Nacia una nueva ciudad, hecha de trabajo y vida cotidiana, con fabricas, escuelas, casas de maternidad, policia, opera y carceles.
Una nieve fina habia espolvoreado los senderos a traves de los cuales se transportaban hasta las posiciones de fuego granadas, hogazas de pan, ametralladoras y termos de gachas; senderos sinuosos y antojadizos por los que francotiradores, observadores y escuchas penetraban en sus refugios secretos de piedra.
La nieve habia caido sobre los caminos por los que los enlaces corrian del regimiento al batallon, los caminos que llevaban desde la division de Batiuk hasta Banni Ovrag, caminos que conducian a los mataderos y depositos de agua…
La nieve habia cubierto los caminos que ahora transitaban los habitantes de la gran ciudad en busca de tabaco, un cuarto de litro de vodka para celebrar la onomastica de un camarada, tomar un bano, jugar al domino o probar la col fermentada de un vecino; eran tambien los caminos que conducian hacia la querida Mania y la maravillosa Vera; los caminos que llevaban hasta los relojeros, fabricantes de mecheros, sastres, acordeonistas y tenderos.
Una muchedumbre abria nuevos senderos; caminaban sin arrimarse a las ruinas, sin dar rodeos.
La red de senderos y caminos militares quedo cubierta con las primeras» nieves, y sobre aquel millon de kilometros de esos senderos nevados no habia ni rastro de huellas frescas.
Las primeras nieves pronto dieron paso a las segundas, y los senderos se desdibujaron, se esfumaron, desaparecieron…
Los habitantes de la antigua capital de la guerra experimentaron una sensacion de felicidad y vacio inexplicables. Una extrana melancolia se adueno de quienes habian defendido Stalingrado.
La ciudad se habia vaciado y todos, desde el comandante del ejercito, pasando por los comandantes de las divisiones de fusileros hasta el viejo voluntario Poliakov y el artillero Glushkov, podian sentir ese vacio. Era una sensacion absurda. ?Por que una matanza que habia acabado en victoria y no en muerte suscitaba tristeza?
Sin embargo, era asi. El telefono, dentro del estuche de piel amarilla sobre la mesa del comandante, permanecia mudo. Alrededor de la caja de la ametralladora se habia tejido un babero de nieve. Los prismaticos y las aspilleras se habian quedado ciegos. Los planos y mapas manoseados y desgastados habian sido trasladados de los portaplanos a los macutos, y desde algunos macutos a las maletas y carteras de los comandantes de peloton, de compania y batallon… Y entre las casas muertas deambulaba una multitud que se abrazaba, gritaba hurras… Se miraban entre si y pensaban: «?Que tipos tan bravos, tan formidables, sencillos!. Miralos con sus chaquetas guateadas y sus gorros de piel. Son identicos a nosotros. Cuando se piensa en lo que hemos hecho… Da miedo solo pensarlo. Hemos levantado la carga mas pesada que existe en la Tierra, hemos elevado la verdad sobre la mentira. Probad a hacerlo vosotros… Eso pasa en los cuentos, pero esto es la vida real».
Pertenecian todos a la misma ciudad: unos venian de Kuporosnaya Balka, otros de Banni Ovrag, de las arcas de agua, de la fabrica Octubre Rojo, del Mamayev Kurgan; y a su encuentro iban los habitantes del centro, que vivian a la orilla del rio Tsaritsa, cerca del desembarcadero, debajo de las laderas o junto a los depositos de gasolina… Eran al mismo tiempo propietarios y huespedes, se felicitaban mutuamente, y el viento gelido rugia como una hojalata oxidada. De vez en cuando disparaban salvas o hacian explotar granadas. Se daban palmaditas en la espalda, saludandose; a veces se abrazaban, se daban besos en los labios frios, y luego, avergonzados, soltaban tacos…
Habian emergido de debajo de la tierra: mecanicos torneros, campesinos, carpinteros, terraplenados que habian repelido al enemigo, habian arado piedra, hierro y arcilla.
Una capital mundial es diferente a tas otras ciudades no solo porque las personas sientan su vinculo con las fabricas y los campos de todo el mundo. Una capital mundial se distingue sobre todo porque tiene alma.
Y el Stalingrado en guerra tenia alma. Su alma era la libertad.
La capital de la guerra contra el fascismo habia quedado reducida a las enmudecidas y frias ruinas de lo que otrora fue una ciudad de provincias industrial y portuaria.
Alli, diez anos despues, miles de prisioneros levantarian una imponente presa, construirian una de las mas gigantescas centrales hidroelectricas del mundo.
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Esta historia ocurrio cuando un suboficial aleman se desperto en su refugio completamente ajeno a la noticia de la rendicion. Disparo e hirio al sargento Zadniepruk, desatando la colera de los rusos, que observaban a los alemanes salir de los macizos bunkeres y lanzar los fusiles y metralletas, con gran estruendo, a una pila que no cesaba de crecer.
Los prisioneros caminaban esforzandose por no mirar a los lados para demostrar, claramente que tambien los ojos eran cautivos. Solo el soldado Schmidt, con una barba hirsuta de pelos grisaceos, sonrio al salir a la luz del dia y ver a los soldados rusos, como si estuviera seguro de que iba a encontrar a alguien conocido.
El coronel Filimonov, que habia llegado el dia antes de Moscu al Estado Mayor del frente de Stalingrado, asistia ligeramente borracho, en compania de su interprete, a la rendicion de la division del general Wegler. Su capote con nuevas charreteras doradas, galones rojos y ribetes negros desentonaba con las chaquetas sucias, quemadas, y los gorros arrugados de los oficiales rusos, y con la ropa asimismo sucia, quemada, de los prisioneros alemanes.
El dia antes, en la cantina del Consejo Militar, habia contado que en el departamento central de provisiones de Moscu se habia encontrado hilo de oro utilizado en tiempos del antiguo ejercito ruso, y que entre su circulo de amigos se consideraba un privilegio hacerse unas charreteras con aquel viejo y excelente material.
Cuando retumbo el disparo y se oyo el grito de Zadniepruk, levemente herido, el coronel pregunto a voz en grito:
– ?Quien ha disparador ?Que pasa?
Algunas voces le respondieron:
– Es un maldito cretino aleman… Ya lo han cogido…
Dice que no sabia…
– ?Como que no lo sabia? -grito el coronel-. ?Acaso le parece a ese cerdo que han derramado poca sangre nuestra?
Se volvio hacia el interprete, un instructor politico judio de elevada estatura, y ordeno:
– Traigame a ese oficial. Miserable… Pagara con su cabeza por este disparo.
En aquel momento el coronel capto la cara grande y sonriente del soldado Schmidt y grito:
– ?De que te ries, cerdo? ?De saber que han lisiado a otro de los nuestros?
Schmidt no entendia por que la sonrisa con la que intentaba mostrar su buena disposicion habia suscitado la increpacion del oficial ruso, pero cuando, aparentemente sin ninguna conexion con el grito, resono un disparo ya no comprendio nada; tropezo y cayo bajo los pies de los soldados que marchaban detras. Su cuerpo fue arrastrado del camino, quedo tumbado de lado y todos, tanto si lo conocian como si no, pasaron de largo. Una vez que la columna de prisioneros se hubo alejado, un grupo de ninos que no temia la muerte se colo en los bunkeres y refugios, ahora vacios, para hurgar entre los catres de madera.
Entretanto el coronel Filimonov examinaba el apartamento subterraneo del jefe del batallon, admirado de que todo estuviera organizado de un modo tan comodo y funcional.
Un soldado le trajo a un joven oficial aleman de ojos tranquilos y limpidos, y el interprete dijo:
– Camarada coronel, aqui esta el hombre que usted pidio ver, el teniente Lenard.
– ?Quien? -se sorprendio el coronel.
Y como la cara del oficial aleman le resultaba simpatica y todavia estaba contrariado por haber participado por primera vez en su vida en un asesinato, Filimonov dijo:
– Llevele al punto de encuentro, pero nada de tonterias; le quiero vivo y es usted el responsable.
El dia del juicio llegaba a su fin. Era imposible distinguir ya la sonrisa en la cara del soldado muerto.
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El teniente coronel Mijailov, interprete jefe de la 7? seccion del departamento politico del Estado Mayor del