Gracias por existir. ?Usted es todo un hombre!
Shtrum no tuvo tiempo de decir nada porque ella salio rapidamente del despacho.
Le entraron ganas de salir corriendo a la calle y gritar con tal de no sentir aquel tormento, aquella verguenza. Pero aquello era solo el principio.
A ultima hora de la tarde, sono el telefono.
– ?Me reconoce?
Dios mio, si la habia reconocido… Habia reconocido aquella voz no solo con el oido, sino tambien con los dedos gelidos que apretaban el auricular. Maria Ivanovaa llegaba de nuevo en un momento dificil de su vida.
– Llamo desde una cabina, se oye muy mal -dijo Masha-. Piotr Lavrentievich se encuentra mejor y ahora tengo mas tiempo. Venga, si puede, manana a las ocho al jardin. -Y de repente susurro-: Amor mio, querido mio, mi luz. Tengo miedo. Han venido a vernos a proposito de una carta. Ya sabe a cual me refiero. Estoy convencida de que ha sido usted, con su fuerza, el que ha ayudado a Piotr Lavrentievich a mantenerse firme. Ha ido todo bien. Pero enseguida me he imaginado cuanto dano le puede ocasionar esta historia. Es usted tan poco habil: donde uno solo se magulla, usted se hace una herida con sangre.
Viktor Pavlovich colgo el telefono, se tapo la cara con las manos.
Ahora comprendia el horror de su situacion: hoy no serian sus enemigos los que le castigarian. Le castigarian sus amigos, las personas queridas, por la confianza que habian depositado en el.
De regreso a casa, inmediatamente, sin siquiera quitarse el abrigo, telefoneo a Chepizhin; Liudmila Nikolayevna estaba de pie frente a el mientras marcaba el numero. Estaba seguro, convencido de que tambien su amigo y maestro, aunque le queria, le infligiria una herida atroz. Tenia prisa, no le habia dicho todavia a Liudmila que habia firmado la carta. Dios mio, ?que rapido se le estaba encaneciendo el pelo a Liudmila! ?Bravo, muy bien, golpeemos a las cabezas canas!
– Buenas noticias, acaban de dar el boletin por la radio -dijo Chepizhin-. En cuanto a mi, ninguna novedad. Ah, si: ayer discuti con algunos respetables senores. ?Ha oido usted hablar de una carta?
Shtrum se humedecio los labios secos. -Si, algo he oido.
– Claro, claro, comprendo. No son cosas para tratar por telefono. Hablaremos cuando vuelva usted de su viaje -dijo Chepizhin.
Pero aquello todavia no era nada. Nacha debia de estar al caer. Dios, Dios, que habia hecho…
56
Aquella noche Shtrum no logro dormir. Le dolia el corazon. ?De donde le venia aquella terrible angustia? ?Que opresion, que opresion! ?Si, si, un vencedor!
Cuando tenia miedo de la secretaria del administrador de la casa era mas fuerte y libre que ahora. Hoy no se atreveria siquiera a discutir, a expresar una duda. Ahora tenia mas poder, pero habia perdido su libertad interior. ?Como podria mirar a Chepizhin a los ojos? Quien sabe, tal vez lo haria con la misma tranquilidad que los que le habian saludado afables, alegras a su regreso al instituto.
Todo lo que recordaba aquella noche le heria, le atormentaba. No encontraba paz. Sus sonrisas, sus gestos, sus actos le resultaban extranos y hostiles. Aquella noche, en los ojos de Nadia habia leido una expresion de lastima y disgusto.
Solo Liudmila, que siempre le irritaba, que le contradecia, le habia dicho de pronto tras escuchar su relato:
– Vitenka, no te atormentes. Para mi eres el mas inteligente, el mas honesto. Si has actuado asi, quiere decir que era necesario.
?De donde salia ese deseo de justificarlo todo? ?Por que se habia vuelto tan indulgente con cosas que hasta hace poco no toleraba? Fuera cual fuese el tema que le sacaran, siempre se mostraba optimista.
Las victorias militares habian coincidido con un giro decisivo en su destino. Veia el poder del ejercito, la grandeza del Estado, la luz del futuro. ?Por que las reflexiones de Madiarov le parecian ahora tan banales?
El dia que le expulsaron del instituto y se nego a arrepentirse, se habia sentido ligero y lleno de luz. ?Que felicidad le proporcionaban, en aquellos dias, sus seres queridos: Liudmila, Nadia, Chepizhin, Zhenia…! ?Y la cita con Maria Ivanovna? ?Que le diria? Siempre habia tenido una actitud tan arrogante hacia la sumision y docilidad de Piotr Lavrentievich. ?Y ahora? Le daba miedo pensar en su madre; habia pecado ante ella. Le sobrecogia la idea de tomar entre sus manos su ultima carta. Con horror, con tristeza, comprendia que era incapaz de proteger su propia alma. En el crecia una fuerza que le habia transformado en un esclavo.
?Que bajo habia caido! El, un hombre, habia tirado una piedra contra otros hombres, miseros, ensangrentados, reducidos a la impotencia.
Y debido a aquel dolor que le oprimia el corazon, a aquel tormento intimo, la frente se le perlo de sudor.
?De donde le venia aquella presuncion interior, quien le daba el derecho a jactarse de su pureza y su valor, de erigirse como juez implacable de los hombres que no perdonaba sus debilidades? La verdad de los fuertes no esta en la arrogancia.
Todos eran debiles, tanto justos como pecadores. La unica diferencia era que un hombre miserable, cuando realizaba una buena accion, se vanagloriaba de ella toda la vida, mientras que un hombre justo no reparaba en sus buenas acciones, pero recordaba durante anos un pecado cometido.
Se sentia orgulloso de su propio coraje, de su rectitud; se borlaba de aquellos que daban muestras de debilidad y cobardia. Pero ahora el, un hombre, tambien habia traicionado a otros hombres. Se despreciaba, sentia verguenza de si mismo. La casa en la que vivia, su luz, el calor que la calentaba, todo habia quedado reducido a astillas, a arena seca y movediza.
La amistad con Chepizhin, el amor por su hija, el afecto por su mujer, el amor desesperado por Maria ivanovna, los pecados y las alegrias de su vida, su trabajo, su querida ciencia, el amor y la pena por su madre, todo aquello habia abandonado su corazon.
?Con que fin habia cometido ese terrible pecado? En el mundo todo era insignificante comparado con lo que habia perdido. Nada valia tanto como la verdad, la pureza de un pequeno hombre, ni siquiera el imperio que se extendia del oceano Pacifico al mar Negro, ni tampoco la ciencia.
Vio con claridad que no era demasiado tarde, que todavia tenia fuerzas para levantar la cabeza, para continuar siendo el hijo de su madre.
No buscaria consuelo ni justificacion.
Aquel acto torpe, vil, bajo le serviria de eterno reproche: se acordaria de el noche y dia.
?No, no, no! No se debia aspirar a la proeza para despues enorgullecerse y jactarse.
Cada dia, cada hora, ano tras ano, es necesario librar una lucha por el derecho a ser un hombre, ser bueno y puro. Y en esa lucha no debe haber lugar para el orgullo ni la soberbia, solo pata la humildad. Y si en un momento terrible llega la hora desesperada, no se debe temer a la muerte, no se debe temer si se quiere seguir siendo un hombre.
«Bueno, ya veremos-dijo-. Tal vez tendre la fuerza. Tu fuerza, mama.»
57
Veladas en el caserio de la Lubianka…
Despues de los interrogatorios, Krimov permanecia tumbado en el catre; gemia, pensaba, hablaba con Katsenelenbogen.
Ahora no le parecian tan increibles las delirantes confesiones de Bujarin, Ricov, Kamenev y Zinoviev, el proceso de los trotskistas, de la oposicion de izquierda y derecha, el destino de Bubnov, de Muralov y Shliapnikov. Desollado el cuerpo vivo de la Revolucion, los nuevos tiempos se engalanaban con su piel, mientras que la carne viva, ensangrentada, las entranas humeantes de la revolucion proletaria iban directamente a la basura: la nueva epoca no los necesitaba. Se necesitaba la piel de la Revolucion, se desollaba a los hombres todavia vivos. Los que se cubrian con la piel de la Revolucion hablaban su mismo lenguaje, repetian sus gestos, pero tenian otro cerebro, otros pulmones, otro higado, otros ojos.