compania. Alli esta como en su casa, casi como uno mas de la familia.
– Y tu, ?que hacias en el sotano?
– Llevaba mi ropa a lavar.
– Durante un tiempo fui vigilante en un campo. Vi a prisioneros de guerra recogiendo mondas de patatas, peleandose por hojas de col podridas. Pensaba: «En realidad, no son seres humanos, son animales». Al parecer nosotros tambien nos hemos convertido en animales.
De improviso la puerta se abrio de par en par, y junto a un torbellino de vapor frio irrumpio una voz profunda y sonora:
– ?En pie! ?Firmes!
Estas palabras de mando resonaban, como siempre, tranquilas y lentas; palabras que, de alguna manera, se referian a la amargura, los sufrimientos, la nostalgia, a los pensamientos funestos… ?Firmes!
De la penumbra emergio el rostro de Bach, mientras se oia un crujido insolito de botas, y los habitantes del refugio distinguieron el capote azul claro del comandante de la division, sus ojos miopes entornados, su mano blanca, senil, con una alianza de oro, que estaba secando con una gamuza el monoculo.
Una voz, acostumbrada a llegar sin esfuerzo hasta la plaza de armas, hasta los comandantes de los regimientos e incluso hasta los soldados que estaban en las ultimas filias, pronuncio:
– Buenos dias. ?Descansen!
Los soldados respondieron desordenadamente.
El general se sento sobre una caja, y la luz amarilla de la estufa hizo destellar la cruz de hierro negro sobre su pecho.
– Les deseo una feliz Nochebuena -dijo.
Los soldados que le acompanaban arrastraron hacia la estufa una caja y, tras levantar la tapa a golpes de bayoneta, comenzaron a sacar arboles navidenos del tamano de la palma de una mano envueltos en celofan. Cada pequeno abeto estaba adornado con hilos dorados, cuentas de vidrio y caramelos.
El general observaba como los soldados abrian el envoltorio de celofan, hizo una sena al teniente para que se acercara y le susurro algunas palabras incomprensibles; luego Bach anuncio en voz alta:
– El general me ha ordenado que les comunique que este regalo navideno enviado desde Alemania ha sido traido por un piloto que resulto mortalmente herido mientras sobrevolaba Stalingrado. Cuando le sacaron de la cabina despues del aterrizaje ya estaba muerto.
37
Los hombres sostenian en la palma de la mano los pequenos abetos, que en aquel ambiente sofocante se habian cubierto de un ligero vapor, y enseguida el subterraneo se impregno de una fragancia a pino que solapaba el pesado olor de morgue y herreria, tipico de la primera linea. Daba la impresion de que el aroma a Navidad procediera de la cabeza canosa del viejo que estaba sentado al lado de la estufa.
El corazon sensible de Bach percibio toda la tristeza y el encanto de aquel instante. Los soldados que desafiaban a la artilleria pesada rusa, endurecidos, sanguinarios, extenuados por el hambre y los piojos, abrumados por la escasez de municiones, comprendieron sin decir nada que no eran vendas, pan o cartuchos lo que necesitaban, sino aquellas ramas de abeto envueltas con inutiles cintas brillantes, aquellos juguetes para huerfanos.
Los soldados hicieron un circulo alrededor del viejo sentado sobre la caja. Era el quien en verano habia guiado a la division de infanteria motorizada hasta el Volga. Durante toda su vida, bajo cualquier circunstancia, habia sido actor. No solo representaba un papel delante de las tropas y en las conversaciones con el comandante del ejercito. Era actor tambien en casa, con su mujer, cuando paseaba por el jardin, con la nuera y el nieto. Era un actor cuando por la noche, solo, yacia en la cama y alli al lado, en el sillon, descansaban sus pantalones de general. Y, por supuesto, era actor delante de los soldados, cuando les preguntaba sobre sus madres, cuando fruncia el ceno, cuando bromeaba de manera grosera sobre los pasatiempos amorosos de los soldados, cuando se interesaba por el contenido de sus escudillas y degustaba la sopa con exagerada gravedad, y cuando inclinaba la cabeza con expresion austera ante las tumbas abiertas de los soldados o pronunciaba palabras excesivamente amables y paternales ante una hilera de reclutas.
Esa teatralidad no procedia del exterior, sino de dentro; estaba disuelta en sus pensamientos, en lo mas recondito de su ser. El no era consciente, pero era impensable separar de el aquella ficcion, como no se puede separar la sal del agua marina. Esa comedia acababa de penetrar con el en el refugio de la compania, en el modo que tenia de desabrocharse el abrigo, de sentarse en la caja ante la estufa, en aquella mirada triste a la par que tranquila que habia lanzado a los soldados para felicitarles. El viejo nunca se habia dado cuenta de que interpretaba un personaje, pero de repente lo comprendio: la teatralidad le abandono, huyo de su ser, como la sal del agua helada. Le invadio la ternura, la piedad hacia aquellos hombres hambrientos y torturados. Un hombre anciano, impotente y debil, estaba sentado entre impotentes e infelices.
Uno de los soldados entono en voz queda una cancion:
Dos o tres voces se unieron a el. El olor a resina daba vertigo; las palabras de la cancion infantil resonaban como las trompetas divinas:
Y como desde el fondo del mar, de las frias tinieblas emergieron a la superficie sentimientos olvidados, abandonados; se liberaron pensamientos largo tiempo aparcados… Estos no aportaban ni felicidad ni ligereza, pero su fuerza era la fuerza humana, la fuerza mas grande del mundo.
Una despues de otra retumbaron las explosiones sordas de los canones sovieticos de grueso calibre. Los ivanes estaban descontentos, tal vez habian intuido que los fritzes estaban celebrando la Navidad. Nadie prestaba atencion a los cascotes que caian del techo ni a la estufa que expulsaba una nube de chispas rojas.
El redoble de los tambores de hierro martilleaba la tierra y la tierra gritaba. Los ivanes estaban jugando con sus queridos lanzacohetes. Y enseguida comenzaron a rechinar las ametralladoras pesadas.
El viejo estaba sentado con la cabeza inclinada: tenia la postura que suelen adoptar las personas fatigadas por una larga vida. Se apagaban las luces de la escena y los hombres sin maquillaje aparecian bajo la luz gris del dia. Ahora todos parecian iguales: el legendario general, el jefe de las operaciones relampago con blindados, el insignificante suboficial y el soldado Schmidt, sospechoso de concebir ideas subversivas contra el Estado… Bach penso de repente en Lenard. Un hombre como el no sucumbiria a la belleza de ese momento; en el no podria darse la transformacion de aleman consagrado unicamente al Estado a simple ser humano.
Volvio la cabeza hacia la puerta y vio a Lenard.
38
Stumpfe, el mejor soldado de la compania, que en cierto tiempo atraia las miradas timidas y entusiastas de los reclutas, estaba irreconocible. Su enorme cara de ojos claros habia adelgazado. El uniforme y el capote habian quedado reducidos a unos viejos harapos arrugados que apenas le protegian el cuerpo del viento y el frio rusos. Habia dejado de hablar de manera inteligente y sus bromas ya no divertian.
Sufria por el hambre mas que los otros; dada su enorme estatura necesitaba una gran cantidad de