la chaqueta.
– Hoy ha bebido usted a conciencia, Stepochka -observo Aleksandra Vladimirovna-. ?A que se debe tanta alegria? El aparto el plato.
– Venga, come -dijo Vera.
– Asi es como esta el asunto, queridos mios -dijo en voz baja Stepan Fiodorovich-. Tengo una noticia. Mi caso se ha cerrado. He recibido una severa admonicion del Partido y la orden por parte del Comisariado del Pueblo de transferirme a la provincia de Sverdlovsk, a una pequena central electrica que funciona a base de turba, de tipo rural. En una palabra, soy un hombre venido a menos. Me pagaran dos mensualidades por anticipado y me procuraran alojamiento. Manana comenzare con los tramites. Recibiremos cartillas para el viaje.
Aleksandra Vladimirovna y Vera intercambiaron una mirada, y luego Aleksandra Vladimirovna dijo:
– Es un motivo de peso para beber; nada que objetar.
– Y usted, mama, en los Urales tendra una habitacion solo para usted, la mejor -dijo Stepan Fiodorovich.
– Pero si lo mas probable es que no le den mas que una habitacion -exclamo Aleksandra Vladimirovna.
– Da lo mismo, mama, sera suya.
Era la primera vez en su vida que Stepan Fiodorovich la llamaba «mama». Y debia de ser por la borrachera, pero le habian asomado lagrimas a los ojos.
Entro Natalia y Stepan Fiodorovich, para cambiar de conversacion, pregunto:
– Y entonces, ?que cuenta nuestro viejo a proposito de las fabricas?
– Pavel Andreyevich le ha estado esperando -respondio Natasha-, pero ahora ya esta dormido.
Se sento a la mesa, aguantandose las mejillas con los punos, y dijo:
– Pavel Andreyevich afirma que los obreros en las fabricas se ven obligados a cocinar semillas; es el alimento principal.
Y de repente pregunto:
– Stepan Fiodorovich, ?es verdad que se va?
– ?Ah, vaya! Yo tambien lo he oido decir -respondio el, en un tono alegre.
– Los obreros estan muy apenados -anadio ella.
– No hay nada de lo que apenarse. El nuevo jefe, Tishka Batrov, es un buen hombre. Estudiamos juntos en el instituto.
– ?Quien os zurcira tan artisticamente los calcetines? -intervino Aleksandra Vladimirovna-. Vera no sabe.
– Efectivamente, ese es un problema serio -reconocio Stepan Fiodorovich.
– Es preciso que te lleves a Natasha -propuso Aleksandra Vladimirovna.
– ?Claro! -dijo Natasha-. ?Yo iria!
Se echaron a reir, pero el silencio que siguio a esa broma fue vergonzoso, tenso.
61
Aleksandra Vladimirovna decidio ir a Kuibishev con Stepan Fiodorovich y Vera: tenia la intencion de instalarse durante algun tiempo en casa de Yevguenia Nikolayevna, El dia antes de su partida, Aleksandra Vladimirovna pidio al nuevo director un coche para dar una vuelta por la ciudad y ver las ruinas de su casa. Durante el trayecto preguntaba al conductor:
– ?Que es eso de alli? ?Que habia antes?
– ?Antes de que? -preguntaba el conductor, irritado. En las ruinas de la ciudad quedaban al descubierto, como por estratos, tres tipos de vida: la preguerra, el periodo de la batalla y el tiempo actual, en que la vida buscaba retomar su rumbo pacifico. La casa que una vez habia albergado una tintoreria y un pequeno taller de arreglos de ropa tenia las ventanas tapiadas con ladrillos, y durante los combates, a traves de las aspilleras practicadas en las paredes, habian hecho fuego las ametralladoras de una division de granaderos alemana. Ahora, a traves de las mismas aspilleras, se distribuia el pan a las mujeres que hacian cola.
Entre las ruinas habian aflorado los bunkeres y los refugios subterraneos donde se habian alojado soldados, Estados Mayores, radiotransmisores. Alli se habian redactado informes y recargado metralletas; y se habian utilizado como almacen de cintas de ametralladora. Y ahora de las chimeneas emanaba un humo pacifico, al lado de los refugios se secaba la ropa blanca y los ninos jugaban.
De la guerra habia surgido la paz, una paz pobre, miserable, casi tan ardua como la guerra.
Los prisioneros trabajaban limpiando las montanas de escombros de las calles principales. La gente hacia cola con bidones en las manos ante las riendas de comestibles instaladas en los sotanos. Los prisioneros rumanos buscaban con indolencia entre las ruinas y desenterraban cadaveres. No veia a militares, solo de vez en cuando asomaba algun marinero, y el conductor le explico que la flotilla del Volga se habia quedado en Stalingrado para limpiar el terreno de minas. En muchos lugares se apilaban tablas nuevas, troncos, sacos de cemento. Habia comenzado la entrega de material para la reconstruccion. En algunas partes, entre las ruinas, se habian asfaltado de nuevo las calzadas.
Una mujer que empujaba un carreton cargado con fardos caminaba a lo largo de una plaza vacia y dos ninos la ayudaban tirando de las cuerdas atadas a los varales.
Todos querian volver a casa, a Stalingrado, mientras que Alcksandra Vlndimirovna habia llegado y volvia a marcharse.
La mujer pregunto al conductor:
– ?Lamenta que Spiridonov se vaya de la central electrica?
– ?A mi que mas me da? Spiridonov me hacia correr de un lado para otro, el nuevo hara lo mismo. Tanto monta. Me firma la hoja de ruta y me pongo en camino.
– Y eso de ahi, ?que es? -pregunto ella, indicando una amplia pared ennegrecida por las llamas, donde se abrian los ojos desencajados de las ventanas.
– Oficinas varias. Lo mejor seria que fuera para la gente.
– Y antes, ?que habia?
– Antes aqui estaba instalado Paulus. Aqui es donde le cogieron.
– ?Y antes de eso?
– ?No lo reconoce? Los grandes almacenes.
Parecia que la guerra hubiera hecho retroceder a la antigua Stalingrado. Era facil imaginarse como los oficiales alemanes salian del sotano, como el mariscal de campo caminaba a lo largo de esa pared llena de hollin mientras los centinelas se cuadraban a su paso. ?Es posible que fuera alli donde habia comprado tela para un abrigo, el reloj que le habia regalado a Marusia por su cumpleanos, que hubiera ido alli con Seriozha para comprarle unos patines en la seccion de deportes de la segunda planta?
Aquellos que van a visitar el Malajov Kurgan, Verdun, el campo de batalla de Borodino deben de encontrar extrano ver a los ninos, a las mujeres haciendo la colada, un carro cargado de heno, un viejo campesino con el rastrillo en la mano… Ahi donde ahora crece la vina marchaban columnas de poilus [121], avanzaban los camiones cubiertos de toldos; ahi donde ahora esta la isba, el rebano famelico del koljos, los manzanos, marchaba la caballeria de Murat, y desde ahi, Kuruzov, sentado en un sillon, con un gesto de tu mano senil, mandaba al contraataque a la infanteria rusa. Sobre el cerro, donde las gallinas y las cabras polvorientas buscan briznas de hierba entre las piedras, estaba Najimov, y desde ahi se lanzaban las bombas luminosas descritas por Tolstoi, ahi gritaban los heridos, silbaban las balas inglesas.
Aleksandra Vladimirovna, de la misma manera, encontraba insolito esas mujeres haciendo cola, esas chozas, esos hombres descargando tablas, las camisas secandose en los cordeles, las sabanas remendadas, las medias que se enroscaban como serpientes, los anuncios fijados en las paredes muertas…
Percibia hasta que punto la vida de hoy era insipida para Stepan Fiodorovich, que contaba las discusiones que estallaban en el raikom a proposito de la distribucion de la fuerza de trabajo, de las tablas, del cemento; comprendia por que le aburrian los articulos del Pravda de Stalingrado sobre la clasificacion de los escombros, la limpieza de las calles, la construccion de banos publicos, de cantinas obreras. El se animaba cuando le hablaba de los bombardeos, de los incendios, de las visitas del comandante Shumilov a la central electrica, de los tanques alemanes que descendian de las colinas y de los artilleros sovieticos que se oponian a los tanques con el fuego de sus canones. En esas calles era donde se habia decidido el destino de la guerra. El desenlace de esa batalla habia