– Recuerda que tienes que ir a ver al administrador de la casa.

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La chaqueta del juez instructor causaba una impresion extrana para unos ojos acostumbrados al mundo de las guerreras y los uniformes militares.

El rostro, en cambio, le era familiar, una de esas caras palidas amarillentas que abundan entre los comandantes empleados en las oficinas y los funcionarios politicos.

Responder a las primeras preguntas le resulto facil, incluso agradable; le incitaba a creer que el resto seria igual de sencillo, tan evidente como su apellido, su nombre y su patronimico.

En las respuestas del detenido se hacia patente una disposicion apresurada a ayudar al juez instructor. A fin de cuentas, el investigador no sabia nada de el. El escritorio que habia entre los hombres no les separaba. Los dos pagaban las cuotas como miembros del Partido, habian visto la pelicula Chapayev, frecuentado los cursos del Comite Central y todos los primeros de mayo eran enviados a pronunciar conferencias a las fabricas.

Le formulo infinidad de preguntas preliminares que infundian tranquilidad de animo al arrestado. Pronto llegarian al fondo de la cuestion y tendria la oportunidad de explicar como habia conducido a sus hombres fuera del cerco.

Al final se pondria en claro que la criatura sentada al otro lado de la mesa, sin afeitar, con el cuello abierto de la guerrera y los pantalones sin botones, tenia nombre, apellido y patronimico, que habia, nacido un dia de otono, era de nacionalidad rusa, habia participado en dos guerras mundiales y en una civil, no habia pertenecido a ninguna faccion, no habia estado involucrado en ninguna causa judicial, era miembro del partido comunista de los bolcheviques desde hacia veinticinco anos, habia sido elegido delegado del Congreso del Komintern, asi como del Congreso de los Sindicatos del Oceano Pacifico, y no habia recibido condecoraciones ni grados honorificos.

La preocupacion principal de Krimov estaba ligada con el periodo del cerco y con los hombres que le habian seguido a traves de los pantanos de Bielorrusia y los campos ucranianos.

?A quien de ellos habian arrestado? ?Quien se habia doblegado durante los interrogatorios y habia perdido el decoro? Y de pronto, una pregunta inesperada que atania a otros anos, a un periodo lejano, sorprendio a Krimov:

– Digame, ?desde cuando conoce a fritz Hacken?

Krimov permanecio callado un largo rato, luego dijo:

– Si no me equivoco lo conoci en el Consejo Central de los Sindicatos de la Union Sovietica, en el despacho de Tomski. Creo recordar que fue en la primavera de 1927.

El juez instructor asintio, como si estuviera al corriente de esa remota circunstancia.

Despues suspiro, abrio una carpeta donde figuraba la leyenda «Conservar a perpetuidad», deshizo despacio los lazos blancos y se puso a hojear las paginas escritas. Krimov entrevio tintas de diferentes colores, paginas mecanografiadas a espacio sencillo o doble, con notas esporadicas y de caligrafia desgarbada escritas en color rojo, azul o a lapiz.

El juez instructor pasaba las hojas con calma, como un alumno sobresaliente hojea un libro de texto con la seguridad del que se sabe la asignatura de pe a pa.

De vez en cuando lanzaba una mirada a Krimov. Parecia un artista que cotejara el parecido de su dibujo con el natural: los rasgos fisicos, el caracter y los ojos, espejo del alma…

Que perversa se habia vuelto su mirada… Su cara ordinaria (y despues de 1937 Krimov se habia encontrado a menudo con muchas como esa en los raikoms y los obkoms, en las milicias de distrito, en las bibliotecas y las editoriales) de repente perdio su vulgaridad. A Krimov le parecio compuesta de cubos separados, cubos que no formaban un todo, un hombre. En el primer cubo estaban los ojos, en el segundo las manos de gestos lentos, en el tercero la boca que hacia preguntas. Y estos cubos se habian mezclado, habian perdido sus proporciones: la boca era desmesuradamente grande, los ojos estaban encajados debajo de la boca, en la frente fruncida, que a su vez ocupaba el lugar donde debia estar la barbilla.

– Bueno, esas tenemos -dijo el juez instructor, y su cara recobro la apariencia humana. Cerro la carpeta y los lazos enredados quedaron sin atar. «Como un zapato con los cordones desatados», penso la criatura con los pantalones y los calzoncillos sin botones.

– La Internacional Comunista -enuncio el juez instructor con voz lenta y majestuosa; luego continuo con su tono habitual-: Nikolai Krimov, funcionario del Komintern. -Y de nuevo con voz pausada y solemne pronuncio-: La Tercera Internacional.

Despues se quedo un largo rato absorto en sus pensamientos.

– Una mujer de armas tomar esa Muska Grinberg, ?verdad?

– observo de repente el juez instructor con vivacidad y malicia; se lo digo de hombre a hombre, y Krimov se sintio confuso, desconcertado, se ruborizo violentamente.

?Era cierto! Pero por mucho tiempo que hubiera pasado continuaba avergonzandose. Por lo que recordaba, en aquella epoca ya estaba enamorado de Zhenia. Al salir del trabajo habia pasado a ver a un viejo amigo para saldar una deuda: queria devolverle un dinero que le habia pedido prestado, creia recordar, para hacer un viaje. De lo que habia ocurrido a continuacion se acordaba bien. Su amigo Konstantin no estaba en casa. En realidad, ella nunca le habia gustado: tenia una voz ronca porque fumaba sin parar, emitia juicios con arrogancia, era subsecretaria del comite del Partido en el Instituto de Filosofia. A decir verdad, era una mujer bonita; tenia, como se suele decir, muy buena planta. Asi que… habia manoseado a la mujer de Kostia sobre el divan, y luego se habian visto un par de veces mas.

Una hora antes habia creido que el juez instructor no sabia nada de el, que era un hombre de provincias al que acababan de promocionar… Pero el tiempo iba pasando, y el funcionario continuaba interrogandole, sobre comunistas extranjeros, amigos de Nikolai Grigorievich; conocia sus nombres de pila, como los apodaban en broma, el nombre de sus mujeres y sus amantes. Habia algo siniestro en la extension de sus conocimientos. Incluso suponiendo que Nikolai Grigorievich hubiera sido un gran hombre cada una de cuyas palabras tuviera una dimension historica, no habria hecho falta reunir en aquel enorme expediente tantas nimiedades y reliquias.

Sin embargo nada se consideraba una frusleria.

Alli por donde habia pasado habia dejado huellas; un sequito a sus espaldas habia registrado toda su vida.

Una observacion maliciosa sobre un camarada, una broma sobre un libro leido, un brindis burlon en un cumpleanos, una conversacion telefonica de tres minutos, una nota malintencionada que habia dirigido al presidium durante una asamblea: todo estaba recopilado en aquella carpeta con lazos.

Sus palabras y sus intervenciones, desecadas, componian un voluminoso herbolario. Unos dedos perfidos habian recogido con diligencia maleza, ortigas, cardos, zarzas…

El gran Estado se interesaba por su aventura con Muska Grinberg. Palabritas insignificantes y bagatelas se entrelazaban con su fe; su amor hacia Yevguenia Nikolayevna no significaba nada, solo contaban algunas relaciones fortuitas y triviales, y el ya no conseguia distinguir lo esencial de lo banal. Una frase irrespetuosa pronunciada a proposito de las nociones filosoficas de Stalin parecia contar mas que diez anos de trabajo insomne en el seno del Partido. ?De veras habia dicho en 1932, cuando conversaba en el despacho de Lozovski con un camarada llegado de Alemania, que el movimiento sindical sovietico era demasiado estatal y poco proletario? Y ahora resultaba que aquel camarada habia dado el chivatazo.

?Dios mio, que sarta de mentiras! Una telarana crujiente, viscosa, le llenaba la boca y las ventanas de la nariz.

– Por favor, comprenda, camarada juez instructor.

– Ciudadano juez instructor.

– Si, si, ciudadano. Todo esto no son mas que patranas, una artimana. Soy miembro del Partido desde hace mas de veinticinco anos. Fui yo quien levanto a los soldados en 1917. Estuve cuatro anos en China. Trabaje noche y dia. Me conocen cientos de personas… En esta guerra me presente como voluntario para ir al frente. Incluso en los peores momentos los hombres han tenido confianza en mi, me han seguido. Yo…

– ?Es que ha venido a recibir un diploma de honor? -pregunto el investigador-. ?Esta rellenando la solicitud de un diploma?

En efecto, no estaba alli para recibir un diploma.

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