61
Seriozha Shaposhnikov paso dos dias enteros en el bunker de la seccion de defensa del Estado Mayor. La vida en aquel cuartel general le atormentaba. Parecia que aquella gente se entretuviera, de la manana a la noche, en no hacer nada. Le vino a la cabeza un dia en que, en compania de su abuela, habia esperado durante ocho horas un tren que partia de Rostov en direccion a Sochi, y penso que la espera de ahora se parecia a la de entonces, cuando aguardaba en una estacion antes de la guerra. Luego sonrio ante lo absurdo de comparar la casa 6/1 con un balneario de Sochi. Pidio al comandante del Estado Mayor que le dejara marcharse, pero este prorrogo su estancia, puesto que no habia recibido instrucciones explicitas por parte del general. Este, despues de haber llamado a Shaposhnikov, le habia hecho un par de preguntas; luego el interrogatorio se habia interrumpido por una llamada telefonica. El comandante del Estado Mayor habia decidido no liberar al chico por el momento: tal vez el general se acordara de el.
Al entrar en el bunker, el comandante interceptaba la mirada de Shaposhnikov y le decia:
– No te preocupes. No me he olvidado.
A veces los ojos suplicantes del soldado le irritaban y entonces decia:
– ?Que es lo que no te gusta de aqui, eh? Te damos de comer de primera y ademas estas caliente. Tendras tiempo mas que suficiente para que te maten.
Cuando el dia esta lleno de estruendo y el soldado vive inmerso hasta las orejas en el caldero de la guerra no esta en condiciones de comprender ni de ver su propia vida; debe distanciarse aunque sea solo unos pasos. Y entonces, como si se encontrara en la orilla, capta con la mirada el rio en toda su inmensidad. ?Era realmente el quien, solo un momento antes, nadaba en medio de aquellas aguas embravecidas?
A Seriozha le parecia apacible la vida en su regimiento de milicianos acantonado en la estepa: las guardias nocturnas, el resplandor lejano en el cielo, las conversaciones de los soldados…
Solo tres de esos milicianos voluntarios se habian encontrado en el sector de la fabrica de tractores. Poliakov, a quien no le gustaba Chentsov, decia: «De todo el ejercito de voluntarios solo han quedado un viejo, un joven y un estupido».
La vida en la casa 6/1 habia ofuscado todo lo que habia existido antes. Aunque esta vida era inverosimil, era la unica real y todo lo que habia ocurrido con anterioridad se habia vuelto irreal.
Solo a veces, por la noche, emergia en su memoria la cabeza gris de Aleksandra Vladimirovna, los ojos juguetones de tia Zhenia, y el corazon le oprimia, inundado por el amor.
Durante los primeros dias que habia pasado en la casa 6/1 pensaba que la irrupcion de Grekov, Kolomeitsev, Antsiferov en su vida familiar habria resultado extrana, horrible… Pero ahora a veces se imaginaba que su tia, su prima, el tio Viktor Pavlovich estarian completamente fuera de lugar en su vida actual.
Ay, si su abuela hubiera escuchado como blasfemaba ahora Seriozha…
?Grekov!
No tenia del todo claro si en la casa 6/1 se habian reunido personas sorprendentes, especiales, o bien si la gente corriente al caer alli, se volvia extraordinaria…
El voluntario Kriakin aqui no habria mandado ni un dia. Y Chentsov, aunque no fuese querido, seguia alli… Pero ya no era el mismo que en los tiempos de voluntario: le habia salido la vena administrativa.
?Grekov! Que extraordinaria conjuncion de fuerza, audacia, autoridad y sentido practico para la vida cotidiana. Recordaba cual era el precio de los zapatos de nino antes de la guerra y el salario de un mecanico o una mujer de la limpieza, la cantidad de trigo y la suma de dinero por una jornada de trabajo en el koljos donde trabajaba su tio.
O bien se ponia a hablar de que habia ocurrido en el ejercito antes de la guerra, de las purgas, de los examenes constantes, de los favoritismos en la distribucion de los apartamentos; hablaba de algunas personas que durante 1937 habian ascendido a generales porque habian escrito decenas de denuncias y declaraciones que desenmascaraban a falsos enemigos del pueblo.
A veces parecia que su fuerza residia en una valentia animal, en la alegre desesperacion con la que, dando un salto a traves del boquete en la pared, gritaba:
– ?No pasareis, hijos de puta! -y lanzaba granadas de mano contra los alemanes, que ponian pies en polvorosa.
Otras veces parecia que su fuerza consistia en las relaciones amistosas que mantenia con los otros integrantes de la casa.
Su vida, antes de la guerra, no era nada del otro mundo: habia sido capataz de mina, despues se convirtio en tecnico de construccion, luego en capataz de infanteria de una unidad militar acantonada en los alrededores de Minsk; daba clases en el cuartel y en el campo de maniobras; seguia cursos de reciclaje en Minsk; por la noche leia, bebia vodka, iba al cine, jugaba a las cartas con los amigos, discutia con su mujer que con sobrada razon estaba celosa de infinidad de damas y senoritas de la region. Todo esto lo habia contado el mismo. Y de pronto, en la imaginacion de Seriozha, y no solo de Seriozha, se habia forjado la imagen de un heroe epico, de un defensor de la justicia.
Nuevas personas habian entrado en la vida de Seriozha, que habian suplantado en su corazon el lugar que antes ocupaban los suyos.
El artillero Kolomeitsev era de oficio marinero y habia navegado en buques de guerra; tres veces se habia ido a pique en el mar Baltico.
A Seriozha le gustaba de Kolomeitsev que a menudo hablaba con desprecio de la gente de la que no se solia hablar mal y que manifestara un insolito respeto hacia los cientificos y los escritores. Todos los superiores, fuera cual fuese la dignidad o el rango que ostentaran, a su parecer no eran nada en comparacion con el calvo Lobachevski o el viejo Romain Rolland.
De vez en cuando Kolomeitsev hablaba de literatura. Sus palabras no se parecian en nada a los discursos de Chentsov sobre literatura edificante o patriotica. Le gustaba en especial un escritor ingles o americano. Aunque Seriozha nunca habia leido a ese autor, y el propio Kolomeitsev habia olvidado su apellido, Seriozha estaba convencido de que escribia bien, tal era el placer, la alegria y las palabras obscenas con que lo elogiaba Kolomeitsev.
– Lo que me gusta de el -decia- es que no me alecciona. Un hombre se abalanza sobre una mujer, punto y aparte; un soldado se emborracha, punto y aparte; a un viejecito se le muere su viejita, punto y aparte: es pura descripcion. Es excitante, ries, lloras, pero sigues sin saber por que la gente vive.
Vasia Klimov, el explorador, habia trabado amistad con Kolomeitsev.
Un dia Klimov y Shaposhnikov se infiltraron en las posiciones enemigas franqueando el terraplen de la via ferrea. Se arrastraron hasta el crater que habia producido una bomba alemana y que daba cobijo a una escuadra de ametralladores y a un oficial de artilleria enemigos. Arrimados al borde del crater, observaron la vida de campana de los alemanes. Un joven ametrallador con la chaqueta desabotonada se habia puesto un panuelo rojo a cuadros por debajo del cuello de la camisa y se estaba afeitando. Seriozha oia como la barba dura y polvorienta crujia bajo la navaja. Otro aleman estaba comiendo algo de una pequena lata de conservas; por un instante, Seriozha miro la expresion de intenso placer en su cara ancha. El oficial estaba dando cuerda a su reloj de pulsera, y Seriozha sintio el impulso de preguntarle en un susurro, para no asustarle: «Perdone, ?que hora es?».
Klimov arranco la anilla de una granada y la lanzo al interior del crater. Aun no se habia asentado el polvo cuando Klimov lanzo una segunda granada para poco despues saltar dentro del crater. Los alemanes yacian muertos; parecia mentira que unos segundos antes estuvieran llenos de vida. Klimov, entre estornudos provocados por el gas de la explosion y el polvo, cogio todo aquello que pudiera servirle: el obturador de una ametralladora pesada, un binoculo, el reloj, que quito con sumo cuidado de la mano todavia caliente del oficial para no mancharse de sangre; y luego saco las cartillas militares de los uniformes despedazados de los ametralladores.
De regreso de la mision, Klimov entrego los trofeos requisados y, mientras explicaba lo que habia sucedido, pidio a Seriozha que le echara un poco de agua en las manos, se sento al lado de Kolomeitsev y dijo:
– Vamos a fumarnos un cigarrillo.
En ese instante llego corriendo Perfiliev, que se definia como «un apacible habitante de Riazan amante de la pesca».
– Eh, Klimov, ?que haces ahi sentado? -grito Perfiliev-. El gerente de la casa te busca, debes volver otra vez a las posiciones alemanas.
– Ahora, ahora voy -respondio Klimov en un tono ligeramente culpable, y comenzo a recoger sus bartulos: un