– No importa, mi querido Stepan, no importa. Es la vida.
63
Durante toda la noche hizo un calor sofocante en la isba, por la estufa encendida la tarde anterior.
La inquilina y su marido, un militar herido que habia llegado de permiso la vispera, despues de recibir el alta en el hospital, estuvieron despiertos casi hasta la manana. Hablaban en voz baja para no despertar a la vieja casera y a la hija de ambos, que dormia sobre un baul.
La vieja intentaba conciliar el sueno, pero sin exito.
Le irritaba que la mujer susurrara para hablar con su marido. Le molestaba porque, sin querer, aguzaba el oido y trataba de unir las palabras sueltas que llegaban hasta ella. Si hubieran hablado en voz alta habria escuchado un rato, pero luego se habria dormido. Sintio incluso el deseo de golpear contra la pared y decir: «Pero ?que estais cuchicheando? ?Creeis que lo que estais diciendo es muy interesante?
De vez en cuando la vieja cazaba algunas frases sueltas, luego el susurro se hacia de nuevo incomprensible.
El militar dijo:
– Vengo directamente del hospital, ni siquiera he podido traerte bombones. ?Si hubiera estado en el frente habria sido otra historia!
– Y yo -respondio la mujer- todo lo que tengo para ofrecerte son patatas fritas en aceite.
El murmullo se volvio de nuevo indescifrable, no lograba entender nada y al final, le parecio oir llorar a la mujer.
Luego la vieja oyo que ella decia: -Es mi amor lo que te ha salvado. «Rompecorazones», penso la vieja. La vieja se adormecio unos minutos, y debio de haberse puesto a roncar, porque las voces se habian vuelto mas fuertes.
Se desperto, se puso a escuchar y entendio: -Pivovarov me escribio al hospital. Hace poco que me nombraron teniente coronel y enseguida quieren ascenderme a coronel. Ha sido el propio comandante general del ejercito el que me ha propuesto. De hecho fue el quien me puso al mando de una division. Y me han dado la Orden de Lenin. ?Y todo por aquel dia en que quede enterrado bajo tierra! Cuando perdi todo contacto con los batallones y lo unico que hice fue ponerme a cantar, como un loro. Me siento como un impostor. No te imaginas lo avergonzado que estoy.
Luego, al darse cuenta de que la vieja ya no roncaba, volvieron a hablar en voz baja.
La vieja vivia sola. Su marido habia muerto antes de la guerra y su unica hija se habia ido de casa para trabajar en Sverdlovsk. La vieja no tenia parientes en el frente y no lograba comprender por que la llegada del militar la habia trastornado tanto.
No le gustaba su inquilina: le parecia frivola e incapaz de valerse por si misma. Se levantaba tarde y no cuidaba de su hija, que andaba con la ropa rota y comia de cualquier manera. Se pasaba la mayor parte del tiempo sentada a la mesa sin decir nada, mirando por la ventana. A veces, cuando le daba el arrebato, se ponia a trabajar y entonces resultaba que sabia hacerlo todo: cosia, lavaba el suelo, cocinaba una sopa excelente; sabia incluso como ordenar una vaca, aunque era de ciudad. Era evidente que algo no funcionaba en su vida. En cuanto a la nina, era un bicho raro. Le gustaba jugar con escarabajos, saltamontes, cucarachas, pero de una manera extrana, no como los otros ninos: besaba a los escarabajos, les contaba historias, luego los soltaba y despues se echaba a llorar, les llamaba por su nombre, les suplicaba que volvieran. Aquel otono la vieja le habia traido un erizo que habia encontrado en el bosque, y la nina le seguia a todas partes. Donde estaba el, estaba ella. Cuando el erizo grunia, ella se sentia pictorica de alegria. Si el erizo se metia debajo de la comoda, la nina se sentaba en el suelo, al lado de la comoda, lo esperaba, y le decia a su madre: «Silencio, esta durmiendo». Y cuando el erizo volvio al bosque, la nina estuvo dos dias sin probar bocado.
La vieja vivia con el temor constante de que su inquilina se fuera a colgar; en tal caso, ?que haria con la nina? No queria, a su edad, nuevas preocupaciones.
«No le debo nada a nadie», pensaba. No se liberaba de la angustia de que, una manana al levantarse, se encontraria a la mujer ahorcada. ?Que haria con la nina?
Estaba convencida de que el marido de su inquilina la habia abandonado, que habia conocido a otra mujer mas joven en el frente, y ese seria el motivo de que estuviera tan triste. Recibia muy pocas cartas de el, y cuando llegaban no se alegraba demasiado. Era imposible sacarle una palabra, siempre estaba callada. Incluso las vecinas habian notado que la vieja tenia una extrana inquilina.
La vieja habia sufrido muchas penas con su marido. Era un borracho, un hombre escandaloso. En lugar de pegarle de la manera que hacian todos, echaba mano del atizador o un baston para zurrarla. Golpeaba tambien a la hija. Cuando estaba sobrio tampoco era un derroche de alegria: era avaro, siempre la tomaba con ella, metia la cuchara, como una abuela, en la cacerola, quejandose de esto y aquello. Siempre le estaba dando lecciones: no sabia cocinar, no sabia hacer la compra» no era asi como se ordenaba, no era asi como se hacia la cama. Y cada dos palabras soltaba un taco. Ella se habia acostumbrado, y ahora no le iba a la zaga en improperios a su marido. Incluso insultaba a su vaca preterida. Cuando murio su marido no derramo ni una sola lagrima. No habia dejado de importunarla ni siquiera de viejo, cuando estaba borracho no habia nada que hacer. Al menos habria podido intentar comportarse mejor en presencia de su hija. Solo pensarlo se ruborizaba. ?Y hay que ver como roncaba! Sobre todo cuando estaba borracho. Y su vaca, ese animal terco, siempre queria escaparse del rebano… ?Como una mujer vieja como ella iba a poder seguirle el ritmo?
La vieja oia los susurros detras del tabique, y recordaba la mala vida que le habia dado su marido. Sentia rencor a la par que compasion hacia el. Habia trabajado duro y ganado poco. Sin la vaca nunca habrian sobrevivido. Y murio por el polvo que habia tragado en la mina. Pero ella no habia muerto, vivia. Una vez le habia traido un collar de Ekaterinburgo, y ella se lo habia dado a su hija…
Por la manana temprano, cuando la nina todavia no se habia despertado, la pareja fue al pueblo. Con la cartilla de racionamiento militar podrian obtener pan blanco.
Iban cogidos de la mano, caminaban en silencio. Tenian que recorrer un kilometro y medio a traves del bosque, descender hasta el lago y bordear la orilla.
La nieve no se habia derretido y habia adquirido una tonalidad azulada. Entre sus cristales grandes y asperos nacia y se derramaba el azul del agua del lago. En la ladera soleada de la colina la nieve se habia empezado a derretir, el agua gorjeaba por la zanja que bordeaba el camino. El brillo de la nieve, del agua, de los charcos, todavia atrapados en el hielo, cegaba la vista. La luz era tan intensa que tenian que abrirse paso a traves de ella, como a traves de la maleza. Les incomodaba, les molestaba, y cuando rompian la capa de hielo al caminar sobre los charcos, les parecia que era la luz la que crujia bajo sus pies, la que se quebraba en esquirlas de rayos agudos y punzantes. La luz se derramaba por la zanja y alli donde los cantos rodados bloqueaban la zanja, la luz se henchia, espumeaba, tintineaba y murmuraba. El sol de primavera parecia mas cercano a la tierra que nunca. El aire era fresco y calido al mismo tiempo.
Al oficial le parecio como si la luz y el cielo azul lavaran, aclararan su garganta abrasada por el hielo y el vodka, ennegrecida por el tabaco, por el gas producido por la combustion de la polvora, el polvo y los insultos. Penetraron en el bosque, bajo la sombra de los pinos jovenes. Alli el manto de nieve todavia permanecia intacto. En los pinos, en las guirnaldas verdes de las ramas, las ardillas estaban atareadas, y a sus pies la costra helada de la nieve estaba sembrada de infinidad de pinas roidas y de una fina carcoma de madera.
El silencio que reinaba en el bosque obedecia a que la luz, detenida por el abundante follaje de las coniferas, no hacia ruido, no tintineaba.
Caminaban como antes en silencio, estaban juntos; por ese motivo todo alrededor era hermoso y habia llegado la primavera.
Sin intercambiar una palabra se detuvieron. Sobre la rama de un abeto se habian posado dos grandes pinzones reales. Sus pechos rojos parecian flores abiertas sobre una nieve encantada. Extrano, sorprendente era el silencio en aquella hora.
Contema el recuerdo de la frondosidad del ano pasado, del repiqueteo de las lluvias, de los nidos construidos y despues abandonados, de la infancia, del triste trabajo de las hormigas, de la traicion de los zorros y los halcones, de la guerra de todos contra todos, del bien y del mal nacidos en un solo corazon y muertos con ese corazon, de las