Sverd-lovsk pronto llegarian a la central y que el ya no estaria alli; que a su nieto, a causa de la escasa alimentacion, le habian salido granos en los brazos y el pecho. «Bueno, me han echado una reprimenda, no es el fin del mundo.» No le darian la medalla «Por la defensa de Stalingrado», y por alguna razon, este pensamiento le afligia mas que la inminente separacion de la ciudad a la cual estaba ligada toda su vida, su trabajo, las lagrimas por Marusia. Incluso solto una imprecacion en voz alta ante la idea de la medalla que no recibiria y el conductor le pregunto:
– ?En quien esta pensando, Stepan Fiodorovich? ?O se ha olvidado algo en el obkom?
– Si, si -dijo Stepan Fiodorovich-. Sin embargo, el obkom no se ha olvidado de mi.
El apartamento de los Spiridonov era humedo y frio. En sustitucion de los cristales rotos habian insertado laminas de contrachapado y fijado tablas, el estucado se habia desprendido de las paredes, tenian que llevar el agua en cubos hasta el tercer piso, las habitaciones se calentaban con pequenas estufas hechas de hojalata. Una de las habitaciones estaba cerrada y la cocina solo la utilizaban como despensa, para guardar madera y patatas.
Stepan Fiodorovich, Vera y su hijo, y Aleksandra Vladimirovna, que se habia reunido con ellos desde Kazan, vivian en la habitacion grande, el antiguo comedor. En la habitacion pequena al lado de la cocina, que antes era la de Vera, se alojaba ahora el viejo Andreyev.
Stepan Fiodorovich tambien habria podido reparar los techos, enyesar las paredes, instalar estufas de ladrillos, porque en la central electrica tenia material y hombres a mano. Pero Stepan Fiodorovich, por lo general un hombre energico y practico, no habia querido, por alguna razon, embarcarse en esos trabajos.
Vera y Aleksandra Vladimirovna, aparentemente, se encontraban a gusto viviendo entre las ruinas de la guerra; en el fondo la vida de antes de la guerra se habia venido abajo, asi que ?para que rehabilitar el piso, si solo les recordaria todo lo que habian perdido?
Algunos dias despues de la llegada de Aleksandra Vladimirovna la nuera de Andreyev, Natalia, llego de Leninsk. Alli habia discutido con la hermana de la difunta Varvara Aleksandrovna, le habia dejado temporalmente a su hijo y se habia presentado en la central electrica para quedarse una temporada con el suegro.
Andreyev, al ver a su nuera, se enfurecio y le dijo:
– No te llevabas bien con mi mujer y ahora, por derecho de sucesion, no te llevas bien con su hermana. ?Como has dejado alli a Volodka?
La vida de Natalia en Leninsk debia de ser muy dura. Al entrar en la habitacion de Andreyev, miro el techo, las paredes, y dijo: «?Que bonito!», aunque fuera dificil apreciar algo bonito en la tabla que colgaba del techo, en el monton de yeso que se apinaba en un rincon, en el tubo deformado de la estufa.
La unica luz que entraba en la habitacion procedia de un pequeno trozo de cristal colocado en la construccion de tablas que tapaba la ventana. Esa improvisada ventana daba a un paisaje poco alegre: solo ruinas, restos de contramuro pintados segun los pisos de azul y rosa, el hierro de un techo arrancado…
Poco despues de llegar a Stalingrado, Aleksandra Vladimirovna cayo enferma, y a causa de ello tuvo que aplazar el viaje a la ciudad para ir a ver lo que quedaba de su casa destruida y quemada.
Los primeros dias, sobreponiendose a la enfermedad, ayudaba a Vera: encendia la estufa, lavaba y ponia a secar los panales sobre el tubo de la estufa de hojalata, transportaba al rellano de las escaleras trozos de yeso, incluso trataba de subir agua. Pero se sentia cada vez peor, tenia escalofrios en la habitacion caldeada, y en la cocina fria de pronto la frente se le cubria de sudor.
Aleksandra Vladimirovna no queria quedarse en cama y no se quejaba de su malestar. Pero una manana, cuando entraba en la cocina a buscar lena, se desmayo, cayo y se hizo un corte profundo en la cabeza. Stepan Fiodorovich y Vera la metieron en la cama.
Cuando se hubo recuperado un poco, llamo a Vera y le dijo:
– Sabes, ha sido mas duro para mi vivir en Kazan con Liudmila que aqui contigo. No he venido aqui solo por vosotros, sino tambien por mi. Solo temo ser una carga para ti mientras no me ponga en pie.
– Abuela, estoy tan contenta de que te encuentres bien con nosotros -dijo Vera.
Pero efectivamente, Vera debia enfrentarse a muchas dificultades. Todo lo conseguia con gran esfuerzo: el agua, la madera, la leche. El patio se calentaba con el sol, mientras que las habitaciones estaban frias y humedas y tenia que alimentar continuamente la estufa.
El pequeno Mitia tenia dolor de barriga, de noche no hacia otra cosa que llorar y la leche de la madre no le bastaba. Vera se afanaba todo el dia entre la habitacion y la cocina, salia a buscar leche y pan, hacia la colada, lavaba los platos, subia cubos de agua. Las manos se le habian puesto rojas y tenia la cara curtida por el viento y cubierta de manchas. Extenuada por un trabajo que no tenia fin, el corazon le oprimia con un peso monotono y plumbeo. No se peinaba, raras veces se lavaba, no se miraba al espejo; senales de que la vida la habia abatido. Las ganas de dormir la torturaban. Por la noche le dolian los brazos, las piernas, los hombros; anhelaban reposo. Se acostaba para dormir y Mitia rompia a llorar. Se levantaba, le amamantaba, le cambiaba los panales, le mecia caminando por la habitacion. Una hora mas tarde, el nino empezaba a llorar de nuevo y ella volvia a levantarse. Al amanecer el pequeno se despertaba para ya no volverse a dormir, y en la penumbra daba inicio un nuevo dia; exhausta por la noche en vela, con la cabeza pesada y confusa, iba a la cocina a buscar lena, atizaba el fuego de la estufa, poma agua a calentar para el te de su padre y su abuela, y comenzaba a hacer la colada. Pero lo sorprendente es que ya no se enfadaba por nada, se habia vuelto docil y paciente.
La llegada de Natalia de Leninsk alivio en cierta medida la dura vida de Vera.
Poco despues de la llegada de la nuera, Andreyev se habia marchado a pasar unos dias a su ciudad, al norte de Stalingrado. Tal vez queria ver su casa y su fabrica, tal vez estaba enfadado con su nuera, que habia dejado al nieto en Leninsk, tal vez le fastidiaba que ella se comiera el pan de los Spiridonov. El hecho es que se fue dejandole su tarjeta de racionamiento.
Natalia, sin descansar ni siquiera el dia de su llegada, se puso a ayudar a Vera.
Con que energia y generosidad trabajaba, que ligeros se volvian los pesados cubos, la tina llena de agua, el saco de carbon, apenas sus manos fuertes y jovenes se ponian manos a la obra.
Ahora Vera podia salir media horita con Mitia; se sentaba sobre una piedra; miraba como brillaba el agua primaveral, el vapor que se levantaba de la estepa.
Todo a su alrededor estaba silencioso. La guerra se encontraba a cientos de kilometros de distancia de Stalingrado, pero la tranquilidad no volvio con la calma. Con la calma habia llegado la tristeza, y parecia que las cosas eran mas faciles cuando en el aire resonaba el gemido de los aviones alemanes, cuando retumbaban las explosiones de los proyectiles y la vida estaba llena de fuego, miedo y esperanza.
Vera observaba la carita de su hijo, cubierto de granos purulentos, y le embargaba la piedad, la misma terrible piedad que sentia por Viktorov: «?Dios mio, pobre Vania, que nino tan debil, esmirriado y lloron ha tenido!».
Luego subia las escaleras sembradas de basura y cascajos de ladrillo hasta el tercer piso, se ponia a trabajar, y la angustia se ahogaba en las tareas de la casa, en el agua jabonosa turbia, en el humo de la estufa, en la humedad que rezumaban las paredes.
La abuela la llamaba a su habitacion, le acariciaba el cabello, y en los ojos de Aleksandra Vladimirovna, siempre serenos y claros, asomaba una expresion de ternura y tristeza insoportables.
Vera no habia hablado ni una sola vez de Viktorov; ni con su padre, ni con su abuela, ni siquiera con el pequeno Mitia de cinco meses.
Despues de la llegada de Natalia, todo en el apartamento habia cambiado. Natalia habia raspado el moho de las paredes, blanqueo los rincones oscuros, limpio la mugre que parecia incrustada en las tablas del entarimado. Incluso acometio la ingente tarea de limpiar la suciedad de la escalera, peldano a peldano, un trabajo que Vera habia aplazado hasta la llegada del buen tiempo.
Se paso medio dia reparando el largo tubo de la estufa, que parecido a una boa negra se retorcia espantosamente. De la juntura goteaba un liquido alquitranoso que formaba charcos en el suelo. Natalia le paso una capa de cal, lo enderezo, lo ajusto con alambres y colgo latas de conserva vacias donde caeria el liquido.
Desde el primer dia habia hecho buenas migas con Aleksandra Vladimirovna, aunque se habria podido suponer que aquella chica ruidosa e impertinente, a la que le gustaba contar historias un poco subidas de tono, no seria del agrado de Shaposhnikova. En poco tiempo Natalia habia hecho numerosas amistades: el electricista, el mecanico de la sala de turbinas, los choferes de los camiones.
Un dia Alexandra Vladimirovna dijo a Natalia, que volvia de hacer cola en la tienda:
– Natasha, alguien ha preguntado por usted, un militar.
– Un georgiano, ?verdad? -dijo Natasha-. Si vuelve mandele a paseo. Se le ha metido en la cabeza pedirme