Sobre sus cabezas se abria un terrible abismo helado que respiraba una colera indomita: un cielo duro y gelido, como escarcha de estano, salpicado de estrellas heladas y secas.

?Quien, entre los moribundos y condenados a muerte, podia intuir que, para decenas de millones de alemanes, aquellas eran las primeras horas del regreso a una vida humana despues de una decada de inhumanidad total?

34

Lenard se acerco al cuartel general del 6° Ejercito y entrevio, a la luz del crepusculo, la cara gris del centinela que estaba alli apostado, solitario, y el corazon le palpito con fuerza. Mientras caminaba a lo largo del pasillo subterraneo del cuartel general todo lo que vio le colmo de amor y tristeza.

Leia en las puertas las placas escritas con caracteres goticos: «2? seccion», «Ayudantes de campo», «General Koch», «Mayor Traurig»; oia el tecleo de las maquinas de escribir, le llegaba el sonido de las voces. Sintio el vinculo filial, fraternal, con sus companeros de armas, sus camaradas de Partido, sus colegas de las SS. Los habia visto a la luz del ocaso: era la vida que se desvanecia.

Mientras se acercaba al despacho de Halb, no sabia cual seria el tema de la conversacion, ni si el Obersturmbannfuhrer de las SS compartiria con el sus inquietudes.

Como a menudo sucede entre personas que se conocen bien por el trabajo desempenado en el seno del Partido en tiempo de paz, no daban importancia a la diferencia de rangos militares, y se relacionaban con la sencillez de unos camaradas. En sus encuentros con frecuencia se mezclaba la charla despreocupada con la discusion de asuntos serios.

Lenard tenia el don de alumbrar la esencia de un asunto complejo con pocas palabras, las cuales a menudo realizaban un largo viaje a traves de diferentes informes hasta llegar a los mas altos despachos de Berlin.

Lenard entro en la habitacion de Halb pero no le reconocio. Despues de contemplar su cara llena, en absoluto demacrada, Lenard tardo un rato en darse cuenta de que lo unico que habia cambiado en Halb era la expresion de sus ojos oscuros e inteligentes.

En la pared colgaba un mapa de Stalingrado, donde un implacable circulo rojo intenso sitiaba al 6° Ejercito.

Estabamos en una isla -dijo Halb-, y nuestra isla no esta rodeada de agua, sino del odio de unos brutos.

Charlaron del frio ruso, de las botas de fieltro rusas, del tocino ruso y de la perfidia del vodka ruso que primero te calentaba y luego te congelaba.

Halb pregunto que cambios se habian producido en las relaciones entre los oficiales y los soldados de primera linea.

– Ahora que lo pienso -dijo Lenard-, no veo ninguna diferencia entre los pensamientos del coronel y la filosofia de los soldados. En general se oye siempre la misma cantinela: nadie es optimista.

– La misma cancion entonan en el Estado Mayor -reconocio Halb; y sin apresurarse, para que el efecto de sus palabras fuera mayor, anadio-: Y el solista del coro es el comandante en jefe.

– Cantan, pero al igual que antes no hay desertores.

– Tengo una pregunta para usted en relacion con una cuestion importante -dijo Halb-. Hitler insiste en que el 6° Ejercito se mantenga firme, mientras que Paulus, Weichs y Zeitzler estan a favor de la capitulacion a fin de salvar las vidas de los soldados y los oficiales. Tengo ordenes de llevar a cabo un discreto sondeo acerca de la posibilidad de que nuestras tropas sitiadas en Stalingrado acaben por amotinarse. Los rusos lo llaman «dar largas» -y pronuncio la expresion rusa con naturaleza y un acento perfecto.

Lenard, consciente de la gravedad del asunto, guardo silencio. Despues dijo:

– Quisiera comenzar contandole una historia. En el regimiento del teniente Bach habia un soldado confuso. Era el hazmerreir de los mas jovenes, pero desde que empezo el cerco todos se han acercado a el y le miran como a un guia… Me puse a meditar sobre el regimiento y su comandante. Cuando las cosas iban bien, Bach aprobaba incondicionalmente la politica del Partido. Pero ahora sospecho que en su cabeza esta pasando algo; ha empezado a dudar. Y me he estado preguntando por que los soldados de su regimiento han comenzado a sentirse atraidos por un tipo que hasta hace poco les provocaba risa, que parecia el cruce entre un payaso y un loco. ?Como se comportara este individuo en el momento crucial? ?Donde conducira a los soldados? ?Que ocurrira con el comandante? -y concluyo-: Es dificil dar una respuesta. Pero hay algo que si puedo decirle: los soldados no se sublevaran.

– Ahora vemos la sabiduria del Partido con mayor claridad que nunca -observo Halb-. Sin vacilar hemos extirpado del cuerpo del pueblo no solo las partes infectadas, sino tambien aquellas en apariencia sanas pero susceptibles de pudrirse en circunstancias dificiles. Hemos purgado las ciudades, los ejercitos, los campos y la Iglesia de espiritus rebeldes e ideologos hostiles. Habra charlataneria, injurias, cartas anonimas, pero nunca una rebelion, ?incluso si el enemigo logra cercarnos no ya en el Volga, sino en Berlin! Todos debemos estar agradecidos a Hitler por esto.

Habria que bendecir el cielo por habernos enviado a este hombre en un momento asi.

Se detuvo un instante para escuchar el rumor sordo y lento que resonaba encima de sus cabezas; en aquel profundo sotano era imposible distinguir si se trataba de artilleria alemana o de la explosion de bombas sovieticas. Despues de que el estruendo se apaciguara, dijo:

– Es increible que pueda vivir con las raciones reglamentarias de los oficiales. He anadido su nombre a la lista donde estan apuntados los amigos mas valorados del Partido y los oficiales de seguridad. Recibira regularmente paquetes enviados por correo al puesto de mando de su division.

– Gracias -respondio Lenard-, pero no lo necesito. Comere lo mismo que los demas.

Halb alargo los brazos en un gesto de sorpresa.

– ?Que hay de Manstein? He oido que ha recibido nuevas armas.

– No creo en Manstein -respondio Halb-. En este tema estoy de acuerdo con nuestro comandante.

Y con la voz susurrante de un hombre que durante anos se ha acostumbrado a manejar informacion confidencial, dijo:

– Tengo otra lista en mi poder con los nombres de los amigos del Partido y los oficiales de seguridad que, en el momento del desenlace, tendran garantizada su plaza en los aviones. Usted figura en la lista. En el caso de que yo este ausente, el coronel Osten tendra mis instrucciones.

Al darse cuenta de la mirada interrogativa de Lenard, explico:

– Tal vez tenga que volar a Alemania. Se trata de un asunto secreto que no se puede confiar en un documento o en un mensaje cifrado por radio -guino un ojo y anadio-: Me emborrachare antes de volar, y no de alegria, sino de miedo. Los sovieticos abaten muchos aviones.

– Camarada Halb -dijo Lenard-, yo no me subire al avion. Me sentiria avergonzado si abandonara a los hombres a quienes he convencido para que luchen hasta el final.

Halb se revolvio ligeramente en su silla.

– No tengo derecho a disuadirle.

Lenard, deseando disipar la atmosfera solemne, le pidio:

– Si es posible, ayudeme a regresar al puesto de mando de mi regimiento. No tengo coche.

– ?Imposible! -exclamo Halb-. No hay nada que hacer. Toda la gasolina la tiene el perro de Schmidt. No puedo conseguir ni una gota, ?comprende? ?Por primera vez!

Y a su rostro asomo de nuevo aquella expresion de impotencia, ajena a el pero que tal vez le era mas propia, y que en un primer momento le habia vuelto irreconocible a los ojos de Lenard.

35

Por la noche la atmosfera se atempero y una nevada cubrio el hollin y la suciedad de la guerra. Bach estaba haciendo la ronda por las fortificaciones de primera linea, en la oscuridad. La leve blancura navidena centelleaba al resplandor de los disparos, y la nieve se tomaba, bajo los cohetes de senales, ora de color rosado, ora de un suave verde fosforescente.

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