de estucado, un gatito sucio. El pequeno felino se hallaba en un estado deplorable, pero no pedia nada, no se quejaba, tal vez pensaba que la vida sobre la tierra consistia en eso: estruendo, hambre, fuego.
Klimov no se explicaba por que, de repente, se metio el gatito en el bolsillo.
A Katia le sorprendian las relaciones que habia entre los hombres de la casa 6/1. En lugar de dar su informe en posicion de firmes, como exige el reglamento, Klimov se habia sentado al lado de Grekov y hablaban como dos viejos amigos. Klimov encendio su cigarrillo con el de Grekov.
Cuando acabo su relato, Klimov se acerco a Katia y dijo:
– Asi es, senorita. En este mundo pasan cosas terribles. Al sentir su mirada dura y penetrante, Katia suspiro y se ruborizo.
Saco del bolsillo el gatito y lo puso sobre un ladrillo al lado de Katia.
Aquel dia una decena de hombres se le acercaron para hablarle de temas felinos, sin embargo nadie hablaba del caso de la gitana, a pesar de que todos estaban impresionados. Los que deseaban mantener con ella una conversacion sensible, con el corazon en la mano, adoptaban en cambio un tono burlon, grosero. Los que sencillamente querian pasar la noche con ella se le dirigian ceremoniosamente, con delicadeza almibarada.
El gatito no dejaba de temblar, con todo el cuerpo: evidentemente, estaba conmocionado por la explosion.
El viejo operador de mortero dijo frunciendo el ceno:
– Matalo y asunto resuelto. De el solo sacaras pulgas. El segundo operador de mortero, el voluntario Chentsov, apuesto y con la tez morena, aconsejo a Katia:
– Tire esa porqueria, senorita. Si al menos fuera siberiano…
El lugubre Liajov, un zapador de labios finos y cara de perro, era el unico que se interesaba realmente por el gato, indiferente a los encantos de la radiotelegrafista.
– Una vez, cuando estabamos en las estepas -dijo a Katia-, algo me golpeo de repente. Pense que era una bala perdida, pero era una liebre. Se quedo conmigo hasta la noche y, cuando todo se hubo calmado, se fue.
A continuacion anadio:
– Usted es una senorita, pero al menos comprende: aquello es un 108 milimetros, ese es el sonido de un Vaniusha, aquello es un avion de reconocimiento sobrevolando el Volga. Mientras que la liebre, la estupida, no entendia nada. No podia distinguir un mortero de un obus. Si los alemanes lanzan una bengala, la liebre se sobresalta. Pero ?como haces para explicarselo? Eso es lo que me da pena de esos animales.
Katia, dandose cuenta de que su interlocutor hablaba en serio, le respondio con la misma seriedad:
– No estoy de acuerdo del todo. Los perros, por ejemplo, entienden de aviacion. Cuando estabamos acantonados en un pueblo, habia un perro bastardo que se llamaba Kerzon, y si nuestros IL estaban volando, el se quedaba tumbado, sin levantar la cabeza siquiera. Pero en cuanto oia el ruido de los Junkers, Kerzon buscaba refugio. Nunca se equivocaba.
El aire se estremecio atravesado por un penetrante aullido: un Vaniusha aleman. Se oyo un estruendo metalico, y un humo negro se mezclo con el polvo sangriento de ladrillos y una lluvia estruendosa de cascotes. Un minuto despues, cuando el polvo se poso en el suelo, la radiotelegrafista y Liajov retomaron la conversacion como si fueran otras personas y no ellos los que acababan de caer al suelo. A Katia se le habia contagiado la seguridad que irradiaban los hombres de la casa cercada. Parecia que estuvieran convencidos de que en aquella casa todo era fragil, quebradizo, tambien el hierro y la piedra; todo menos ellos.
Por encima de sus cabezas se oyo una rafaga de ametralladora, y justo despues una segunda.
Liajov dijo:
– Esta primavera estabamos en los alrededores de Sviatogorsk y de pronto empezamos a oir silbidos por encima de nuestras cabezas, pero no las detonaciones. No comprendiamos nada. Despues resulto que eran estorninos que habian aprendido a hacer el silbido de las balas… Tambien nuestro comandante, que era teniente mayor, cayo en el error.
– En casa me imaginaba que la guerra eran gatos corriendo, gritos de ninos, todo alrededor en llamas… Al llegar a Stalingrado vi que realmente era asi.
El siguiente hombre en acercarse a la radiotelegrafista fue el barbudo Zubarev.
– Y bien -pregunto con interes-, ?como esta nuestro jovencito con bigotes? -Levanto un extremo del trapo que cubria al gatito-. ?Oh, pobre animal! ?Que debil esta! -dijo mientras los ojos le brillaban con insolencia.
Por la noche, despues de un breve combate, los alemanes lograron avanzar una corta distancia hacia un ala de la casa 6/1; ahora las ametralladoras cubrian el camino que unia la casa con la defensa sovietica. La conexion telefonica con el puesto de mando del regimiento de fusileros quedo interrumpida. Grekov ordeno que se abriera un paso que conectara el sotano con un tunel subterraneo de la fabrica cercano a la casa.
– Tenemos explosivos -comunico a Grekov el sargento Antsiferov, un hombre corpulento que sostenia en la mano una taza de te y en la otra un terron de azucar.
Los habitantes de la casa, sentados en un foso junto a la pared maestra, conversaban. La ejecucion de la gitana los habia conmovido, pero nadie hablaba de ello. Parecian indiferentes al cerco.
A Katia le parecia extrana esa tranquilidad, pero se sometia a ella, e incluso la espantosa palabra cerco ya no le infundia miedo entre los valientes soldados de la casa 6/1. Ni siquiera tuvo miedo cuando oyo, alli mismo, a su lado, el tableteo de una ametralladora y Grekov grito:
– ?Disparad, disparad! Estan ahi.
Y tampoco sintio miedo cuando Grekov dijo:
– Cada uno con lo que mas guste: granadas, cuchillos, palas… Ya conoceis vuestro trabajo. Dadles, no importa como.
En los minutos de tregua los habitantes de la casa se enzarzaban en una conversacion animada sobre el aspecto fisico de la radiotelegrafista. Batrakov, que parecia estar en otro mundo y ademas era miope, revelo inesperadamente sus conocimientos sobre los atributos de Katia.
– La chica tiene lo que se dice un buen busto -dijo el.
Kolomeitsev, el artillero, no era de la misma opinion. En expresion de Zubarev, a el le gustaba llamar al pan, pan y al vino, vino.
– ?Os habeis aprovechado del gato para hablar con ella? -pregunto Zubarev.
– ?Como no? -respondio Batrakov-. A traves del corazon del nino se conquista a la madre. Incluso nuestro papaito le hablo del gato.
El viejo operador de mortero escupio y se paso la palma de la mano por el pecho.
– ?Donde tiene lo que debe tener una mujer digna de merecer ese nombre? Vamos, ?responded!
Pero lo que mas enfurecio a Zubarev fueron las alusiones al hecho de que Grekov habia echado el ojo a la radiotelegrafista.
– Claro que en nuestras condiciones incluso una Katia cualquiera nos resolveria la papeleta. En el pais de los ciegos… Tiene las piernas largas como una ciguena, el trasero plano y los ojos grandes como una vaca. ?A eso le llamas mujer?
Chentsov le objeto:
– A ti te basta con que sea tetuda. Ese punto de vista esta pasado de moda, es de antes de la Revolucion.
Kolomeitsev, un hombre obsceno y chabacano que acumulaba en su cabezota calva una infinidad de particularidades sorprendentes, reia entornando sus ojos de un gris turbio.
– La chica no esta mal -dijo-. Pero tengo un enfoque particular de la cuestion. Me gustan pequenas, preferiblemente armenias y judias, con el pelo corto y los ojos grandes y vivarachos.
Zubarev miro pensativo el cielo oscuro iluminado por los haces de rayos de los reflectores y pregunto en voz baja:
– Me pregunto como acabara todo esto.
– ?Te refieres a con quien acabara ella? Con Grekov, por supuesto.
– Ni mucho menos. No esta tan claro -dijo Zubarev, y tras coger del suelo un trozo de ladrillo lo estrello con fuerza contra el muro.
Los companeros le miraron a el y su barba, y se rieron.
– ?Como vas a seducirla? ?Con tu barba? -se intereso Batrakov.
– ?Con el canto! -corrigio Kolomeitsev-. Sala de transmision: el soldado de infanteria al microfono. El cantara, ella transmitira la emision. Formaran uno de esos duos; lo digo yo. ?Haran una buena pareja!