comida.

Esa hambre constante le obligaba a partir cada manana en busca de un botin; cavaba, hurgaba entre las ruinas, mendigaba, recogia migajas y siempre estaba al acecho cerca de la cocina. Bach se habia acostumbrado a ver su cara atenta, tensa. Stumpfe pensaba sin interrupcion en la comida; la buscaba no solo durante el tiempo libre, sino tambien en combate.

Cuando se dirigia al sotano, Bach descubrio la espalda grande y los hombros anchos del soldado siempre hambriento. Estaba inspeccionando un terreno abandonado donde antes del cerco estaban las cocinas y el almacen de viveres del regimiento. Encontraba hojas de col, descubria patatas heladas, minusculas, del tamano de una bellota, que en su momento, por sus miseras dimensiones, no habian acabado en la olla. De detras de un muro de piedra salio una vieja alta con un abrigo de hombre hecho jirones, un cordel a guisa de cinturon y unos zapatos tambien de hombre, sin tacones. Caminaba al encuentro del soldado, mirando fijamente el suelo; removia la nieve con un gancho hecho de alambre grueso.

Se vieron sin levantar la cabeza, porque sus sombras chocaron en la nieve.

El gigantesco aleman levanto la mirada hacia la vieja y, sosteniendo con confianza una hoja de col agujereada y dura como una piedra, dijo despacio, con solemnidad:

– Buenos dias, senora.

La vieja se aparto con calma el panuelo que le caia sobre la frente, le observo con unos ojos oscuros llenos de bondad e inteligencia, y respondio despacio, majestuosamente:

– Buenos dias, senor.

Era un encuentro al mas alto nivel de los representantes de dos grandes pueblos. Nadie, excepto Bach, fue testigo de ese encuentro; el soldado y la vieja lo olvidaron al instante.

A medida que el tiempo se suavizaba, grandes copos de nieve caian sobre la tierra, sobre el polvo rojo de los ladrillos, sobre los brazos de las cruces sepulcrales, sobre las frentes de los tanques muertos, sobre las orejas de los cadaveres todavia sin enterrar.

La niebla nevosa y calida parecia de un color gris azulado. La nieve lleno el espacio aereo, calmo el viento, apago el fuego y confundio el cielo y la tierra en una unidad ondulante, difusa, suave, gris.

La nieve se posaba sobre los hombros de Bach y parecia que fueran copos de silencio los que caian sobre el Volga tranquilo, sobre la ciudad muerta, sobre los esqueletos de los caballos; la nieve caia por doquier, no solo sobre la Tierra, sino tambien sobre las estrellas; todo el universo estaba lleno de nieve. Todo desaparecia bajo la nieve: los cuerpos de los muertos, las armas, los trapos purulentos, los cascajos, el hierro retorcido.

No era la nieve, sino el tiempo mismo el que era suave, blanco, el que se posaba y se amontonaba sobre la masacre humana de la ciudad, y el presente se convertia en pasado, y el futuro desaparecia en aquel lento remolino de copos afelpados.

39

Bach yacia sobre el catre detras de una cortina de percal que aislaba el estrecho trastero del sotano. Sobre su hombro descansaba la cabeza de una mujer dormida. Su rostro, a causa de la delgadez, parecia al mismo tiempo infantil y marchito. Bach miraba el cuello delgado y el pecho que se intuia bajo la camisa gris y sucia. Despacio, sin hacer ruido para no despertarla, Bach se llevo a los labios su trenza despeinada. Sus cabellos estaban perfumados, eran vivos, elasticos, como si por ellos corriera la sangre.

La mujer abrio los ojos. Era una mujer practica, a veces despreocupada, dulce, astuta, paciente, parsimoniosa, docil e irascible. Por momentos parecia estupida, deprimida, taciturna; en otros canturreaba, y a traves de las palabras rusas, se filtraban las arias de Carmen o Fausto.

A el no le interesaba quien habia sido ella antes de la guerra. Iba a verla cuando tenia ganas y si no deseaba acostarse con ella, no recordaba siquiera su existencia, no se preocupaba de si tenia suficiente comida o de si habia sido abatida por un francotirador ruso.

Una vez saco del bolsillo una galleta que por casualidad llevaba encima; ella se puso contenta y luego se la regalo a la vieja que vivia al lado. Aquel gesto le habia conmovido, pero casi siempre que iba a verla se olvidaba de llevarle algo de comer.

Tenia un nombre extrano, que no se parecia a los nombres europeos: Zina.

Antes de la guerra, Zina no conocia a la anciana que ahora vivia a su lado. Era una vieja desagradable, lisonjera y mala, increiblemente falsa, que estaba poseida por un frenesi obsesivo por la comida. En aquel momento, sirviendose de una maja primitiva de un mortero de madera, estaba moliendo metodicamente unos granos de trigo que olian a petroleo.

Antes del cerco, los soldados alemanes hacian caso omiso de los civiles rusos; ahora, en cambio, penetraban en los sotanos habitados por la poblacion y hacian que las mujeres viejas les ayudaran con toda clase de tareas: la colada sin jabon, hecha con cenizas, platos cocinados con desperdicios, zurcidos y reparaciones. Las personas mas importantes de los sotanos eran las viejas, pero los soldados no iban solo para verlas a ellas.

Bach siempre habia pensado que nadie estaba al corriente de sus visitas al sotano. Pero un dia, mientras estaba sentado en el catre de Zina y le tenia cogidas las manos, detras de la cortina oyo hablar aleman y una voz familiar que decia:

– No vaya detras de la cortina. Esta la Fraulein del teniente.

Ahora estaban tumbados uno al lado del otro y guardaban silencio. Toda su vida, sus amigos, sus libros, su historia de amor con Maria, su infancia, todo lo que le vinculaba a la ciudad donde habia nacido, a su escuela, a la universidad, al estruendo de la campana rusa: nada tenia ya importancia… Todo aquello no era mas que el camino para llegar a aquel catre fabricado con una puerta medio chamuscada…

De repente fue presa del panico ante la idea de que podia perder a aquella mujer que habia encontrado, hacia la cual habia ido: todo lo que habia pasado en Alemania y en Europa habia servido para encontrarla… No lo habia entendido enseguida: al principio la olvidaba, le gustaba precisamente porque nada serio le ligaba a ella. Pero ahora no existia nada en el mundo que no fuera ella, todo lo demas estaba enterrado bajo la nieve. Tenia una cara encantadora, las ventanas de la nariz ligeramente dilatadas, los ojos extranos y aquella expresion indefensa, infantil y al mismo tiempo fatigada que le hacia enloquecer. En octubre habia ido a visitarle al hospital militar, habia recorrido el trayecto a pie, pero el no habia querido salir a verla.

Zina se daba cuenta de que no estaba borracho. Se habia puesto de rodillas, le besaba las manos y habia comenzado a besarle los pies; despues levanto la cabeza, apoyo la frente y la mejilla contra las rodillas de la mujer., hablando deprisa, apasionadamente; ella no le entendia y el sabia que ella no le entendia: solo conocia la terrible lengua que hablaban los soldados en Stalingrado.

Sabia que el movimiento que le habia llevado hasta esa mujer ahora iba a arrancarle de ella, a separarlos para siempre. De rodillas, le abrazaba las piernas y la miraba a los ojos, y ella escuchaba sus palabras veloces; queria entender, adivinar que decia, que le estaba pasando.

Nunca antes habia visto a un aleman con una expresion asi en la cara; pensaba que solo los rusos podian tener unos ojos tan sufrientes, tan implorantes, tan tiernos y locos.

Le estaba diciendo que en aquel sotano, mientras le besaba los pies, habia entendido por primera vez que era el amor, y no con las palabras de otros, sino con la sangre del corazon. La amaba mas que a su pasado, mas que a su madre, mas que a Alemania, a su futura vida con Maria… Se habia enamorado. Los muros levantados por los Estados, la furia racista, la cortina de fuego de la artilleria pesada no significaban nada, eran impotentes ante la fuerza del amor… Daba gracias al destino porque, a las puertas de la muerte, le habia permitido comprenderlo.

La mujer no comprendia sus palabras, solo conocia algunos vocablos: «Halt, komm, bring, schneller» [116]. Solo habia oido decir a los alemanes: «Acuestate, kaputt, azucar, pan, pierdete».

Pero adivinaba lo que le sucedia, veia su turbacion. La amante hambrienta, frivola, del oficial aleman comprendia con ternura indulgente su debilidad.

Comprendia que el destino iba a separarlos, y ella era la mas tranquila.

Ahora, al ver su desesperacion, sintio que el vinculo con aquel hombre se estaba transformando en algo que la sorprendia por su fuerza y su profundidad.

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