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A Shtrum le parecia estar siendo transportado por un tren estruendoso a toda velocidad, y a ese hombre que viajaba a bordo del tren le causaba extraneza recordar la tranquilidad del hogar. El tiempo se habia vuelto denso, repleto de acontecimientos, gente, llamadas telefonicas.
El dia que Shishakov habia visitado a Shtrum atento, amable, interesandose por su salud, y dando explicaciones divertidas y amistosas con la intencion de que olvidara todo lo ocurrido, aquel dia parecia remontarse a diez anos atras.
Shtrum creia que las personas que habian tratado de buscarle la ruina estarian tan avergonzadas que no se atreverian a mirarle, pero el dia de su regreso al instituto le saludaron con alborozo; le miraban directamente a los ojos, expresandole su buena disposicion y amistad. Lo mas sorprendente era que esas personas eran absolutamente sinceras, ahora le deseaban todo lo mejor.
Volvia a oir muchos comentarios elogiosos acerca de su trabajo. Malenkov le mando llamar y, escrutandolo con sus ojos negros, penetrantes e inteligentes, se entretuvo con el cuarenta minutos. Shtrum se quedo asombrado de que estuviera al corriente de su trabajo y de que manejara con tanta soltura los tecnicismos.
A Shtrum le desconcertaron las palabras que dijo Malenkov a modo de despedida: «Nos afligiria mucho ser en alguna medida, un estorbo para su investigacion en el campo de la fisica teorica. Comprendemos perfectamente que sin teoria no hay practica».
Nunca hubiera esperado que escucharia semejantes palabras.
Que extrano fue, al dia siguiente del encuentro con Malenkov, ver la mirada intranquila e inquisitiva de Shishakov y recordar la sensacion de ofensa y humillacion que habia experimentado cuando este no le habia invitado a la reunion celebrada en su casa.
Markov se mostraba otra vez atento y cordial, Savostianov se hacia el ocurrente y gastaba bromas. Gurevich, que habia entrado en el laboratorio, abrazo a Shtrum mientras le decia:
– «?Que contento estoy, que contento! Usted es Benjamin el Bienaventurado».
Y el tren continuaba llevandole.
Le preguntaron si consideraba necesario ampliar su laboratorio hasta convertirlo en un instituto de investigacion independiente. Viajo a los Urales en un avion especial acompanado por un delegado del Comisariado del Pueblo. Le habian asignado un coche con el que ahora Liudmila Nikolayevna iba a hacer la compra a la tienda especial y cuyos asientos ofrecia a las mismas mujeres que unas semanas antes fingian no conocerla.
En resumidas cuentas, todo lo que antes parecia complicado, enrevesado, ahora se resolvia por si solo.
El joven Landesman estaba profundamente conmovido: Kovchenko le habia telefoneado a casa; Dubenkov, en solo una hora, formalizo su admision en el laboratorio de Shtrum.
Anna Naumovna Weisspapier, de regreso de Kazan, conto a Shtrum que en cuarenta ocho horas habia recibido la invitacion y el permiso de residencia, y que en la estacion de Moscu la estaba esperando un coche enviado por Kovchenko. Dubenkov aviso por escrito a Anna Stepanovna de que se reincorporaria a su antiguo puesto de trabajo y que, con el consenso del subdirector, le pagarian integramente el salario de los dias que no habia trabajado.
A los nuevos colaboradores les daban de comer copiosamente. Decian, en broma, que su trabajo consistia en dejarse llevar desde la manana a la noche a varias cantinas «cerradas al publico». Pero su trabajo, desde luego, no consistia solo en eso.
La nueva maquinaria instalada en el laboratorio distaba ya mucho de parecerle perfecta a Shtrum; pensaba que, dentro de un ano, suscitaria la risa, como la locomotora de Stephenson.
Todos esos acontecimientos de su vida le parecian naturales y al mismo tiempo completamente artificiales. En realidad, si su obra era tan importante e interesante, ?por que no iba a ser elogiada? Si Landesman era un investigador de talento, ?por que no iba a trabajar en el instituto? Y si Anna Naumovna era una persona insustituible, ?por que dejarla arrinconada en Kazan?
Asi y todo, Shtrum sabia muy bien que de no haber sido por la llamada telefonica de Stalin, nadie en el instituto habria elogiado las excelencias de su trabajo y Landesman, con todo su talento, estaria con los brazos cruzados.
La llamada telefonica de Stalin no era una casualidad, un antojo, un capricho. Stalin era la encarnacion del Estado y el Estado no tiene antojos ni caprichos.
Shtrum temia que el trabajo de caracter organizativo -el recibimiento de los nuevos investigadores, la planificacion, los pedidos de material, las reuniones- le ocupara todo el tiempo. Pero los automoviles circulaban rapido, las reuniones eran breves y nadie llegaba tarde, sus deseos se hacian facilmente realidad y Shtrum podia pasar las horas mas preciadas de la manana en el laboratorio. Era durante esa parte del dia cuando se sentia libre. Nadie le estorbaba y podia pensar exclusivamente en lo que le interesaba. Su ciencia le pertenecia. Nada que ver con lo que le pasaba al pintor en El retrato de Gogol.
Nadie atentaba contra sus intereses cientificos, y eso es lo que le daba mas miedo. «Soy realmente libre», se sorprendia.
Una vez le vinieron a la mente los argumentos que el ingeniero Artelev habia expresado en Kazan sobre el aprovisionamiento por parte de las fabricas militares de materia prima, energia, maquinaria, y sobre la ausencia de tramites burocraticos.
«Claro -penso Viktor Pavlovich-, es el estilo 'alfombra voladora': en la ausencia de burocracia es precisamente donde se revela el burocratismo. Todo lo que sirve a los grandes objetivos del Estado corre a la velocidad de un tren expreso. La fuerza de la burocracia contiene dos tendencias opuestas: es capaz de detener cualquier movimiento o acelerarlo de manera insolita, como si escapara a los limites de la atraccion terrestre.»
Ahora rara vez pensaba en las veladas transcurridas en la pequena habitacion de Kazan, y cuando lo hacia, era con cierta indiferencia. Madiarov ya no le parecia tan interesante e inteligente; ahora no sentia esa ansiedad constante por su destino, ya no le venia a la cabeza con tanta frecuencia y persistencia el recelo de Karimov hacia Madiarov, y viceversa.
Sin darse cuenta, todo lo ocurrido habia comenzado a parecerle natural y legitimo. La nueva vida de Shtrum se habia convertido en la regla, y el habia empezado a acostumbrarse. La vida que antes vivia ahora le parecia la excepcion; poco a poco la iba olvidando. ?Eran tan acertadas las consideraciones de Artelev?
Antes, en cuanto entraba en el departamento de personal, se irritaba, se le ponian los nervios de punta, sentia sobre si la mirada de Dubenkov. Pero Dubenkov era, de hecho, un hombre servicial y benevolo.
Telefoneaba a Shtrum y le decia:
– Dubenkov al habia. ?Le molesto, Viktor Pavlovich?
Siempre habia pensado que Kovchenko era un ser perfido, un siniestro intrigante capaz de sacarse del medio a cualquiera que se interpusiera en su camino, un demagogo indiferente a la esencia del trabajo; le parecia venido de otro mundo de instrucciones misteriosas, no escritas. Ahora se le aparecia bajo un aspecto completamente diferente, Entraba cada dia en el laboratorio de Shtrum, se comportaba de manera sencilla, bromeaba con Anna Naumovna y se mostraba como un verdadero democrata; estrechaba la mano a todos, charlaba con los tecnicos y los mecanicos, supo que en su juventud habia trabajado de tornero en un taller.
Shtrum habia detestado a Shishakov durante anos. Pero ahora habia ido a comer a su casa y descubrio que era una persona hospitalaria, llena de ingenio, bromista, un gourmet amante del buen conac y coleccionista de grabados. Y lo mas importante: apreciaba la teoria de Viktor Pavlovich.
«He vencido», pensaba Shtrum. Pero comprendia que no era un gran triunfo, que si los hombres con los que trataba habian cambiado su actitud hacia el y habian comenzado a saludarle en lugar de ponerle obstaculos no era porque se hubieran rendido a la fuerza de su inteligencia, su talento o cualquier otra virtud.
Sin embargo, estaba contento: ?habia vencido!
Casi cada noche transmitian boletines informativos por la radio. La ofensiva de las tropas sovieticas continuaba extendiendose. Y a Viktor Pavlovich le parecia ahora de lo mas natural y sencillo adecuar su vida al curso de la guerra, a la victoria del pueblo, del ejercito, del Estado.
Pero tambien comprendia que no todo era tan sencillo; se burlaba de su propio deseo de ver solo las cosas, simples, como en los abecedarios infantiles: «Stalin aqui, Stalin alli, viva Stalin».
Durante mucho tiempo habia creido que los administradores y los militantes del Partido, tambien en el seno de su familia, no hacian otra cosa que hablar de la pureza ideologica de los cuadros dirigentes, firmar papeles con lapiz rojo, leer en voz alta a sus mujeres el Breve curso de la historia del Partido, y que, por la noche, solo sonaban con