Aquel dia tenia pocas ganas de trabajar.

En el laboratorio, Markov, sin chaqueta y con la camisa arremangada, fue al encuentro de Shtrum y le dijo animadamente.

– Si me lo permite, Viktor Pavlovich, pasare un poco mas tarde a verle. Tengo algo interesante que explicarle, charlaremos un rato.

– A las dos he quedado con Shishakov -respondio Shtrum-. Venga luego. Yo tambien tengo algo que contarle.

– ?A las dos con Aleksei Alekseyevich? -repitio Markov y por un instante se sumio en sus pensamientos-. Creo que se lo que quiere pedirle.

55

Shishakov, al ver a Shtrum, le dijo:

– Iba a llamarle para recordarle nuestra cita.

Shtrum miro el reloj,

– Me parece que no llego tarde.

Aleksei Alekseyevich se erguia ante el, con su gran cabeza plateada, enorme, ataviado con un elegante traje gris. Pero a Shtrum sus ojos ahora no le parecian frios y arrogantes, sino mas bien los ojos de un nino, apasionado lector de Dumas y Mayne Reid.

– Mi querido Viktor Pavlovich, tengo que contarle algo importante -le anuncio con una sonrisa Aleksei Alekseyevich y, cogiendolo del brazo, le condujo hacia un sillon.-. La cuestion es seria, no demasiado agradable.

– Bueno, ya estamos acostumbrados -dijo Shtrum, y con gesto aburrido echo una ojeada en tomo al estudio del oponente academico-. Vayamos al grano…

– Lo que pasa -comenzo Shishakov- es que en el extranjero, sobre todo en Inglaterra, se ha lanzado una campana repugnante. A pesar de que nosotros soportamos casi todo el peso de la guerra a nuestras espaldas, algunos cientificos ingleses, en vez de exigir la apertura de un segundo frente, han orquestado una campana mas bien extrana, fomentando sentimientos hostiles hacia la Union Sovietica.

Miro a Shtrum a los ojos. Viktor Pavlovich conocia aquella mirada franca, honesta, propia de las personas que estan a punto de cometer una bajeza.

– Claro, claro -dijo Shtrum-. Pero, exactamente, ?en que consiste esa campana?

– Una campana de difamaciones -insistio Shishakov-. Han publicado una lista de cientificos y escritores sovieticos que supuestamente habrian sido fusilados; se habla de un numero increible de individuos condenados por motivos politicos. Con un fervor incomprensible, incluso diria que sospechoso, tratan de refutar los crimenes del doctor Pletniov y Levin, los asesinos de Maksim Gorki, delitos corroborados en la instruccion del caso y por el tribunal. Todo esto ha sido publicado en un periodico proximo a los circulos gubernamentales.

– Claro, claro, claro -repitio tres veces Shtrum-. ?Y que mas?

– En esencia, esto es todo mas o menos. Tambien hablan del genetista Chetverikov; han creado un comite para su defensa.

– Pero mi querido Aleksei Alekseyevich, Chetverikov ha sido arrestado.

Shishakov se encogio de hombros.

– Como usted bien sabe, Viktor Pavlovich, no estoy al corriente del trabajo de los organos de seguridad. Pero si, en efecto, le han arrestado, sera porque ha cometido algun delito. Usted y yo no hemos sido arrestados, ?verdad?

En aquel momento entraron Badin y Kovchenko. Shtrum comprendio que Shishakov les estaba esperando, que habia quedado con ellos. Aleksei Alekseyevich ni siquiera se tomo la molestia de poner en antecedentes a los recien llegados sobre el tema del que estaban hablando.

– Por favor, enmaradas, sientense, sientense… -y continuo dirigiendose a Shtrum-: Viktor Pavlovich, estas patranas han llegado hasta America y han sido publicadas en las paginas del New York Times, suscitando naturalmente la indignacion de la intelligentsia sovietica.

– Claro, no es para menos -recalco Kovchenko, observando a Shtrum con una mirada calida y penetrante.

La mirada de sus ojos castanos era tan amistosa que Viktor Pavlovich no expreso en voz alta el pensamiento que le vino a la cabeza: «?Como ha podido indignarse la intelligentsia sovietica si no han visto un ejemplar del New York Times en su vida?».

Shtrum se encogio de hombros y mascullo algo, actitud que podia indicar que estaba mostrando su acuerdo con Shishakov y Kovchenko.

– Naturalmente -retomo el hilo Shishakov-, en nuestro circulo ha surgido el deseo de desmentir toda esa sarta de mentiras, asi que hemos redactado un documento.

«?Hemos redactado? Tu no has redactado nada, lo han escrito por ti», penso Shtrum.

Shishakov continuo:

– El documento esta escrito en forma de carta.

Entonces Badin intervino en voz baja;

– Yo lo he leido. Esta bien escrito y dice todo lo que hay que decir. Ahora solo necesitamos que lo suscriban por un selecto grupo de cientificos eminentes de nuestro pais, personas que gozan de reputacion en Europa y a nivel mundial.

Desde las primeras palabras de Shishakov, Shtrum habia comprendido adonde iria a parar aquella conversacion. Lo unico que no sabia era que le pediria Aleksei Alekseyevich, si una intervencion en el Consejo Cientifico, un articulo o su apoyo en una votacion. Ahora lo habia entendido; querian su firma al pie de la carta.

Sintio nauseas. De nuevo, como antes de la reunion en la que habian pretendido que se arrepintiera publicamente se sintio endeble, percibio su miserable debilidad.

Una vez mas, millones de toneladas de granito estaban a punto de caer sobre sus espaldas…

?El profesor Pletniov!

Shtrum recordo de repente un articulo publicado en Pravda, donde una histerica volcaba acusaciones descabelladas contra el viejo medico. Como siempre, todo lo que se publica parece verdad. A todas luces, la lectura de Gogol, Tolstoi, Chejov y Korolenko habia inculcado en los rusos una veneracion casi religiosa a la letra impresa. Al final, no obstante, Shtrum habia comprendido que los periodicos mentian, que el profesor Pletniov habia sido difamado.

Poco despues de la aparicion del articulo, Pletniov y Levin, un famoso medico del hospital del Kremlin, fueron arrestados. Los dos confesaron haber asesinado a Maksim Gorki.

Los tres hombres miraban a Shtrum. Sus ojos eran amistosos, afables, tranquilizadores. Shtrum era uno de los suyos. Shishakov habia reconocido fraternalmente Ja enorme valia de su trabajo. Kovchenko le miraba con respeto. Los ojos de Badin decian: «Si, todo lo que hacias me parecia extrano. Pero me equivocaba, no comprendia. El Partido me ha hecho ver mi error».

Kovchenko abrio una carpeta roja y tendio a Shtrum una carta mecanografiada.

– Viktor Pavlovich -dijo-, debo decirle una cosa: esta campana angloamericana le hace el juego a los fascistas. Probablemente sea obra de una quinta columna.

Badin, interrumpiendole, dijo:

– ?Por que intenta persuadir a Viktor PavlovicbJlEn el late el corazon de un patriota sovietico ruso, como en todos nosotros.

– Por supuesto -confirmo Shishakov-, asi es.

– ?Y quien lo pone en duda? -subrayo Kovchenko.

– Claro, claro -dijo Shtrum.

Lo mas sorprendente es que esas personas, hasta hace poco llenas de desprecio y de recelo hacia el, ahora le profesaban su amistad y confianza con toda naturalidad. Y Viktor Pavlovich, aunque no se olvidaba de la crueldad con que le habian tratado en el pasado, aceptaba su amistad con la misma naturalidad.

Eran esas muestras de aprecio y confianza las que le paralizaban, las que le quitaban la fuerza. Si le hubieran levantado la voz, dado patadas y golpeado, quiza se habria enfurecido, habria recobrado las fuerzas…

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