reconocere todo. Con una sola condicion: confirmadme que ha sido ella quien me ha denunciado.»

Se deslizo de la cama y comenzo a golpear con el puno contra la puerta, gritando:

– Que me lleven ante el juez instructor, lo firmare todo.

El oficial de servicio se acerco y dijo:

– Deje de montar escandalo, prestara declaracion cuando le llamen.

No podia estar solo. Se sentia mejor, mas ligero, cuando le pegaban, cuando perdia el conocimiento… Puesto que la medicina lo permite…

Volvio cojeando hasta el catre, y justo cuando parecia que ya no podria soportar mas tiempo ese tormento en el alma, cuando parecia que el cerebro le estaba a punto de estallar y que mil agujas se le clavaban en el corazon, en la garganta, en los ojos, lo comprendio: ?Zhenechka no habia podido traicionarle! Tuvo un acceso de tos y le recorrio un temblor.

– Perdoname, perdoname. No era mi destino vivir feliz contigo; yo soy el culpable de todo esto, no tu.

Y de pronto le invadio un sentimiento maravilloso. Probablemente era la primera persona que experimentaba esa sensacion en aquel edificio desde el momento en que Dzerzhinski habia puesto un pie dentro.

Se desperto y enfrente estaba Katsenelenbogen, sentado pesadamente con el pelo despeinado a lo Beethoven.

Krimov le dirigio una sonrisa, y la frente baja y carnosa de su companero se fruncio. Krimov comprendio que Katsenelenbogen habia interpretado su sonrisa como un signo de locura,

– Veo que le han zurrado de lo lindo -observo Katsenelenbogen, senalando la guerrera manchada de sangre de Krimov.

– Si, me han dado fuerte -confirmo el, torciendo la boca-. Y usted, ?como esta?

– Me han dado un paseo hasta el hospital. Nuestros vecinos se han ido: a Dreling la OSO le ha metido diez anos mas, con los que suma treinta, y Bogoleyev ha sido transferido a otra celda.

– Ah… -dijo Krimov.

– Venga, desahoguese.

– Creo que bajo el comunismo -dijo Krimov- el MGB recogera en secreto todo lo bueno de las personas, cada palabra amable que hayan pronunciado. Los agentes rastrearan escuchas telefonicas, examinaran cartas, conversaciones intimas, en busca de palabras dichas con fidelidad, honestidad y bondad, para informar a la Lubianka y recogerlas en un expediente. ?Solo las cosas buenas! En estos lugares reforzaran la fe en el hombre, en lugar de destruirla, como hacen ahora. La primera piedra la he puesto yo… Creo que a pesar de las denuncias y las mentiras he vencido, creo, creo…

Katsenelenbogen, que le escuchaba con aire distraido, dijo:

– Es verdad, asi sera. Solo cabe anadir que una vez compuesto ese maravilloso expediente, a uno le traeran aqui, a 'a casa grande, e igualmente le liquidaran-.

Muro con ojos escrutadores a Krimov, sin lograr entender por que en su cara terrosa, amarillenta, con los ojos hundidos e inflamados, y rastros negros de sangre en la barbilla, lucia una sonrisa de felicidad y calma.

45

El ayudante de campo de Paulus, el coronel Adam, estaba de pie ante una maleta abierta. El ordenanza Ritter, en cuclillas, clasificaba la ropa interior dispuesta sobre unos periodicos extendidos en el suelo.

Adam y Ritter habian pasado la noche quemando papeles en el despacho del mariscal de campo; tambien habian quemado un enorme mapa personal del comandante que Adam consideraba una reliquia sagrada de guerra.

Paulus no habia conciliado el sueno en toda la noche, habia rechazado el cafe de la manana y seguia con indiferencia el trasiego de Adam. De vez en cuando se levantaba y deambulaba por la habitacion, sorteando paquetes de papeles amontonados en el suelo a la espera de ser incinerados. Los mapas, pegados sobre lienzos, ardian con dificultad, obstruian las rejillas, y Ritter debia despejar continuamente la estufa con el atizador.

Cada vez que Ritter abria la puerta de la estufa, el mariscal de campo alargaba las manos hacia el fuego. Adam quiso echarle sobre los hombros un capote, pero el se aparto con un gesto de indiferencia y Adam volvio a dejar el capote en el colgador.

Tal vez el mariscal de campo se veia prisionero en algun lugar de Siberia, plantado ante una hoguera en compania de los soldados; se calentaba las manos mientras a su espalda se extendia el desierto y frente a el, mas desierto.

Adam dijo a Paulus:

– Le he ordenado a Ritter que meta en su maleta ropa interior gruesa. De ninos nos hicimos una idea falsa del Juicio Final, que nada tiene que ver con el fuego y las brasas.

Durante la noche el general Schmidt se habia presentado dos veces. Los.telefonos, con los hilos cortados, estaban mudos.

Desde el primer momento del cerco, Paulus habia comprendido con extrema lucidez que las tropas guiadas por el no podrian mantener la lucha en el Volga.

Se daba cuenta de que todos los elementos que habian determinado su victoria en verano, condiciones tacticas, sicologicas, meteorologicas y tecnicas, habian desaparecido; las ventajas se habian convertido en desventajas. Se habia dirigido a Hitler para comunicarle que en su opinion el 6? Ejercito, de comun acuerdo con Manstein, debia romper el cerco en direccion suroeste y abrir un corredor a traves del cual pudieran evacuar a sus divisiones, resignandose de antemano al abandono de la mayor parte de la artilleria pesada.

El 24 de diciembre, cuando Yeremenko derroto a las fuerzas de Manstein cerca del rio Mishkova, para cualquier comandante de batallon de infanteria estuvo claro que la resistencia en Stalingrado era imposible. Solo habia una persona que no lo veia asi. Este habia cambiado de nombre al 6° Ejercito en la primera linea del frente, que se extendia del mar Blanco hasta Terek, y lo llamo «Fortaleza Stalingrado». En el Estado Mayor del 6° Ejercito se decia que Stalingrado se habia transformado en un campo de prisioneros de guerra armados. Paulus envio un nuevo mensaje cifrado notificando que todavia habia una pequena posibilidad de romper el cerco. Se esperaba un terrible estallido de ira; nadie se habia atrevido a llevarle la contraria dos veces al comandante supremo. Le habian contado la historia de como Hitler, en un arrebato de furia, le arranco del pecho, al mariscal de campo Rundstedt la Cruz de Caballero, y Brauchitsch, que habia presenciado la escena, al parecer sufrio un ataque al corazon. Con el Fuhrer no se podia bromear.

El 31 de enero Paulus, finalmente, recibio una respuesta a su mensaje cifrado: le habian concedido el titulo de mariscal de campo. Hizo otra tentativa para demostrar que tenia razon y le otorgaron la mas alta condecoracion del Reich a la Cruz de Caballero con Hojas de Roble.

Acabo por darse cuenta de que Hitler habia comenzado a tratarle como a un difunto, concediendole a titulo postumo el rango de mariscal de campo, asi como la Cruz de Caballero con Hojas de Roble. Ahora solo era necesario para una cosa: encarnar la imagen tragica del jefe de la heroica defensa de Stalingrado. Los centenares de miles de personas que se encontraban bajo su mando habian sido proclamados santos y martires por la propaganda oficial. Estaban vivos, hervian carne de caballo, cazaban los ultimos perros de Stalingrado, atrapaban urracas en la estepa, aplastaban piojos, fumaban cigarrillos liados con papel retorcido, y entretanto las emisoras de radio estatales transmitian, en honor de los legendarios heroes, una musica funebre y solemne.

Estaban vivos, se soplaban los dedos enrojecidos, les colgaban mocos de la nariz y le daban vueltas en la cabeza a todas las posibilidades de conseguir alimento, robar, fingirse enfermos, entregarse al enemigo, calentarse en un sotano con una mujer rusa; al mismo tiempo, coros estatales de ninos y ninas sonaban a traves de las ondas: «Murieron para que Alemania viviera». Solo si el Estado pereciera esos hombres podrian renacer a la vida esplendida y pecadora.

Todo habia sucedido como Paulus habia predicho.

Era dificil vivir con la sensacion de tener razon, confirmada por la destruccion absoluta de su ejercito. La perdida de sus tropas hacia experimentar a Paulus, aun contra su voluntad, una satisfaccion extrana y angustiosa que le subia la autoestima.

Los pensamientos sombrios que habia sofocado durante los dias de gloria le asaltaban de nuevo.

Keitel y Jodl llamaban a Hitler el Fuhrer divino. Goebbels declaraba que la tragedia de Hitler consistia en el

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