– Bueno, ?esta todo listo? El camion llegara a las cinco en punto -Y sonrio-. Hay que darle las gracias a Batrov por ello.

Todos sus asuntos estaban en orden, el equipaje preparado, pero Spiridonov todavia se sentia nervioso, excitado, embriagado. Comenzo a cambiar de sitio las maletas, repaso los nudos de los fardos, como si estuviera impaciente por partir.

Luego Andreyev regreso de la oficina, y Stepan Fiodorovich le pregunto:

– ?Como va todo por ahi? ?Ha llegado el telegrama de Moscu a proposito de los cables?

– No, no ha llegado ningun telegrama.

– ?Hijos de perra! Sabotean todo el trabajo. Las construcciones de primer orden habrian podido estar listas para las fiestas de mayo.

Andreyev dijo a Aieksandra Vladimirovna:

– Esta loca, ?como le ha dado por embarcarse en este viaje?

– No se preocupe, soy una mujer resistente. Ademas, ?que voy a hacer, sino? ?Volver a mi piso de la calle Gogoi? Y aqui los pintores ya han pasado a ver los trabajos que hay que hacer para el nuevo director.

– ?No podria esperarse un dia al menos, ese descarado? -observo Vera.

– ?Por que descarado? -dijo Aieksandra Vladimirovna-. La vida continua.

Stepan Fiodorovich pregunto:

– ?Esta preparada la comida? ?A que esperamos?

– A Natasha con las empanadas.

– Si, si, esperando las empanadas, perderemos el tren -dijo Stepan Fiodorovich.

No tenia apetito, pero habia reservado vodka para la comida de despedida, y tenia muchas ganas de beber.

Le hubiera gustado mucho pasar por su despacho, aunque solo fuera unos minutos, pero eso habria estado fuera de lugar: Batrov mantenia una reunion con varios responsables de diferentes talleres. La amargura acrecentaba en el el deseo de beber y no dejaba de sacudir la cabeza: «Vamos a llegar tarde, vamos a llegar tarde».

Habia algo agradable en esa espera de Natasha, en ese temor a llegar tarde, pero no lograba comprender el motivo. No se daba cuenta de que se debia a que le recordaba otras ocasiones antes de la guerra, cuando su mujer y el se preparaban para ir al teatro, y el miraba el reloj y repetia desolado: «Vamos a llegar tarde».

Aquel dia habria querido oir hablar bien de el, y ese deseo le hacia aun mas desgraciado.

– ?Por que deberian compadecerse de mi? Soy un desertor y un cobarde. Aun tendre la desfachatez de exigir que me den una medalla por haber participado en la defensa.

– Venga, vamos a comer -dijo Aleksandra Vladimirovna, al ver que Stepan Fiodorovich estaba fuera de si.

Vera trajo la olla de sopa y Spiridonov saco la botella de vodka. Aleksandra Vladimirovna y Vera declinaron beber.

– Bueno, beberemos solo los hombres -dijo Spiridonov, y anadio-: Pero tal vez deberiamos esperar a Natasha.

En ese preciso instante Natasha aparecio por la puerta con una cesta y se puso a colocar las empanadas sobre la mesa.

Stepan Fiodorovich sirvio dos grandes vasos para Andreyev y el, y uno medio lleno para Natasha.

– El verano pasado estuvimos en casa de Aleksandra Vladimirovna, en la calle Gogol, comiendo empanadas.

– Bueno, estoy segura de que estas seran igual de buenas que las del ano pasado -dijo Aleksandra Vladimirovna.

– Cuantos eramos aquel dia alrededor de la mesa, mientras que ahora solo quedamos usted, la abuela, papa y yo -dijo Vera.

– Hemos aplastado a los alemanes en Stalingrado -dijo Andreyev.

– ?Una gran victoria! Pero hemos pagado un precio muy alto por ello -observo Aleksandra Vladimirovna, y anadio-: Tomad mas sopa, durante el viaje solo comeremos fiambre, pasaran dias antes de que volvamos a comer caliente.

– Si, el viaje sera duro -intervino Andreyev-, Y subirse al tren no sera nada facil. Es un tren procedente del Caucaso y estara abarrotado de soldados que van camino a Balashov. En cambio llevaran pan blanco.

– Los alemanes se cernian amenazantes como un nubarron -dijo Stepan Fiodorovich-. ?Donde esta ahora ese nubarron? La Rusia sovietica ha vencido.

Penso en el rugido de los tanques alemanes que hasta hace poco se oia en la central electrica, pero ahora esos tanques estaban a cientos de kilometros de distancia, en Belgorod, Chuguyev, Kuban.

Y de nuevo se puso a hablar de la herida que le escocia de manera insoportable:

– Muy bien, admitamos que soy un desertor. Pero ?quien ha dictado la sentencia contra mi? Exijo que me juzguen los combatientes de Stalingrado. Estoy dispuesto a declararme culpable ante ellos.

– A su lado, Pavel Afldreyevich -dijo Vera-, aquel dia estaba sentado Mostovskoi.

Pero Stepan Fiodorovich interrumpio la conversacion. Aquel dia el dolor le atenazaba. Se volvio a su hija y dijo:

– He llamado al primer secretario del obkom para despedirme. A fin de cuentas soy el unico director que permanecio en la orilla derecha durante toda la batalla, pero su adjunto, Barulin, me ha dicho: «El camarada Priajin no puede hablar con usted. Esta ocupado». Y si esta ocupado esta ocupado.

Vera, como si no le hubiera oido, dijo:

– Y al lado de Seriozha habia un teniente, un amigo de Tolia. ?Quien sabe donde estara ahora, ese teniente?

Le habria gustado que alguien le hubiera respondido:

«?Donde va a estar? Probablemente este sano y salvo, en el frente».

Esas palabras, aunque ligeramente, habrian mitigado su pena.

Pero Stepan Fiodorovich le interrumpio de nuevo:

– Le he dicho: «Me voy hoy. Lo sabe muy bien». Y va y me responde: «En ese caso, dirijase a el por escrito». Muy bien, que se vaya al diablo. ?Venga, bebamos otro vaso! Es la ultima vez que nos sentamos alrededor de esta mesa.

Levanto su vaso en direccion a Andreyev.

– Pavel Andreyevich, no guarde mal recuerdo de mi.

– Pero que dice, Stepan Fiodorovich. La clase obrera esta con usted -dijo Andreyev.

Spiridonov bebio, se quedo callado un instante, como si hubiera sacado la cabeza del agua, y comenzo a comer la sopa.

Se hizo el silencio, solo se oia el ruido que hacia Stepan Fiodorovich comiendo la empanada y el tintineo de la cuchara contra el plato.

En aquel instante el pequeno Mitia se puso a llorar y Vera se levanto de la mesa para tomarlo en brazos.

– Coma empanada, Aleksandra Vladimirovna -susurro Natasha, como si se tratara de una cuestion de vida o muerte.

– Claro que si -la tranquilizo esta. Stepan Fiodorovich, con la solemnidad de un borracho, presa de una alegre excitacion, anuncio:

– Natasha, permitame que le diga una cosa delante de todos. Usted no tiene nada que hacer aqui; vuelva a Leninsk, vaya a buscar a su hijo y reunase con nosotros en los Urales. Estaremos juntos, juntos sera mas facil.

Deseaba mirarla a los ojos, pero ella bajo la cabeza y el no pudo ver mas que su frente, sus bellas cejas morenas. -Y usted tambien, Pavel Andreyevich, venga con nosotros. Juntos sera mas facil.

– ?Donde quiere que vaya? -dijo Andreyev-, ?Como quiere que a mi edad empiece una nueva vida?

Stepan Fiodorovich se volvio hacia Vera; estaba de pie al lado de la mesa con Mitia en los brazos, y lloraba.

Y por primera vez aquel dia vio las paredes que estaba a punto de abandonar. De repente todo dejo de tener importancia: el dolor que le consumia, perder el trabajo que tanto amaba, la perdida de estatus, la verguenza y el rencor que le hacian perder el juicio y le impedian compartir la alegria de la victoria.

Y entonces, la vieja mujer que estaba sentada a su lado, la madre de la mujer a la que habia amado y que habia perdido para siempre, le beso en la frente y le dijo:

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