la cabeza convulsivamente como un caballo acribillado por tabanos.
Sus ojos expresaban un sufrimiento que rayaba la locura.
Los prisioneros posaban las camillas en el suelo y, antes de descargar los cadaveres, se quedaban plantados delante de ellos, absortos; a algunos cuerpos se les habia desgajado un brazo o una pierna y los alemanes trataban de adivinar a que cadaver pertenecia una u otra extremidad, y las ponian junto al cuerpo. La mayoria de los muertos estaban semidesnudos, en ropa interior; algunos llevaban pantalones militares. Uno estaba completamente desnudo con la boca desencajada en su ultimo grito, el vientre hundido, unido a la columna vertebral, pelos rojizos en los genitales y piernas lastimosamente delgadas.
Era imposible imaginar que aquellos cadaveres, con la boca y los ojos hundidos, hubieran sido hasta hace poco seres vivos con nombres y direcciones, hombres ijue decian: «Besame, amor mio, querida, y sobre todo no me olvides», que sonaban con una jarra de cerveza, que fumaban cigarrillos.
Por lo visto solo el oficial que se tapaba la boca con un panuelo parecia darse cuenta.
Pero era el precisamente el que irritaba en especial a las mujeres que se agolpaban junto a la entrada del sotano; no le quitaban el ojo de encima, sin prestar atencion al resto de los prisioneros, dos de los cuales llevaban capotes que presentaban rastros visibles de los emblemas de las SS que les habian arrancado.
– Ah, vuelves la cara -susurro mirando al oficial una mujer rechoncha, que llevaba a un nino de la mano.
El aleman con el capote de oficial sintio el peso de la mirada lenta y penetrante que le clavaba la mujer rusa. Rezumaba un sentimiento de odio que buscaba y no encontraba un chivo expiatorio, al igual que la energia electrica se concentra en una nube de tormenta que, suspendida sobre el bosque, escoge a ciegas el tronco del arbol que reducira a cenizas.
La pareja de trabajo del aleman con el capote militar era un soldado menudo con una toalla delgada enrollada al cuello y los pies envueltos en bolsas sujetas con cable telefonico.
Las miradas de la gente silenciosa, congregada jumo a Ja entrada, eran tan hostiles que para los alemanes era un alivio descender a la oscuridad del sotano; no se apresuraban en salir, preferian las tinieblas y el hedor al aire libre y la luz del dia.
Los alemanes se dirigian de nuevo al sotano con las camillas vacias cuando de pronto oyeron una avalancha de insultos rusos que les eran de sobra conocidos.
Los prisioneros prosiguieron su camino hacia el sotano, sin acelerar el paso, sintiendo con instinto animal que bastaria un gesto apresurado para que el gentio se abalanzara contra ellos.
El aleman con capote de oficial lanzo un grito, y el centinela dijo irritado:
– Eh, chaval, ?por que tiras piedras? ?Seras tu el que saque los cadaveres del sotano si el fritz se va al suelo?
En el sotano los soldados cruzaban algunas palabras:
– De momento la han tomado con el oficial
– ?Has visto como lo mira aquella mujer?
En la oscuridad una voz sugirio:
– Teniente, sera mejor que se quede un rato en el sotano. Comienzan con usted y luego iran a por nosotros.
El oficial, con voz sonolienta, susurro;
– No, no, es inutil esconderse, es el dia del Juicio Final -y, dirigiendose a su pareja de trabajo, anadio-: Vamos, vamos.
Salieron del sotano, y esta vez el oficial y su companero caminaron a un paso mas ligero porque llevaban una carga menos pesada. En la camina yacia el cuerpo de una adolescente. El cuerpo muerto se habia encogido, secado; solo sus cabellos rubios enmaranados conservaban el encanto de la leche y el trigo, desparramados alrededor de una horrible cara renegrida, de pajarillo muerto. La muchedumbre lanzo un quejido.
La mujer rechoncha emitio un grito penetrante que rajo aire gelido como la hoja de un cuchillo.
– ?Hija! ?Hija mia! ?Pedazo de mis entranas! Ese grito, dirigido a un hijo que no era suyo, estremecio a la multitud. La mujer comenzo a poner orden en el cabello de la chica; daba la impresion de que se lo habia ondulado hacia poco. Contemplaba aquella cara, con la boca torcida para siempre, aquellos terribles rasgos, y veia en ellos lo que solo una madre puede ver, la adorable cara de un bebe que otrora le sonreia desde sus panales.
La mujer se puso en pie. Caminaba hacia el aleman, y todos veian que no apartaba los ojos de el, pero que al mismo tiempo buscaba en el suelo un ladrillo que no estuviera atrapado en el hielo, un ladrillo que su mano enferma, estropeada por el duro trabajo, el hielo, el agua hirviendo y la lejia, pudiera levantar.
El centinela sintio que lo que estaba a punto de suceder era inevitable y supo que nada ni nadie podria detener a la mujer porque era mas fuerte que el y su metralleta. Los alemanes no le quitaban los ojos de encima y tambien los ninos, avidos e impacientes, la miraban fijamente.
La mujer ya no veia nada, salvo la cara del aleman que se cubria la boca con el panuelo. Sin entender lo que le estaba pasando, portadora de aquella fuerza que habia sometido todo alrededor y sometiendose ella misma a aquella fuerza, buscando a tientas en el bolsillo de su chaqueton un pedazo de pan que el dia antes le habia dado un soldado ruso, se lo tendio al aleman y dijo:
– Ten, come.
Mas tarde no lograba comprender que le habia pasado, por que lo habia hecho. Su vida estaba repleta de momentos de humillacion, de impotencia y colera que la perturbaban y le impedian, por las noches, coger el sueno. Una vez tuvo un altercado con la vecina que la habia acusado de robar una botella de aceite; luego el presidente del soviet de distrito la habia echado de su despacho, negandose a escuchar sus quejas relativas al apartamento comunal; el do o y la humillacion que soporto cuando su hijo, recien casado, habia tratado de echarla de la habitacion y cuando la nuera embarazada la llamo vieja fulana… Una noche, dando vueltas en la cama, llena de amargura, recordo aquella manana de invierno junto a la entrada del sotano y penso: «Era tonta y lo sigo siendo».
50
Al Estado Mayor del cuerpo de tanques de Novikov llegaban los informes inquietantes que enviaban los comandantes de brigada. Los exploradores habian descubierto nuevas unidades de tanques y artilleria del enemigo que todavia no habian entrado en combate, y eso significaba que el enemigo estaba movilizando sus reservas.
Esas noticias alarmaron a Novikov; la vanguardia avanzaba dejando los flancos desprotegidos y, si el enemigo lograba controlar las pocas carreteras transitables durante el invierno, sus tanques se quedarian sin el apoyo de la infanteria y sin combustible.
Novikov analizaba la situacion con Guetmanov, considerando que era de extrema urgencia detener temporalmente el avance de los tanques para permitir que la retaguardia les alcanzara.
Guetmanov deseaba ardientemente que su unidad fuera la primera en penetrar en Ucrania. Al final decidieron que Novikov saliera a verificar la situacion sobre el terreno mientras Guetmanov se ocupaba de hacer avanzar a la retaguardia.
Antes de partir con destino a las brigadas, Novikov telefoneo al segundo jefe del frente y le puso al corriente de la situacion. Conocia de antemano cual seria la respuesta.
El segundo jefe no asumiria ninguna responsabilidad: no detendria el avance ni ordenaria proseguirlo.
El segundo jefe afirmo que pediria urgentemente datos del enemigo en el servicio de inteligencia del frente y le prometio que informaria a Yeremenko sobre la conversacion.
Despues Novikov se puso en contacto con el comandante del cuerpo de fusileros, Molokov. Este era un hombre rudo, irascible, siempre receloso de que sus colegas transmitieran al comandante del frente informacion desfavorable sobre el. Novikov y el terminaron discutiendo e incluso se insultaron uno al otro, aunque a decir verdad los improperios no iban dirigidos a ellos personalmente, sino a la creciente brecha que se habia abierto entre blindados e infanteria.
Luego Novikov llamo a su vecino de la izquierda, el comandante de la division de artilleria. Este declaro que sin una orden del cuartel general no se moveria ni un palmo. Novikov comprendia perfectamente su punto de vista: no queria ser relegado a un papel auxiliar proporcionando apoyo a los tanques; queria tener un papel principal.
Apenas habia colgado el telefono, recibio la visita del jefe del Estado Mayor.