por que hable con aquel periodista? ?No da ya todo lo mismo? Pero ?que tiene que ver aqui el cerco? Era absurdo: calumnias, mentiras, provocaciones. ?Por que, por que no dije aquella vez sobre Hacken: 'Hermano mio, amigo mio, no dudo de tu honradez'? Hacken habia apartado sus ojos infelices…»
De repente el juez instructor pregunto:
– ?Que? ?Se le ha refrescado la memoria? Krimov hizo un gesto de impotencia con los brazos y respondio:
– No tengo nada que recordar. Sono el telefono.
– Diga -dijo el juez instructor lanzando una ojeada rapida a Krimov, y anadio-: Si, dispongalo todo, dentro de poco sera hora de comenzar.
Krimov tuvo la impresion de que hablaban de el.
Luego el investigador colgo el auricular y volvio a descolgar. Aquella conversacion telefonica era extrana, se desarrollaba como si a su lado no hubiera un hombre, sino un animal de cuatro patas. Era evidente que el juez instructor hablaba con su mujer.
Al principio las preguntas atanian a problemas domesticos:
– ?En la tienda especial? ?Un ganso? Esta bien… ?Por que no te lo han dado con el primer cupon? La mujer de Serguei los llamo al departamento y con el mismo cupon le dieron una pierna de carnero; nos han invitado. A proposito, he cogido requeson en la cantina… No, no es agrio, tengo ochocientos gramos… ?Como va hoy el gas? No te olvides del traje.
Luego cambio de tema:
– Bien, cuidate, no me eches demasiado de menos. ?Has sonado conmigo…? ?Que aspecto tenia? ?Como estaba, en calzoncillos? Que pena… Bueno, te ensenare un par de cosas cuando llegue… ?La limpieza? De acuerdo, pero ni hablar de coger peso.
En esa cotidianidad pequenoburguesa habia algo increible: cuanto mas corrientes y humanas eran las palabras, menos se parecia a un hombre quien las pronunciaba. En el simio que copia los comportamientos humanos hay algo espantoso… Y el mismo Krimov sentia claramente que ya no era un hombre, porque en presencia de un extrano no se mantienen conversaciones de ese tipo: «Te beso en los labios…, no quieres… bueno, esta bien, esta bien…».
Aunque si era correcta la teoria de Bogoleyev segun la cual Krimov era un gato de Angora, una rana, un jilguero o sencillamente un escarabajo sobre una ramita, en ese caso la conversacion no tenia nada de extraordinario.
Hacia el final del dialogo el juez instructor pregunto:
– ?Que huele a quemado? Bueno, pues corre, corre, hasta luego.
Luego cogio un libro y un cuaderno y se sumergio en la lectura, tomando notas de vez en cuando con un lapiz; tal vez se preparaba para un examen o estaba redactando un informe…
De pronto, terriblemente irritado, observo:
– ?Por que no deja de golpear con los pies? ?Cree que esta en un desfile deportivo?
– Se me han dormido las piernas, ciudadano juez instructor.
Pero el juez instructor se habia zambullido de nuevo en la lectura del libro cientifico.
Unos diez minutos mas tarde, pregunto con aire distraido:
– ?Que? ?Se le ha refrescado la memoria?
– Ciudadano juez instructor, tengo que ir al bano.
– El juez instructor suspiro, fue hasta la puerta y llamo en voz baja. Los propietarios de perros ponen una cara parecida, cuando el animal quiere salir a pasear a una hora intempestiva.
Entro un soldado con el uniforme de combate. Krimov le examino con ojo experto: todo estaba en orden, el cinturon bien ajustado, el cuello inmaculado, el gorro en la posicion reglamentaria. Solo que aquel joven soldado no ejercia su oficio de combatiente.
Krimov se levanto con las piernas entumecidas despues de estar tanto rato sentado en la silla, y dio unos primeros pasos tambaleantes. En el bano trataba de pensar a toda prisa mientras el centinela no le quitaba ojo de encima, y en el viaje de vuelta hizo tres cuartos de lo mismo.
Tenia cosas de sobra en que pensar.
Cuando Krimov regreso al despacho el juez instructor ya no estaba; en su lugar habia un joven uniformado con hombreras azules adornadas por un cordon rojo de capitan. El capitan dirigio al detenido una mirada hostil, como si le hubiera odiado toda su vida.
– ?Que haces ahi plantado? -dijo el capitan-. ?Vamos, sientate! Ponte recto, carrona: ?por que curvas la espalda? Mira que te doy una que te enderezas de golpe.
«Bonita manera de presentarse», penso Krimov, y le asalto un miedo nunca experimentado, ni siquiera en la guerra.
«Ahora comenzara todo desde el principio», penso.
El capitan echo una nube de humo de tabaco a traves de la cual se abrio paso su voz.
– Aqui tienes, papel y boligrafo. ?Tengo que escribir por ti?
Al capitan le gustaba humillar a Krimov. Pero tal vez solo formaba parte de su trabajo… En el frente a veces ordenan a los artilleros que disparen para inquietar al enemigo, y disparan noche y dia.
– ?Y asi te sientas? ?Has venido aqui a dormir?
Unos minutos mas tarde le increpo de nuevo:
– ?Eh! ?No has oido lo que te he dicho? ?O es que no te importa?
Se acerco a la ventana, levanto la cortina de camuflaje, apago la luz, y la manana miro con hostilidad a los ojos de Krimov. Era la primera vez desde que habia llegado a la Lubianka que veia la luz del dia.
«Ha pasado la noche», penso Nikolai Grigorievich.
?Habia conocido una manana peor que aquella en su vida? ?Era el quien, feliz y libre, solo unas semanas antes habia estado echado despreocupadamente en un crater de bomba mientras el acero silbaba sobre su cabeza?
El tiempo se habia vuelto confuso: se encontraba en aquel despacho desde hacia una eternidad, y sin embargo hacia poco que habia dejado Stalingrado.
Que luz gris, de piedra, brilla fuera de la ventana, esa luz que se filtra en el patio interior de la prision. No parecia luz, sino agua sucia. Bajo aquella luz de una manana de invierno los objetos tenian un aspecto todavia mas burocratico, sombrio, hostil que bajo la luz electrica.
No, no eran las botas las que se le habian quedado pequenas, sino los pies los que se le habian hinchado.
?De que manera se habian relacionado el aqui y ahora, su vida pasada y su trabajo en el cerco de 1941? ?A quien pertenecian los dedos que habian unido lo incompatible? ?Y con que finalidad? ?A quien le hacia falta? ?Por que?
Los pensamientos eran tan ardientes que por momentos olvidaba el dolor de espalda y de rinones, no sentia las piernas hinchadas haciendo presion contra las canas de sus botas.
Fritz Hacken… «?Como he podido olvidarme de que yo, en 1938, estuve sentado en una habitacion como esta? Asi, pero no exactamente asi: en el bolsillo tenia un salvoconducto.»
Ahora le venian a la cabeza los detalles mas sordidos: el deseo de gastar a todos, al empleado de la oficina de pases, a los porteros, al ascensorista con uniforme militar. El juez instructor habia dicho: «Camarada Krimov, por favor, ayudenos». ?Lo mas detestable era el deseo de sinceridad! ?Oh, ahora se acordaba! ?Solo contaba la sinceridad! Y el habia sido sincero, habia hecho memoria de los errores de Hacken a la hora de valorar el movimiento espartaquista, su hostilidad hacia Thalmann, su deseo de recibir honorarios por su libro, su separacion de Elsa justo cuando estaba encinta… La verdad es que tambien habia recordado lo bueno… El juez instructor habia anotado una de sus frases; «Sobre la base de un conocimiento cimentado durante anos considero poco probable su participacion en acciones directas de sabotaje, aunque no puedo excluir del todo la posibilidad de una duplicidad de conducta…».
Si, habia hecho una denuncia… Todo lo que contenia aquella carpeta, que le acompanaria hasta la eternidad, eran afirmaciones de camaradas que tambien habian querido ser sinceros. ?Por que el habia querido ser sincero? ?Por su sentido de deber hacia el Partido? ?Mentira, mentira! Si de verdad hubiera querido ser sincero solo tendria que haber hecho una cosa: golpear con el puno contra la mesa y gritar: «Hacken es un hermano, un amigo, ?es inocente!». Pero no, el habia hurgado en la memoria en busca de nimiedades, hilando muy fino para ayudar a aquel hombre sin cuya firma su pase no tendria validez para abandonar la casa grande. Y se acordaba tambien de esto: la sensacion avida de felicidad que le embargo cuando el juez instructor le dijo: «Un minuto, que le firmo el salvoconducto, camarada Krimov». Habia ayudado a meter a Hacken entre rejas. ?Adonde se dirigio el amante de la verdad con su salvoconducto firmado? ?Acaso no habia ido a casa de Muska Grinberg, la mujer de su