amigo? Pero en realidad todo lo que habia dicho de Hacken era cierto. Y del mismo modo todo lo que habian dicho de el era verdad. Efectivamente, habia contado a Fedia Yevseyev que Stalin padecia complejo de inferioridad a causa de su falta de instruccion filosofica. Era atroz la lista de personas con las que se habia encontrado: Nikolai lvanovich, Grigori Yevseyevich, Lomov, Shatski, Piatnitski, Lominadze, Riutin, el pelirrojo Shliapnikov; habia ido a ver a Liev Borisovich a la «Academia», a Lashevich, Yan Gamarnik, Luppol; habia visitado al viejo Riazanov en el instituto; en Siberia se habia quedado un par de veces en casa de Eije, un viejo conocido; y luego se habia encontrado en dos ocasiones con Skripnik en Kiev, y Stanislav Kosior en Jarkov, y Ruth Fischer; y si…gracias a Dios el juez instructor habia olvidado lo mas importante, y es que en una epoca Liev Davidovich [118] le habia tenido estima…
En pocas palabras, era una manzana podrida. Pero ?por que? ?Acaso no eran los otros mas culpables que el? «Sin embargo, yo todavia no he firmado nada. Ten paciencia, Nikolai, ya veras como tu tambien acabaras firmando. Probablemente lo peor esta por llegar. Te tendran aqui, sin dejarte dormir durante tres dias, y despues comenzaran a pegarte. Nada de esto se parece mucho al socialismo, ?no? ?Por que mi Partido quiere aniquilarme? Somos nosotros los que hemos hecho la Revolucion, y no Malenkov, Zhdanov o Scherbakov. Todos somos despiadados con los enemigos de la Revolucion. ?Por que la Revolucion, es despiadada con nosotros? Tal vez lo sea por eso mismo… O tal vez no tenga nada que ver con la Revolucion. ?Que va a hacer este capitan con la Revolucion? Es solo un bandido, un miembro de las Centurias Negras.»
Ahi estaba, dando palos al agua, y entretanto el tiempo pasaba.
Le dolian la espalda y las piernas, el agotamiento le consumia. Solo pensaba en estirarse en la cama y, descalzo, mover los dedos de los pies, levantar las piernas, rascarse las pantorrillas.
– ?Nada de dormirse! -grito el capitan, como si diera una orden en el fragor de la batalla.
Daba la impresion de que el frente se quebraria y el Estado sovietico se vendria abajo si Krimov cerraba los ojos un instante…
En toda su vida Krimov no habia oido tal cantidad de improperios.
Sus amigos, sus colaboradores mas queridos, sus secretarias, aquellos que habian participado en sus conversaciones mas intimas habian recogido cada una de sus palabras y de sus actos. A medida que los recuerdos afluian se sentia aterrado: «Eso se lo dije a Ivan, solo a Ivan». «Aquello fue en una conversacion con Grisha, a Grisha lo conozco desde los anos veinte.» «Eso fue cuando hable con Mashka Meltser. Ay, Mashka, Mashka.»
De pronto le vinieron a la memoria las palabras del juez instructor: que no contaba con recibir un paquete de Yevguenia Nikolayevna… Era un comentario de una reciente conversacion que habia mantenido en la celda con Bogoleyev. Hasta el ultimo dia la gente no habia dejado de llenar el herbolario de Krimov.
Por la tarde le llevaron una escudilla de sopa, pero la mano le temblaba tanto que tuvo que inclinar la cabeza y sorber la sopa por el borde de la escudilla, mientras la cuchara repiqueteaba.
– Comes como un cerdo -observo con tono triste el capitan.
Luego tuvo lugar otro acontecimiento: Krimov pidio ir de nuevo al bano. Ahora, mientras recorria el pasillo, ya no lograba concentrarse en nada; solo de pie ante la taza penso: «Menos mal que me descosieron los botones; me tiemblan tanto los dedos que no habria sido capaz de abrir y cerrar la bragueta».
Entretanto el tiempo pasaba y hacia su trabajo. El Estado con las hombreras del capitan habia obtenido la victoria. En la cabeza de Krimov flotaba una niebla espesa, gris; probablemente la misma niebla que llena el cerebro de los simios. No habia existido nunca ni pasado ni futuro, no habia existido nunca una carpeta con lazos enredados. En el mundo solo habia una cosa: quitarse las botas, rascarse, dormir.
Regreso el juez instructor.
– ?Ha dormido? -le pregunto el capitan.
– Los jefes no duermen, los jefes reposan -dijo en tono aleccionador el juez instructor, repitiendo un viejo chiste de soldado.
– Por supuesto -confirmo el capitan-.
Entretanto sus subordinados pegan alguna que otra cabezada.
Del mismo modo que un obrero que al comenzar su turno echa una ojeada a la maquina e intercambia unas palabras apresuradas con el companero al que sustituye, asi actuo el juez instructor, que miro a Krimov, el escritorio, y luego dijo:
– Muy bien, camarada capitan.
Echo una ojeada al reloj, saco la carpeta del cajon, desato los lazos, hojeo algunos papeles y, rebosante de ardor y energia, declaro:
– Venga, Krimov, continuemos.
Y se pusieron manos a la obra.
El juez instructor se interesaba hoy por la guerra. Y una vez mas demostro estar al corriente de infinidad de cosas: conocia los destinos de Krimov, sabia el numero de los regimientos y los ejercitos, el nombre de las personas que habian combatido junto a el, le recordaba las palabras pronunciadas en la seccion politica, su observacion a proposito de la nota llena de faltas de un general.
Todo el trabajo realizado en el frente, sus discursos pronunciados bajo el fuego aleman, la fe que habia compartido con los soldados en los duros dias de la retirada las privaciones, el frio…, todo, de repente, habia dejado de existir.
No era mas que un charlatan deplorable, un hombre de dos caras que habia desmoralizado a sus camaradas, les habia contagiado su incredulidad y su desesperacion, ?Como no iban a suponer que los servicios de inteligencia le habian ayudado a cruzar la linea del frente para que pudiera seguir con sus actividades de espia y saboteador?
En los primeros minutos del nuevo interrogatorio, a Krimov se le contagiaron las fuerzas renovadas del descansado juez instructor.
– Como quiera -declaro-, pero nunca confesare que soy un espia.
El juez instructor miro por la ventana: estaba oscureciendo y apenas distinguia los papeles sobre la mesa.
Encendio la lampara de sobremesa y bajo la cortina azul.
Del otro lado de la puerta llego un aullido bestial y lugubre, pero de pronto se interrumpio y de nuevo se hizo el silencio.
– Continuemos, Krimov -dijo el juez instructor mientras se sentaba de nuevo a la mesa. Pregunto a Krimov si sabia por que nunca le habian ascendido, y recibio una respuesta confusa.
– El hecho es, Krimov, que usted ha servido en el frente como comisario de batallon cuando deberia haber sido miembro del Consejo Militar del ejercito o incluso del frente.
Por un instante miro fijamente a Krimov sin decir nada, y tal vez escrutandolo por primera vez como un verdadero juez instructor, luego pronuncio con voz solemne:
– El propio Trotski afirmo de sus articulos: «Es puro marmol». Si ese reptil hubiera usurpado el poder, le habria Sentado a usted en lo mas alto. No es para tomarlo a broma: «puro marmol».
«Bueno, hasta ahora solo eran cartas menores -penso Krimov-. Ahora sacara el as.»
Esta bien, esta bien, se lo diria todo: cuando, donde, en que ocasion… Pero tambien al camarada Stalin se le podrian plantear las mismas preguntas. Krimov nunca habia tenido ninguna relacion con el trotskismo, siempre habia votado contra las resoluciones trotskistas, ni una sola vez a favor.
Pero lo mas importante era poder quitarse los zapatos, tumbarse, poner los pies descalzos en alto, dormir y rascarse durante el sueno.
El juez instructor arremetio de nuevo, con voz baja y afectuosa:
– ?Por que no quiere usted ayudarnos? ?Cree que todo consiste en que haya cometido o no crimenes antes de la guerra, o en que reanudara sus contactos o fijara encuentros durante el cerco? El problema es mas serio, mas profundo. Tiene que ver con la nueva orientacion del Partido. Ayude al Partido en esta nueva etapa de lucha. Para hacerlo es necesario que se deshaga de las valoraciones del pasado. Este es un deber que solo los bolcheviques son capaces de afrontar. Por este motivo hablo con usted.
– De acuerdo, muy bien -dijo despacio, sonoliento, Krimov-, puedo admitir que me haya convertido en portavoz involuntario de las opiniones hostiles al Partido. Tal vez mi internacionalismo entrara en contradiccion con la nocion del Estado socialista soberano. Puede que, a causa de mi caracter, despues de 1937 haya sido ajeno a la nueva orientacion del Partido, a los nuevos hombres. Estoy dispuesto a admitirlo. Pero por lo que respecta al espionaje, al sabotaje…
– ?A que viene ese «pero»? Ve, iba por buen camino, estaba a punto de reconocer su hostilidad hacia la causa