disposiciones transitorias e instrucciones obligatorias.
Y sin embargo, de improviso, habia descubierto en ellos otro aspecto; el lado humano.
El secretario del comite del Partido, Ramskov, era aficionado a la pesca, y antes de la guerra habia recorrido en barca los rios de Ucrania con su mujer e hijos.
– Eh, Viktor Pavlovich -decia-, ?hay algo mejor en la vida? Te levantas al amanecer, todo brilla por el rocio, la arena de la orilla esta fria, lanzas la cana, y el agua, todavia oscura, no da nada pero parece llena de promesas… Cuando acabe la guerra le llevare conmigo a la cofradia de pescadores…
Un dia, Kovchenko se habia puesto a hablar con Shtrum de enfermedades infantiles. Shtrum se habia sorprendido de sus vastos conocimientos acerca de los tratamientos para curar el raquitismo y las anginas. Se habia enterado de que Kasian Terentievich, ademas de dos hijos biologicos, habia adoptado a un nino espanol. El pequeno espanol solia enfermar con frecuencia y Kasian
Terentievich cuidaba de el personalmente.
Incluso Svechin, por lo general de caracter adusto, le hablo de su coleccion de cactus, que habia logrado salvar durante el frio invierno de 1941.
«Asi que no son tan mala gente, despues de todo -pensaba Shtrum-. En cada hombre hay algo humano.»
Por supuesto, en lo mas intimo, comprendia que todos estos cambios en conjunto no cambiaban nada. No era un estupido y tampoco un cinico; sabia utilizar el cerebro.
En aquellos dias le vino a la cabeza la historia de Krimov sobre un viejo amigo suyo, un tal Bagrianov, primer juez de instruccion del tribunal militar. Bagrianov habia sido arrestado en 1937, pero en 1939 Beria, en un efimero ataque de liberalismo, le habia liberado del campo y autorizado a regresar a Moscu.
Krimov contaba que Bagrianov habia ido a verle una noche, directamente desde la estacion, con la camisa y los pantalones hechos jirones y el certificado del campo en el bolsillo.
Esa noche pronuncio discursos liberales, se compadecio de la suerte de todos los prisioneros en los campos, queria convertirse en apicultor y jardinero,
Pero, poco a poco, a medida que Bagrianov regresaba a su vida pasada, tambien sus discursos se modificaron sustancialmente.
Krimov contaba entre risas las sucesivas evoluciones en la ideologia de Bagrianov. Le habian devuelto el uniforme militar, y en esta fase continuaba conservando sus opiniones liberales. Pero en un momento dado, al igual que Danto n, habia dejado de denunciar el mal.
Luego, a cambio de su certificado del campo le entregaron el permiso de residencia en Moscu. Y enseguida le habia surgido el deseo de adoptar posturas hegelianas: «Todo lo que es real es racional». Cuando le devolvieron su apartamento empezo a hablar de manera totalmente diferente, afirmando que la mayoria de los condenados en los campos eran enemigos del Estado sovietico. Entonces le devolvieron sus condecoraciones. Al final habia sido reintegrado en el Partido y le reconocieron los anos de antiguedad.
Justo en ese momento surgieron los primeros problemas de Krimov con el Partido. Bagrianov dejo de llamarle por telefono. Una vez Krimov se lo habia encontrado por casualidad: Bagrianov, con dos rombos sobre el cuello de la guerrera, salia del coche ante la entrada de la fiscalia. Habian pasado ocho meses desde que el hombre con la camisa hecha harapos, el certificado del campo en el bolsillo, se habia sentado en la habitacion de Krimov a disertar sobre la inocencia de los sentenciados y la violencia ciega.
«Y yo que pensaba, despues de escucharle aquella noche, que la fiscalia habia perdido para siempre a un devoto servidor», habia dicho con una sonrisita Krimov.
Naturalmente no era una casualidad que Viktor Pavlovich hubiera recordado esa historia y se la hubiera contado a Nadia y a Liudmila Nikolayevna.
Nada habia cambiado en su actitud hacia las personas caidas en desgracia en 1937. Como antes, se horrorizaba por la crueldad de Stalin.
La vida de la gente no cambia por el hecho de que un tal Shtrum se hubiera convertido en el hijo mimado de la suerte. Nada devolveria Ja vida a las victimas de la colectivizacion o a los fusilados en 1937 porque se le otorgara una condecoracion o una medalla a un tal Shtrum, porque Malenkov le mandara llamar o porque le incluyeran en la lista de invitados a tomar el te en casa de Shishakov.
Todo esto Viktor Pavlovich lo comprendia perfectamente y no lo olvidaba. Y sin embargo, en esta memoria y en esta comprension, se producian cambios. ?Es que no sentia el mismo malestar, la misma nostalgia de la libertad de expresion y de prensa? ?Es que no le consumia con la misma fuerza que antes el pensamiento de los inocentes que habian perecido? ?Acaso aquello tenia que ver con que ahora no sentia ese miedo constante y agudo noche y dia?
Viktor Pavlovich comprendia que Kovchenko, Dubenkov, Svechin, Prasolov, Shishakov, Gurevich y tantos otros no se habian vuelto mejores porque hubieran cambiado su actitud hacia el. Gavronov, que continuaba cubriendo de oprobios a Shtrum y su trabajo con una obstinacion fanatica, al menos era honesto.
Un dia Shtrum le dijo a Nadia:
– Sabes, creo que es mejor defender las posiciones de las Centurias Negras, por deleznables que sean, que fingir estar a favor de Herzen y Dobroliubov con fines arribistas.
Se enorgullecia ante su hija de su capacidad de controlarse, de vigilar sus pensamientos. A. el no le pasaria lo que a tantos otros: el exito no influiria en sus puntos de vista, en sus lazos afectivos, en la eleccion de sus amigos… Nadia se habia equivocado al sospechar, durante un tiempo, que era capaz de semejante pecado.
El ya era perro viejo. Todo cambiaba en su vida, pero el no. Seguia llevando el traje raido, las corbatas arrugadas, los zapatos con los tacones desgastados. Seguia llevando el pelo demasiado largo, desgrenado, y asistia a las reuniones mas importantes sin tomarse siquiera la molestia de afeitarse.
Como antes, le gustaba charlar con los porteros y los ascensoristas. Como siempre, juzgaba con gesto altivo, incluso con desprecio, las debilidades humanas, y condenaba la pusilanimidad de muchas personas. Se consolaba pensando: «Al menos yo no me he doblegado, no he dado mi brazo a torcer, me he mantenido firme, no me he arrepentido. Han venido a buscarme».
Le decia a menudo a su mujer; «?Cuanta mediocridad hay por todas partes! Cuantas personas tienen miedo de defender su derecho a ser honestas, cuantas se dan por vencidas, cuanto conformismo, cuantos actos mezquinos».
Incluso de Chepizhin habia pensado una vez con reproche: «Su desmesurado amor por el turismo y el alpinismo encubre un miedo inconsciente a la complejidad de la vida. Y su partida del instituto revela el miedo consciente a enfrentarse a la principal cuestion de nuestra vida».
Era evidente que algo estaba cambiando en el. Lo sentia, pero no lograba comprender que era exactamente.
54
Guando regreso al trabajo, Shtrum no encontro a Sokolov en el laboratorio. Dos dias antes de su vuelta al instituto, Piotr Lavrentievich habia cogido una neumonia.
Shtrum se entero de que, poco antes de ponerse enfermo, Sokolov habia acordado con Shishakov ser transferido a un puesto diferente. Al final habia sido designado director de un laboratorio que estaba siendo reorganizado. A Piotr Lavrentievich las cosas le iban bastante bien.
Ni siquiera el omnisciente Markov estaba al corriente de los verdaderos motivos que habian inducido a Sokolov a solicitar a la direccion el traslado del laboratorio de Shtrum.
Al enterarse de su partida, Viktor Pavlovich no sintio ni dolor ni compasion: la idea de encontrarselo, de trabajar con el, le resultaba insoportable.
Quien sabe lo que Sokolov habria leido en los ojos de Viktor Pavlovich. Por supuesto, no tenia derecho a pensar en la mujer de su amigo del modo en que lo hacia. No tenia derecho a echarla de menos. No tenia derecho a encontrarse a escondidas con ella.
Si alguien alguna vez le hubiera contado una historia similar, se habria indignado. ?Enganar a la propia mujer! ?Enganar a un amigo!
Sin embargo la anoraba, sonaba con verla.
Liudmila habia reanudado su amistad con Maria Ivanovna. A una larga conversacion telefonica habia seguido un