembro del Comite Central, un secretario de obkom, personas que habian estado al mando de ejercitos y frentes, que habian gobernado territorios, republicas, fabricas enormes, podian convertirse de un dia para otro, por una palabra airada de Stalin, en un cero, en polvo de un campo penitenciario que hace tintinear la escudilla a la espera de su racion de bodrio en la cocina del campo.

Se contaba que Stalin y Beria habian visitado a un viejo bolchevique, georgiano, recien liberado de la Lubianka, y se habian quedado en su casa hasta la manana siguiente. Los otros inquilinos no se habian atrevido a utilizar el bano y ni siquiera habian ido a trabajar. A los invitados les habia abierto la puerta una comadrona, la inquilina de mayor edad. Habia salido en camison, llevando un perrito en los brazos, furiosa porque los visitantes nocturnos no habian llamado a la puerta el numero de veces convenido. Luego habia explicado: «Abri la puerta y vi un retrato. Luego el retrato comenzo a avanzar hacia mi». Decian que Stalin habia dado una vuelta por el pasillo y habia examinado durante un largo rato la hoja colgada al lado del telefono donde los inquilinos marcaban con palitos el numero de veces que habian llamado para saber cuanto tenian que pagar.

Todos estos relatos asombraban y provocaban la risa, debido a la banalidad de las palabras y las situaciones, que al mismo tiempo parecian increibles: ?ver a Stalin caminar por el pasillo de un apartamento comunal!

Y es que bastaba una palabra suya para que se erigieran edificios enormes, para que columnas de lenadores se dirigieran a la taiga, cientos de miles de personas excavaran canales, edificaran ciudades, trazaran carreteras en la noche polar, en medio de la congelacion permanente. Representaba a un gran Estado. El sol de la Constitucion estalinista…, el Partido de Stalin…, los planes quinquenales de Stalin,…, las obras de Stalin…, la estrategia de Stalin…, la aviacion de Stalin… Un gran Estado se habia encarnado en el, en su caracter, en sus costumbres,

«Le deseo exito en su trabajo -repetia sin cesar Viktor Pavlovich-. Me parece que esta usted trabajando en una direccion interesante…»

Ahora estaba claro: Stalin sabia la importancia que se le atribuia a los fisicos nucleares en el extranjero.

Shtrum percibia que alrededor de esta cuestion estaba surgiendo una extrana tension, palpable en las lineas de los articulos escritos por los fisicos ingleses y americanos, en las reticencias que quebraban el desarrollo logico del pensamiento.

Habia notado que ciertos nombres de investigadores que solian publicar sus trabajos habian desaparecido de las paginas de las revistas de fisica, que los cientificos que se ocupaban de la fision del nucleo pesado parecian haberse volatilizado, nadie mencionaba sus trabajos. Sentia que se acrecentaba la tension, el silencio, en cuanto se rozaban cuestiones referentes a la desintegracion del nucleo de uranio.

Mas de una vez Chepizhin, Sokolov y Markov habian conversado sobre estos temas. Hacia todavia poco tiempo, Chepizhin hablaba de los miopes, incapaces de ver las perspectivas practicas relacionadas con la accion de los neutrones sobre el nucleo pesado. Pero el mismo Chepizhin habia decidido no trabajar en ese campo…

En el aire, saturado del ruido de botas de los soldados, del fuego de la guerra, de humo, del crujido de los tanques, habia aparecido una nueva tension que no hacia ruido, y la mano mas fuerte del mundo habia levantado el auricular del telefono, y el fisico teorico habia oido una voz sosegada que decia: «Le deseo exito en su trabajo». Una sombra nueva, imperceptible, muda, ligera se habia extendido sobre la tierra quemada por la guerra, sobre las cabezas de ninos y viejos. La gente no tenia conciencia de ella, no sabia de su existencia, no presentia, el nacimiento de una fuerza que pertenecia al futuro.

Largo era el camino que separaba los escritorios de algunas decenas de fisicos, las hojas de papel cubiertas de alfas, betas, gammas, ies, sigmas, las bibliotecas y los laboratorios, de la fuerza satanica y cosmica, futuro espectro del poder del Estado.

Sin embargo, el camino habia comenzado, y la sombra muda continuaba espesandose, se transformaba en una tiniebla capaz de envolver Moscu y Nueva York.

Aquel dia Shtrum no se alegro del exito de su trabajo, que solo poco antes parecia olvidado por los siglos de los siglos en un cajon de su escritorio. Ahora saldria de su cautiverio y veria la luz en el laboratorio, seria incorporado en conferencias e informes docentes. No pensaba en el triunfo de la verdad cientifica, en su victoria, en el hecho de que podria ayudar de nuevo al progreso de la ciencia, tener sus alumnos, estar presente en las paginas de las revistas y los manuales, esperar ansiosamente a ver si su teoria se correspondia con la verdad del contador y las fotoemulsiones.

Otra emocion le habia engullido: el triunfo orgulloso sobre las personas que le habian perseguido. Hasta hacia

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