poco creia que no albergaba resentimiento contra ellos. Ahora tampoco queria vengarse, hacer dano, pero se sentia feliz en mente y espiritu cuando recordaba todos los actos malos, deshonestos, crueles y cobardes que habian cometido contra el. Cuanto mas groseros y ruines se habian mostrado con el, mas dulce le resultaba regodearse en el recuerdo.

Cuando Nadia volvio de la escuela, Liudmila Nikolayevna le grito:

– ?Nadia, Stalin ha telefoneado a papa!

Y al ver la emocion de su hija, que entro corriendo en la habitacion, con el abrigo a medio quitar y arrastrando la bufanda por el suelo, Shtrum sintio aun con mayor nitidez el desconcierto que invadiria a los demas cuando ese mismo dia o el siguiente se enteraran de lo que habia pasado.

Durante la comida, Shtrum dejo la cuchara a un lado y dijo:

– No tengo ni pizca de hambre.

– Es una humillacion total para tus detractores y perseguidores -dijo Liudmila Nikolayevna-. Me imagino lo que pasara en el instituto, por no hablar de la Academia.

– Si, si -asintio el.

– Y en las tiendas especiales las senoras volveran a saludarte, mama, y a sonreirte -dijo Nadia.

– Si, si -dijo Liudmila Nikolayevna, y se le escapo una risita.

Shtrum siempre habia despreciado a los aduladores, pero ahora pensar en la sonrisa obsequiosa de Aleksei Alekseyevich Shishakov le colmo de alegria. Habia algo que le causaba extraneza, que no comprendia. En aquel sentimiento de triunfo y felicidad que ahora experimentaba se mezclaba una tristeza que emergia de algun lugar recondito, la nostalgia por algo precioso y arcano que en aquellas horas le parecia que se habia alejado de el. Se sentia culpable de algo y ante alguien, pero no sabia de que ni ante quien.

Estaba comiendo su sopa preferida, a base de alforfon y patatas, y recordaba sus lagrimas de nino, cuando en una noche de primavera habia vislumbrado las estrellas entre los castanos en flor. El mundo, entonces, le parecia hermoso, el futuro, inmenso, lleno de bondad y luz radiante. Y hoy que su destino se habia decidido, era como si se despidiera de su amor puro, infantil, casi religioso hacia la milagrosa ciencia; que se despidiera de lo que habia sentido semanas atras cuando, tras vencer un miedo enorme, habia dejado de mentirse a si mismo.

Solo habia una persona a la que hubiera podido contarselo, pero no estaba a su lado.

Era extrano. Su alma estaba impaciente y ansiosa por que todo el mundo supiera lo ocurrido. En el instituto, en las aulas de la universidad, en el Comite Central del Partido, en la Academia, en la administracion de la casa y de la dacha, en las catedras y las sociedades cientificas. A Shtrum le daba lo mismo que Sokolov se enterara de la noticia. Al mismo tiempo, no con la cabeza, sino en lo mas profundo de su corazon, preferia que Maria Ivanovna no lo supiera. Intuia que para su amor era mejor ser perseguido e infeliz. Al menos eso le parecia.

Les explico a su mujer y su hija una historia que se contaba antes de la guerra: una noche Stalin habia aparecido en el metro, ligeramente borracho, se habia sentado al lado de una mujer joven y le habia preguntado: «?Que puedo hacer por usted?».

«Me gustaria mucho visitar el Kremlin», respondio la mujer,

Stalin, antes de responder, habia reflexionado un momento y despues dijo: «Creo que podre arreglarlo».

Nadia intervino:

– Ves, papa, hoy eres un hombre tan importante que mama te ha dejado contar tu historia, sin interrumpirte, y eso que la habra escuchado mas de ciento diez veces.

Y de nuevo, por centesima vez, se rieron de la ingenuidad de la mujer del metro,

Liudmila Nikolayevna propuso: -Vitia, ?que te parece si descorchamos una botella para celebrar la ocasion?

Y trajo tambien una caja de bombones que tenia guardada para el cumpleanos de Nadia.

– Coged -dijo Liudmila Nikolayevna-, pero tu, Nadia, no te lances encima como un lobo.

– Oye, papa -dijo Nadia-, ?por que nos burlamos de esa mujer del metro? ?Y tu? ?Por que no le has preguntado a Stalin por el tio Mitia y Nikolai Grigorievich?

– ?De que hablas? ?Crees que es posible?

– Si que lo creo. La abuela se lo habria dicho enseguida, estoy segura de que se lo hubiera preguntado.

– Es probable -confirmo Shtrum-, es probable.

– Bueno, basta ya de decir tonterias -corto Liudmila Nikolayevna.

– ?A eso le llamas tonterias, al destino de tu hermano? -replico Nadia.

– Vitia -dijo Liudmila-, hay que telefonear a Shishakov.

– Me parece que subestimas lo que ha pasado. No hay que telefonear a nadie.

– Llama a Shishakov -insistio Liudmila.

– ?Stalin me desea exito en mi trabajo y yo tengo que llamar a Shishakov?

Aquel dia un sentimiento nuevo y extrano anido en Shtrum. Siempre le habia indignado que se divinizara a Stalin. En los periodicos, su nombre aparecia por doquier, desde la primera a la ultima linea. Retratos, bustos, estatuas, oratorios, poemas, himnos… Le llamaban padre, genio…

A Shtrum le fastidiaba que el nombre de Stalin eclipsara al de Lenin, que su genio militar se contrapusiera al caracter civil de Lenin. En una de sus obras, Aleksei Tolstoi representaba a Lenin encendiendo una cerilla servicialmente para que Stalin pudiera encender su pipa. En un cuadro un artista pintaba a Stalin subiendo majestuosamente los escalones de Smolni, mientras Lenin le seguia a toda prisa, excitado como un galio. Si en un cuadro se representaba a Lenin y Stalin en medio del pueblo,'solo los viejos, las mujeres y los ninos miraban con carino a Lenin, mientras que una procesion de gigantes armados -obreros y marineros con cintas de ametralladoras en bandolera- marchaba hacia Stalin. Los historiadores, cuando describian los momentos cruciales de la vida del pais de los soviets, siempre mostraban a Lenin pidiendo consejo a Stalin: durante la rebelion de Kronstadt, la defensa de Tsaritsin o la invasion de Polonia. La huelga de Baku, en la que Stalin habia participado, y el periodico georgiano Brdzola (La lucha), donde se habian publicado sus articulos, parecian mas importantes en la historia del Partido que todo el movimiento revolucionario ruso.

– Brdzola, Brdzola -repetia enfadado Viktor Pavlovich-. ?Que hay de Zheliabov, Plejanov y Kropotkin? ?Que hay de los decembristas? Ahora solo se oye hablar de Brdzola, Brdzola…

Durante mil anos, Rusia habia sido el pais de la autocracia y el despotismo ilimitado, el pais de los zares y sus favoritos. Pero en esos mil anos de historia rusa nunca habia existido un poder comparable al de Stalin.

Sim embargo ese dia Shtrum no estaba ni enfadado ni horrorizado. Cuanto mas grandioso era el poder de Stalin y mas ensordecedores eran los himnos y los timbales, mas inmensa era la nube de incienso que humeaba a los pies del idolo viviente y mas intensa era la alegria de Shtrum.

Caia la noche y no tenia miedo.

?Stalin habia hablado con el! Stalin le habia dicho: «Le deseo exito en su trabajo».

Cuando se hizo completamente de noche, Viktor Pavlovich salio a la calle,

En aquella oscura velada ya no se sentia impotente ni irremediablemente perdido. Estaba tranquilo. Sabia que la gente que dictaba las ordenes estaba ya al corriente de todo.

Resultaba extrano pensar en Krimov, Dmitri, Abarchuk, Madiarov, Chetverikov…

No compartian el mismo destino. Pensaba en ellos con tristeza y frialdad.

Se alegraba de su victoria: su fuerza de espiritu y su inteligencia habian triunfado. No le preocupaba que su felicidad fuera tan diferente a la que habia experimentado el dia de la farsa judicial, cuando le parecia que su madre estaba a su lado. Ahora le daba lo mismo si Madiarov habia sido arrestado o si Krimov bacia declaraciones sobre el. Por primera vez en su vida no le aterraba recordar sus bromas sediciosas, sus comentarios imprudentes.

Entrada la noche, cuando Liudmila y Nadia ya estaban en la cama, sono el telefono.

– Hola -susurro una voz, y Shtrum fue presa de una agitacion mas virulenta que la que habia sentido aquel dia.

– Hola -respondio.

– No me resistia a oir su voz. Digame algo -le pidio ella.

– Masha, Mashenka -balbuceo, y enmudecio.

– Viktor, querido mio -dijo ella-, no podia mentir a Piotr Lavrentievich.

Le he confesado que le amo a usted. Y le he prometido que nunca volvere a verle.

Por la manana Liudmila Nikolayevna entro en su habitacion, le acaricio los cabellos y le beso en la frente.

– En mis suenos me ha parecido oirte hablar por telefono con alguien.

– Te lo ha parecido -respondio mirandola tranquilamente a los ojos.

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