Stalin habia hablado con el. Las personas que ahora se sentaban junto a el lo tenian bien presente.

Pero, Dios mio, que carta tan espantosa le habian pedido que firmara. ?Que cosas tan horribles decia!

No podia creer que el profesor Pletniov y el doctor Levin hubieran asesinado al gran escritor. Su madre, cuando venia a Moscu, iba a la consulta de Levin. Liudmila Nikolayevna era paciente suya. Era un hombre inteligente, sensible, amable. ?Habia que ser un monstruo para calumniar asi a dos medicos!

Esas acusaciones apestaban a oscurantismo medieval, ?Medicos asesinos! Los medicos que habian asesinado al gran escritor, al ultimo clasico ruso. ?A quien podian beneficiar esas calumnias sangrientas? Las cazas de brujas, las hogueras de la Inquisicion, las ejecuciones de los herejes, el humo, el hedor, la pez hirviendo… ?Que tenia que ver eso con Lenin, con la construccion del socialismo, con la gran guerra contra el fascismo?

Comenzo a leer la primera hoja de la carta,

«?Esta comodo? ?Tiene bastante luz?», le preguntaba Aleksei Alekseyevich. ?No queria sentarse en el sillon? No, no, estaba comodo, muchas gracias.

Leia despacio, las palabras se metian a presion en su cerebro, pero no calaban, como la arena en una manzana.

Leyo: «Al tomar bajo vuestra defensa a esos degenerados, a esas perversiones del genero humano que son Pletniov y Levin, que han mancillado el elevado cometido de los medicos, estais haciendo el caldo gordo a la ideologia fascista, enemiga de la humanidad».

Mas adelante: «La nacion sovietica se ha quedado sola en su lucha contra el fascismo aleman, que ha restaurado los procesos medievales contra las brujas, los pogromos judios, las hogueras de la Inquisicion, las mazmorras y las torturas».

Dios mio, ?como podia leer eso y no volverse loco? Y luego: «La sangre de nuestros hijos vertida en Stalingrado marca un giro decisivo en la guerra contra el hitlerismo, pero vosotros, dispensando vuestra proteccion a esos renegados quintacolumnistas, aun sin quererlo…».

Claro, claro… «En ninguna parte del mundo los hombres de ciencia estan tan arropados por el carino del pueblo y las atenciones del Estado como en la Union Sovietica.»

– Viktor Pavlovich, ?le molesta que hablemos?

– No, no, en absoluto -respondio Shtrum, y penso: «Hay afortunados que saben tomarselo todo en broma: o se encuentran en su dacha, o estan enfermos, o bien…».

Kovchenko afirmaba:

– He oido que Iosif Vissarionovich conoce la existencia de esta carta y ha aprobado la iniciativa de nuestros cientificos.

– En este sentido la firma de Viktor Havlovich… -comenzo Badin.

La angustia, la repugnancia, el presentimiento de su docilidad se apoderaron de Viktor. Sentia la respiracion afectuosa del gran Estado, y no tenia arrojo suficiente para lanzarse a la oscuridad helada… No, no, hoy ya no tenia fuerzas. No era el miedo lo que le paralizaba, era otra cosa: el sentimiento abrumador de la propia sumision.

?Que criatura tan extrana y sorprendente es el ser humano! Habia encontrado en si la fuerza para renunciar a la vida, y ahora era incapaz de rechazar unos bombones y unos caramelitos.

Pero ?como rechazar esa mano omnipotente que te acaricia la cabeza, que te da palmaditas en la espalda?

Tonterias, ?por que se estaba calumniando a si mismo? ?Que tenian que ver aqui los bombones y los caramelitos? Siempre habia sido indiferente a la vida comoda, a los bienes materiales. Sus ideas, su trabajo, todo lo que le era mas preciado en la vida habia resultado ser necesario y valioso en la lucha-contra el fascismo. ?Esa era la verdadera felicidad! Pero ?por que darle vueltas? Habian confesado durante la instruccion. Habian confesado durante el juicio. ?Era posible aun creer en su inocencia despues de que se hubieran reconocido culpables del asesinato del gran escritor?

?Negarse a firmar la carta? ?Eso significaria ser complice de los asesinos de Gorki! No, imposible. ?Dudar de la autenticidad de sus confesiones? Era como sostener que les habian coaccionado. Y obligar a un hombre bueno e inteligente a reconocerse un asesino a sueldo y, con eso, hacerse merecedor de la pena de muerte y de una memoria infame solo es posible mediante la tortura. Seria una locura expresar aunque solo fuera una sombra de esa sospecha.

Firmar esa carta era repugnante, muy repugnante. Le vinieron a la mente las excusas y sus correspondientes replicas… «Camaradas, estoy enfermo, sufro espasmos en las arterias coronarias.» «Tonterias. Se escuda en la enfermedad, tiene aspecto esplendido.» «Camaradas, ?por que necesitan mi firma? Solo me conoce un circulo reducido de especialistas, son muy pocos los que saben de mi fuera del pais.» «Tonterias (y que agradable es escuchar que eso eran tonterias). Todo el mundo le conoce, ?ya lo creo que le conocen! En cualquier caso, seria impensable presentar esta carta a Stalin sin su firma. Podria preguntar: '?Por qne no la firmado Shtrum?'»

«Camaradas, os dire con toda franqueza que algunas formulas no me parecen del todo adecuadas, arrojan una sombra, por decirlo asi, sobre la intelligentsia cientifica.»

«Por favor, Viktor Pavlovich, haganos sus sugerencias; cambiaremos con mucho gusto las formulaciones que le parezcan desafortunadas.»

«Camaradas, les ruego que me comprendan. Aqui, por ejemplo, ustedes han escrito: ei enemigo del pueblo, el escritor Babel; el enemigo del pueblo, el escritor Pilniak; el enemigo del pueblo, el academico Vavilov; el enemigo del pueblo, el artisra Meyerhold… Yo soy un fisico, un matematico, un teorico, algunos me consideran un esquizofrenico dado lo abstracto que es el campo de mi actividad. Y ademas, para serles sincero, tengo mis carencias; a personas como yo es mejor dejarlas en paz, no entiendo de estos asuntos.»

«Vamos, VSktor Pavlovich, ?que dice? Usted comprende a la perfeccion las cuestiones de politica, tiene una logica de hierro, recuerde cuantas veces y con que vehemencia ha hablado de politica.»

«Por el amor de Dios, entiendanme, tengo conciencia.» Es demasiado doloroso e insoportable, no estoy obligado… ?Por que deberia firmar? No puedo mas, concedanme el derecho a tener la conciencia limpia.»

No podia escapar de ese sentimiento de impotencia, un sentimiento que, de alguna manera, le habia hipnotizado: la docilidad del ganado bien alimentado, mimado; el miedo a arruinar su vida una vez mas, el miedo a volver a tener miedo.

?Asi que era eso? ?De nuevo tenia que enfrentarse al colectivo? ?De nuevo la soledad? Era hora de tomarse la vida en serio. Habia conseguido lo que durante anos no se habia atrevido a sonar. Trabajaba con completa libertad, rodeado de mimos y atenciones. Y todo lo habia conseguido sin pedir nada, sin arrepentirse. ?Era el vencedor! ?Que mas queria? ?Stalin le habia telefoneado!

«Camaradas, todo esto es tan grave que me gustaria pensarlo. Permitanme que aplace mi decision hasta manana.»

Enseguida se imagino una noche de insomnio, tormentosa. Titubeos, indecisiones, una repentina improvisacion y el miedo ante esa misma determinacion; de nuevo dudas, de nuevo una decision. Era extenuante, peor que la malaria. Y estaba en sus manos prolongar o no esa tortura. No, no tenia fuerzas. Rapido, rapido, tenia que acabar cuanto antes.

Saco su estilografica.

Vio entonces que Sbishakov se habia quedado boquiabierto, porque tambien el, el mas rebelde, habia cedido. – Shtrum no pudo trabajar en todo el dia. Nadie le distraia, el telefono no sonaba. Simplemente no podia trabajar. No trabajaba porque el trabajo, aquel dia, le parecia aburrido, vacio, inutil.

?Quien habia firmado la carta? ?Chepizhin? ?Ioffe? ?Krilov? ?Mandelshtam? Tenia ganas de esconderse detras de alguien. Pero negarse hubiera sido imposible. Equivalia al suicidio. No, nada de eso. Podia haberse negado. No, no, habia hecho lo correcto. Nadie le habia amenazado. Habria sido mejor si hubiera firmado movido por un miedo animal. Pero no habia firmado por miedo, sino por aquel sentimiento oscuro, nauseabundo, de sumision.

Shtrum llamo a su despacho a Anna Stepanovna, lepidio que revelara una pelicula para el dia siguiente: la serie de control de las pruebas efectuadas con los nuevos aparatos.

Ella tomo nota de todo y permanecio sentada.

Shtrum le lanzo una mirada inquisidora.

– Viktor Pavlovich -dijo ella-, antes pensaba que no se podia expresar con palabras lo que necesito decirle: ?se da cuenta de lo que ha hecho usted por mi y por tantos otros? Para la gente eso es mas importante que los grandes descubrimientos. Solo con saber que existen personas como usted, uno se siente aliviado. ?Sabe lo que dicen de usted los mecanicos, las senoras de la limpiezajilos vigilantes? Dicen que usted es un hombre de bien. Me hubiera gustado visitarle, pero tenia miedo. Sabe, en los dias dificiles, cuando pensaba en usted, todo parecia mas facil.

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