El juez instructor sacudio la cabeza.

– Y encima se queja de que su mujer no le trae paquetes! ?Menudo marido!

Esas eran las palabras que habia confiado a Bogoleyev en la celda. ?Dios mio! Katsenelenbogen le habia dicho en broma: «Un griego sentencio: 'Todo fluye', y nosotros afirmamos: 'Todos se chivan'».

Dentro de esa carpeta con lacitos, su vida habia perdido su consistencia, su duracion, su proporcion… Todo se disolvia en una pasta gris, pegajosa, y el mismo ya no sabia que era mas importante: cuatro anos de trabajo clandestino incesante en el calor bochornoso de Shanghai, la mision de Stalingrado, la fe revolucionaria o algunas palabras ?airadas sobre la pobreza de los periodicos sovieticos que le habia dicho, en el sanatorio Los Pinos, a un periodista que apenas conocia.

El juez instructor le pregunto afablemente, en tono cordial y suave:

– Y ahora cuenteme como el fascista Hacken le arrastro al espionaje y al sabotaje.

– ?No lo estara diciendo en serio? -Dejese de tonterias, Krimov. Ya ve que conocemos todos los pasos de su vida. -Pues claro, por eso…

– No insista, Krimov. No lograra enganar a los organos de seguridad.

– ?Si, pero todo esto no es mas que una farsa!

– El problema, Krimov, es que tenemos las confesiones de Hacken. Cuando se arrepintio de su crimen, nos proporciono informacion sobre el vinculo criminal que les unia.

– ?Muestreme diez declaraciones de Hacken, si quiere, y yo continuare repitiendo que es mentira! ?Puro delirio! Si es cierto que Hacken ha confesado, ?por que me han confiado el cargo de comisario militar y la mision de conducir hombres al combate precisamente a mi, un saboteador y un espia? ?Donde estaban ustedes? ?Hacia donde miraban?

– ?Acaso ha venido a darnos lecciones? ?Viene a supervisar el trabajo de los organos de seguridad?

– Pero de que habla… ?Dar lecciones, supervisar! Es una cuestion de logica. Conozco a Hacken. No es posible que haya declarado haberme reclutado. ?Es imposible!

– ?Por que es imposible?

– Es un comunista, un combatiente de la Revolucion.

– ?Siempre ha estado seguro de eso? -pregunto el juez instructor.

– Si -respondio Krimov-, siempre.

El juez instructor asintio con la cabeza, hojeo el expediente y repitio casi turbado-.

– Bueno, eso es otra cosa, es otra cosa…

– Extendio a Krimov una hoja de papel, y cubriendo una parte con la palma de la mano, le dijo:

– Lea.

Krimov leyo lo que habia escrito y se encogio de hombros.

– Despreciable -sentencio, dejando a un lado la hoja,

– ?Por que?

– Porque este individuo no tiene el valor de declarar abiertamente que Hacken es un comunista honrado, pero le falta vileza para acusarle, asi que tergiversa.

El juez instructor levanto la mano y enseno a Krimov su propia firma y la fecha: febrero de 1938.

Los dos hombres callaron. Luego, el juez instructor le pregunto con severidad:

– ?Acaso le golpearon y se vio obligado a escribir esta declaracion?

– No, nadie me golpeo.

La cara del juez instructor volvio a dividirse en cubos, y mientras sus ojos furiosos le miraban con repugnancia, la boca decia:

– Muy bien, durante el tiempo que estuvieron cercados, usted abandono durante dos dias su destacamento. Un avion militar le transporto al Estado Mayor del grupo de ejercitos aleman y usted paso informacion importante y recibio nuevas instrucciones.

– Eso es un autentico delirio -musito la criatura con el cuello de la guerrera desabrochado.

Pero el juez instructor no se detuvo ahi. Ahora Krimov ya no estaba seguro de ser un hombre de principios elevados, fuerte, con las ideas claras, dispuesto a morir por la Revolucion. Se sentia un ser debil, indeciso, charlatan, que habia repetido rumores absurdos, se habia permitido ironizar sobre el sentimiento que el pueblo sovietico tenia hacia el camarada Stalin. No habia sido selectivo con sus amistades, entre sus amigos habia muchos represaliados. En sus puntos de vista teoricos reinaba la confusion. Habia dormido con la mujer de un amigo. Habia hecho unas declaraciones ambiguas y cobardes sobre Hacken.

?Acaso era el quien estaba aqui sentado? ?De veras le estaba pasando todo aquello? Era un sueno, el sueno de una noche de verano…

– Y antes de la guerra usted transmitia al centro trotskista con sede en el extranjero informaciones sobre como y que pensaban los principales dirigentes del movimiento revolucionario internacional.

No habia que ser un idiota ni un canalla para sospechar de la traicion de una criatura tan sucia y miserable. Si Krimov hubiera estado en la piel del juez instructor no habria confiado en una criatura semejante. Conocia a aquel nuevo tipo de funcionarios del Partido, sustitutos de los miembros liquidados, destituidos o arrinconados en 1937. Era gente con una mentalidad diferente. Leian otros libros y los leian de otra manera; para ser mas exactos, los «trabajaban» con esmero. Amaban y apreciaban los bienes materiales de la vida; el sacrificio revolucionario les era ajeno o sencillamente no era un rasgo esencial de su caracter. No conocian lenguas extranjeras, amaban sus raices rusas, pero hablaban mal la propia lengua y decian: «procentaje», «un chaqueta», «Berlin», y hablaban de «prominentes activistas». Entre ellos habia personas inteligentes, pero parecia que el gran motor del trabajo no estuviera en la idea, o en la razon, sino en una actitud de trabajo, en la astucia, en la sensatez pequenoburguesa.

Krimov comprendia que los nuevos y los viejos cuadros del Partido formaban una gran comunidad de ideas e intereses, que no podia haber diferencias, sino solo afinidad, union. Sin embargo aquello no le impedia experimentar cierto sentimiento de superioridad respecto a los nuevos hombres, la superioridad del bolchevique leninista…

No se daba cuenta de que su vinculo con el juez instructor ya no residia en el hecho de estar dispuesto a ponerle a su altura, de reconocerle como a un camarada de Partido. Ahora, el deseo de union con el juez instructor respondia a una patetica esperanza: que este se acercara a el, que reconociera a Nikolai Krimov, o al menos que admitiera que no todo en el era malo, deshonesto, insignificante.

Krimov no se habia percatado del sutil cambio, pero ahora la seguridad del juez instructor era la propia de un verdadero comunista.

– Si usted es capaz de arrepentirse sinceramente, si conserva todavia una brizna de amor por el Partido, entonces ayudelo reconociendo las imputaciones.

Y de repente, extirpando la debilidad que le estaba devorando la corteza cerebral, Krimov grito:

– ?No conseguira nada de mi! ?No firmare unas declaraciones falsas! ?Me oye? No firmare ni bajo tortura,

– Pienselo -respondio el juez instructor.

Se puso a hojear unos papeles sin mirar a Krimov. Los minutos pasaban. Dejo a un lado el expediente y cogio de la mesa un folio en blanco. Parecia que se hubiera olvidado de Krimov; escribia sin prisa, entornando los ojos mientras se concentraba en sus pensamientos. Despues releyo lo que habia escrito, volvio a reflexionar, saco un sobre del cajon y comenzo a escribir en el una direccion. Tal vez aquella carta no tenia nada que ver con el trabajo. Luego comprobo la direccion y subrayo dos veces el apellido. Recargo la estilografica de tinta y se entretuvo un buen rato limpiando Las gotas. Despues saco punta a unos lapices encima del cenicero. La mina de un lapicero no hacia mas que romperse, pero el funcionario, sin enfadarse, perseveraba en su paciente empeno de afilarlo. Luego probo sobre la yema si la punta estaba bien afilada.

Entretanto la criatura pensaba. Tenia en que pensar. ?De donde habian salido tantos chivatos? Debia recordar, descubrir al autor de la denuncia. Muska Grinberg… El juez instructor sacaria a Zhenia a colacion… Pero era extrano que no hubiera preguntado ni dicho una palabra sobre ella… «?Es posible que haya sido Vasia el que ha declarado contra mi…? Pero ?que, que es lo que debo confesar? Estoy ya aqui, y el misterio sigue sin resolver. ?Para que necesita esto el Partido? Iosif, Koba, Soso [117]. ?Por que pecados se ha aniquilado a tanta gente buena y fuerte? No hay que recelar de los interrogatorios de los jueces instructores, sino del silencio, de aquello que se calla; Katsenelenbogen tenia razon. Si, pronto comenzaria con Zhenia. Estaba claro que la habian arrestado. ?De donde parte todo esto, como ha comenzado? Pero ?es posible que yo este aqui? ?Que angustia, cuantas porquerias en mi vida! ?Perdoneme, camarada Stalin! ?Una palabra suya, iosif Vissarionovich! Soy culpable, me he confundido, he dudado, el Partido lo sabe todo, lo ve todo. Pero ?por que,

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