del Partido. ?Es posible que la forma tenga tanta importancia? ?Por que ese «pero» si usted ya ha admitido lo mas importante?

– No, nunca admitire que soy un espia.

– Por lo tanto se niega a ayudar al Partido. Habla, y cuando estamos a punto de llegar al fondo de la cuestion, ?quiere enterrar la cabeza como un avestruz? ?Usted es una mierda, una mierda de perro!

Krimov pego un salto, cogio al juez instructor por la corbata, luego dio un punetazo contra la mesa y dentro del telefono algo resono. Grito con voz penetrante, casi aullando:

– Tu, hijo de puta, canalla, ?donde estabas cuando yo guiaba a los hombres al combate en Ucrania y en los bosques de Briansk? ?Donde estabas tu cuando yo me batia en pleno invierno en Voronezh? Tu, miserable, ?has estado en Stalingrado? ?Y soy yo el que no ha hecho nada por el Partido? ?Acaso eres tu, hocico de policia, el que ha defendido la patria sovietica estando aqui en la Lubianka? ?No he sido yo el que ha luchado por nuestra causa en Stalingrado? ?Fuiste tu el que estuvo a punto de ser ejecutado en Shanghai? ?Fue a ti, basura, o a mi a quien uno de los soldados de Kolchak le disparo en el hombro izquierdo?

Despues le pegaron, pero no de modo primitivo, golpeandole en la cara, como hacian en la seccion especial del frente, sino con refinamiento y metodo cientifico, teniendo en cuenta nociones de fisiologia, y anatomia.

Le golpeaban dos jovenes vestidos con uniformes visiblemente nuevos, y el gritaba:

– Vosotros, sinverguenzas, mereceriais ir al batallon disciplinario… Habria que mandaros a primera linea… desertores…

Ellos hacian su trabajo, sin rabia, sin perder los estribos. Parecia que no le pegaban muy fuerte, pero los golpes eran tremendos, como un insulto repugnante dejado caer con frialdad.

Comenzo a manar sangre de la boca de Krimov, a pesar de que no habia recibido ni un solo golpe en los dientes, y aquella sangre no procedia de la nariz, ni de la mandibula, ni de un mordiscoen la lengua, como en Ajtuba… Aquella era sangre profunda, que salia de los pulmones. Ya no recordaba donde estaba, no recordaba con quien estaba… Encima de el aparecio de nuevo la cara del juez instructor.

Senalo con el dedo el retrato de Gorki que colgaba en la pared sobre el escritorio y pregunto:

– ?Que dijo el gran escritor proletario Maksim Gorki?

Y en tono pedagogico y persuasivo se respondio a si mismo:

– Si el enemigo no se rinde, hay que aniquilarlo.

Despues vio la lampara en el techo y a un hombre con charreteras estrechas.

– Muy bien, puesto que la medicina lo permite -dijo el juez instructor-, se acabo el descanso. Krimov se encontro enseguida sentado de nuevo ante la mesa escuchando argumentos persuasivos:

– Podemos seguir asi una semana, un mes, un ano… Simplifiquemos las cosas: aunque usted no sea culpable de nada, firmara lo que yo le diga. Despues no volveran a pegarle. ?Esta claro? Tal vez la OSO le condene, pero no le golpearan mas. ?Que no es poco! ?Cree que me gusta que le peguen? Le dejaremos dormir. ?Queda claro?

Pasaban las horas y la conversacion continuaba. Parecia que ya nada podia desconcertar a Krimov, sacarle de su sopor.

Sin embargo, al escuchar el nuevo discurso del juez instructor, entreabrio sorprendido la boca y levanto la cabeza.

– Todo esto pertenece al pasado, podemos olvidarlo -dijo el juez instructor, senalando la carpeta de Krimov-; pero lo que no podemos olvidar es que usted ha traicionado a la patria durante la batalla de Stalingrado. Tenemos testigos, documentos que le imputan. Usted ha trabajado con el fin de socavar la conciencia politica de la casa 6/1.

Usted incito a la traicion a Grekov, un patriota, intentando convencerle de que se pasara al bando enemigo. Usted ha traicionado la confianza de sus superiores, la confianza del Partido que le envio en mision a aquella casa en calidad de comisario militar. Pero ?como se comporto una vez alli? ?Como un agente enemigo!

Al alba Nikolai Grigorievich fue golpeado de nuevo y tuvo la impresion de sumergirse en una tibia leche negra. De nuevo, el hombre con las charreteras estrechas asintio mientras secaba la aguja de la jeringuilla, y el juez instructor repitio:

– Bien, puesto que la medicina lo permite…

Estaban sentados el uno frente al otro. Krimov miro la cara extenuada de su interlocutor, y se asombro de su propia ausencia de rencor: ?es posible que hubiera querido coger a aquel hombre de la corbata y estrangularlo? Ahora en Nikolai Grigorievich habia surgido un sentimiento de intimidad con el juez instructor. La mesa ya no los separaba, sino que estaban sentados como dos camaradas dos hombres afligidos.

De repente a Krimov le vino a la cabeza aquel hombre al que habian fusilado mal y que, en una noche de otono habia regresado de la estepa a la seccion especial del frente con la ropa interior ensangrentada.

«Ese es mi destino -penso-. Yo tampoco se adonde ir. Ya es demasiado tarde.»

Luego pidio ir al lavabo-

A su regreso habia aparecido el capitan del dia antes. Levanto la cortina de camuflaje apago la lampara y se encendio un cigarrillo.

Y Nikolai Grigorievich volvio a ver la luz del dia, desapacible, como si no la proyectara el sol o el cielo, sino el ladrillo gris de la prision interior.

44

Los catres estaban vacios: sus vecinos habian sido trasladados o estaban siendo sometidos a interrogatorio.

El yacia hecho anicos, inconsciente, cubierto de escupitajos por la vida, con un dolor insoportable en el lumbago y los rinones magullados.

En aquellas horas de amargura en que su vida se quebraba comprendio el valor del amor de una mujer. ?Una mujer! Solo ella puede querer a un hombre pisoteado por botas de hierro. Alli esta el, cubierto de escupitajos, y ella le lava los pies, le desenreda el pelo, acaricia sus ojos que se han vuelto apaticos. Cuanto mas le han destruido el alma, cuanto mas repugnante se ha convertido y mas despreciable es para el mundo, mas querido es para ella. Ella corre detras del camion, hace cola en Kuznetski Most, en la valla del campo; hace de todo para mandarle bombones, cebollas; en el hornillo de petroleo cocina galletas; daria anos enteros de su vida solo por verle media hora…

No todas las mujeres con las que te acuestas pueden ser tu mujer.

Su desesperacion era tan lacerante que tuvo deseos de provocar la misma desesperacion en otra persona.

Compuso mentalmente las lineas de una carta-. «Despues de enterarte de lo ocurrido, te has alegrado no porque me hayan aplastado sino porque has llegado a tiempo de escaparte de mi, y bendices ese instinto de roedor que te ha permitido abandonar el barco antes de que se fuera a pique…, estoy solo…».

Le relampagueo la imagen del telefono sobre la mesa del juez instructor…, aquel robusto animal que le golpea en los costados, bajo las costillas…, el capitan que levanta la cortina, apaga la luz…, y las hojas del expediente susurran, susurran, y aquel susurro le adormece…

De repente le parecio que un punzon curvo calentado al rojo vivo le perforaba el craneo, y tuvo la impresion de que su cerebro desprendia un hedor a chamuscado: Yevguenia Nikolayevna le habia denunciado!

«?De marmol! ?De marmol!» Aquellas palabras que le habian dicho una manana en Znamenka, en el despacho del presidente del Consejo Militar Revolucionario de la Republica… El hombre de barba puntiaguda y lentes de resplandecientes cristales habia leido el articulo de Krimov y le hablaba en voz baja y afectuosa. Ahora se acordaba: por la noche le habia contado a Zhenia que el Comite Central le habia llamado al Komintern para confiarle el encargo de la redaccion de obras para la editorial Politizdat. Porque hubo un tiempo en el que habia sido un ser humano. Y le habia explicado que Trotski, despues de leer su articulo «Revolucion o reforma: China y la India», habia dicho: «Es puro marmol».

Esas palabras habian sido dichas en una conversacion intima y nunca se las habia repetido a nadie excepto a Zhenia. Por tanto el juez instructor tenia que haberlas oido de sus labios. Ella le habia denunciado.

Ahora ya no sentia las setenta horas pasadas en vela, no podia dormir mas. ?La habian obligado? Pero ?habia alguna diferencia? «Cantaradas, Mijail Sidorovich, ?soy un hombre muerto! Me han matado. No con la bala de una pistola, ni con la fuerza de los punos, ni con la tortura del sueno. Me ha matado Zhenia. Confesare lo que quereis, lo

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