Zubarev se giro hacia el companero que el dia antes recitaba poesia.

– ?Y tu que piensas?

El viejo operador de mortero dijo con acritud:

– No dice nada, por tanto no tiene ganas de hablar. -Y con el tono de un padre que amonesta a su hijo porque escucha la conversacion de los adultos, anadio-: Seria mejor que fueras a dormir al sotano mientras la situacion lo permita.

– Alli esta ahora Antsiferov enfrascado en abrir un paso con trilita -dijo Batrakov.

En aquel momento Grekov estaba dictando un informe a Katia. Comunicaba al Estado Mayor del ejercito que, a juzgar por los indicios, los alemanes estaban preparando un ataque y que con toda probabilidad lo lanzarian contra la fabrica de tractores. Pero paso por alto un detalle: que la casa donde el se encontraba con sus hombres parecia ser el mismo eje de la ofensiva. Mientras observaba el cuello de la chica, sus labios y sus pestanas medio bajadas imaginaba, y lo imaginaba muy vivamente, aquel fragil cuello roto, con una vertebra asomandole de la piel nacarada desgarrada, y aquellas pestanas sobre unos ojos de pescado vidriosos, y sus labios muertos como hechos de caucho gris y polvoriento.

Y tenia ganas de abrazarla, de sentir su calor, su vida, antes de que fuera demasiado tarde, antes de que los dos desaparecieran, mientras aquella belleza habitara su cuerpo femenino, pletorico de juventud.

Le parecia que deseaba abrazarla solo por compasion, pero ?acaso la compasion hace zumbar los oidos y pulsar la sangre en las sienes?

El Estado Mayor no respondio de inmediato.

Grekov se estiro hasta sentir crujir dulcemente los huesos, emitio un jadeante respiro mientras pensaba: «Esta bien, esta bien, queda toda la noche por delante», y pregunto con dulzura:

– ?Como esta el gatito que trajo Klimov? ?Esta mejor? ?Ha recobrado fuerzas?

– ?Y como iba a coger fuerzas? -respondio la radiotelegrafista.

Cuando Katia se acordaba de la mujer y el nino gitanos en la hoguera, le empezaban a temblar los dedos y miraba a Grekov con el rabillo del ojo para ver si se habia dado cuenta.

Ayer mismo le habia parecido que nadie le hablaria en la casa 6/1, pero hoy, mientras comia las gachas, habia pasado por su lado el chico barbudo con un subfusil en la mano y le habia gritado como a una vieja amiga:

– Katia, ?un poco mas de energia! -Y, con un golpe preciso, le mostro como debia hundir la cuchara en la escudilla.

Volvio a ver al chico que el dia antes leia poesia mientras el mismo trasladaba unos obuses con una lona impermeable. Mas tarde se giro y lo vio de pie frente a un perol lleno de agua; habia sentido como posaba su mirada sobre ella y justo por eso se habia girado, pero el habia desviado la mirada a tiempo.

Ahora Vera ya imaginaba quien le ensenaria manana sus cartas y fotografias, quien daria suspiros y la miraria en silencio, quien le traeria regalitos -una cantimplora medio llena de agua, algunos mendrugos de pan blanco-, quien le confesaria que ya no creia en el amor de las mujeres y que no se volveria a enamorar. Por lo que respecta al soldado de infanteria barbudo, seguro que intentaba ponerle las manos encima.

Al fin el Estado Mayor respondio, y Katia comenzo a transmitir la respuesta a Grekov: «Le ordeno que de un informe detallado cada dia a las doce horas en punto…».

De pronto Grekov le dio un golpe en la mano haciendole retirar la palma del conmutador. Ella grito asustada.

Grekov sonrio y dijo:

– Un fragmento de obus ha dejado fuera de servicio el radiotransmisor, restableceremos el contacto cuando convenga a Grekov.

La chica lo miro, confusa.

– Perdoname, Katiusha -dijo Grekov y le cogio la mano.

60

Al despuntar el alba, el regimiento de Beriozkin comunico al puesto de mando de la division que los hombres de la casa 6/1 habian abierto un paso subterraneo que la conectaba con un tunel de hormigon de la fabrica de tractores, y de hecho algunos soldados ya se encontraban en el taller de la fabrica. El oficial de guardia de la division transmitio la informacion al Estado Mayor del ejercito, que a su vez informo al general Krilov, y Krilov ordeno que le trajeran a uno de esos hombres de la fabrica para interrogarlo. El oficial de enlace condujo al cuartel general del ejercito al joven que habia escogido el oficial de servicio del puesto de mando. Avanzaron por un desfiladero que llevaba a la orilla, y durante el trayecto el chico le daba vueltas a la cabeza, hacia preguntas, se mostraba inquieto.

– Tengo que volver a la casa. Tenia instrucciones de efectuar un reconocimiento del tunel para ver como podemos evacuar a los heridos.

– No te preocupes por eso -respondio el oficial-. Vas a ver a un comandante superior al tuyo; haras lo que el te ordene.

De camino, el chico conto al oficial que llevaban mas de dos semanas en la casa 6/1 y que durante ese tiempo se habian alimentado de las patatas que habian encontrado en el sotano y bebido el agua del circuito de calefaccion central, y hasta tal punto se las habian hecho pasar moradas a los alemanes, que estos les habian enviado a un negociador ofreciendoles dejarles salir del cerco hasta la fabrica, pero que obviamente el comandante -el chico lo llamaba el «gerente de la casa»- habia respondido con la orden de abrir fuego. Cuando alcanzaron el Volga, el chico se tumbo y empezo a beber agua y, una vez que se hubo saciado, sacudio cuidadosamente con la palma de la mano las gotas de agua que se le habian quedado adheridas a la chaqueta y las lamio como hace un hambriento con unas migajas de pan. Le conto que el agua del circuito de la calefaccion central estaba podrida y que durante los primeros dias todos habian padecido trastornos intestinales, pero que luego el gerente habia ordenado que se hirviera el agua y los sintomas desaparecieron. Luego caminaron en silencio. El chico prestaba atencion a los bombarderos nocturnos, miraba el cielo coloreado por las bengalas rojas y verdes, surcado por las trayectorias de las balas trazadoras y los proyectiles. Vio las llamas moribundas de los incendios de la ciudad que todavia no se habian extinguido, los blancos fogonazos de los canones, las explosiones azules de las bombas contra el Volga y continuo aminorando el paso hasta que el oficial le grito:

– ?Vamos, un poco mas de brio!

Caminaban entre las rocas de la orilla; los proyectiles silbaban por encima de sus cabezas, los centinelas los llamaban. Luego subieron por un sendero a lo largo de la ladera, entre los refugios encajados en la montana de arcilla, ahora subian los escalones de tierra, ahora golpeaban con los tacones contra las tablas de madera. Por fin llegaron a un pasaje cubierto de alambre de espino: el cuartel general del 62° Ejercito. El oficial de enlace se ajusto el cinturon y entro por una trinchera de comunicacion que conducia a los refugios del Consejo Militar, que se distinguian por el grosor de sus troncos.

El centinela fue a buscar al ayudante de campo y por un instante brillo suavemente, a traves de la puerta entreabierta, la luz de la lampara electrica de mesa cubierta por una pantalla.

El ayudante de campo los ilumino con una linterna, pregunto el nombre del chico y les ordeno que aguardaran.

– Pero ?como regresare a la casa? -pregunto el muchacho.

– No te preocupes, todos los caminos conducen a Kiev -respondio el ayudante de campo.

Luego anadio con severidad:

– Entra. Si te mata un disparo de mortero sere yo quien tenga que responder ante el general.

El chico se sento en la tierra calida y oscura de la entrada, se inclino contra la pared y se quedo dormido.

Una mano lo sacudio violentamente y en la confusion del sueno, donde se mezclaban los gritos atroces de los ultimos dias de combate y el susurro apacible de su propia casa -una casa que ya no existia-, irrumpio una voz enojada:

– Shaposhnikov, el general le espera. Dese prisa…

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